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A 65 años de la proclamación de la República Popular China

China tiene motivos para festejar, pero en Hong Kong no quieren

Fuentes: La Arena

Napoleón recomendaba andar en puntas de pie en Asia para no despertar a China, el gigante dormido. Las potencias querían adueñarse del mundo con el mayor sigilo, pero en esa disputa por la dominación hicieron estrépito y guerras. Y en medio de éstas y de revoluciones, con largas marchas y un campesinado pobre pero por […]

Napoleón recomendaba andar en puntas de pie en Asia para no despertar a China, el gigante dormido. Las potencias querían adueñarse del mundo con el mayor sigilo, pero en esa disputa por la dominación hicieron estrépito y guerras. Y en medio de éstas y de revoluciones, con largas marchas y un campesinado pobre pero por eso mismo susceptible a una alianza con los trabajadores, el gigante se despertó.

Y no era de las dinastías Ming ni Qing. China despertó en forma democrática en 1911 con el doctor Sun Yat Sen, del nacionalista Kuomintang, y a partir de 1949 con Mao Tsé tung y el Partido Comunista de China.

En el medio hubo tremendas represiones, como la de 1929 por Chiang Kai shek, del Kuomintang que cambió la línea democrática del fundador. Los comunistas, una gota en el océano, viraron de las insurrecciones en Shanghai a la guerrilla en montañas y zonas rurales. Y con esa sapiencia, paciencia y perseverancia propias de una cultura de 5.000 años, de las cuevas de Yenán, en el Norte, emergió un ejército capaz de poner en fuga a Chiang. Y éste pudo llegar, barcos norteamericanos de por medio, a Taiwán, en 1949, cuando en la puerta de Tian anmen, Mao proclamaba la Nueva China.

Una república de pobres, de pies descalzos, se largaba a andar a la par de la Unión Soviética, que había hecho la revolución en 1917; alrededor había ocho democracias populares tras la derrota del nazismo. Con semejante bloque mundial, más la República Democrática Popular de Corea en 1953, podía cambiar la correlación de fuerzas mundial frente a Estados Unidos y sus aliados.

Esos sueños no pudieron materializarse, pero no quita que lo hecho por el mundo socialista tuvo enormes méritos. Se siguen aquilatando en países como China, que no mudó su condición, a diferencia de Moscú, que implosionó, y los gobiernos del este Europeo, que se vinieron abajo en los ’90.

Mao murió en setiembre de 1976. Los líderes chinos son de cuarta generación, como el presidente Xi Jinping, con ideas y programas más acordes a los tiempos. El objetivo número uno es el de siempre: dar de comer, vestir y educar a 1.360 millones de habitantes. En esa tarea se ha consumido la energía de generaciones de dirigentes, no siempre con la misma línea política. Eso sí, todos son orgullosamente chinos y militantes del PCCh fundado en julio de 1921 por una docena de congresales que representaban a 48 comunistas en todo el país. En 2007 contaba con 71 millones de miembros, que deben ser más luego que en noviembre de 2012 realizara su XVIII Congreso Nacional y eligiera como secretario general a Xi.

Logros significativos

El socialismo en general y China en particular tienen sus detractores. Las campañas se hicieron más agresivas en los últimos años, cuando su economía fue en camino a desplazar a la estadounidense del primer lugar del podio mundial.

Siendo ese el blanco a batir, siempre vienen bien los aderezos ideológicos, como que el país asiático no cumple con requisitos básicos de democracia política por su rol de partido único y otras argumentaciones que también resuenan en Latinoamérica y el Caribe contra los gobiernos de Cuba y Venezuela.

El producto bruto interno de China viene aumentando, a tal punto que en los congresos partidarios se pone como meta la cuadruplicación en pocos años. En el último evento se planteó cuadriplicar en 2020 el producto bruto de 2010; con la lógica que el fundador de la República plasmado en su artículo «El viejo tonto que removió las montañas», se prevé que seguirán con metas tan ambiciosas como esa.

En el resto del mundo, no se consigue. En los países que dudosamente se llaman «centrales», no se crece a tasas chinas sino que, al revés, se entra en forma veloz en recesiones, ajustes, desempleo, déficit, etc.

La ONU informó en 2013 que China había sacado de la pobreza durante 2012 a otros 23 millones de personas, sobre todo de las zonas rurales. Fue el resultado de «diversos esfuerzos gubernamentales que incluyeron destinar más de 48 mil millones de dólares a programas de desarrollo en zonas atrasadas». La tasa de pobreza en China es ahora del 10,2 por ciento, una reducción del 2,5 por ciento en comparación con el año anterior.

