Cuando el asunto parecía finalmente liquidado y era seguro que «aquello» no regresaría para inquietar atormentadas mentes infantiles, cuando su crisis había sido diagnosticada como última y «aquello» era sólo materia para chistes académicos, cuando podíamos ya airear nuestras miserias sin las viejas restricciones moralistas, cuando ya el otro Karl no tenía adversarios de talla […]
Cuando el asunto parecía finalmente liquidado
y era seguro que «aquello» no regresaría
para inquietar atormentadas mentes infantiles,
cuando su crisis había sido diagnosticada como última
y «aquello» era sólo materia para chistes académicos,
cuando podíamos ya airear nuestras miserias
sin las viejas restricciones moralistas,
cuando ya el otro Karl no tenía adversarios
de talla
y el canto al final de las ideologías
bajaba de la Academia a la calle,
cuando ya nada se oponía, amigos,
a que pudiéramos ser tan cínicos
como nuestros enemigos,
cuando empezábamos a identificarnos con la auténtica vida,
esto es, la de los otros,
y el ser de una pieza resultaba de mal gusto,
cuando la divisa del era ya todo vale
y todos estábamos de acuerdo
en que todo está permitido
menos alterar las sabias leyes del mercado,
la bicha volvió.
La desenterró el inquisidor Ratzinger, oh maravilla,
contra los nuevos teólogos.
Y entonces quedó definitivamente demostrado
que el marxismo no era una ciencia,
compañeros.
(*) De Discursos para insumisos discretos. Ed. Libertarias. Madrid, 1993.