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Birmania, telas de azafrán

Fuentes: El Viejo Topo

En la Roca dorada de Kyaiktiyo, colgada sobre el golfo de Martabán y envuelta en oro, que se sostiene milagrosamente, dicen, gracias a un pelo de Buda, o en la gigantesca zedi Shwedagon de Rangún, el fervor budista impregna la vida de Birmania, devota siempre con los monjes vestidos con telas de azafrán, que Pablo […]

En la Roca dorada de Kyaiktiyo, colgada sobre el golfo de Martabán y envuelta en oro, que se sostiene milagrosamente, dicen, gracias a un pelo de Buda, o en la gigantesca zedi Shwedagon de Rangún, el fervor budista impregna la vida de Birmania, devota siempre con los monjes vestidos con telas de azafrán, que Pablo Neruda veía pasar desde la ventana de su casa en la vieja Rangún colonial. También George Orwell, cuando era un policía británico, describía, en Los días de Birmania, a un juez corrupto, U Po Kyin, que suspiraba por construir templos budistas para huir así de una reencarnación en forma de rata; de la misma forma que Pierre Loti, en Pagodas de oro, reparaba en la fe de quienes ofrecían incienso y flores a los budas de Shwedagon. Porque el budismo es determinante en el país, hasta el punto de que la religión y los monjes budistas se convirtieron en un aliado tácito de Aung San (el padre de la independencia birmana y progenitor de San Suu Kyi) y del nacionalismo para limitar la fuerza del Partido Comunista, que combatía la religión en los tensos años previos a la emancipación de Birmania, la Myanmar de nuestros días.

Más de la mitad de la población birmana carece de electricidad, pero en Mandalay, la vieja capital imperial, los trabajadores que golpean rítmicamente, en un extenuante trabajo, los bloques de papeles para extender las láminas de pan de oro saben que servirán para que fieles y peregrinos lo añadan a las paredes de cualquier stupa o zedi, como en Shwedagon, que acumula ya treinta toneladas de oro. Allí, en los talleres, el ritmo hipnótico de los golpes de maza sobre el pan de oro, acompaña a los retratos de Aung San Suu Kyi, la señora, como la llaman los birmanos, esperando aún que la vida cambie gracias al nuevo gobierno. Birmania, o Myanmar, ha iniciado una nueva época, pero los cambios se resisten.

Para los trabajadores, la existencia es dura en todo el país. El ritmo monótono de las lanzadoras volantes de los telares manuales, anteriores a la revolución industrial, las mismas que ideó John Kay en el siglo XVIII, llena las estancias de trabajo levantadas sobre troncos en el lago Inle. Las mujeres tejen piezas de seda, algodón y lotus: un pañuelo de lotus se vende a ciento cincuenta euros a los turistas, aunque una obrera apenas gana 4.000 kyat (MKK) al día, unos ochenta euros mensuales por treinta días de trabajo, y un maestro alcanza los ciento treinta y cinco euros mensuales. Los sindicatos consiguieron en 2015 establecer el salario mínimo en 2’7 euros diarios, aunque las empresas siguen tratando de no pagar los días festivos, aunque se trabajen, sabiendo que ese salario mínimo es insuficiente para cubrir las imprescindibles y humildes necesidades básicas. Los abusos de las empresas multinacionales occidentales, similares a los que cometen en Indonesia, Camboya o Bangla Desh, son moneda común en Birmania, y empresas como H&M o Adidas intentan justificarse ante la evidente explotación.

El largo camino al desarrollo se antoja lleno de obstáculos. Desde Bagán al lago Inle o a la Roca Dorada, los campesinos se afanan sobre carretas de bueyes, en pueblos con calles de tierra, por donde pasan, a veces, camionetas que trasladan a los campesinos sentados en la caja, hacinados; y triciclos a motor que transportan dos o tres vacas o bueyes de agua, en un equilibrio imposible. En Pindaya, los campesinos bajan hasta el mercado para vender sus frutos, ataviados con peculiares prendas y tocados, diferentes para cada comunidad, y las mujeres se ponen thanakha en el rostro, una pasta similar al sándalo que sirve para protegerse del sol, y para maquillarse.

