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China: el reto trastornado de Estados Unidos

Fuentes: El viejo topo

El XX Congreso del Partido Comunista de China se celebró en octubre de 2022, cinco años después del anterior, tras una rigurosa preparación y análisis de los retos que enfrenta el país.

En los preparativos y en los documentos previos, Xi Jinping resaltó el carácter revolucionario del Partido Comunista de China, además del examen de la situación interna y del grado de cumplimiento de los objetivos fijados por el XIX Congreso, la cita analizó el preocupante contexto internacional.

Los asuntos a abordar fueron numerosos, y muy relevantes: desde el impacto de la pandemia de la Covid-19, a los problemas de empleo entre los jóvenes, pasando por las dificultades en las cosechas y en la producción energética por el efecto de la sequía, y la situación en el mercado de la vivienda, donde China cuenta con más de cincuenta millones de apartamentos desocupados, y, en fin, cómo afrontar el envejecimiento de la población y la natalidad, y la nueva dirección comunista elegida en el XX Congreso debe enfrentarse a una inquietante situación internacional.

China ha resistido bien el huracán de la nueva crisis económica. En el primer semestre de 2022, los beneficios de las empresas industriales chinas se redujeron un 1%, aunque mejora la fabricación de equipos y la industria automovilística, pero enfrenta problemas con la cuestión de la autosuficiencia tecnológica: por ello, Pekín, además de reforzar sus grandes empresas, pretende seleccionar unas diez mil empresas nacionales de tamaño medio (los denominados «pequeños gigantes»), a las que facilitará financiación y reducciones de impuestos, para que operen en industrias estratégicas importantes, como la producción de semiconductores, el software y la inteligencia artificial. El gobierno chino quiere que esas miles de empresas sean capaces de trabajar con la gran industria para poner fin a las debilidades en las cadenas chinas de suministros y para hacer frente a las sanciones estadounidenses. El sector privado está obligado a contribuir (con beneficios, inversiones y proyectos) al desarrollo del socialismo chino.

Con las sanciones impuestas a empresas tecnológicas pasando por la Ley de chips y ciencia, Estados Unidos persigue dañar el desarrollo comercial y tecnológico de China: Huawei era la compañía que más teléfonos inteligentes vendía del mundo en 2020 y pasó a la décima posición por ventas en 2021. Pero, en una sorprendente paradoja no prevista por los estrategas estadounidenses, las sanciones económicas y las dificultades causadas por la pandemia han forzado a China a impulsar con mayor énfasis la innovación propia y las industrias tecnológicas, abandonando la dependencia de productos y desarrollos occidentales, y sustituyendo importaciones. El Programa Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (2006-2020), ha sido el plan para impulsar la innovación. En esos quince años, China ha experimentado un impresionante desarrollo en inteligencia artificial, redes informáticas, ferrocarriles de alta velocidad, pantallas de semiconductores, equipos energéticos, nuevas baterías, entre otros muchos sectores, y ha conseguido logros relevantes: en septiembre de 2022 presentó en Berlín el sistema ferroviario maglev de alta velocidad, fabricado en Qingdao, el transporte terrestre más rápido del mundo en la actualidad, con una velocidad proyectada de 600 kilómetros por hora. En 2021, envió la primera misión a Marte, con la nave Tianwen-1, y tiene ahora desplegado en el planeta rojo un astromóvil de exploración, el rover Zhurong. A su vez, la empresa pública Corporación de Aviones Comerciales de China, COMAC, fabrica el avión C919 que compite ya con el Boeing 737 estadounidense y el Airbus 320 europeo.

