En dos de las repúblicas del sur del Cáucaso, Armenia y Georgia, se está desarrollando una profunda crisis política. Las manifestaciones y las acciones de protesta en la calle son diarias en las dos capitales, Tiblisi y Ereván. La gravedad de la crisis se expresa en la atmósfera de polarización, radicalización e intolerancia. Un análisis comparativo de estos dos países permite comprender que lo que está ocurriendo actualmente no es algo excepcional sino que corresponde a causas sistémicas; al mismo tiempo, nos ayuda a contextualizar y a examinar las causas estructurales en lugar de centrarnos en el papel de los individuos.
Para empezar, es necesario resaltar las diferencias: las causas de la crisis en Georgia son diferentes a las de Armenia. En Georgia, tenemos un contexto de crisis post-soviético típico, que surgió después de elecciones que fueron impugnadas. La herencia política fue un desencadenante importante de protestas internas y de las revoluciones de colores: desde Serbia en 2000 a Georgia en 2003 y Ucrania en 2004, pero también a Armenia en 2018. En el caso de Georgia, esto revela que incluso después de la Revolución Rosa, persiste el mismo problema institucional de la herencia política a lo largo del proceso electoral.
En Armenia, la crisis política está provocada por la guerra de Karabaj y la derrota de 2020 lo que ha intensificado la lucha interna por el poder que estaba presente desde al menos el cambio de régimen en 2018. Se trata de una crisis extraordinaria, ya que las instituciones políticas, incluso las más sólidas, tienen dificultades para hacer frente a los desafíos políticos que surgen de la guerra, la derrota militar y pérdidas territoriales. Ahora bien, está claro que las instituciones armenias no están suficientemente desarrolladas para hacer frente a esta situación. El actual líder Nikol Pachinian ha tenido tres meses para lidiar con el problema de la crisis interna y la pérdida de legitimidad de la posguerra. Sin embargo, no dio una respuesta adecuada y en su lugar impulso políticas contradictorias: primero propuso elecciones rápidas, y luego retiró la propuesta sin reemplazarla por otras medidas destinadas a resolver las tensiones internas. Sus últimas medidas han conseguido enfurecer a todos los altos mandos del ejército, que ahora exigen su dimisión. [el lunes 1 de marzo ante una concentración de simpatizantes, Nikol Pachinian dijo que «Si la oposición parlamentaria está de acuerdo con elecciones anticipadas, nosotros también lo estamos».]
No importa qué crisis que estalle sobre cualquier tema, pone de relieve que las formas de actuar actuales no funcionan y es necesario cambiarlas. En ese sentido, crea oportunidades para mejorar el sistema, pero como cualquier cambio, también genera riesgos y peligros.
¿Qué riesgos? En Armenia y Georgia, el mayor riesgo es que las instituciones no funcionen, y que sea la calle la que se apodere de la política, lo que podría conducir a la represión, la violencia y un posible baño de sangre. En Georgia, la detención de Nika Melia, líder de la principal formación de la oposición, el Movimiento Nacional Unido (UNM), provocó la dimisión del primer ministro Giorgi Gakharia, agravando una situación ya de por sí complicada. A medida que las protestas y contraprotestas llenan las calles, el riesgo de que los acontecimientos escapen a todo control y provoquen enfrentamientos es real. Cualquier acto de violencia y, especialmente, cualquier derramamiento de sangre, transformaría estos conflictos y los haría más complicada su resolución.
Pero los conflictos también ofrecen oportunidades de cambio y mejora. Las distintas partes pueden decidir resolver sus diferencias mediante compromisos, estableciendo mecanismos para resolverlos, mediante la institucionalización. Originalmente, en Inglaterra o Suecia, instituciones como los parlamentos se crearon precisamente con este propósito: establecer reglas básicas predecibles para resolver disputas, para resolver conflictos. Sin embargo, en muchos contextos postsoviéticos y poscoloniales, los parlamentos no se utilizan para consultas y negociaciones entre diferentes intereses sociales y políticos, sino que están dominados por el grupo gobernante y, por lo tanto, no cumplen ninguna función real. La democracia no es un lema; es el ejercicio diario de la negociación política y la búsqueda de compromisos dentro de las instituciones.
A este respecto, Georgia tiene una pequeña ventaja sobre Armenia. Si bien la revolución de 2003 condujo a una concentración de poder (Mikheïl Saakashvili ganó las elecciones de enero de 2004 con el 96% de los votos), la UNM continúa ejerciendo como oposición parlamentaria desde 2012. En Armenia, desde 2018, un nuevo grupo político llegó al poder, copando el parlamento y el ejecutivo, mientras que el viejo poder fue marginado de las instituciones políticas. Armenia, que tras el cambio constitucional de 2015 se convirtió en república parlamentaria, no tiene partidos políticos en funcionamiento: ni Contrato Civil de Nikol Pashinian es un partido como tal, más bien un grupo de elementos heterogéneos que comparten el ejercicio del poder, ni los antiguos Republicanos son un partido que funciona, porque se trata de un grupo del antiguo equipo gobernante que ahora está fuera del poder. Georgia tiene un problema específico propio: el hombre fuerte de la república, Bidzina Ivanishvili, no tiene mandato político, ni poderes formales ni responsabilidades. El partido gobernante Sueño Georgiano-Georgia Democrática no jugó un papel importante en el proceso de toma de decisiones. En Armenia, el proceso de toma de decisiones bajo Nikol Pachinian también fue oscuro. Es como si aún pervivieran los viejos métodos de decisión soviéticos y que en estas repúblicas, sean calificadas democracias o dictaduras, la toma de decisiones importantes las realiza un puñado de gente.
Por último, los observadores del caos actual en Armenia, Georgia y en contextos similares podrían verse tentados de convencerse de los méritos de las autocracias. Turkmenistán, por poner un ejemplo, es claramente un país estable; si bien no se puede decir lo mismo de Ucrania o Kirguistán. El problema del régimen autocrático, además de estar desactualizado en la era de la democracia, es que no logra desarrollar mecanismos de corrección política. La autocracia se basa en instituciones políticas donde los individuos son personalmente leales al gobernante, lo que conduce al poder piramidal, la ausencia de pluralismo y la opacidad en los procesos de toma de decisiones. A medida que la sociedad cambia y evoluciona rápidamente, el régimen autocrático carece de mecanismos no solo para representar a amplios segmentos de la sociedad, sino también para corregir y modificar las propias instituciones políticas. La Unión Soviética, bajo Leonid Brézhnev [secretario del Comité Central del PCUS de 1966 a 1982; Presidente del Soviet Supremo de 1977 a 1982], también parecía estable si se toman en cuenta sus instituciones políticas, pero acumulaba enormes contradicciones que resultaban difíciles de resolver en el momento en que un líder reformista quería ponerse al día en su reconstrucción.
Hoy en día, ni Armenia ni Georgia son democracias que funcionen. Si fueran democracias, habrían utilizado sus instituciones, como los parlamentos, para resolver sus conflictos políticos internos. Hoy, ambos países enfrentan enormes desafíos, a los que sobrevivirán dando un paso adelante o retrocediendo dos.
Traducido por: https://vientosur.info/crisis-politica-en-armenia-y-georgia/