El presidente Xi y el primer ministro Li Keqiang prometieron en 2013 que en dos años más sacarán a 80 millones de personas de la pobreza, con lo que ese drama quedaría básicamente resuelto. Para lograrlo tienen un programa de 35 puntos del gobierno que prevé un incremento del salario mínimo de un 40 por ciento, mayor inversión en educación y vivencia pública, y un pago de un 5 por ciento más de dividendos de las poderosas empresas estatales.

Como no sólo de pan vive el hombre, o de arroz, hay que mencionar otros logros. Un dato que hace a varios rubros de la ciencia, la industria y la formación de una calificada mano de obra, es que China es el tercer país en colocar astronautas en el espacio.

En nueve años pasó de su primera nave espacial no tripulada hasta la primera caminata espacial, el 27 de septiembre de 2008. Antes había mandado a su primer astronauta al espacio en 2003, a otros dos en 2005 y la primera caminata espacial, donde el astronauta agitó la bandera roja con las cinco estrellas. Luego fue la quinta misión tripulada desde 2003. Los descendientes de campesinos analfabetos asaltan el cielo con las manos y con la nave Shenzhou, y vuelven invictos al desierto de Gobi.

Motines y sediciones

Periódicamente se producen en China problemas políticos que no le llegan al tobillo a otros que se suscitan en otras partes del mundo, caso del genocidio de Israel contra los palestinos. Por razones obvias, los acontecimientos de Beijing son deformados, magnificados y explotados políticamente en su contra, en medio de acusaciones de ser una dictadura.

En junio de 1989 se produjo el putsch de Tian anmen, con un movimiento estudiantil que portaba una réplica de la Estatua de la Libertad. Fue ocupada la plaza con ánimo de derribar el sistema socialista, al socaire de consignas democráticas.

El líder del PCCh, Deng Xiaoping, que distaba de las políticas más radicales de la Revolución Cultural, definió lo sucedido: «ellos tenían por objetivo derribar al Partido Comunista, derrocar el sistema socialista y subvertir la República Popular para establecer una república burguesa».

El Ejército Popular de Liberación, estado de sitio mediante, recuperó Tian anmen luego de días de enfrentamientos con muertos y heridos de ambos lados. A contramano de la propaganda norteamericana, en la conferencia de prensa del 6 de junio de ese año, Yuan Mu, vocero del Consejo de Estado, declaró que «hubo más de 5.000 soldados y oficiales del EPL heridos; más de 2.000 civiles heridos; la cifra de muertos según la estadística inicial llega a cerca de 300 entre militares y civiles».

Toda muerte es lamentable, pero los críticos de China le agregaban a aquella cifra por lo menos otro cero, y mentían con que todos los caídos eran estudiantes.

En noviembre de 1989, cuando la contrarrevolución logró voltear el Muro de Berlín y la Alemania capitalista se anexó a la República Democrática Alemana, se pudo comprender mejor la sedición de Tian anmen. Querían anular la República Popular China, la que Mao había fundado en ese lugar cuarenta años antes, y fracasaron.

Algo parecido, por ahora de menor escala, está sucediendo con el estudiantado de Hong Kong. Está en pie de guerra contra las autoridades de esa zona administrativa especial de la República Popular, a la que regresó luego de muchos esfuerzos, el 1 de julio de 1997, tras haber sido una perla en el collar de su majestad británica y plaza financiera capitalista mundial.

China, con la fuerza y habilidad proverbial, pactó con Londres la devolución de esa parte suya, admitiendo que por 50 años habría allí un gobierno no socialista. «Un país, dos sistemas» fue la política preconizada por Deng Xiaoping. Beijing ha cumplido su palabra, pero lógicamente, en materia de zonas grises del acuerdo, busca lo mejor para sí. En concreto, para las elecciones de la autoridad ejecutiva de Hong Kong, que serán en 2017, quiere limitar a tres los candidatos, preseleccionados de una lista, y que recién luego pueda votar todo el padrón hongkonés.

Para los críticos del socialismo y apologistas del capitalismo, aquella es una pretensión «dictatorial» y comunista. Sin ánimo de defender a ultranza el criterio de Xi Jinping, el mismo está dentro de las posibilidades de un gobierno central para que una zona importante no caiga en manos de sus enemigos.

Lo que pasa es que para el grueso de ese movimiento estudiantil, como para sus colegas de 1989 en Tian anmen, y como los ingenuos y no tanto que ese año actuaron en Berlín, lo mejor es el capitalismo, sea prusiano, renano, fordista, productivo, parasitario, nórdico, neoliberal, buitre. Cualquiera les viene bien, por eso EE UU les brinda apoyo.

A ellos les duele que China ayer soplara 65 velitas de socialismo. Al BRICS, CELAC y buena parte del mundo les agradó ese cumpleaños porque saben que es un límite a los ajustes y guerras del imperio.

Fuente original: http://www.laarena.com.ar/opinion-china_tiene_motivos_para_festejar__pero_en_hong_kong_no_quieren-123425-111.html