En 2021, el ingreso disponible por persona en el país fue ya más del doble del nivel que tenía en 2012. La producción manufacturera también se ha duplicado en una década, y China es hoy el mayor productor de casi la mitad de los quinientos bienes industriales más importantes del mundo: es la columna vertebral de su sistema económico, que dispone ya de alta tecnología y canaliza ahora enormes inversiones en investigación y desarrollo orientadas a descarbonizar la economía y a proteger los ecosistemas. Solo entre 2016 y 2020, China convirtió tierras áridas en bosques y áreas cultivables y verdes una superficie del tamaño de Alemania. China ha controlado la pandemia, y el número de fallecidos es muy inferior al de otros países: mientras en Estados Unidos han muerto más de un millón de personas por el Covid-19, en China apenas han sido cinco mil, pero la estricta política de «Covid cero» ha afectado a la economía. En agosto de 2022, el Consejo de Estado aprobó una emisión de bonos de 73.000 millones de euros, destinada a apuntalar la recuperación económica, y el Banco Popular de China, banco central, ha bajado en 2022 en dos ocasiones el tipo de interés, con prudencia, dejándolo en 3’65%. Sinopec descubrió un gigantesco yacimiento de gas y petróleo en Xinjiang, con 1.700 millones de toneladas de reservas.

En noviembre de 2021, el Partido Comunista de China aprobó una resolución sobre la trayectoria seguida por la organización durante su siglo de existencia, que equiparó en importancia a las dos anteriores: la de 1945, que examinó algunos relevantes aspectos de la historia del partido como la resistencia ante el imperialismo japonés y la Segunda Guerra Mundial, y la resolución de 1981, que criticó duramente la etapa de la Revolución Cultural. En las dos, se abordaron los errores cometidos, y la resolución de 2021 insistió en el objetivo de conseguir una sociedad «moderadamente acomodada», abrió la perspectiva de construir un país socialista moderno, y puso énfasis en el papel de Xi Jinping, sin esconder frustraciones y fracasos. La corrupción sigue siendo un serio problema, aunque sus dimensiones se han reducido con la campaña impulsada por Xi Jinping en todos los niveles de la administración del Estado y las empresas. En septiembre de 2022, Fu Zhenghua, ex ministro de Justicia del país, fue condenado a muerte por aceptar sobornos por valor de dieciséis millones de dólares: todos sus bienes han sido incautados por el Estado, y la condena suspendida durante dos años, tras lo que podría ser conmutada por cadena perpetua. También en los días previos al XX Congreso fueron juzgados el ex viceministro de seguridad pública, Sun Lijun, que ha sido condenado a muerte, con una suspensión de la pena durante dos años, por corrupción y por aceptar sobornos, y tres antiguos jefes de policía en Shanghái, Chongqing y Shanxi. Son apenas unos casos que ilustran la ejemplaridad que quiere mostrar el Partido Comunista.

El agravamiento de la tensión internacional, la guerra ucraniana (que el Pentágono lleva al mar Báltico con el sabotaje a los gasoductos rusos Nord Stream 1 y 2 y dirige desde el centro operativo creado en Wiesbaden, Alemania), el deterioro del papel de la ONU, el permanente acoso estadounidense en la cercanía de las costas chinas y su apoyo a movimientos particularistas en Taiwán, Tíbet, Hong-Kong y Xinjiang, el desarrollo del QUAD y el AUKUS, las sanciones económicas y el intento de dañar las rutas de suministros chinas, junto a la necesidad de escapar de la red financiera occidental, y la evidencia del rearme de Estados Unidos, fuerzan a Pekín, que nunca quiso iniciar un enfrentamiento directo con Washington, a reelaborar su política exterior.

El mundo no contempla la consolidación de la paz: camina por el alambre de la inestabilidad y el enfrentamiento y la desconfianza entre las grandes potencias, que impide afrontar los grandes retos de la humanidad, de la crisis ecológica a la inseguridad en el suministro de alimentos y energía, pasando por el preocupante rearme y por las guerras en curso. El origen del peligro armamentista es evidente: Estados Unidos triplica el gasto militar chino, y la Unión Europea gasta más en armamento que China y Rusia juntas.

