La Cumbre del Milenio, que se celebrará este mes de septiembre en Nueva York, tendrá fundamentalmente dos puntos en su agenda: la reforma de Naciones Unidas y la evaluación de los Objetivos del Milenio. Ambos objetivos tienen ya una larga historia. La reforma de Naciones Unidas, y en especial del Consejo de Seguridad, intenta adaptar […]
La Cumbre del Milenio, que se celebrará este mes de septiembre en Nueva York, tendrá fundamentalmente dos puntos en su agenda: la reforma de Naciones Unidas y la evaluación de los Objetivos del Milenio.
Ambos objetivos tienen ya una larga historia. La reforma de Naciones Unidas, y en especial del Consejo de Seguridad, intenta adaptar las estructuras de la principal organización multilateral internacional a la nueva situación política mundial que se ha ido configurando desde el colapso de la URSS en 1991, las dos guerras de Iraq y el intento de desarrollar un orden mundial unilateral bajo la hegemonía de EE UU y su crisis. El segundo objetivo intenta una reformulación completa de la política de ayuda al desarrollo en el marco de la globalización capitalista, es decir de las políticas económicas que han impulsado a nivel internacional EE UU y las principales instituciones financieras, como el FMI, el Banco Mundial o la OMC, que han entrado en crisis desde finales de los años 90, y en concreto tras la crisis asiática de 1998, el pinchazo de la burbuja tecnológica y la consiguiente recesión en el 2000-2002 en los países de la OCDE, y el estancamiento de la Ronda de Doha.
Es decir ambos objetivos responden a sendas crisis del sistema político internacional y de las políticas económicas aplicadas a nivel mundial. Y, como en todas las crisis, son no tanto producto del consenso como de intereses y puntos de vista confrontados. La propia Cumbre del Milenio no es sino un intento de Kofi Annan de reivindicar el papel de Naciones Unidas y del multilateralismo después del 11 de Septiembre frente a su total marginación por parte de la Administración Bush, con el apoyo de la «vieja Europa» y de sectores del Tercer Mundo. Los trabajos de preparación de la Cumbre del Milenio has estado sometidos, por lo tanto, a los vaivenes de la situación internacional de los últimos tres años, sobre todo tras las Cumbres de Monterrey y Johannesburgo, que se jugaba no tanto en los pasillos de Naciones Unidas como en Iraq.
¿Reforma de Naciones Unidas?
En la reforma de Naciones Unidas, muy poca cosa se puede esperar de la Cumbre, a pesar de las expectativas levantadas. EE UU se opone a cualquier modificación de la actual composición del Consejo de Seguridad que ponga en cuestión su derecho de veto. Estaría dispuesto, según las últimas declaraciones, a apoyar una ampliación de uno o dos miembros como máximo con derecho de veto y unos cinco miembros más rotatorios. Ha desvelado que apoyará a Japón y a un país del Tercer Mundo, probablemente Brasil. Pero también que vetará a Alemania. Sus planes de reforma para la Asamblea General o para los organismos del sistema de Naciones Unidas (PNUD, OMS, UNESCO…) son desconocidos. Pero se sabe perfectamente que EE UU es el estado miembro que debe más cuotas impagadas y no esta dispuesto a asumir ninguno de los elementos restrictivos al uso de la fuerza de la Carta de Naciones Unidas, como señaló en el debate previo a la II Guerra de Iraq.
La designación de John Bolton como nuevo embajador de EE UU ante Naciones Unidas por parte de la Administración Bush, a pesar de la oposición encontrada en el Senado, ha confirmado esta orientación. Lo primero que ha hecho Bolton ha sido presentar 750 enmiendas al texto de la Resolución para la Cumbre ya negociado y exigir que se alinee con las posiciones de EE UU en todos los campos.
Un grupo de estados europeos, latino- americanos y asiáticos han organizado, bajo el impulso de México, un grupo de presión para la reforma. Pero al final sus propuestas no alteran el statu quo y se limitan a aumentar el número de miembros rotatorios del Consejo de Seguridad hasta 20, sin consenso sobre si se debe aumentar también el número de estados-miembros con derecho a veto. Los temas esenciales, como la reorganización de la Secretaria General, la constitución de un sistema de intervención ante crisis, civil y militar, o el funcionamiento de la Asamblea General han quedado de antemano, en nombre del realismo, fuera de la agenda o limitados a una mera racionalización administrativa.
