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China, reunificación y desigualdad: una llamada de atención

Fuentes: Rebelión

Uno de los elementos visiblemente presentes en el corolario de causas que explican los más recientes movimientos sociales de protesta en Hong Kong y Taiwan y que señalan directamente a China continental, tiene que ver con el agravamiento de las desigualdades en dichas sociedades. De tal tendencia se responsabiliza, en gran medida, al tipo de […]


Uno de los elementos visiblemente presentes en el corolario de causas que explican los más recientes movimientos sociales de protesta en Hong Kong y Taiwan y que señalan directamente a China continental, tiene que ver con el agravamiento de las desigualdades en dichas sociedades. De tal tendencia se responsabiliza, en gran medida, al tipo de cooperación económica promovido desde Beijing, un socio comercial clave, en cuyos parámetros prima, sobre todo, el entendimiento con las grandes empresas y los grandes magnates, los más beneficiados por aquella cooperación.

Es sabido que, en muchas otras partes del mundo, China mima especialmente a la clase empresarial, a quien considera aliada natural para facilitar su proceso de desarrollo y emergencia así como para interceder en la moderación de tensiones. En muchos casos, cuando en el exterior se apiñan voces críticas que alertan de los déficits de su política, son los empresarios y sus organizaciones quienes más pregonan la necesidad de quedarse al margen y templar gaitas.

También es de general conocimiento que las políticas aplicadas en China en las últimas décadas y que han conducido al país a la pre-cima económica mundial tienen como contrapunto una exacerbación de las desigualdades e injusticias que probablemente llevará otros tantos lustros corregir. Según el IDH de 2013, China ocupa la posición 101 de un total de 187 países y regiones.

Pareciera que esta China no sabe conducirse de otra manera. Los mismos esquemas han connotado su política en relación a estos territorios, Hong Kong y Taiwan, uno recuperado en 1997 y otro en lista de espera pero con una acusada intensificación de los intercambios a partir de 2008, ambos con sociedades civiles potentes, que reniegan de una estrategia que ningunea el protagonismo y las ambiciones de los colectivos menos influyentes. También aquí los grandes empresarios han ejercido de aliado privilegiado y natural.

China paga ahora, en buena medida, los platos ratos del desprecio hacia estos colectivos y la falta de sensibilidad hacia los fenómenos que nutren su auge y apoyo público. Indudablemente, Beijing no puede ignorar la clase empresarial. Tampoco se le puede atribuir en exclusiva la responsabilidad por tal estado de cosas, pero el capítulo social constituye una clamorosa ausencia en el diálogo con sus interlocutores principales a la hora de efectivizar sus políticas en materia de reunificación.

En Hong Kong, en el movimiento de Occupy Central, al atribuir la protesta a la injerencia extranjera y no hacer autocrítica respecto a las políticas aplicadas (visibles en los acuerdos de cooperación CEPA, Closer Economic Partnership Arrangement o Acuerdo de Asociación Económica Más Estrecha, entre otros) se hace un flaco favor a sí misma.

En Taiwan, otro tanto podríamos decir del Movimiento Girasol, que emergió mediante la ocupación en marzo del Yuan legislativo, dispuesto entonces a ratificar el Acuerdo de Comercio de Servicios con el continente. En las elecciones municipales del pasado 29 de noviembre se reflejó el eco de su impacto barriendo literalmente al KMT en beneficio de la oposición, crítica con las políticas de Beijing.

No solo en su agenda interna, también en su praxis próxima, China debiera incorporar de forma activa la dimensión social. Si esta se ha asumido en el interior como uno de los soportes esenciales de su nuevo modelo de desarrollo, debiera igualmente tenerse en cuenta en otros aspectos de su política global.

Las generaciones más jóvenes que ahora protestan no se involucran en complots fraguados desde el exterior, por más que estos pudieran existir, sino que catalizan la insatisfacción de una evolución cuyos beneficios están muy desigualmente repartidos. Hoy, la influencia creciente del continente en la política hongkonesa o taiwanesa se mide en términos de recelo en parte por esa consecuencia que asocia con el fomento de una dependencia que provoca más crecimiento económico con más crecimiento de la desigualdad. Se diría que es esta una tendencia universal asociada a la bonanza del neoliberalismo, pero ¿no debiera China, gobernada por el PCCh, destacarse como potencia correctora dotada de otra sensibilidad?

China, en suma, apadrina por doquier la liberalización comercial con un entusiasmo que ya quisiéramos ver aplicado también en condiciones semejantes a la promoción de la equidad.

Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.