Yáo Zhōngqiū, de la Universidad Renmin de Pekín, estima que desde 2008 tres factores han cambiado la apreciación china sobre el mundo: la evidencia de la grave crisis que atraviesa el mundo capitalista; el fortalecimiento del país, que ya ocupa un lugar central en la escena internacional, y la nueva percepción de China sobre su papel en el planeta. Así, los dirigentes chinos creyeron hasta 2014 que podría mantenerse una relación equilibrada y de cooperación con Estados Unidos, pero a partir de ese año Washington inició una dura política de «contención» de China que ha originado el actual enfrentamiento, agravado con la guerra comercial de Trump, que ha seguido Biden, y por la nueva doctrina militar de la OTAN. En los primeros años del siglo, Estados Unidos creyó que podría dirigir a China hacia un horizonte capitalista, pero las resoluciones del XVIII congreso del PCCh en 2012 remarcando el objetivo de seguir construyendo el socialismo llevaron a los círculos de poder estadounidenses a intentar dañar la economía y el desarrollo chino con sanciones, aranceles abusivos, acoso a las compañías tecnológicas chinas y creación de focos de tensión en su periferia, de Japón a Taiwán y de Xinjiang a Corea. La respuesta china ha sido proseguir con su apuesta económica de la nueva ruta de la seda e iniciar planes que denominan de «doble circulación»: seguir desarrollando los intercambios internacionales pero estimulando el mercado interno, y trabajando por la distensión internacional sin descuidar la modernización de su ejército. Ello ha comportado también que los círculos chinos que mantenían ideas neoliberales para el desarrollo del país (en instituciones gubernamentales y universidades e incluso en organismos del Partido) estén abandonando esas tesis.

Por su parte, Huang Renwei, vicepresidente del Instituto de la Franja y la Ruta y Gobernanza Global de la Universidad de Fudan, de Shanghái, considera que el fortalecimiento chino y los problemas internos estadounidenses han llevado a un «estancamiento estratégico» (concepto que toma de Mao Zedong) de sus relaciones, sin que por ello Pekín persiga la derrota militar de Estados Unidos sino un nuevo orden mundial que respete los intereses de todos los países, en un momento histórico en que el gigante americano retrocede económica y políticamente pero sigue siendo una imponente potencia militar, mientras China prosigue su ascenso económico pero mantiene debilidades.

La pugna está en todos los continentes y en todos los frentes. En el plano internacional, China mantiene una política de distensión y paz y está impulsando múltiples iniciativas, expresión del nuevo protagonismo de su diplomacia: desde medidas para fomentar la Iniciativa de Desarrollo Global, IDG, hasta las cuatro propuestas presentadas con ocasión de la asamblea general de la ONU para promover la paz y la estabilidad en Oriente Medio, pasando por sus sugerencias para poner fin a la guerra en Ucrania y su empeño por evitar una nueva guerra fría. En medio de la crisis por Taiwán y las malas relaciones con Estados Unidos, China elaboró entre los objetivos internacionales la idea de «construcción de una comunidad de destino de la humanidad» y la Iniciativa de Desarrollo Global.

En la cumbre del G7, Estados Unidos impulsó la Asociación para la Infraestructura y la Inversión Global (PGII), con la que el gobierno Biden quiere invertir 600.000 milllones de dólares en infraestructuras en países pobres hasta el año 2027. Los principales proyectos de la PGII están situados en África. Objetivo: dañar la reciente Iniciativa para el Desarrollo Global, IDG, y la ya consolidada Iniciativa de la Franja y la Ruta, los dos planes más ambiciosos de China. Más de cien países, además de la ONU, apoyan la iniciativa china, y más de sesenta se han incorporado al Grupo de Amigos de la IDG. China prepara cincuenta proyectos de la IDG en todo el planeta para la reducción de la pobreza, la seguridad alimentaria y el aumento de la producción de alimentos, industrialización, energía limpia, una alianza internacional para la educación digital y un Proyecto bambú para sustituir el plástico.