Pero para Kofi Annan y su equipo, que a pesar de los ataques de EE UU, parecen confirmarse en su puesto, el que se hable de Naciones Unidas ya es algo positivo. La Alianza de Civilizaciones, propuesta inicialmente por el presidente del gobierno español Rodríguez Zapatero, puede convertirse en una nueva formula de consenso que permita a medio plazo una cierta retirada militar de EE UU y Gran Bretaña de Iraq y su sustitución por fuerzas militares de los gobiernos árabes amigos, dentro de una formulación defensiva de la estrategia de «Gran Medio Oriente» de la Administración Bush. No es casual que la apoye con entusiasmo el propio Annan o Turquia se haya hecho su valedor en Oriente Medio. Tras los atentados de Madrid y Londres, Europa tiene que buscar una formula de integración y convivencia con su importante minoría musulmana.
La lucha contra el 50% de la «pobreza extrema»
En cuanto a los Objetivos del Milenio, su origen es la Cumbre del Milenio del 2000. Kofi Annan consiguió que la problemática del desarrollo no desapareciera completamente tras el 11-S subsumida en la «guerra contra el terrorismo» a cambio de presentar la lucha contra la pobreza como un elemento esencial de esa guerra. Es decir, la reducción para el 2015 de un 50% de los 850 millones de personas que viven en «pobreza extrema» (definida como vivir con menos de 1 dólar diario) y la consecución de otros 7 objetivos básicos se han convertido en un objetivo de seguridad para los países desarrollados, que deberían aportar para ello el 0,7% de su PIB. Una cantidad total ínfima en comparación con sus gastos militares.
Conseguir estos objetivos básicos ha reabierto todo el debate sobre las políticas de desarrollo. Sus conclusiones determinaran el paradigma en el que se desarrollará la acción humanitaria y la cooperación para el desarrollo de las ONGs los próximos años. Un debate sin duda necesario, porque las políticas de desarrollo o de crecimiento -como se prefiere denominarlas- han fracasado estrepitosamente en la década de los 80 y 90. Las políticas de ajuste estructural del Consenso de Washington son ya indefendibles incluso por el FMI y el Banco Mundial. Hace falta, pues otra política.
Cual pueda ser esa otra política es el terreno de debate. Un debate en el que la izquierda esta especialmente mal situada, sin paradigmas ni perfiles propios. El Consenso de Washington ha evolucionado a un neoliberalismo de «red selectiva de asistencia social» para los grupos de población incapaces de incorporarse al mercado o a una acción humanitaria de emergencia que no se plantea modelos de desarrollo. El paradigma paraguas de todo ello es un neoliberalismo de rostro humano, el nuevo Consenso de Monterrey más los Objetivos del Milenio, que asegura que son los obstáculos corporativistas y anti-modernistas al desarrollo de las fuerzas del mercado capitalista mundial las responsables de la aparición de una franja marginal de inestabilidad y de pobreza. Y se trata de asegurar por todos los medios -incluidos los militares- la democracia liberal y la libertad de mercados primero, para que fluyan las inversiones segundo, y en todo caso se proteja selectivamente a las poblaciones
incapaces de adaptarse al proceso modernizador de las «trampas de la pobreza» rurales o de las «bolsas de pobreza» de las ciudades-miseria.
Este esquema no es capaz de confrontar la realidad empírica. Los años 90 han sido testigos de crisis financieras graves en Rusia, México y el Sudeste Asiático tras la aplicación de las políticas de ajuste. Latino América en su conjunto esta totalmente estancada; el Africa Subsahariana y Oceanía agonizan. Los únicos casos en los que se han producido avances relativos en la lucha contra la pobreza son en China y en la India, dos países que se han convertido en discípulos aventajados del Banco Mundial pero que, contradictoriamente, no aplican sus recetas y mantienen una fuerte intervención estatal en sus mercados interiores y en su conexión con el mercado mundial.
