El pasado noviembre, los presidentes de China y EE.UU. realizaron sendas giras por el Sudeste Asiático, que incluyeron una cumbre bilateral en Beijing, en un episodio más de la creciente rivalidad entre las dos potencias en el nuevo corazón económico del planeta. La pugna surge de una ecuación básica: EE.UU. quiere mantener como sea, en […]
El pasado noviembre, los presidentes de China y EE.UU. realizaron sendas giras por el Sudeste Asiático, que incluyeron una cumbre bilateral en Beijing, en un episodio más de la creciente rivalidad entre las dos potencias en el nuevo corazón económico del planeta. La pugna surge de una ecuación básica: EE.UU. quiere mantener como sea, en la región, su condición de potencia hegemónica, que ocupa desde la II Guerra Mundial; China le quiere lejos y llenar el espacio que ocupa. EE.UU. quiere rearmar a sus aliados, para que hagan frente común contra China y Rusia; China quiere a las tropas de EE.UU. lejos de sus fronteras y un vecindario neutral. La guerra, por ahora, se limita a lo económico y comercial, pero con un creciente olor a pólvora. Ambas potencias (así como Rusia, conviene no olvidarla) modernizan y multiplican sus arsenales viendo, a mediano plazo, un horizonte en el que, si no se alcanza un status aceptable para todos -tema harto difícil, pues sus intereses son, además de disímiles, contrapuestos-, los temas económicos y comerciales pasarán a segundo nivel y las armas ocuparán el primero.
No se trata de una afirmación gratuita o especulativa. El 3 de noviembre, durante una reunión de la Comisión Militar Central (CMC), de la que es presidente, Xi Jinping, vestido de militar, afirmó que «la CMC debe encabezar a las fuerzas armadas para que estén listas para pelear y ganar guerras y para emprender las misiones y tareas de la nueva época que les sean encomendadas por el Partido y por el pueblo». Trump, por su parte, en su primer discurso en Japón, en la base militar estadounidense de Yokota, afirmó: «Dominamos el cielo, dominamos el mar, dominamos la tierra y el espacio», para, acto seguido, afirmar que «Mientras sea presidente, los hombres y mujeres del Ejército que defienden a nuestra nación tendrán el equipamiento, los recursos y la financiación que necesiten para… responder a nuestros enemigos de manera rápida y decisiva, y cuando sea necesario, para luchar, para dominar, y ganar siempre». En una reunión con la comisión de Defensa, Vladimir Putin afirmó que las Fuerzas Armadas rusas deben poseer el armamento más moderno, de igual o superior nivel del armamento extranjero. «No solo desarrollar nueva tecnología y armamento, sino también estar preparados para empezar a producirlos en serie sin demora alguna». «Porque si queremos ir adelante y queremos vencer, debemos ser los mejores», puntualizó Putin
Conscientes de los intereses en juego en el Pacífico, en 2016, el gobierno ruso decidió construir una gran base naval en la isla kuril de Matua -reclamada por Japón-, para reforzar la presencia rusa en el Pacífico norte y servir de enlace entre sus otras dos grandes bases navales, la de Vladivostok y la de Kamchatka. Al mismo tiempo, Rusia reconstruirá toda la red de aeropuertos existente en las Kuriles, para hacer de ese archipiélago base de su proyección en el océano Pacífico, aunque dirigida esta proyección al arco que va desde Japón al Círculo Polar Ártico. En ese océano, Rusia está construyendo una extensa y -por ahora- incontestada red de bases militares y aeropuertos, para consolidar su condición de potencia dominante, aprovechando la vastedad de sus costas árticas. También hace grandes inversiones, para aprovechar las inmensas reservas energéticas existentes, que el cambio climático ha hecho accesibles.
Trump escogió visitar a sus tres principales aliados en la región -Japón, Corea del Sur y Filipinas-, países que concentran el grueso de las bases militares estadounidenses en el Sudeste Asiático. Un paso obvio, pues, en caso de conflicto con China y Rusia, EE.UU. necesitaría perentoriamente del apoyo de esos aliados. Corea del Norte, en este juego de poderes mundiales, es un pretexto magnífico para justificar el rearme de Japón y Corea del Sur, objetivo perseguido por EE.UU. desde hace muchos años, porque ambos países son lo más parecido a la OTAN que pueda tener Washington en el Sudeste Asiático. La inflada crisis con Corea del Norte ha servido para que Corea del Sur relance su programa de misiles balísticos (lo que, en Occidente, nadie comenta) e, incluso, insinúe la posibilidad de dotarse de sus propias armas nucleares.
El tema norcoreano está sirviendo también para que Japón rompa el muro del artículo 9 de su Constitución -que limita a la estricta autodefensa la capacidad militar japonesa-, para convertirse en potencia militar con libertad para proyectar su poder en el exterior. Aunque el asunto pase aquí inadvertido, se trata de una decisión en extremo delicada para la paz mundial, pues nada genera más recelo y animadversión en el Sudeste Asiático que un rearme de Japón. Para China se trataría de un casus belli, pues, además del rencor histórico e irresuelto existente por las barbaries perpetradas por Japón antes y durante la II Guerra Mundial, Beijing no puede admitir, sin riesgo para su propia hegemonía, un Japón rearmado y agresivo. La gira de Trump fue, en tal sentido, como llevar cerillas a un depósito de pólvora. Bajo su presión, Seúl y Tokio firmaron contratos multimillonarios de compraventa de armamento estadounidense, haciendo aún mayor la autopista hacia la confrontación. Comparado con un conflicto chino-japonés, el tema norcoreano y su baile de misiles sería un simple juego de parvulario.