China propuso en abril de 2022 la Iniciativa de Seguridad Global que persigue la adopción por todas las grandes potencias de una política de no injerencia en los asuntos internos de otros países, de respeto a la soberanía e integridad territorial, y de renuncia a las sanciones unilaterales y al enfrentamiento de bloques militares, basada en el estricto cumplimiento de la Carta de las Naciones Unidas. Poco después de hacer pública la iniciativa, Blinken declaró que China persigue «cambiar el orden internacional» y que es el único país que tiene poder para hacerlo. Ned Price, portavoz del Departamento de Estado, insistió en el rechazo argumentando que China y Rusia quieren «destruir» el sistema internacional y alejar al mundo de los «valores universales». Michael Schuman, del Atlantic Council, calificó la propuesta de «idea de autócrata» y como la más preocupante muestra de que «el enfrentamiento entre Estados Unidos y China está aumentando en una lucha por la primacía global». Pekín cree que el rechazo de Estados Unidos a la propuesta obedece a su obsesión por mantener su hegemonía en el mundo. Poco después, la OTAN aprobó, en junio de 2022, su «Concepto estratégico» donde tilda a China y Rusia de enemigos y declara a la Alianza militar occidental en «enfrentamiento estratégico con China». En la práctica, la OTAN asume el papel de defensor de las tesis de Washington y le acompaña en su declarado objetivo de «contener a China».

En Europa, China apuesta por desactivar la tensión y defiende la apertura de negociaciones entre Rusia y Ucrania para poner fin a la guerra. Putin elogió en Samarcanda, en la cumbre de la OCS, la posición «equilibrada» de China; y ante las inquietantes noticias sobre los laboratorios biológicos estadounidenses en Ucrania, Pekín propuso, significativamente, que la Declaración de Samarcanda resaltase la necesidad del estricto cumplimiento de la Convención sobre Armas Biológicas, BWC. Aunque las relaciones entre Pekín y Moscú están en el mejor momento del último medio siglo, al mismo tiempo China quiere conservar buenas relaciones con los países occidentales y con el resto del mundo, en su apuesta por el mantenimiento de la paz sin que se rompan bruscamente los equilibrios internacionales, y se opone a una nueva política de bloques.

China no quiere perder su enorme comercio con la Unión Europea y con Estados Unidos, aunque es consciente de que va a reducirse. Pekín no tiene diferencias ni disputas importantes con Alemania, que quiere preservar tanto por la relevancia de la economía alemana como por su papel central en la Unión Europea. Pero la Unión Europea camina hacia la irrelevancia. Hace apenas dos años, el ministro de Asuntos Exteriores chino, Wang Yi, hizo una gira por la Unión Europea visitando varios países, entre ellos Alemania, Francia e Italia. Wang detalló el acuerdo alcanzado entre China y la Unión Europea: las dos partes defendían el multilateralismo y rechazaban el unilateralismo, apostaban por fortalecer la cooperación frente a la ruptura de lazos económicos y políticos, y por mejorar las relaciones, negociando las diferencias. Ese escenario ha cambiado por completo. En mayo de 2021, el Parlamento Europeo decidió congelar el Acuerdo de Inversiones entre la Unión Europea y China, y Bruselas apoya el plan de acoso de Estados Unidos a propósito de Xinjiang, Hong-Kong y Taiwán. Pekín quiere mantener a la Unión Europea como socio, pero Bruselas ha adoptado la visión estratégica de Washington declarando a China como adversario a batir.

Y la guerra ucraniana ha entrado en una nueva fase: ya no es un limitado ataque ruso al ejército de Kiev, sino una guerra que enfrenta a la OTAN (aunque con soldados ucranianos y mercenarios) y a Rusia, que puede evolucionar hacia una mayor gravedad tras la movilización parcial decretada por el gobierno ruso, la incorporación del Este y sur de Ucrania a Rusia y la decisión de Washington y Bruselas de alimentar los combates, pese a que Putin ha manifestado su disposición a iniciar negociaciones con Kiev. Por su parte, Estados Unidos ha creado en Wiesbaden el mando para dirigir la guerra ucraniana, compuesto por trescientos militares (según el The New York Times) dirigidos por el general Christopher Cavoli, jefe del Mando europeo del ejército estadounidense, refuerza más su dispositivo militar en el Este de Europa y pretende establecer una nueva base militar en Alejandrópolis, Grecia, cerca del estrecho de los Dardanelos. Washington quiere construir allí un puerto de aguas profundas para que puedan atracar sus destructores de misiles guiados de guerra electrónica. En Alejandrópolis, en la hipótesis de que fueran cerrados o bloqueados el Bósforo y los Dardanelos, Estados Unidos podría acantonar miles de soldados, tanques y material pesado y podría iniciar acciones de guerra, hacia el Mar Negro, el Cáucaso y el sur de Rusia: es revelador que el mando de Wiesbaden esté dirigido por el general Cavoli, un veterano de Afganistán que ya se encargó en el Pentágono de asuntos relacionados con Rusia, porque ese es el verdadero objetivo. La guerra ucraniana puede perjudicar a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, cuyos proyectos de desarrollo China quiere preservar en Ucrania y la Unión Europea, pero el conflicto no afectará a la economía china, aunque Pekín quiere evitar el agravamiento de la tensión entre las dos principales potencias nucleares del planeta.

