Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
La amenaza del cierre de una base crucial de aprovisionamiento del Pentágono en la antigua república soviética de Kirguistán, con serias implicaciones para la escalada planificada por el gobierno de Obama de la guerra dirigida por EE.UU. en Afganistán, profundiza las tensiones entre Washington y Moscú.
La base aérea Manas, ubicada cerca de la capital kirguisa de Bishkek, es el principal vínculo aéreo entre las fuerzas armadas de EE.UU. y las fuerzas de ocupación estadounidenses en Afganistán. El año pasado, por lo menos 170.000 l militares estadounidenses pasaron por la base en camino hacia o desde Afganistán, junto con 5.000 toneladas de equipamiento militar. Aproximadamente 1.000 soldados de EE.UU. están estacionados en la base, junto con contingentes más pequeños de Francia y España.
Después de descartar inicialmente el anuncio del presidente kirguiso Kurmanbek Bakiyev de que su gobierno se propone cerrar la base como una simple finta de negociación (Kirguistán hizo una amenaza similar en 2006, pero cedió después que EE.UU. aumentó su alquiler para la instalación), el jueves pareció que Washington oficial está tratando el asunto con extrema seriedad.
«Francamente, pensamos que era una táctica de negociación, y estábamos listos a aceptar su reto,» dijo el jueves un responsable militar anónimo al Wall Street Journal. «Pero está quedando claro que, va en serio, quieren que nos vayamos.»
La importancia estratégica de la base ha aumentado aún más con el plan anunciado por el gobierno de Obama de enviar 30.000 soldados estadounidenses más a Afganistán dentro de los próximos 18 meses en un intento por reprimir la creciente resistencia popular a la ocupación estadounidense. La escalada casi duplicaría el tamaño de la fuerza militar de EE.UU. en el país, que ahora es de 36.000. Otros 32.000 soldados de otros países de la OTAN también participan en la ocupación.
El papel crítico que juega la base es también subrayado por la creciente crisis que Washington enfrenta en relación con su principal ruta de suministro por tierra a Afganistán desde Pakistán – el Paso Khyber – que representa unos tres cuartos de los suministros para las fuerzas de EE.UU. El lunes, combatientes de la resistencia hicieron volar un puente de 27 metros de largo en el Paso Khyber, cortando la ruta y deteniendo, por lo menos temporalmente, todos los suministros para los soldados de EE.UU. y la OTAN. El ataque viene después de una serie de emboscadas cada vez más atrevidas que han incendiado camiones de suministro y dejado vehículos militares en manos de los guerrilleros que combaten la ocupación.
El secretario de prensa de la Casa Blanca, Robert Gibbs, describió el jueves la base en Kirguistán como «vital» para la guerra de EE.UU. en Afganistán y declaró que la Casa Blanca busca maneras de «remediar» la situación.
«Es algo que el gobierno de EE.UU. sigue discutiendo con responsables de Kirguistán,» dijo el jueves a los periodistas el portavoz del Pentágono, Bryan Whitman. «Eso no significa que no tengamos otros medios y otras opciones que podamos utilizar.»
Al preguntarle sobre la amenaza de cierre de la base de Manas, la Secretaria de Estado Hillary Clinton dijo el jueves que era «lamentable que eso esté bajo consideración por el gobierno de Kirguistán,» pero insistió en que la acción no bloquearía la escalada de Washington en su guerra al estilo colonial en Afganistán.
«Esperamos tener más discusiones con ellos,» dijo a los periodistas en una conferencia de prensa en el Departamento de Esto. «Pero procederemos de una manera muy efectiva no importa cuál pueda ser el resultado de las deliberaciones del gobierno de Kirguistán.»
Clinton agregó que el Pentágono estaba «realizando un examen sobre cómo proceder de otra manera» ante la pérdida de la base kirguisa.
Según funcionarios no identificados del Pentágono citados el jueves por Associated Press, Washington considera una revisión de sus tensas relaciones con Uzbekistán en el apuro por encontrar instalaciones de reemplazo. En ese país EE.UU. contó con el uso de una antigua base aérea soviética para abastecer sus operaciones en Afganistán. Las fuerzas de EE.UU. fueron expulsadas, sin embargo, después que Washington cortó la ayuda militar a Uzbekistán después de un baño de sangre en 2005 en la localidad oriental de Andijan, donde tropas del gobierno mataron a varios cientos de civiles. La recuperación del uso de la base implicaría un acercamiento con el dictador de Uzbekistán Islam Karimov.