Birmania dispone de los mayores bosques de teca del mundo, y los campesinos viven en casas de troncos con paredes construidas con livianos paneles de paja de arroz, que, a veces, disponen de una placa solar. Carreteras reventadas, que están ampliando, vacas por los caminos; incluso por la desierta autopista que une Rangún con Naypitaw, la nueva capital del país, se ven campesinos caminando por los arcenes conduciendo a búfalos de agua. Y, a veces, perros salvajes, y controles de pago en caminos de tierra que consisten en una caseta destartalada de chapa. Y pequeñas motos, como en todo el sudeste asiático, sobre las que es frecuente ver a tres o cuatro personas. La mayoría de la población, casi el setenta por ciento, es birmana, aunque el país cuenta con minorías relevantes: los Shan, un 9%; los Karen, un 7%; los Rakhine, un 4%; y los chinos, un 2%.

Las noches de Birmania envuelven las ráfagas que llegan desde oriente, el aroma de los frangipani y el rostro cansado de los hombres ataviados con longyi, una prenda similar a un pareo o una falda, que se dirigen a sus precarias casas al caer la tarde. En Taungoo, la algarabía y el concierto de miles de cigarras e insectos llenan la inquietante oscuridad, y, en el lago Inle, cuando el crepúsculo inunda los bancales flotantes de tomateras, que obligan a los campesinos a trabajar desde su barca, los insectos empiezan a emitir un sonido de serrería, agudo, fuerte y persistente, que parece cubrir por entero a una Birmania inmutable y eterna. Sin embargo, el país cambia, y, como el resto de la población, hasta los monjes budistas han adoptado el telefonino, y salen, como siempre, todos en fila, a pedir limosna por las calles.

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En los años previos a la Segunda Guerra Mundial, la fascinación por el Japón fascista, que estimulaba un interesado discurso de independencia en todo el sudeste asiático y en los territorios coloniales británicos, consiguió atraer a muchos birmanos, y eso explica el viaje de Aung San a Japón y su posterior acercamiento a Tokio, que le llevaría a crear un partido nacionalista, a recibir ayuda militar nipona y a fundar el Ejército de Independencia Birmano. Cuando Japón ocupa Birmania, en 1942, Aung San entra en el gobierno impuesto por Tokio, mientras que el Partido Comunista se opone y organiza guerrillas que combaten a las tropas japonesas. Nacionalistas y comunistas mantienen duros enfrentamientos políticos hasta que la decepción por la política de Tokio en Birmania genera un frente común entre la organización de Aung San y el Partido Comunista con el objetivo de expulsar a los japoneses del país, mientras colaboran con las fuerzas aliadas, sobre todo con Gran Bretaña. La Liga antifascista creada entonces tendrá a Aung San como presidente y al dirigente comunista Thakin Than Tun como secretario general, quienes tras la derrota japonesa en 1945 y la restauración de los organismos coloniales británicos trabajan para conseguir la independencia, aunque las diferentes posiciones acerca de la conveniencia de organizar acciones armadas contra la administración colonial británica o bien apoyar la vía negociadora de Aung San llevarán a la ruptura del Partido Comunista. Así, el grupo dirigido por Thakin Soe, Bandera Roja, mantuvo la guerrilla desde 1948 hasta 1970. Aung San, convertido en el protagonista de las negociaciones con Londres, utilizó su condición de dirigente apartidista para consolidar su papel en el país, y arrancó su nombramiento como vicepresidente del gobierno colonial británico en Birmania, con el gobernador Hubert Rance como presidente, un hombre que apoyaba a Aung San por considerarlo más receptivo a los intereses británicos. Aung San expulsó de la Liga al Partido Comunista en octubre de 1946: consiguió, además, un acuerdo con Clement Attlee, a principios de 1947, para acelerar la descolonización de Birmania, con lo que afirmó su figura de padre de la independencia, consiguiendo la victoria en las primeras elecciones a la Asamblea Constituyente, en abril de 1947, y reduciendo al Partido Comunista a un papel secundario. En julio de ese mismo año, Aung San fue asesinado por sus rivales políticos, sin relación con los comunistas, y, en enero de 1948, Rance entregó el poder a Sao Shwe Thaik, primer presidente de la Birmania independiente. El enfrentamiento entre el gobierno nacionalista y el Partido Comunista culmina en marzo de 1948, cuando el primer ministro, U Nu, ordena la detención de todos los dirigentes comunistas, que contestan con un llamamiento a la insurrección. Thakin Than Tun dirige desde ese momento la guerrilla comunista, mientras el gobierno nacionalista inicia un errático proceso político que se inspira en el Partido del Congreso de Gandhi y Nehru, con su socialismo moderado.