Tanto Trump como Xi Jinping visitaron Vietnam, país fronterizo con China y con una costa extensa, que hace que sea el país más afectado por las reclamaciones chinas en el Mar de la China Meridional. La rivalidad sino-estadounidense ha elevado el valor geoestratégico de Vietnam, pues EE.UU. sueña con incorporarlo a su alianza anti-china, en tanto China necesita de su amistad, tanto para cerrarle el paso a EE.UU., como para demostrar al vecindario que China no es una potencia imperialista más y que no impondrá sus intereses con fuerza bruta. La mejor manera de demostrarlo es gestionando adecuadamente sus relaciones con Vietnam En esa línea, Xi y su colega vietnamita, Nguyen Phu Trong, acordaron abordar bilateralmente la controversia marítima y promover la cooperación entre ambos países, así como mantener la paz y la estabilidad en el Mar Meridional de China, sobre la base del consenso. Cuenta, además, el factor ruso, pues Vietnam ha renovado con Rusia los estrechos vínculos que mantuvo con la Unión Soviética, tanto que Moscú podría reabrir la base soviética de Cam Ramh, con el propósito de reforzar la presencia rusa en esa parte del océano Pacífico, algo que China ve con buenos ojos, pues contribuye a difuminar las pretensiones de EE.UU.
En Vietnam coincidieron Putin, Xi y Trump para asistir en Danang, del 10 al 11de noviembre, a la XXV cumbre anual del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC, por sus siglas en inglés). Los 21 miembros de la APEC, fundada en 1989, representan el 54% del PIB mundial, el 49% del comercio global y el 39% de la población del planeta. No obstante, más allá de las cifras, Putin, Xi y Trump deseaban demostrar su interés por lo que es, ya, la región más estratégica del mundo y escenario principal del nuevo reordenamiento planetario. De Vietnam se trasladó Trump a Filipinas, para participar en la Cumbre de la ASEAN, mientras Xi se quedaba en visita oficial en Vietnam, aunque envió a su primer Ministro, Li Keqiang, a Manila. Cada quien a lo suyo. China está ampliando a máximos históricos su relación con Hanói, mientras Trump sigue en su cruzada para consolidar un frente anti-chino. Las diferencias entre uno y otro se miden en los resultados. Trump se fue, de hecho, con las manos vacías, en tanto China sigue sumando acuerdos con sus vecinos del sur.
El fracaso de Trump era noticia anunciada, a partir de su decisión de retirar a EE.UU. del Tratado Transpacífico (TTP), lo que ha mermado la influencia de EE.UU. ante sus socios de la APEC. En su discurso en este foro, Trump mantuvo su crítica demoledora contra los tratados comerciales multilaterales, acusándolos de dañar a EE.UU., y abogando por suscribir tratados bilaterales que no dañen ni el empleo ni la industrialización del país. Una propuesta vista con reserva por muchos países, conscientes de que una negociación bilateral con un país mucho más poderoso que ellos les resultará perjudicial. Xi Jinping, conocedor de ese dilema, se presentó como el adalid de libre comercio y adversario del proteccionismo. «La historia nos ha enseñado que con el desarrollo a puertas cerradas no se irá a ningún lado, mientras el desarrollo abierto es la única elección correcta», afirmó el presidente chino en su discurso ante la APEC. Desde esa línea, China y los países de la APEC y la ASEAN comparten el propósito de duplicar su intercambio comercial, de los 500.000 millones de dólares de 2017 al billón de dólares en 2020. Tampoco estuvo ausente la controversia sobre el Mar de la China Meridional. En 2012, China y la ASEAN firmaron una declaración que preveía crear un código de conducta común entre los países reclamantes, para evitar fricciones. En Manila se anunció que, «los países miembros de la ASEAN han aceptado comenzar oficialmente negociaciones con China sobre el código de conducta». China sigue, así, desactivando el conflicto.
EE.UU., China y Rusia mueven sus fichas en el llamado Lejano Oriente, sentando las bases para la venidera y definitiva Batalla del Pacífico. No se parecerá en nada a la del siglo XX, a partir de la magnitud de los contendientes. El Japón imperial era un país de 378.000 kilómetros cuadrados y EE.UU., de casi 9 millones. EE.UU. poseía petróleo en abundancia, Japón carecía completamente de él. EE.UU. era la mayor potencia industrial del mundo, Japón un potencia media. Japón combatía desde Australia hasta Corea, EE.UU. dedicaba casi todos sus recursos a combatir a Japón. China es otra dimensión en territorio, población, desarrollo industrial y recursos naturales. China más Rusia, una alianza imbatible. La nueva batalla del Pacífico está cambiando el mundo y más que lo cambiará, aunque en esta Europa decrépita y envejecida nadie quiere darse por enterado u opten por ver a otro lado, ocupados como están en trifulcas decimonónicas.
Augusto Zamora R., Autor de Política y geopolítica para rebeldes, irreverentes y escépticos, Akal, 2016. 3ª edición, noviembre 2017.
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