Berlusconi está al borde del precipicio. Bastaría un simple empujón para derribarlo. Pero está por ver si la oposición quiere dárselo. Ya ha sucedido otras veces que el centroizquierda le haya tendido una mano. Prodi podría estar con un pie en Palazzo Chigi, sede del Gobierno. Pero antes que cante el gallo pueden pasar tantas cosas… Traducido para Rebelión por Gorka Larrabeiti
Berlusconi está en apuros, el país, a la deriva. Tres años y medio de gobierno, y el Cavaliere plastificado, embutido en su fúnebre traje cruzado, apoya un pie sobre su presa herida de muerte y, con aire aún amenazante, se sienta sobre los escombros humeantes de Italia. Quien recomendaba no «demonizar al adversario» [N.d.T.: D’Alema] debería entonar un mea culpa: la política de indulgencia con el Exterminator de la República italiana ha traído estos resultados. También quien avisaba: no tiréis de la chaqueta a Ciampi. De la chaqueta de Ciampi no ha tirado nadie: no tiene ni una arruga. Es la Constitución la que está ajada. Si la República italiana no está aún muerta del todo, es mérito de la Corte Constitucional, que rechazó la ley Schifani[1], modelada sobre una idea de [el exministro del Olivo] Maccanico. Esta ley (laudo) salvó en su momento a Berlusconi in extremis, mandándolo «a hacer que Italia hiciera un buen papel en Europa», y Ciampi la firmó con inexorable prontitud, a pesar de que, en el grupito de los cinco ciudadanos que están por encima de la ley, se contase también su persona. Es penoso recordarlo, pero es lo que ha sucedido en Italia durante el berlusconismo, y aquí no se trata de tirar de la chaqueta a nadie, sino simplemente de referir sucesos políticos que se espera que la historia registre.
Ahora que Berlusconi ha perdido el rumbo, abandonado incluso por sus más fieles aliados -a excepción de Pera, que es un político de Forza Italia disfrazado de Presidente del Senado- la izquierda pide su dimisión. Un pleonasmo: Berlusconi no dimitirá jamás. Bastaría un empujoncito y este miserando castillo de cartón piedra se derrumbaría. Pero queda la duda. En los momentos más dramáticos de su existencia, Berlusconi siempre ha encontrado una mano tendida, no en sus aliados actuales (recuérdese lo que decían Bossi, Fini o el mismo Pera) sino en las izquierdas o en las centroizquierdas. En los momentos más dramáticos de su existencia, Berlusconi siempre ha usado dos telégrafos especiales para lanzar sus mensajes evitando siempre el Parlamento, que considera indigno: [el programa] Porta a Porta y del periódico Il Foglio, propiedad de su gentil señora. Una vez utilizado el primero para firmar el fatídico «Contrato con los italianos», ahora Berlusconi se dirige al segundo para añadir una apostilla[2] dirigida no se sabe a quién.
¿Quién la recogerá? Aquí está el busilis, porque el telegrafista de ese telégrafo [Bruno Vespa, director de Porta a porta], está apuntalado por los cuatro costados. En su carrera, yendo de esquina a esquina, ha marcado un territorio muy vasto, tan vasto que hace de correa de transmisión para jugar a las cuatro esquinas. Y mientras tanto, por su parte, los de le centre han vuelto a repoblar sus corolas desempolvando cuatro o cinco pétalos mustios del difunto craxismo. Prodi estaría con un pie en la puerta, listo para desalojar al viejo inquilino que ha devastado el edificio-Italia. Pero antes que el gallo cante… La ruleta rusa de nuestra lotería política vuelve a girar. Entre bastidores, ¿quién disparará? Se aceptan apuestas.
[1] NdT:La oportuna ley Schifani, preparada en cuanto llegó al Gobierno, lo salvó de la sentencia del caso SME (El caso Sme se arrastra desde 1988. Según la Fiscalía de Milán, Silvio Berlusconi, por entonces aún ajeno a la actividad política, sobornó al juez jefe de Roma para que impidiera la venta del grupo alimentario Sme, de propiedad pública, a uno de sus grandes rivales en el mundo empresarial, Carlo de Benedetti). La ley impedía el procesamiento de cinco altos cargos públicos, entre ellos el presidente del Gobierno. El 30 de junio de 2003, con el juicio a punto de terminar, se suspendió la acusación contra Berlusconi. Pero el Tribunal Constitucional invalidó la «ley de inmunidad» en enero de este año y todo volvió a comenzar. El pasado 13 de noviembre, La fiscal de Milán Ilda Boccassini pidió ayer ocho años de prisión y la inhabilitación permanente para el ejercicio de todo cargo público para el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, por el presunto soborno a jueces para que favorecieran indirectamente la venta del grupo alimenticio estatal SME a su holding Fininvest en 1985. (Fuente: El País)
[2] N.de T.: Il Cavaliere publicó un «manifiesto» (Il Foglio, 23-11-04) que servía de «apostilla al Contrato con los italianos», que firmó en el programa Porta a porta antes de las elecciones. En dicho manifiesto afirma que la reducción de impuestos no es «ni un regalo ni una promesa, sino una estrategia de cambio de nuestro modo de vida, un nuevo horizonte y una nueva frontera de la política.