Desde la I Revolución Industrial el desarrollo se ha sustentado sobre el consumo de energías fósiles, primero el carbón y después el petróleo y el gas. Previsiblemente, en los próximos años su consumo aumentará exponencialmente por la industrialización de los países emergentes. Es decir, la demanda aumentará mientras que las reservas serán cada vez menores por lo que llegará un momento en que se producirá un colapso energético.
En varias décadas el petróleo comenzará a escasear y poco después el gas natural –del que quedan más reservas- y el carbón. La carestía provocará una escalada en los precios de los combustibles que provocará graves desajustes, especialmente en aquellos países que no cuentan con recursos propios. Y lo peor de todo es que no existe un plan B ya que las energías alternativas no pueden compensar actualmente la capacidad energética de los recursos fósiles. Esta vez, la crisis energética no será coyuntural sino estructural, debido a su propio agotamiento.
Asimismo, desde la caída del muro de Berlín en 1989 el capitalismo ya no se siente amenazado y la oligarquía económica está recuperando el terreno perdido a costa de quitarle derechos y renta a las clases medias. Desde 1990 se acabó definitivamente con el progreso, es decir, con la suma de crecimiento económico y aumento del Estado del Bienestar. Ello ha provocado la actual acentuación de las desigualdades sociales, al tiempo que los sindicatos han perdido fuerza y base social. Los países ricos cada vez lo son más mientras que los países pobres cada vez disponen de menos recursos, mientras que en esos mismos países desarrollados, la oligarquía cada vez es más pudiente mientras que los trabajadores sufren peores condiciones laborales y salariales. Así, por ejemplo, según datos de 2018, los 62 individuos más ricos del mundo poseían una riqueza equiparable a los 3.900 millones de seres humanos más pobres. El paro no deja de aumentar en muchos países y buena parte del empleo es cada vez más precario. Una degradación laboral que se ha incrementado desde la crisis de 2008 pero que se sigue extendiendo en nuestros días y se acentúa aún más desde la crisis del Covid-19 de 2020. Y los que más lo sufren son los jóvenes, que tienen altas tasas de paro y los que trabajan se ven obligados a aceptar unas precarias condiciones laborales. Forman un grupo nuevo el de los llamados trabajadores pobres. Nada tiene de particular, pues, que Warren Buffett haya escrito que los ricos han ganado la lucha de clases.
A partir del año 2025 nos podemos encontrar con un mundo superpoblado, con más de 8.000 millones de habitantes, un ecosistema profundamente alterado, un cambio climático en plena vorágine y un capitalismo industrial en quiebra por falta de fuentes de energía baratas. Ello provocará a su vez un crecimiento generalizado del precio de los alimentos, que por otro lado ya ha comenzado, así como la escasez cada vez mayor de agua dulce de calidad. Crisis energética, cambio climático, colapso ecológico, derrumbe del sistema capitalista, hambrunas y migraciones a gran escala serán, si nada ni nadie lo remedia, inevitables. Los grandes ecosistemas del mundo serán cada vez más secos y estarán más expuestos a los incendios, al tiempo que grandes oleadas víricas harán estragos en la población. En medio de la crisis del capitalismo es posible que surjan regímenes totalitarios y que la democracia vaya perdiendo terreno progresivamente. Así, pues, la quiebra del capitalismo no llegará tanto de la mano de la revolución proletaria, como previera erróneamente Karl Marx, sino fruto de sus propias contradicciones internas. Todo esto afectará más a las tradicionales regiones desarrolladas y a los países emergentes que a las áreas más atrasadas o aquellas en las que la población indígena vive al margen del consumismo capitalista.
¿Hay alguna receta para cambiar el mundo? No hay recetas mágicas pero sí algunas recomendaciones que pueden ayudar mucho, como las que ha planteado el decrecentista Carlos Taibo: una, recuperar una vida social que, a su juicio, nos ha sido robada, es decir, las relaciones sociales pausadas de nuestros antepasados. Dos, Desplegar fórmulas de ocio creativo, ajenas al consumismo. Tres, redistribución de la carga laboral, trabajo para todos aunque en menos cantidad y una renta básica que nos permitan satisfacer las necesidades no acumular. Es necesario recuperar el espacio público. Cuatro, reducir las infraestructuras productivas, administrativas y de transporte. Quinto, restaurar la vida local, la autogestión y la democracia directa, poniendo freno a la globalización desbocada. Y sexto, recuperar voluntariamente y a nivel individual la sencillez y la sobriedad de antaño. En pocas palabras, renta básica, austeridad, reducción del consumo, estímulo de la economía local frente a la global y reciclaje y reutilización.
Y para finalizar, ¿hay algún motivo para la esperanza? En principio el cambio tranquilo parece difícil, entre otras cosas porque una buena parte de la población, sobre todo en Occidente, está desmovilizada. A su vez, los medios de comunicación, aunque masivos en la actualidad y fácilmente accesibles, muestran la información sesgada y totalmente manipulada, ante la indiferencia de la mayoría. Asimismo, existe una fe ciega en la tecnociencia, es decir, la creencia de que la tecnología solucionará todos los problemas del presente y del futuro. Será duro para la actual juventud que, salvo excepciones, está inmersa en un mundo hedonista e insolidario. Sin embargo, no podemos perder la esperanza, que es la llama que ha mantenido viva a la humanidad. Con total seguridad, tras la dramática y dolorosa transformación del mundo, que dejará miles de cadáveres en el camino, surgirá una sociedad más respetuosa con el medio ambiente, más justa y más solidaria. Como escribió Ramón Fernández, la ilusión en que otro mundo es posible nos debe iluminar el camino. Mientras eso ocurre, no podemos quedarnos de brazos cruzados, debemos seguir luchando para que las mejoras sociales del siglo XX no sólo no se desmantelen sino que se extiendan a todo el mundo. De la concienciación de todos depende que el cambio sea más o menos traumático. La cosa no pinta bien, pero como siempre, habrá que agarrarse a lo único que nos queda: la esperanza.
PARA SABER MÁS:
Davidson, Neil: Transformar el mundo. Revoluciones burguesas y revolución social. Barcelona, Pasado& Presente, 2013.
Fernández Durán, Ramón: La quiebra del Capitalismo Global: 2000-2030. Preparándonos para el comienzo del colapso de la Civilización Industrial. Madrid, Editorial Virus, 2011.
Fontana, Josep: El Siglo de la Revolución. Una historia del mundo desde 1914. Barcelona, Crítica, 2017.
Taibo, Carlos: ¿Por qué el decrecimiento? Un ensayo sobre la antesala del colapso. Barcelona, Libros de Lince, 2014.