
La historiografía marxista más tosca ha mantenido de manera implícita un alto grado de positivismo con trágicas consecuencias políticas. Se trata de un prejuicio según el cual solo el modelo industrial y fabril habría introducido procesos de modernización que, en última instancia, han determinado la forma y composición de la figura del trabajador. Sin embargo, el capital viene respondiendo desde tiempo atrás al empuje y las respuestas obreras a partir de intensos procesos de descentralización y reorganización productiva con el fin de debilitar la unidad sindical y la cohesión social.