El gobierno de U Nu fue derrocado en 1962 por un golpe de Estado dirigido por el general Ne Win, quien pasó a ser primer ministro y después presidente, con un confuso programa de gobierno, mezcla de conceptos budistas y socialistas que pretendía iniciar un inédito camino entre la socialdemocracia y el comunismo, que no le impidió perseguir con saña a los militantes comunistas. El propio Ne Win era un sujeto estrafalario, que gobernaba recurriendo a videntes y a astrólogos, hasta el punto de que huía de los malos espíritus caminando de espaldas, y cambió el sentido de la conducción en las carreteras del país, de izquierda a derecha, por consejo de sus videntes, para, supuestamente, equilibrar las decisiones políticas. Fundó, junto con sus conmilitones, el Partido del Programa Socialista de Birmania, PPSB, cuyo proyecto político intentó vampirizar el prestigio que tenía el socialismo en el mundo para conseguir el desarrollo de los países asiáticos, como se comprobaba en China, y también los planteamientos socialistas del Partido del Congreso indio de Nehru. El general Ne Win y los militares, que bebían también del ejército creado por Aung San tras la independencia, gobernaron el país con el PPSB hasta el golpe de estado de 1988, protagonizado por el general Saw Maung, un veterano de la represión contra la guerrilla comunista, que liquidó el PPSB y presidió la Junta Militar hasta que fue también derrocado, en 1992, por un golpe palaciego de los propios militares.

El Partido Comunista, que calificó a la dictadura de Ne Win como cómplice del imperialismo, y defensora de un capitalismo burocrático, mantuvo la guerrilla y tomó distancia de la Unión Soviética y de Vietnam, mientras se acercaba a China. Curiosamente, tras casi treinta años de lucha armada y de una justa crítica a las tentaciones sectarias, una escasa información sobre la situación en Camboya y un seguimiento acrítico de las erráticas decisiones chinas en la última etapa de Mao Tsé Tung, llevaron al Partido Comunista Birmano a acercarse a los jemeres rojos camboyanos tras su toma del poder (como hizo también el gobierno birmano de Ne Win) e intentar mediar en su disputa con los comunistas vietnamitas. Las conversaciones de paz con el gobierno, iniciadas en 1980, culminaron con la ruptura ante la exigencia del general Ne Win de que se disolviese el Partido Comunista. Mientras tanto, la situación en el país empeoraba: las protestas de la primavera de 1988 fueron aplastadas por el ejército, causando numerosos muertos, aunque no consiguió acabar con las manifestaciones y disturbios en todo el país. Forzado Ne Win a dimitir, las protestas continuaron y la dictadura militar respondió a la rebelión popular del 8 de agosto de 1988 (levantamiento 8888, en protesta por la desastrosa situación económica y la penuria extrema de la población, además de por los asesinatos) con una feroz represión que acabó con la vida de miles de personas y finalizó con la llegada del general Saw Maung a la presidencia de la Junta Militar. Tanto el gobierno como los servicios secretos militares culparon al Partido Comunista de las manifestaciones y huelgas y del estallido de la rebelión.

El secuestro de las elecciones de 1990, y el nuevo papel de la hija de Aung San, mantenida en detención domiciliaria por el régimen durante quince años, socavaron todavía más el papel del ejército y convirtieron a San Suu Kyi en una figura de relevancia internacional. Los años siguientes fueron de represión, conspiraciones y agonía del régimen, pese a la fachada que los militares pretendían mantener, y acabaron conduciendo a la liquidación de la Junta. El sucesor de Maung, el general Than Shwe, dirigió el país hasta la disolución de la Junta Militar, en marzo de 2011, que dio inicio a la apertura. El USDP (Partido de la Unión, solidaridad y desarrollo) fue la nueva organización política creada por los militares para salvaguardar su papel y su poder, partido que hoy forma parte del gobierno con la NDL de San Suu Kyi y es el segundo grupo del parlamento birmano.

La crítica del Partido Comunista a la dictadura militar, el rechazo a la constitución de 2008 y a las elecciones falseadas de 2010, la exigencia de mejoras en la vida de la población y de censura por la corrupción y el enriquecimiento de los militares, además de la dura existencia de los campesinos sin tierra, no consiguieron crear un espacio político para la izquierda, frente a la apuesta de la NDL, que fue vista por la población como la única palanca posible para forzar el cambio político, y configuró así un nuevo equilibrio político entre el partido de los militares y el moderado centro-izquierda de San Suu Kyi. En vísperas de las elecciones de 2015, criticadas por el control ejercido por la dictadura militar, la postura del Partido Comunista y de la izquierda iba acompañada del temor a que la política de apertura de los militares birmanos fuese acompañada de facilidades para la llegada de empresas y militares norteamericanos.

