A partir de este lunes, La Habana es escenario de la decimocuarta Cumbre del Movimiento de Países No Alineados (Noal), que reunirá a más de 50 jefes de Estado y de gobierno. Tanto el «no alineamiento» como el «tercermundismo» fijan sus raíces en los sucesos internacionales que rodearon el final de la Segunda Guerra Mundial. […]
A partir de este lunes, La Habana es escenario de la decimocuarta Cumbre del Movimiento de Países No Alineados (Noal), que reunirá a más de 50 jefes de Estado y de gobierno. Tanto el «no alineamiento» como el «tercermundismo» fijan sus raíces en los sucesos internacionales que rodearon el final de la Segunda Guerra Mundial. La reconstrucción socioeconómica de la posguerra perfeccionó y ajustó el sistema de dominación y explotación capitalista de los países desarrollados sobre la periferia.
En nombre de la «libertad», las potencias «occidentales» se valieron de la guerra fría (en el marco de la contradicción este-oeste entre Estados Unidos y la Unión Soviética) para bloquear, intervenir y desestabilizar las acciones, políticas y programas de gobiernos progresistas.
La derrota de los colonialistas franceses en Dien Bien Phu, en 1954, no llevó la paz a Indochina. Asimismo, acontecimientos como el derrocamiento del gobierno nacionalista de Mohammed Mossadegh en Irán, el golpe de Estado patrocinado por Estados Unidos contra Jacobo Arbenz en Guatemala y el suicidio del presidente Getulio Vargas, en Brasil, quien dejó un testamento político a modo de acta acusatoria contra las corporaciones y monopolios trasnacionales, dejaron claro que los países industrializados no permitían el disenso.
En ese contexto signado por la contradicción capitalismo-comunismo, la concepción de «quien no está conmigo está con el enemigo» se impuso como norma de la diplomacia de John Foster Dulles. El secretario de Estado del presidente de Estados Unidos, Dwight Eisenhower, veía en la «tercera posición» esbozada por dirigentes de la talla de Nehru (India), Nasser (Egipto) y Tito (Yugoslavia) una estación en la ruta hacia el comunismo. Calificaba el «neutralismo» de «posición miope e inmoral». No obstante, contra la obligatoriedad del «alineamiento» de Dulles, en 1961 nacía en Belgrado el Movimiento de Países No Alineados, cuyas banderas por más de 45 años han sido la lucha contra el imperialismo, el neocolonialismo, el apartheid, el racismo, incluyendo el sionismo, y todas las formas de agresión, ocupación, injerencia o hegemonía extranjeras, así como contra las políticas de grandes potencias y alianzas que tienden a perpetuar la división del mundo en áreas de influencia.
Casi medio siglo después de la creación del Noal el mundo ha cambiado. No existe la Unión Soviética ni el campo socialista. Estados Unidos se ha consolidado como superpotencia militar mundial y aplica una política guerrerista, expansionista y neocolonialista a escala planetaria. Su principal socio en Medio Oriente, Israel, ensaya un holocausto de palestinos y libaneses mediante una solución final de corte racista e impronta nazi al otro lado de sus fronteras, con la intención de conquistar territorios y establecer nuevos enclaves bajo régimen de apartheid en la zona. Varias potencias «occidentales» participan en el nuevo reparto del orbe.
En América Latina, Washington militariza la región, persiste en sus campañas desestabilizadoras en Bolivia y Venezuela e impulsa acciones encubiertas contra la isla en el marco de las políticas diseñadas por la Comisión para la Asistencia a una Cuba Libre que dirige Caleb McCarry. En julio, ante la enfermedad del presidente cubano Fidel Castro y la delegación de poderes en su hermano Raúl, el jefe de la Casa Blanca, George W. Bush, se declaró «listo para apoyar la transición» y advirtió que no tolerará la intromisión de otros gobiernos en la nación caribeña. Con el doble lenguaje que lo caracteriza, y después de cuatro décadas de un infructuoso bloqueo económico, Estados Unidos anunció una «ayuda» de 80 millones de dólares para apoyar una «transición» en la isla, «no una sucesión» de Raúl Castro o «de la elite que le rodea».
Poco después, uno de los papagayos de Estados Unidos en la región, el presidente de Costa Rica, Oscar Arias, reproducía la voz del amo: «Yo abogo por un cambio de régimen y no por una sucesión monárquica» en Cuba. Arias, cuya presencia en la cumbre de los No Alineados podría verificarse en las próximas horas, ha sido identificado por la mafia extremista de Miami y sus patrocinadores en Washington como el hombre más idóneo para boicotear el encuentro. A su anticomunismo cerril y la tradicional hostilidad de Oscar Arias hacia Cuba, se suman las estrechas relaciones que mantuvo durante su primer mandato con elementos y organizaciones anticastristas de Florida. Entre ellos, terroristas y agentes de la CIA como Hubert Matos, Orlando Gutiérrez y Carlos Alberto Montaner, quien la semana pasada quedó descobijado cuando una investigación del Miami Herald lo ubicó en una lista de diez periodistas que durante años cobraron en la «nómina» de la Oficina de Difusión sobre Cuba, que depende del Departamento de Estado.
El desacierto diplomático de Arias al clamar por un cambio de régimen en Cuba fue seguido por un incidente con el vicepresidente isleño, Carlos Lage, quien tras las declaraciones intervencionistas del mandatario tico lo calificó de «mentiroso». En círculos diplomáticos en México se comenta que la compleja personalidad de Arias, su elevado nivel de ego, arrogancia, prepotencia, ambición de poder y afán de protagonismo -el Premio Nobel no ha podido superar la frustración de verse eclipsado por Fidel Castro- podrían ser explotados por quienes, en el Departamento de Estado y el exilio anticastrista de Miami, buscan generar provocaciones para deslucir la cumbre del Noal. Claro que Arias podría volver a hacer el ridículo y sumar otro fiasco a su carrera.