«Se ha hecho justicia». Bin Laden, un ser humano, ha sido, al parecer, asesinado (junto a otras cuatro personas más) en Pakistán. Eliminado. Que los muertos no hablan. «Se ha hecho justicia», dice el Presidente de los Estados Unidos que, además, es Premio Nobel de la paz. Un hombre justo. No convenía que Saddam hablara […]
«Se ha hecho justicia». Bin Laden, un ser humano, ha sido, al parecer, asesinado (junto a otras cuatro personas más) en Pakistán. Eliminado. Que los muertos no hablan. «Se ha hecho justicia», dice el Presidente de los Estados Unidos que, además, es Premio Nobel de la paz. Un hombre justo. No convenía que Saddam hablara y fue colgado. Tampoco que lo hiciera Bin Laden. Acribillado. El siguiente en la lista, Gadafi. Decisiones de hombres justos. «Qué Dios les bendiga», termina Obama. Los dioses y los terroristas tienen la ventaja de que sólo los ven los que tienen fe. Los demás sólo vemos los efectos, no las causas. Curiosidades teológicas.
En un país conocido como España, donde los principales partidos y los jueces prohíben a otros partidos presentarse a las elecciones por su «apología de la violencia», la orgía verbal que ha desatado el asesinato del ex-agente estadounidense Bin Laden no deja de ser otra vuelta de tuerca más en el disparate de esta fase decadente del sistema. Cuentos para ingenuos en un momento de la historia donde muy pocos están engañando a muchos demasiado tiempo. ¿Pero de verdad nos creemos que Bin Laden había estado viviendo cerca de la capital de Pakistán, «rodeado de fuertes medidas de seguridad», sin que nadie lo notara?
Por el principio de no contradicción, pensábamos que un poco de coherencia vendría bien para las cosas del pensamiento. Si sabemos que en Irak no había armas de destrucción masiva, ¿significa eso que Bush podría ser abatido en una acción de comando por asesino? Nosotros sabemos que no, pero parece que no es el caso de los principales partidos políticos españoles y europeos. Si la violencia viene de un lado es terrorismo, cobardía, vesania. Si viene de otro, bendita justicia y ponderado uso de la fuerza.
Mientras se santifica por el procedimiento express al gran encubridor Juan Pablo II o se asesina, con modos shakespearianos a los hijos de Gadafi -por parte, puro Macbeth, de quien fuera su anfitrión unos meses atrás-, viene el Nobel de la paz Obama a colocarse el galardón sueco sobre el pecho y, en un momento complicado por el encumbramiento de Guantánamo como el referente mundial de la negación de los derechos humanos, aprieta el gatillo de su aportación al bienestar del mundo e invita a los infantiles acompañantes de esta sarta de cuentos a continuar con la segunda parte del entretenimiento. Se trata ahora de un poco de sangre después de la amorosa boda real de la Casa de Windsor y el más provinciano duelo (aunque con extensión por el mundo latinoamericano) entre el decadente Real Madrid y la potencia emergente Barcelona. La muerte de Bin Laden es de película: «Una boda y ningún funeral». Un diferente post primero de mayo que se ahorra pensar por qué la administración estadounidense está protestando en la calle y a punto de colapsar. Mientras el tea party propone entregar a corporaciones privadas la gestión de los ayuntamientos, los estadounidenses podrán dormir tranquilos porque ya se ha hecho justicia. No confundir prioridades.
El latino cui prodest (a quién beneficia) llena de sospechas todo lo que tenga que ver con Bin Laden. Respondiendo a esta pregunta, vemos que el «terrorista más peligroso del mundo» y su supuesta principal acción (la introducción de dos aviones en las Torres Gemelas) han sido los hechos más productivos para la recuperación de la hegemonía del aparato militar-industrial en los Estados Unidos, además de servir para militarizar la segunda zona de mayores reservas de petróleo, una vez fracasado el intento de controlar la primera, la Venezuela del desobediente Chávez. 2.973 muertos que justificaron decenas de miles de asesinatos en dos guerras. Al igual que ya nadie habla del avión que supuestamente habría entrado en el Pentágono, no tardaremos mucho en saber que la voladura de las Torres Gemelas por culpa de los aviones tampoco se sostiene (véase el esclarecedor libro de Eric Raynaud, 11 de septiembre: las verdades ocultas, Madrid, Akal, 2010).
La preparación del nuevo enemigo una vez derrotados los Estados Unidos, se tomó su tiempo. Como explicó el maestro de Huntington, Zbiegnev Brzezinski, los muyaidines fueron una «reinvención» de los Estados Unidos para derrotar a los soviéticos en Afganistán. No en vano, en la emblemática Rambo III -recordemos que Reagan era un actor de películas B- el excombatiente de Vietnam lucha al lado de ellos contra los malvados comunistas. Tiempos de alianzas extravagantes, que diría Aznar. Bin Laden, como Noriega, estaba en nómina de la CIA, que además de existir en las películas tiene su avatar, mucho más peligroso, en la realidad.
El argumento dado para no presentar el cadáver (a los islamistas se les debe enterrar pasadas 24 horas. Como no había país en donde hacerlo, lo han enterrado en el mar), no deja de aumentar las sospechas. ¿De verdad que los Estados Unidos no sabía en todo este tiempo dónde estaba el jeque? ¿Con ese sofisticado sistema de satélites que te fotografía el DNI desde el espacio? La desaparición del cuerpo deja más dudas que certezas. No hay que creer al que te ha mentido antes. Y los Estados Unidos llevan mintiendo desde que acusaron a los indios de terrorismo antes de exterminarlos (sin olvidar el hundimiento de El Maine por su propia mano y que justificó la guerra contra la decadente España del 98 y la apropiación de Cuba y Filipinas).
¿Qué va a pasar ahora con Al-Qaida? Como escribía John Cloud en el Time ya en 2001 (¿»Qué es Al-Qaida sin su jefe?»), la organización terrorista es una «metáfora» que permite a células independientes reclamarse de ese grupo para obrar con decisiones propias (como dolorosamente sabemos por los atentados de Atocha en Madrid). Recuerda demasiado a aquella novela en la que policías infiltrados en un grupo anarquista iban eliminando a los terroristas pero, por el propio secreto, seguían cometiendo atentados aun cuando la célula ya estaba formada sólo por infiltrados. Con tanto secreto, ¿quién sabrá nunca quién comete realmente los atentados? Desaparecido el peligro soviético, nada mejor que un enemigo interno que justifique la detención del Estado de derecho en este momento de crisis del modelo neoliberal. Orwell redivivo. ¿Tenemos realmente algo que celebrar?
Robert Fisk ha planteado sus dudas acerca de la capacidad operativa de Al-Qaida para poner en marcha una venganza por la muerte de su referente. Es cierto, por el contrario, que la parálisis por la posibilidad de un atentado detendrá una vez más el pensamiento y regalará todo el espacio del cerebro a la esperanza de que el Comandante en Jefe respectivo haga todo lo posible para frenar a los enemigos de la democracia. Obama lo ha recordad: no hay que relajarse.
Bin Laden ha sido «eliminado» justo antes de que Al-Qaida quedara en el olvido. Y en mitad de las revueltas árabes. ¿Para alimentar a los salafistas y frenar el impulso democratizador? El momento escogido para el anuncio de su muerte ha sido muy oportuno. Igual que oportuna será toda la información que, a partir de ahora, será difundida por goteo para mantener candente el asunto. Obama dará portadas después de muerto.
Una pregunta sigue sin respuesta: ¿serán parados los que han ido a celebrar a las verjas de la Casa Blanca la supuesta muerte del terrorista «número uno»?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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