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La denominada, por la prensa occidental, revolución del azafrán, se inició en el monasterio Myo Ma Ahle. En 2007, unos monjes budistas protestaron por el precio del petróleo, y su gesto fue seguido en todo el país. El 2 de mayo de 2008, el ciclón Nargis arrasó el Estado de Ayeyarwady y llegó hasta Rangún, causando más de ciento treinta mil muertos y una destrucción apocalíptica que todavía puede observarse en algunas zonas. La Junta militar mantenía una dura represión contra cualquier protesta, contra los diferentes grupos de la guerrilla y acosaba a la izquierda y al ilegal y clandestino Partido Comunista birmano, pero la catástrofe del ciclón Nargis, que siguió a las protestas, arrinconó a la Junta Militar, que inició poco después un proceso de apertura política que culminó en 2011 con la elección del general Thein Sein como presidente de la república con la misión de convocar elecciones generales en noviembre de 2015, que dieron la victoria a la oposición dirigida por San Suu Kyi.

Los militares se habían reservado la cuarta parte de los escaños, pero la NDL, Liga Nacional por la Democracia, el partido de la señora, ganó las elecciones alcanzando casi el ochenta por ciento de los diputados. Así, un nuevo gobierno se configuró en abril de 2016, dirigido en la práctica por Aung San Suu Kyi, que no podía ser elegida presidenta por las limitaciones impuestas por los militares en la Constitución y cuyo cargo oficial es el de Consejera de Estado y ministra de Asuntos Exteriores. San Suu Kyi inició programas de protección social y destinó más recursos a la precaria sanidad, prometiendo que trabajaría para crear puestos de trabajo y por una federación birmana unida, además de por la mejora del transporte y para llevar la electricidad a más birmanos. Combatir la corrupción, otro de los problemas acuciantes, está también entre sus objetivos.

El nuevo sistema político se articula alrededor de la Liga Nacional por la Democracia de San Suu Kyi, un partido que se sitúa entre la socialdemocracia y el liberalismo, y del partido USDP (Unión, Solidaridad y Desarrollo), nacionalista, que dirige el general retirado U Than Htay, y es heredero de la Junta militar que dirigió el país hasta 2011; en esa fecha, la Junta se disolvió y el primer ministro Thein Sein, otro general, se retiró del ejército para crear el USDP y acceder a la presidencia de Myanmar, cargo que mantuvo hasta marzo de 2016, cuando tras las elecciones de 2015 que otorgaron la victoria a la NDL, pasó a ser presidente U Htin Kyaw, hombre de confianza de San Suu Kyi.

Las elecciones parciales celebradas posteriormente, en 2017, han mostrado el desgaste de la NDL, sobre todo en las regiones habitadas por minorías étnicas, e incluso cierta decepción entre los birmanos con el papel desempeñado por San Suu Kyi, mientras se produce una radicalización en el nacionalismo anti musulmán de raíz budista, que exige la deportación y expulsión de los rohingyas a Bangla Desh, opinión que comparten muchos de los dirigentes del partido de San Suu Kyi. La situación de la población rohingya (un millón de personas, musulmanes, que viven en el estado de Rakáin, en las costas del golfo de Bengala, y a quienes el gobierno de Naypitaw no considera birmanos sino bengalíes), privados de derechos, ha llevado a la ONU a proponer el envío de una comisión internacional para estudiar los abusos sobre esa minoría, propósito que fue rechazado por San Suu Kyi. La brutalidad de la policía y el ejército contra los musulmanes sigue siendo moneda común en el país, y con el pretexto de la lucha contra el terrorismo se producen frecuentes violaciones de mujeres, asaltos e incluso quema de poblados rohingyas. Además, las mafias de tráfico de personas engañan a los rohingyas ofreciéndoles la huida por mar hacia Malasia para escapar de la represión, aunque, con frecuencia, los abandonan después a su suerte: en mayo de 2015, cientos de rohingyas se ahogaron en el mar de Andamán, acosados por la marina thailandesa que les negaba la entrada en su país.

