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China

Confucio & Mao

Fuentes: Rebelión

¿Un socialismo con peculiaridades chinas o una China con peculiaridades socialistas? Como explico en “Marx & China. La sinización del marxismo” (Akal, 2025), la adaptación es la principal característica de la política china contemporánea. Sin embargo, al analizar su evolución, existen períodos claramente marcados. En el maoísmo, por ejemplo, tanto antes como después del triunfo de la revolución, esta adaptación se refería exclusivamente al marxismo, mostrando una clara continuidad con respecto a las críticas a la cultura tradicional, comunes en los movimientos modernizadores que, desde el siglo XIX, habían centrado su atención en las corrientes intelectuales provenientes de un Occidente emancipador, en contraste con las servidumbres del pensamiento clásico chino.

Una primera ruptura sustancial en esta visión se produjo durante el denguismo, hasta el punto de que no faltaron quienes calificaron la caracterización de la teoría de Deng Xiaoping como una expresión del confucianismo-leninismo, señalando ese equilibrio entre el mantenimiento de la ideología fundacional y una ideología clásica ascendente, en la que el «Pequeño Timonel» adivinó resortes útiles para implementar su política reformista. El concepto de «xiaokang» (moderadamente próspero), por ejemplo, muy presente en la literatura política del PCCh, apareció por primera vez en el «Libro de los Cantares», pero Deng Xiaoping le otorgó el significado de modernización al estilo chino, convirtiéndolo así en un término fundamental en el desarrollo del socialismo con características chinas en la etapa de reforma y apertura.

Lo mismo podría decirse de la amplia experiencia del mandarinato chino en el tratamiento de los sectores económicos emergentes, impidiendo su auge hasta el punto de prolongar esencialmente el modelo feudal hasta prácticamente entrar en el siglo XX. Sin duda, estas lecciones facilitaron la construcción del ecosistema actual en el país, por ejemplo, para orientar el papel de la propiedad privada, por un lado, abriendo espacios para contribuir al desarrollo enriqueciendo a sus titulares, pero también cerrándoles accesos para evitar que representaran un desafío político. La confluencia de esta trayectoria con el pensamiento marxista facilita la creación de mecanismos para impedir que este colectivo pueda organizarse como clase con poder político y disponer, por ejemplo, de medios de comunicación de su propiedad, sistemas financieros, instituciones o partidos. La burocracia del PCCh opera entonces como un mandarinato tradicional, habilitando diques estratégicos que regulan su conducta e impide que dominen el sistema, instalen su ambición como principio rector de la política estatal o incluso se apoderen del Estado.

Esta evolución, forjada en el denguismo y muy consolidada en su tramo final durante el mandato de Hu Jintao, experimenta un momento de cierto esplendor en el xiísmo. El concepto de «segunda combinación» resalta la importancia de la integración de la cultura tradicional al equipararla con la relevancia del marxismo, protagonista de la primera conjugación, en el pensamiento político chino.

No se trata solo del confucianismo. Cuando Xi, por ejemplo, aboga por la construcción de un Estado de derecho en China, piensa en la ideología legalista (Han Fei) que, en la época de la fundación de China con Qin Shi Huang, en el 221 a.n.e.., instituyó la gobernanza mediante la ley como expresión de legitimidad. Hoy en día, conceptos como «Datong», promesa de armonía y comunidad, o «Tianxia» o “cultura He He”, evocadores de una cierta visión del mundo, que han iluminado la trayectoria de los políticos chinos a lo largo de los siglos, proliferan en las reflexiones académicas que abordan la construcción de un nuevo marco de estabilidad para una China llamada a ser la principal potencia mundial en este siglo XXI. Para ello, no miran con envidia a Occidente, cada vez menos, sino que abordan con orgullo una profunda reflexión introspectiva con un afán de actualización.

Asimismo, por ejemplo, en el ámbito de la democratización, apelando a este mismo enfoque, el xiísmo señala lo que denomina tradición de la democracia consultiva y los conceptos filosóficos que históricamente la han inspirado a lo largo de los milenios para explorar ahora formas de consulta y democracia que combinan participación, eficiencia y meritocracia, rechazando las formas de la democracia competitiva occidental. En esta experimentación, sus propias raíces culturales pesan cada vez más en lugar de los enfoques marxistas clásicos.

Esta evolución, que apunta a una creciente relevancia del ideario cultural, se está consolidando como una característica fundamental del pensamiento político chino. El énfasis en las peculiaridades chinas, que en la época de Deng solía atribuir al modelo una justificación de su heterodoxia, no solo profundiza su especificidad, sino que también permite una posición central del pensamiento clásico en su ecosistema, protegiéndolo en mayor medida de la presión liberal. A nivel internacional, permea las innovaciones institucionales que otorgan previsibilidad a sus políticas y establecen sus redes multilaterales bajo un modelo fundamentalmente diferente al de Occidente.

China se erige así como un ejemplo paradigmático de cómo el magma cultural puede permearlo todo de forma constructiva y también de la importancia de abordar la cultura desde la perspectiva no solo de sus manifestaciones, sino también de su teorización integral.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.