La crisis Terminal del capitalismo es mucho más amplia y comporta una dimensión civilizatoria y no solamente de la preponderancia y el dominio de un país en particular, por muy poderoso que este sea y aunque ocupe un lugar central en el sistema mundial contemporáneo. Como indica Roberto Espinoza, «vivimos una compleja crisis de la […]
La crisis Terminal del capitalismo es mucho más amplia y comporta una dimensión civilizatoria y no solamente de la preponderancia y el dominio de un país en particular, por muy poderoso que este sea y aunque ocupe un lugar central en el sistema mundial contemporáneo.
Como indica Roberto Espinoza, «vivimos una compleja crisis de la civilización hegemónica (aquella de la unidad entre «modernidad-colonialidad») que pone en peligro todas las formas de vida del planeta, no solo las humanas, y hace urgente el desarrollo de alternativas». Estas, que tienen que ser necesariamente complejas, totales y radicales, vías de desarrollo que se aparten de lo que José María Tortosa cataloga como maldesarrollo, han ido surgiendo desde distintos espacios del espectro socio político y abarcan un abanico tan plural y heterogéneo como plural y heterogéneos son los grupos y movimientos sociales que los articulan, proponen e impulsan.
En este contexto, el concepto de transición está surgiendo con fuerza a nivel mundial, particularmente a raíz de la crisis combinada de energía, clima, alimentación y pobreza (transiciones hacia sociedades post-petróleo, bajas en consumo de energía, sustentables, y hacia la soberanía alimentaria con producción local y autonomías locales, en particular), pero también en términos culturales y espirituales.
La mayoría de estos discursos de la transición están animados por una preocupación profunda por la vida. Al hacer visibles los efectos perniciosos de las ideologías del individuo y del mercado, estos discursos vuelcan la atención sobre la necesidad de reconstruir las subjetividades y la economía, con frecuencia en tándem con aquellas sociedades donde los regímenes del individuo y la propiedad privada no han llegado a controlar por completo la práctica social. Estos discursos igualmente propenden por economías diversas centradas en la vida, cual es el caso de muchas visiones de la economía social y solidaria.
Immanuel Wallerstein coincide en que nos encontramos en un mundo en transición, y «no meramente de la transición de unos pocos países atrasados que necesitan ponerse al día con el espíritu de la globalización, sino una transición por la cual el sistema-mundo capitalista, en su totalidad, se transforma en algo diferente».
En otras palabras, nos encontramos ante lo que este mismo autor cataloga como una larga crisis Terminal del capitalismo, que lleva hacia un futuro extremadamente incierto en la medida en que no han cuajado alternativas totales y viables. Esta crisis Terminal coincide, pero no debe confundirse, con el decaimiento de la preponderancia norteamericana en el mundo, que alcanzó su cenit después de 1945, cuando los Estados Unidos emergieron como la única potencia industrial de peso.
La crisis Terminal del capitalismo es mucho más amplia y comporta una dimensión civilizatoria y no solamente de la preponderancia y el dominio de un país en particular, por muy poderoso que este sea y aunque ocupe un lugar central en el sistema mundial contemporáneo. Es en este contexto que surge a partir de la década de los 90 una serie de propuestas que busca alternativas a ese sistema que se encuentra en crisis pero que no termina de morir.
La transición a la que nos hemos estado refiriendo forma parte de una dinámica mucho más amplia que la coyuntura de los últimos 30 años, cuando ha prevalecido en el sistema mundial la forma neoliberal del capitalismo, y tiene que ver más bien con las contradicciones del sistema capitalista que tuvo su génesis hacia 1450, aunque la forma que asume su fase terminal y el rumbo que tome el mundo después de él sí se encuentra vinculado tanto a la lucha organizada en contra suya como por las propuestas que puedan hacerse en este contexto.
El capitalismo actual es la forma más acabada de organización social emanada de la Civilización Occidental. Tanto él, como la organización económico-social socialista histórica, constituyen expresiones de una forma de ver y estar en el mundo que hace aguas como forma viable de organización social que permita no solo el bienestar humano sino su supervivencia misma sobre la faz de la Tierra.
Se impone, por lo tanto, encontrar formas de organización social viables en este momento histórico de transición, lo cual se refiere a la migración hacia un nuevo tipo de sociedad en donde, en primer lugar, no prevalezca lo que Leonardo Boff llama el nuevo fetiche: el mercado.
Rafael Cuevas Molina. Presidente AUNA-Costa Rica