Ese es uno de los graves problemas que debe afrontar Birmania y el nuevo gobierno, presionado además en el plano internacional: la Organización para la Cooperación Islámica (hasta 2011, Conferencia Islámica) celebró en Malasia una conferencia presidida por el primer ministro malayo, Najib Razak, para estudiar la situación de los rohingyas y exigir soluciones al gobierno birmano. En la región donde viven los rohingyas operan grupos como el Ejército de Salvación de Arakan Rohingya y el Aqua Mul Mujahidin, un grupo islamista armado que ha realizado atentados y ataques en la región birmana aledaña a Chittagong, de Bangla Desh. De hecho, en el verano de 2017, la violencia había aumentado y la situación es muy insegura e inestable en todo el estado de Rakhine, con decenas de desaparecidos y muertos en atentados, y donde el ejército está desplegado en situación de alerta. Por si faltaran problemas, las guerras de Oriente Medio, la intervención norteamericana en toda la región y la actividad jihadista han hecho aparecer nuevos espejismos y riesgos: Daesh considera a Birmania, junto con el sur de Thailandia, Indonesia, Singapur, Malasia y Filipinas, como territorios de un hipotético Estado de Asia oriental que ambiciona crear, objetivo que aunque no tiene ninguna viabilidad no por ello deja de preocupar por sus repercusiones en el terrorismo jihadista que actúa en Asia y que tiene particular influencia en la isla filipina de Mindanao.

La delicada cuestión de las minorías nacionales llevó a celebrar la primera Conferencia Panglong en el verano de 2016, que concluyó sin acuerdos, aunque se cerró con el objetivo de articular un nuevo estado federal birmano. En la segunda Conferencia Panglong, celebrada en mayo de 2017, donde participaron casi mil representantes del gobierno y el ejército (entre ellos, Aung San Suu Kyi; y el general Soe Win), de los partidos políticos, el parlamento, y de quince grupos guerrilleros, se acordaron las competencias reservadas para los gobiernos regionales y estatales, su capacidad legislativa y la igualdad de todos los componentes nacionales en Birmania, así como los mecanismos para asegurar el fin de los enfrentamientos armados. Pese a los avances, siete grupos guerrilleros se negaron a suscribir los acuerdos, aunque aceptaron continuar las conversaciones con el gobierno.

A finales de 2016, se produjeron nuevos combates entre el ejército birmano y una alianza de grupos guerrilleros de minorías étnicas como el KIA (Ejército de independencia de Kachin), el TNLA (Ejército de Liberación Nacional Ta’ang) y el MNDAA (Ejército de la Alianza Democrática Nacional de Kokang). Los enfrentamientos, que se han prolongado a lo largo de 2017, se produjeron en la región situada entre Mandalay y la frontera china en Muse, causando la muerte a más de doscientas personas y a decenas de soldados, obligando a evacuar más de doscientas aldeas; en los combates participaron, con armamento pesado, casi mil guerrilleros de los grupos que no han suscrito el Acuerdo de Tregua Nacional. La situación en la zona fronteriza preocupa a China, cuyo gobierno ha impulsado conversaciones en Pekín con el gabinete birmano y contactos con los grupos guerrilleros con el objetivo de estabilizar la frontera. Pese a todo, continúan los enfrentamientos y, según organismos humanitarios, la violación de los derechos de las minorías por el ejército.

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Desde la independencia, tras la Segunda Guerra Mundial, Birmania ha optado por una prudente política de mantener relaciones estables y amistosas con sus dos grandes vecinos, China y la India, con quienes comparte extensas fronteras. Sabe cuál es su situación estratégica en Asia y en el mundo, y necesita cultivar su simpatía. Estados Unidos trata ahora de atraerse al país para su política de contención de China: la llegada a finales de noviembre de 2011 de la secretaria de Estado, Clinton, para entrevistarse con el general Thein Sein, fue el inicio de una nueva relación con Washington, que anteriormente ya había enviado varias misiones especiales para negociar con la Junta militar. A la embajada de Clinton siguió la primera visita de Obama, en noviembre de 2012, y una segunda en noviembre de 2014.