Hace más de cuatro años que Trump lanzó la guerra comercial contra China, que impuso aranceles por valor de 550.000 millones de dólares a productos chinos. Por su parte, Biden mantiene ese rumbo y ha promulgado la Ley de chips y ciencia para mejorar la competitividad del país frente a China, destinando 53.000 millones de dólares para producir semiconductores en la guerra tecnológica con China, e impulsa la llamada Alianza chip 4 con Japón, Taiwán y Corea del sur, que Pekín cree que puede romper las cadenas globales de suministros. Estados Unidos suple la falta de especialistas informáticos y en inteligencia artificial con la captación de ciudadanos indios (y también ucranianos, dado que el país heredó de la Unión Soviética una competente estructura de formación). China también necesita más especialistas y quiere normalizar las relaciones con la India, superando las diferencias fronterizas entre ambas, para ofrecer a científicos indios su incorporación a las grandes empresas de tecnología chinas. Pero China cuenta con bazas importantes y su desarrollo científico es imparable: una reciente investigación ministerial japonesa, publicada en agosto de 2022, concluyó que China supera ya a Estados Unidos en artículos científicos publicados y en su relevancia.

En Asia, China ha consolidado su papel como eje de la cadena de suministros. Estados Unidos, tras la cumbre de la ASEAN, utilizó la gira de Biden en Corea del Sur y Japón para lanzar el Marco Económico Indo-Pacífico, diseñado para aislar a China pero que pese a su empeñono puede hacer sombra a la Asociación Económica Integral Regional, RCEP, donde China es también el socio económico más importante. Estados Unidos, aunque dispone de importantes aliados en la ASEAN, pierde influencia en ella, mientras China sigue mejorando su posición.

En la cumbre de Samarcanda, Xi Jinping defendió la ampliación de la Organización de Cooperación de Shanghái, OCS, y la estabilidad y la independencia estratégica de los países miembros. La situación en Afganistán tras la caótica retirada estadounidense, el terrorismo y el estímulo de Washington a golpes palaciegos amparados en supuestas revueltas populares (las mal llamadas revoluciones de colores) fueron abordados por el presidente chino que insistió en preservar el «espíritu de Shanghái»: confianza y búsqueda de mutuos beneficios y del desarrollo común, e igualdad y respeto por las diversas culturas. La OCS formalizó la entrada de Irán, inició la de Bielorrusia y tomó nota del interés mostrado por Turquía para incorporarse; también, acordó incrementar la utilización de las monedas nacionales en sus intercambios, de manera que China ha comenzado a pagar los suministros de hidrocarburos rusos íntegramente en rublos y yuanes. En esa cumbre, Xi Jinping y Putin se reunieron con Ukhnaagiin Khürelsükh, presidente de Mongolia, para establecer proyectos de infraestructuras y corredores de transporte transfronterizos con China y Rusia, como el gasoducto Fuerza de Siberia-2 que se empezará a construir en 2024 y llevará gas por primera vez desde los yacimientos de Siberia occidental (que antes se enviaba a Europa) a China. El presidente chino propuso que los bancos e instituciones financieras rusas y mongolas se unan al sistema de pago interbancario transfronterizo en yuanes. El corredor cconómico China-Mongolia-Rusia es una parte de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, y supondrá un fuerte impulso para la integración del gigantesco noreste de Asia. Tras la crisis económica de 2017, el nuevo rumbo de Mongolia apostando por Pekín y Moscú es muy relevante porque en 2005, en momentos de seria debilidad rusa, el gobierno mongol inició un acercamiento a Estados Unidos durante los años de la presidencia de Nambaryn Enjbayar.

