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Chináfrica: nubarrones en el horizonte

Fuentes: The Conversation

Popularizada con la expresión Chináfrica, la expansión meteórica de la presencia china en África desde hace una veintena de años forma parte de las nuevas realidades geopolíticas.

China es la primera socia comercial y la primera constructora del continente, así como la principal prestamista bilateral de numerosos países africanos. En cambio, no es más que una modesta inversora en África y tan solo su quinta proveedora de armas…, pero en el futuro, tal vez, será su primera proveedora de vacunas anticovid.

Mientras que algunos países (Angola, Sudán, Zimbabue, etc.) y ciertos sectores (hidrocarburos, minerales, etc.) le sirvieron de puertas de entrada económica a comienzos de siglo, en 2021 las empresas de la República Popular China (RPC) están presentes en todos los ámbitos, de la explotación forestal a la banca, pasando por la energía. Abarcando desde Senegal hasta Lesoto, los intereses chinos se hallan ahora extremadamente diversificados. Sin embargo, al cabo de veinte años, la remarcable y remarcada historia de éxito de China en África tiene consecuencias problemáticas.

El riesgo de la dependencia

El riesgo de dependencia económica con respecto a China se pone de manifiesto en la cuestión de la deuda, que figura en la agenda internacional desde que se lanzó la Iniciativa por la Suspensión del Servicio de la Deuda Pública Bilateral (DSSI). Motivada por la pandemia de covid-19, la recesión mundial acentúa las dificultades financieras de determinados países africanos, de por sí vulnerables a causa de un endeudamiento elevado. En 2021, con excepción de Granada, todos los países sobrendeudados son africanos. Ahora bien, la resolución de este problema pasa ahora obligatoriamente por Pekín. En efecto, entre 2000 y 2018, 50 de 54 países africanos tomaron dinero prestado de China de diversas formas. En 2018, el 21 % del importe pendiente de la deuda pública exterior del continente correspondió a la RPC. Gran parte de estos préstamos están invertidos en infraestructuras cuya pertinencia y cuyo coste son en algunos casos cuestionables (ferrocarriles, puertos, carreteras, centrales energéticas, etc.).

Hay que decir que el endeudamiento de los países africanos con China es variable. Esta última es la principal prestamista bilateral de algunos de ellos, como Zambia (es titular del 29 % de su deuda exterior), Etiopía (32 %), Angola (39 %), Congo-Brazzaville (43 %) y Yibuti (70 %). La suerte de estos países depende de Pekín. En 2020 abordaron al gobierno chino para solicitar una moratoria, léase la anulación a una parte de su deuda. Es lo que hicieron Angola, cuya deuda con China asciende a unos 20.000 millones, y Kenia, que lograron una moratoria de tres años para la primera y de seis meses para la segunda. De todos modos, estas moratorias no son más que una solución temporal y estos países necesitan restructurar su deuda para hacer frente a una crisis económica duradera.

En este aspecto, su dependencia de la política china también es total. Si bien China aprobó la DSSI, es reticente a la idea de incorporarse –salvo como observadora– al Club de París, que es el foro de acreedores soberanos que define las reglas generales de gestión y reestructuración de la deuda. La integración en este organismo implicaría, para China, someter la gestión de su deuda bilateral a reglas multilaterales, por un lado, y dotar de transparencia todos sus préstamos, cuyas cláusulas suelen ser opacas, por otro. La disputa en torno a la definición del perímetro de la banca pública y los bancos privados chinos es en gran medida de distracción con respecto a esta cuestión mucho más estratégica. En efecto, muchas personas sospechan que hay deudas ocultas y condiciones financieras leoninas. Si la opacidad de los prestamistas chinos ha solido beneficiar a los gobiernos prestatarios, ahora amenaza con volverse contra estos.

La doble migración

Una de las paradojas de Chináfrica es la doble migración. A lo largo de los últimos veinte años, no solo millones de chinos y chinas han descubierto la ruta de África, sino que la gente africana también ha descubierto la ruta de China. Sin embargo, como ocurre con las demás relaciones sino-africanas, esta doble migración es asimétrica: en África residen actualmente varios millones de personas de nacionalidad china (entre 300.000 y 500.000 tan solo en Sudáfrica), mientras que en China no residen más que de 300.000 a 400.000 africanos y africanas. Si los y las inmigrantes del país asiático están presentes en todos los países africanos, en cambio los y las migrantes de África se concentran muy mayoritariamente en la ciudad china de Guanghzou (Cantón), especialmente en el distrito de Xiaobei.

La gente que emigra de África y de China tiene la misma motivación: sacar provecho del intenso comercio que se ha desarrollado entre sus dos mundos. Si bien hay cada vez más estudiantes africanos y africanas en China, la mayor parte de esta comunidad está formada por comerciantes migrantes. Desde hace veinte años se forman progresivamente comunidades de inmigrantes en ambos sentidos que forman parte de estos nuevos gremios de mercaderes creados por la globalización. En las capitales africanas surgen Chinatowns, mientras que Guanghzou tiene su Little Africa. Estas comunidades mercantiles transcontinentales se estructuran y se organizan para defender sus intereses. Crean sus asociaciones, sus cámaras de comercio y se relacionan con las autoridades locales. Se esfuerzan, por ejemplo, en asegurar su propio orden público para evitar la intervención de las autoridades locales.