Kofi Annan encargó la elaboración de un informe marco sobre la evaluación de los objetivos del Milenio a Jeffrey Sachs, con un equipo de 250 especialistas. El resultado esta en la red. Pero se puede resumir así: el mundo cuenta hoy con los medios técnicos necesarios para reducir la pobreza extrema, pero carece de voluntad política para ello. Pero el precio global de esa pobreza extrema puede llegar a ser insostenible y obligar a actuar a todos.
¿Cómo? No se trata de hacer teorías, sino de agrupar en un solo plan multifacético todas las buenas prácticas existentes. El problema de la pobreza es en realidad el de la «trampa de la pobreza». Hay una serie de países que por falta de factores esenciales para la producción caen en una espiral negativa de subdesarrollo de la que no pueden salir por si solos. Hay que inyectarles desde fuera tecnología y ayuda financiera para que puedan salir de esa trampa y subir la «escalera del desarrollo», pasando de una economía rural de subsistencia, que no se puede sostener ya, a una urbanización-miseria con industrias orientadas a la exportación y el mercado mundial.
Para ello se trata de hacer más ambiciosos las Estrategias de Reducción de la Pobreza nacionales del Banco Mundial e incorporar los objetivos del Milenio. Y buscar fondos a nivel internacional para obtener ese 0,7% del PNB de los países de la OCDE.
Que este esquema tan simple haya sido desarrollado por el economista responsable de la crisis de Rusia y Europa central en 1989-1992 con sus «terapias de choque» debería ser motivo ya de sospecha. La simpatía que puede despertar alguien que llama a la abolición de la deuda externa de Africa, que exige la lucha contra la malaria, que defiende el 0,7% o que denuncia a la Administración Bush por neoconservadora no debe hacernos olvidar que se trata de un neoliberal empirista con un amplio record de desastres en su aplicación de lo que llama «economía clínica», en una obsesión con las metáforas médicas.
El esquema de Sachs (defendido en primera persona en su reciente libro «The End of Poverty», prologado por Bono) es totalmente mitológico e ignora, a pesar de exigir un análisis concreto de las causas de la pobreza país a país, cualquier contexto social y político en el que se desarrolla la pobreza. Ni cuestiona el capitalismo como sistema productivo ni plantea remedios a una lógica de acumulación mundial y división del trabajo que desarrolla no la riqueza sino el subdesarrollo, para poder concentrar en pocas manos los excedentes sociales mundiales. A nivel práctico, la lucha por el 0,7% acaba siendo la justificación para toda una serie de condicionalidades que subordinan el sector público a las necesidades de beneficio de las empresas privadas.
¿Qué esperar de la Cumbre?
Para volver a nuestro punto de partida, mientras que no hay la menor esperanza en que haya otro resultado que la frustración en lo que se refiere a la reforma de Naciones Unidas, por el contrario, los Objetivos del Milenio puedan dar lugar a un nuevo dogma en políticas de desarrollo que legitime las políticas neoliberales de asistencia selectiva.
Para la izquierda, la tarea prioritaria es recuperar un análisis propio de la pobreza y de las causas del «desarrollo del subdesarrollo», por utilizar la vieja formula de Gunder Frank, a partir del proceso de la acumulación capitalista global y de su desarrollo desigual y combinado. Solo así podrá recuperar la influencia ideológica en este debate, como la tuvo en los años 60 y 70, antes de la marea neoliberal. No sólo porque ese análisis es explicativamente mucho más potente. Sino porque la experiencia práctica de las consecuencias del neoliberalismo en los años 80 y 90, con sus crisis financieras, económicas y sociales en América Latina, Asia y los antiguos países de la orbita soviética, debería ser un recordatorio de lo que puede pasar si llegan a coincidir y sincronizarse a nivel global.
Y porque en definitiva, el problema de la pobreza responde también a cual es la correlación de fuerzas concretas. Si en los años 60 y 70 fue posible intuir un cambio de horizonte en la lucha contra la pobreza, que se revirtió en los años 80 y 90 con la ofensiva neoliberal, fue como consecuencia de un ascenso de las luchas sociales y políticas. Esta por ver, y es tarea de todos, que el nuevo ciclo de luchas iniciados a mediados de los 90 con la insurrección zapatista, las manifestaciones de Seattle y la huelga general de los servicios públicos en Francia tenga efectos parecidos.