También en todas las antiguas repúblicas soviéticas de Asia central, la actividad china es patente, como muestra la cooperación entre China y los países de Asia Central, el llamado C+C5. Fue en Kazajastán, en 2013, donde Xi Jinping anunció el proyecto de la nueva ruta de la seda, que en menos de una década ha conseguido un impresionante desarrollo: hoy, es el más importante plan económico del planeta. El propio Xi Jinping recordaba durante su visita a Kazajastán la colaboración de los dos países en importantes proyectos como el parque eólico Zhanatas, la fábrica de automóviles JAC y la modernización de la refinería petrolera Shymkent. Los trenes de carga China-Europa atraviesan Kazajastán en varias rutas, y desde el puerto oriental chino de Lianyungang los productos kazajos salen al océano Pacífico. En Uzbekistán, atravesado por el gasoducto China-Asia central, Pekín ha facilitado vacunas y medicamentos para combatir la pandemia y considera clave al país para pacificar Afganistán y aumentar la seguridad en la región. China ha restaurado partes de la monumental Jiva de la vieja ruta de la seda y mejora la red de transporte uzbeka: la compañía China Railway Tunnel Group ha construido el túnel más largo de Asia central, que sirve a la línea ferroviaria Angren-Pap y permite una mejor conexión del valle de Fergana, y que se añade a la autopista China-Kirguizistán-Uzbekistán y al ferrocarril China-Kazajastán-Uzbekistán.

La presión estadounidense sobre Taiwán envenena la situación en Asia. Washington apoya oficialmente la política de «una sola China», pero sus pasos van en otra dirección. El general Paul LaCamera, jefe de las fuerzas estadounidenses en Corea del sur, reconoció en un simposio celebrado en el Institute for Corean-American Studies, de Washington, que Estados Unidos trabaja en un «plan de contingencia» para defender a Taiwán, reclamando al mismo tiempo que Seúl colabore con Estados Unidos, y en boca del Pentágono esa colaboración es siempre militar. Las palabras del general fueron reveladoras: «Corea luchó con Estados Unidos en Vietnam, Iraq y Afganistán. Es importante recordar que la alianza entre Corea y Estados Unidos va más allá de la disuación contra Piongyang y se expande hacia la vigilancia contra China y Rusia.»

Aunque las veladas amenazas estadounidenses y las declaraciones de Biden anunciando que «defenderían a Taiwán» ante un ataque chino no han cesado, Estados Unidos no puede ignorar que China dispone ya de tres portaaviones y de más barcos de guerra que la Navy. Taiwán ha sido siempre territorio chino y su status actual deriva de la guerra civil y del apoyo estadounidense al ejército del Kuomintang, manteniendo durante décadas una posición de «ambigüedad estratégica». Pekín ha llegado a la conclusión de que Estados Unidos suscribe la idea de «una sola China» en apariencia, estimulando en la práctica la independencia de la isla. El gobierno chino mantiene el objetivo de una reunificación pacífica, pero respondería militarmente ante una declaración de independencia de Taiwán respaldada por Washington. Rusia apoya la postura china.

En Asia, Estados Unidos está intentando enfrentar a China e India con Rusia, tras la preocupación mostrada por Xi Jinping y Modi en la cumbre de Samarcanda acerca de la guerra en Ucrania. Washington está azuzando la preocupación en Pekín y Delhi sobre la supuesta intención de Putin de utilizar armas nucleares. En el mar de la China meridional Pekín quiere establecer con los países de la ASEAN un acuerdo sobre el denominado «Código de Conducta en el Mar Meridional de China», promoviendo la cooperación y negociando las diferencias, como hace con Vietnam. El primer ministro Li Keqiang acordó con el primer ministro vietnamita, Pham Minh Chinh, incrementar la cooperación económica y se comprometió a importar más productos agrícolas vietnamitas, y los desacuerdos con Vietnam son abordados por Pekín para preservar la estabilidad en ese mar.