Ahora bien, el desarrollo de estos nuevos gremios, que son las pasarelas del capitalismo globalizado, no está exento de problemas: competencia económica, inmigración irregular, inseguridad y racismo recíproco. Encontrar el equilibrio entre competencia y complementariedad económicas es cosa delicada. Los comerciantes africanos que se abastecen en China se enfrentan ahora, en su mercado, a la competencia de sus homólogos chinos afincados en África, que tienen acceso directo a las fábricas chinas. Además, esta competencia no se limita a la economía formal. En efecto, a diferencia de otras diásporas de negocios en el continente (libaneses, indios, etc.), los migrantes chinos penetran también en la parte más pobre y más generadora de empleo de la economía africana: el sector informal. Por ejemplo, la minería artesana africana, en gran medida informal, se ve cada vez más expuesta a la competencia de modestas empresas mineras chinas que practican una explotación semimecanizada.

Por ello, la competencia comercial causa a veces choques violentos, incluso motines localizados, y en ambientes populares crece un sentimiento antichino. Algunos gobiernos han tenido que adoptar incluso disposiciones que vetan determinados sectores de actividad a los extranjeros. Los éxitos individuales de empresarios chinos en África se examinan con suspicacia y no se ve con buenos ojos que se superen ciertos límites. Si bien el dinamismo de los empresarios chinos de África está tolerado en la economía, no así en la política, como reveló el escándalo público originado por la obtención de un escaño en el parlamento, el pasado mes de enero, por parte de una ciudadana sudafricana de origen chino.

A su vez, a los africanos en China también son a veces objeto de suspicacia. Tras un periodo en que se aplicó una política de inmigración favorable a quienes iban a hacer negocio, en 2013 el gobierno chino endureció la legislación en materia de extranjería. Además, en abril de 2020, la lucha contra la pandemia de covid-19 y la intensa ansiedad social a que dio lugar provocaron una ola brutal de discriminación contra la gente africana en Guangzhou y sacaron a la luz el racismo antiafricano latente, pero siempre negado por las autoridades chinas. En efecto, los incidentes de Guangzhou, ampliamente repercutidos en las opiniones públicas africanas, se inscriben en un clima de racismo inveterado que ha hallado su caja de resonancia en las redes sociales. En definitiva, sobre la base de estereotipos racistas en las percepciones sino-africanas, la cuestión de la seguridad de estas comunidades-pasarelas entre los dos continentes se vuelve cada vez más apremiante.

El desarrollo de una economía depredadora transcontinental

El desarrollo de intercambios ilícitos es la cara oculta del auge del comercio sino-africano. Los productos ilícitos (drogas, especies protegidas, falsificaciones, etc.) y los productos lícitos comercializados de manera ilícita (madera, minerales, etc.) circulan al amparo de los intercambios legales entre China y África. En la primera categoría, las especies protegidas han dado mucho que hablar estos últimos años: la demanda del mercado chino ha provocado un aumento de los precios y en consecuencia de la caza furtiva, que a su vez pone en peligro determinadas especies (el marfil bruto se cotizaba a 1.900 euros el kilo a mediados de 2014). Dado que la cuestión del comercio de marfil ha originado una controversia internacional, las autoridades chinas lo prohibieron finalmente en 2018, pero aparte de los elefantes y los rinocerontes hay numerosas especies menos emblemáticas que se cazan en África para el mercado chino, como los burros y los pangolines.

Si las especies protegidas se exportan de África a China, las falsificaciones recorren el camino inverso: África constituye actualmente uno de los principales mercados para las falsificaciones chinas, en particular de medicamentos. Los productos lícitos comercializados de manera ilícita provienen de sectores extractivos, como la pesca, la explotación petrolera, minera y forestal. En efecto, algunos de estos sectores están regulados por normas internacionales, mientras que otros pueden acarrear peligros para las poblaciones y el medioambiente. En ausencia de controles serios por parte de los Estados africanos, ciertas empresas chinas desarrollan práctica depredadoras, encarnando así el capitalismo salvaje globalizado.

¿Hacia un nuevo equilibrio en las relaciones sino-africanas?

El riesgo de dependencia económica que comporta el problema de la deuda, los desafíos de la doble migración (racismo, rechazo del otro) y el desarrollo de una economía depredadora al amparo de los intercambios legales suscitan dudas, tanto en el lado chino como en el africano. Tras la luna de miel, las relaciones de China con los gobiernos africanos se enfrían. Algunos de ellos no han dudado en cancelar grandes contratos (Tanzania, Sierra Leone, Gabón, etc.), mientras que la imagen de China en la opinión pública africana se empaña paulatinamente. Según el Afrobarómetro, en 2020 el 59 % de las personas consultadas consideraban que la influencia de China en su país era positiva, frente al 63 % que lo afirmaban en 2015.

Los problemas específicos de Chináfrica que aparecen reflejan la necesidad de regular unas relaciones multiformes entre ambos socios comerciales. Hasta ahora, la gestión de estos problemas ha sido casi siempre unilateral. En el futuro, China y los países africanos tendrán que crear mecanismos de cooperación para gestionar estos problemas, ya que en su ausencia su relación corre el riesgo de deteriorarse de forma lenta, pero segura.

Thierry Vircoulon es coordinador del Observatorio de África Central y Austral del Instituto Francés de Relaciones Internacionales.

Fuente: https://theconversation.com/chinafrique-le-temps-des-problemes-156332

Traducción: viento sur