El anuncio del presidente kirguiso Bakiyev de su intención de cerrar la base de EE.UU. vino después de una reunión en Moscú el martes con el presidente ruso Dmitry Medvedev en la que Moscú prometió un paquete de ayuda a Kirguistán por un valor de más de 2.000 millones de dólares.
El paquete incluye 150 millones de dólares como subvención directa – un monto igual al financiamiento total de EE.UU. para el país, incluyendo el dinero por la base de Manas – otros 300 millones de dólares en la forma de un préstamo otorgado con un interés nominal y 1.700 millones de dólares prometidos para la construcción de una central hidroeléctrica. Además, el Kremlin prometió cancelar 180 millones de dólares de deuda kirguisa con Rusia.
El paquete de ayuda propuesto por Rusia es el equivalente de aproximadamente el doble del presupuesto anual y la mitad de todo el producto interno bruto de Kirguistán, cuya empobrecida población ha enfrentado crecientes problemas por la catástrofe financiera mundial.
«En tiempos de crisis económica, este serio e importante apoyo de Rusia ayudará a sustentar el crecimiento económico en Kirguistán,» declaró Bakiyev.
El primer ministro kirguiso Igor Chudinov insistió en una conferencia de prensa el jueves en que la oportunidad del llamado del presidente a cerrar la base, después de la oferta de ayuda rusa, fue «una simple coincidencia.»
«La decisión rusa de otorgar un importante préstamo no tiene nada que ver con la salida de la base aérea de EE.U. de territorio kirguiso,» declaró Chudinov.
Por su parte, el presidente Bakiyev vinculó la decisión a la oposición popular en Kirguistán a la presencia de EE.UU., que fue avivada en 2006 cuando un aviador estadounidense mató a tiros a un camionero kirguiso. También insistió en que cuando la base fue abierta en 2001, cuando EE.UU. lanzó su invasión de Afganistán, fue vista como una medida temporal.
«Kirguistán satisfizo los deseos de EE.UU. y ofreció su territorio para la lucha antiterrorista, lo que fue una contribución seria a la lucha,» dijo. «Hablamos de un año o dos, pero ahora han sido ocho años. Hemos discutido repetidamente los aspectos de la compensación económica a Kirguistán con nuestros socios estadounidenses, pero no hemos podido llegar a un acuerdo al respecto.»
Funcionarios kirguisos dijeron que EE.UU. tendrá 180 días para cerrar la base y retirar a todo el personal una vez que se hayan intercambiado notas diplomáticas comunicando la decisión del gobierno. Aunque el parlamento debía haber votado la medida el viernes, responsables del gobierno anunciaron el jueves que no la consideraría antes de por lo menos otra semana.
A pesar de los desmentidos del gobierno kirguiso, es obvio que la decisión de cerrar la base Manas es impulsada por la oposición de Moscú a la presencia militar de EE.UU. en una región que durante siglos ha sido considerara como su esfera de influencia.
Esas tensiones salieron a la luz el agosto pasado, cuando el régimen respaldado por EE.UU. en la antigua república soviética de Georgia envió tropas a la región separatista de Osetia del Sur, provocando una reacción militar rusa que expulsó las fuerzas georgianas de Osetia del Sur y de la región separatista de Abjasia en el Mar Negro. Moscú subsiguientemente reconoció la independencia de ambos territorios.
El conflicto es exacerbado por la política de EE.UU. de incorporar a Georgia y Ucrania a la OTAN, el impulso por establecer un sistema de defensa de misiles en las fronteras de Rusia, y el intento de cercar el territorio ruso con bases militares en Asia Central y los Estados del Báltico.
Está en juego la creciente rivalidad entre Moscú y Washington por el control de las reservas estratégicas de energía de la región, un objetivo clave que subyace a la guerra de EE.UU. en Afganistán, igual como su intervención en Iraq.