Sin embargo, aumenta el riesgo de militarización. En el océano Índico, las maniobras militares Garuda Shield del verano de 2022fueron las mayores organizadas hasta hoy, con tropas de catorce países, entre ellos Estados Unidos, Indonesia, Japón, Australia y Gran Bretaña, y estuvieron estrechamente ligadas al dispositivo militar que desarrolla el Pentágono. Indonesia quiere atraer más inversiones chinas y, al mismo tiempo, preservar sus relaciones con Estados Unidos con quien se encuentra asociada desde el golpe de Estado contra Sukarno que organizó el ejército indonesio y la CIA. El presidente Widodo es consciente de que China es el mayor socio comercial de su país.

África apuesta por China. En África, el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, anunció que China cancelará las deudas de préstamos sin intereses con diecisiete países africanos, apoyará la entrada de la Unión Africana al G-20, y reducirá los aranceles a productos de dieciséis países que se hallan entre los más pobres del mundo. China ha contruido ya en África más de 10.000 kilómetros de vías férreas, 100.000 km de carreteras, más de 100 puertos y casi 1.000 puentes, además de innumerables escuelas y hospitales, logros que contrastan con la actividad estadounidense centrada en operaciones militares en el continente e injerencias en los asuntos internos de muchos países. Estados Unidos publicó su nueva estrategia para el África subsahariana, que forma parte de la Estrategia de Defensa Nacional 2022 del Pentágono, y con la que pretende fortalecer su cooperación con los países africanos y limitar los riesgos que se desprenden de «las actividades negativas de China y Rusia», según su informe.

Con su Asociación para la Infraestructura y la Inversión Global, PGII, Estados Unidos quiere penetrar en los mercados africanos para limitar el desarrollo de los proyectos de infraestructuras que China impulsa. Junto a ello, Washington quiere impulsar privatizaciones, facilitar la penetración de sus empresas en el desarrollo de las tecnologías de la comunicación y en el control de datos de los países africanos, y forzar a países africanos a rechazar proyectos chinos, bajo la amenaza de imponer sanciones e incluso de derribar gobiernos, con la esperanza de sustituir a China en su función de principal colaborador económico del continente. Lo mismo ocurre en América Latina, donde la importancia de los proyectos chinos es determinante.

El mundo no dispone ya apenas de tiempo. El bloqueo de la ONU, el encono en el nuevo enfrentamiento internacional, una suerte de nueva guerra fría lanzada por Estados Unidos, y la crisis económica, los efectos de la pandemia y las consecuencias de sanciones asociadas a la guerra de Ucrania, señalan la posibilidad del colapso: China apuesta por impulsar la cooperación con los países del sur, que de hecho suponen la gran mayoría de la humanidad, pero Estados Unidos perfila horizontes de guerra, y sus aliados europeos, Japón, Corea del sur y Australia, permanecen atados al carro de combate del Pentágono.

China mantiene un difícil equilibrio entre una política exterior que busca un mundo multipolar que termine con la hegemonía estadounidense, y el deseo de que la nueva arquitectura de seguridad del planeta llegue gradualmente, sin ceder en sus líneas rojas y sin que estalle un conflicto mundial: es consciente de que podría desatarse un enfrentamiento atómico por una escalada descontrolada, por la inclinación a la violencia y la soberbia estadounidense, y por la lógica de la guerra. Los gobiernos de Pekín han tratado durante años de contener las disputas con Estados Unidos para llegar a acuerdos razonables que respeten los intereses de cada parte, y ese planteamiento era compartido por Moscú, pero la evidencia de que Estados Unidos corre el riesgo de perder su hegemonía en el mundo ha llevado a los centros de poder que dirigen el país a endurecer su política: no quieren permanecer impasibles ante el rápido fortalecimiento chino y la única forma de evitarlo es un ambicioso programa de acoso económico, político y militar con la expansión de la OTAN… que puede desatar una guerra global. Y esa aterradora posibilidad de un enfrentamiento entre potencias nucleares se ha abierto en un escenario donde Washington exige seguir controlando el planeta, aunque sabe que el mundo puede morir en el empeño.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.