El gobierno de San Suu Kyi quiere atraer inversiones chinas y apuesta por desarrollar la colaboración con Pekín en la construcción de infraestructuras, tratamiento del agua, agricultura y energía eléctrica. China es el principal socio comercial de Birmania, y sus inversiones alcanzan casi el treinta por ciento del capital exterior invertido en el país. Birmania acaba de firmar un acuerdo con Pekín para construir un oleoducto que unirá los dos países, convenio suscrito en abril de 2017 por Xi Jinping y el presidente birmano U Htin Kyaw. Ese oleoducto permitirá a China importar petróleo de Oriente Medio y descargarlo en la costa birmana del golfo de Bengala para llevarlo por tierra hasta la región china de Yunnan, donde Pekín ha construido una gigantesca refinería para tratar doscientos sesenta mil barriles diarios. Esa apuesta china evita así un hipotético bloqueo, por la Marina de guerra norteamericana, del estrecho de Malaca, por donde pasa hoy la mayor parte de sus importaciones de petróleo: no en vano, el patrullaje y acoso norteamericano en la zona es constante, y se une a la creciente presencia estadounidense: desde el acuerdo del gobierno singapurense con el secretario de Estado Robert Gates en 2011, Estados Unidos cuenta en Singapur con buques de guerra y presencia militar permanente en la base naval de Changi, en el extremo occidental del Mar de China meridional, donde el Pentágono está desarrollando un ambicioso plan militar para contener a China, mientras estimula en los países del área la desconfianza hacia Pekín con la excusa de la defensa de la «libertad de navegación».

Con una economía centrada en el arroz, el gas y la madera, y, en menor grado, la pesca y los textiles, Birmania tiene que importar el petróleo que consume y la maquinaria, automóviles y tractores que necesita, que compra en China, Singapur y Japón. Myanmar cuenta con un producto interior bruto menor que el de Singapur, y apenas la tercera parte del de Vietnam, con quien mantiene buenas relaciones, además de con China y la India. San Suu Kyi se ha mostrado interesada en el proceso de desarrollo vietnamita, con quien ha intensificado la cooperación. En el seno de la ASEAN, la asociación del sudeste asiático, su principal socio comercial es Thailandia (junto a Singapur, Malasia, Indonesia y Vietnam), aunque la frontera común entre los dos países es una fuente de problemas debido al activo narcotráfico en la zona, donde el ejército birmano detiene cada año a centenares de personas relacionadas con las drogas, y que ha llevado al gobierno de Naypitaw a crear, junto con China, Laos y Vietnam, varias oficinas de cooperación para controlar el tráfico de droga. Thailandia trabaja en un plan, visto con agrado por Naypitaw, para impulsar los intercambios comerciales con Birmania, Laos, Camboya y Vietnam, en una suerte de bloque regional dentro de la ASEAN para hacer frente a la competencia internacional. Por el contrario son casi inexistentes los intercambios comerciales de Myanmar con Filipinas, Laos y Camboya. Los mayores inversores en el país son Singapur, China y Vietnam.

Productor de arroz, Birmania exporta el ochenta por ciento de su producción a China. En 2016, vendió casi 800.000 toneladas al exterior, y compite en ese campo con otros países del sudeste asiático como Vietnam, India, Thailandia y Camboya. San Suu Kyi ha visitado China, Japón, la India, Canadá y Estados Unidos para captar inversiones. Shinzo Abe, primer ministro japonés, anunció durante la visita de Aung San Suu Kyi, que su país aportaría siete mil millones de euros a Birmania para impulsar el desarrollo, sobre todo en la construcción de aeropuertos y líneas de electricidad, y en la pacificación de las minorías étnicas.

A finales de 2016, el Banco Mundial concedió a Birmania un préstamo de cien millones de dólares para desarrollar la estructura financiera del país, que, hoy, no puede afrontar las necesidades crediticias. En junio de 2017, el gobierno de San Suu Kyi organizó un foro de inversión en Naypitaw para estimular la inversión extranjera, especialmente en las áreas económicas de Dawei (en la costa del mar de Andamán, a medio camino entre Rangún y Bangkok), Thilawa (al sur de Rangún), y Kyaukphyu (en la isla Ramree, en el estado de Rakhine habitada por los rohingyas). Thailandia está muy interesada en la región de Dawei y ha ofrecido al gobierno birmano financiar la construcción de una carretera que conecte con la frontera thailandesa e invertir en la zona económica especial. A su vez, Vietnam trata de impulsar la creación de un corredor económico que una el sur de Birmania, Thailandia, el noreste de Camboya (Stung Treng y Ratanak Kirí), la región laosiana de Sekong y la vietnamita de Quảng Nam, en el centro del país.