Por su parte, la elite gobernante rusa, a pesar de las recientes pérdidas financieras resultantes de la caída de los precios de la energía, considera claramente que el restablecimiento de la influencia de Moscú en las antiguas repúblicas soviéticas es decisivo para sus intereses y justifica considerables inversiones.
Los regímenes en Asia Central han tratado de explotar esa rivalidad para su propia ventaja, inclinándose una vez hacia Rusia y la otra hacia EE.UU. en un intento por conseguir los acuerdos más favorables.
El acuerdo entre Moscú y Kirguistán forma parte de un desafío cada vez más agresivo del Kremlin frente a los intereses de EE.UU.
El día después del anuncio del paquete de ayuda y de la intención de cerrar la base, el presidente ruso
Medvedev anunció durante una reunión en la cumbre de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (CSTO) dirigido por Rusia, un plan para establecer una fuerza de reacción rápida de 10.000 hombres compuesta primordialmente por paracaidistas rusos para «rechazar la agresión militar» en la región y combatir el «terrorismo.»
«Van a ser unidades bastante formidables,» subrayó Medvedev. «Según su potencial de combate, no deben ser más débiles que fuerzas similares de la alianza del Atlántico Norte.» Se informa que la fuerza incluiría unidades simbólicas de otras antiguas repúblicas soviéticas, incluyendo a Belarús, Armenia, Kazajstán, Kirguistán y Tayikistán. Hay señales de que Moscú ve la base Manas como un cuartel potencial de la fuerza, una vez que sea evacuada por EE.UU.
El gobierno ruso también ha indicado que se propone establecer bases aéreas y navales en Abjasia, lo que provocó protestas del Departamento de Estado de EE.UU. y de la OTAN.
Aparte de la ayuda a Kirguistán, Moscú también señaló esta semana que actuaría favorablemente ante un préstamo de 2.770 millones de dólares a la vecina Belarús, mientras Medvedev firmó un acuerdo con el presidente de Belarús, Alexander Lukashenko, para establecer un sistema conjunto de defensa aérea, una reacción aparente al proyecto de escudo de misiles de EE.UU. en Europa Oriental.
Finalmente, el líder cubano Raúl Castro obtuvo un paquete de ayuda de 354 millones de dólares durante una visita de ocho días a Moscú, el primer contacto a alto nivel entre Rusia y Cuba desde el colapso en 1991 de la Unión Soviética, que terminó con décadas de subsidios soviéticos a la Habana. Es evidente que Moscú ve los renovados vínculos con Cuba – a 90 millas de la costa de EE.UU. – como una respuesta a las propias intervenciones de Washington en las antiguas repúblicas soviéticas.
Mientras tanto, el miércoles, el Ministro Adjunto de Exteriores ruso, Grigory Karasin, dijo que Moscú había dado días antes una «respuesta positiva» a pedidos de EE.UU. de transporte de suministros no-militares a través de territorio ruso hacia Afganistán.
«Esperamos que nosotros y EE.UU. tendremos conversaciones especiales y profesionales sobre este tema en el futuro cercano,» dijo Karasin. «Veremos con cuánta efectividad podremos cooperar.»
Pero este tipo de «cooperación» es precisamente lo que Washington ha tratado de evitar. Ha tratado de eludir cualquier influencia rusa sobre la suerte de Afganistán y de debilitar el poder de Moscú en toda la región.
La búsqueda de rutas no-rusas de suministro para la ocupación de Afganistán está ligada inexorablemente al objetivo de encontrar rutas no-rusas para el transporte de la riqueza de petróleo y gas de la Cuenca del Caspio, colocándola así bajo la dominación de EE.UU.
Involucrada en esa disputa cada vez más amarga y en el impulso del gobierno de Obama por escalar la intervención de EE.UU. en Afganistán está la amenaza de un conflicto más amplio y potencialmente catastrófico entre las dos mayores potencias nucleares del mundo.
——-
Bill Van Auken, político y militante del Partido Socialista por la Igualdad (‘Socialist Equality Party’), fue candidato presidencial en las elecciones estadounidenses de 2004. Actualmente reside en Nueva York y trabaja a tiempo completo como periodista para ‘World Socialist Web Site’
http://wsws.org/articles/2009/