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En Yangon, la vieja Rangún colonial, niños y niñas vestidos con camisas blancas y longyi salen de la escuela, llenando las calles de sonrisas y bullicio. La densa ciudad cuenta con seis millones de habitantes y una extensión que multiplica por siete la de Barcelona, con serios problemas en los suburbios e incluso en las calles del centro, donde transcurría antaño la vida de la colonia. Rangún dispone de un programa para su desarrollo, con ayuda japonesa, que impulsará siete poblaciones aledañas para descongestionar la ciudad: las siete localidades satélites planeadas son Thanlyin, Rangún Oriental, Rangún Sur, Dala, Hmawby, Htantabin y Helgu, aunque las dificultades financieras ponen en entredicho su aplicación. Para complicar más las cosas, en marzo de 2017, un terremoto alarmó a la ciudad, derribando edificios y causando numerosos heridos.

En la zedi Shwedagon, centro espiritual del budismo birmano, cuya altura de cien metros y el brillo del oro que la cubre hace que se vea desde muchas zonas de la ciudad, el calor es infernal. Columnas y stupas revestidas con el oro ofrendado por los peregrinos, crean una atmósfera irreal, que envuelve las túnicas de azafrán, a veces amarillas, de los monjes, mientras los devotos encienden velas y palitos de incienso y tiran agua sobre algunos Budas. Mujeres con parasoles hacen fotografías con el telefonino, ataviadas con el longyi y blusas coloridas, y pasean descalzas por el enorme recinto. Aquí y allá, monjes con la cabeza rasurada y túnica roja o azafrán. Los fieles descansan en las columnatas y porches, ante los Budas, huyendo del sol; otros, se postran en el suelo, en oración, juntando las palmas de las manos: el budismo Theravāda hermana a Birmania con sus vecinas Thailandia, Laos y Camboya.

En la zedi Sule Payá, una stupa de dos mil años, aunque más pequeña que la Shwedagon, se encuentran negocios de lectura de manos, minúsculos; carritos de comida, tiendas de astrología: es el centro de la ciudad, junto a la telaraña ordenada y, al tiempo, caótica de Chinatown, con calles numeradas por los británicos, por donde pasan, comen y duermen, a veces en espacios minúsculos, muchedumbres interminables. No lejos de aquí, en la vieja Dalhousie street, vivió el joven Pablo Neruda, que había llegado en barco a Rangún por el golfo de Martabán, para descubrir desde la cubierta la stupa Shwedagon cargada del oro de los peregrinos, y el constante paso de los monjes budistas con sus telas de azafrán. Al lado, en el jardín Mahabandoola, se halla el obelisco blanco a la independencia de Birmania que sustituyó a la estatua de la reina Victoria, que destaca hoy entre edificios modernos, frente al Ayuntamiento y la antigua oficina de inmigración de la colonia británica. También aquí, en la calle Barr, casi junto a Maha Bandula, se fundó el Partido Comunista Birmano en agosto de 1939 por una decena de personas entre quienes estaba Aung San (el dirigente de la independencia de Birmania y padre de Aung San Suu Kyi), que fue elegido secretario general, aunque abandonaría el partido un año después, tras su viaje al Japón. Esa misma calle sería también escenario de las matanzas de la Junta militar birmana el 8 de agosto de 1988.

La vida de Rangún fluye en decenas de pequeños restaurantes en medio de la calle, figones a la intemperie que son apenas unas mesas de plástico y unos taburetes, con frágiles cocinas, regentadas a veces por niños, que tienen al lado hoteles de lujo. Algunas vías recuerdan a Bombay, hija también de la colonia británica y del trópico, llenas de edificios negruzcos tintados por los monzones; y en las callejuelas del puerto, hindúes y bengalíes trajinan con sus pequeños negocios de transporte o descansan en el suelo, mientras se escucha el graznido de los cuervos. Más allá, frente al río Rangún que va a morir al golfo de Martabán, se encuentra el hotel Strand que frecuentaron Kipling, Orwell y Somerset Maugham, y en sus lujosos salones de mármol y madera de teca nada recuerda a la penuria de los birmanos, atrapados ahora entre una esperanza que, tal vez, se desvanezca pronto; obstinados en su piedad budista y en la soledad anunciada por la debilidad de la izquierda política, soportando la furia de los monzones en sus casas desvencijadas, mientras los generales siguen vigilando los días de Birmania y los monjes budistas caminan por las calles recogiendo limosnas con sus telas de azafrán.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.