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¿De quién será el siglo XXI?

Fuentes: Rebelión

Suele afirmarse que el siglo XIX fue europeo, británico sobre todo; que el XX fue americano, es decir, estadounidense, y quienes gustan de adjudicar los siglos a las grandes potencias de la historia se preguntan ya de quién será el siglo XXI. Las respuestas varían desde los que pretenden que sea un nuevo siglo americano […]

Suele afirmarse que el siglo XIX fue europeo, británico sobre todo; que el XX fue americano, es decir, estadounidense, y quienes gustan de adjudicar los siglos a las grandes potencias de la historia se preguntan ya de quién será el siglo XXI.

Las respuestas varían desde los que pretenden que sea un nuevo siglo americano ( consultar en cualquier buscador de internet, » Proyecto para un Nuevo Siglo Americano», de los neoconservadores republicanos en el poder en Estados Unidos ), a los que, impresionados por el crecimiento económico chino y hasta indio, pronostican que el siglo XXI será asiático, o sea chino-indio o, simplemente, chino.

Lo inquietante de estas propuestas y conjeturas es que quienes las consideran imaginan un siglo XXI de naturaleza semejante a los pasados siglos XIX y XX. Es decir, estaremos, una vez más, ante un orden político internacional en el que dos o más grandes potencias, solas o en bloques político-militares, competirán entre sí ( ¿ con todos los medios a su alcance? ) para lograr la hegemonía e imponer a sus rivales y al mundo sus intereses y su modelo civilizatorio.

Que esa posibilidad exista, incluso que estemos inmersos ya en el proceso de transición del orden unipolar estadounidense al orden multipolar internacional, no me parece imposible o inverosímil. Hay señales inequívocas de que el poder político-militar externo e interno americano ( ¿ Iraqnam? ) ha tocado techo. No tendría nada de extraño que se llegue a un orden mundial de seis, siete u ocho grandes potencias – Estados Unidos, Unión Europea, Japón, pero también Rusia, China, India y, tal vez, Brasil y República Surafricana -.

Sin embargo, aún considerando positivo el paso del actual orden unipolar al futuro orden multipolar, no creo que se trate de una perspectiva que nos deba llenar de optimismo, ni que sea un esquema de orden internacional en sí mismo tranquilizador.

En trabajos anteriores expuse mis dudas sobre lo improbable de nuevas guerras mundiales en el contexto del terror nuclear, aunque no excluí la posibilidad de nuevas guerras frías. Es más, si el motivo central de las dos guerras mundiales fue la lucha por un nuevo reparto del mundo, esa posibilidad queda hoy descartada, como demuestra el fracaso de la recolonización de Iraq, o el hecho mismo de que del antiguo orden colonial y semicolonial emerjan, como potencias del futuro, países como la India, China o Brasil. Los tiempos que vivimos no son propicios a la recolonización y hasta podría ser que un área del mundo, América Latina, que en su día pasó del colonialismo al neocolonialismo, esté viviendo actualmente el transito desde la descolonización a la desneocolonización ( considérense los casos de Venezuela, Bolivia, Uruguay, etcétera ).

Por consiguiente, no parece fácil que el paso del orden unipolar al multipolar entrañe directamente el riesgo de conflictos bélicos similares a la primera y segunda guerras mundiales. Por el contrario, se puede pensar que la superación de la Pax americana, mucho más corta de lo previsto por los imperialistas estadounidenses, implicará el tránsito a un orden mundial más compensado, más equilibrado en la balanza de los poderes internacionales. En suma, cabe imaginar que existirán contrapesos capaces de moderar las ambiciones hegemónicas de los Estados Unidos o, en su caso, de China.

Sin embargo, aún siendo preferible ese orden político internacional al presente, sería insatisfactorio, porque no añadiría nada sustancialmente nuevo al orden mundial. El mundo seguiría en manos de un puñado de potencias, entrando en peligrosas contradicciones y poniendo en riesgo el interés general de la humanidad, puesto que el principio que rige ese juego es el de la competencia, que repite la experiencia probada de la lucha de todos ellos por derrotar a sus adversarios y alzarse con la victoria.

Un mundo así, regido por los valores del darwinismo político, no disipa los temores, ni despeja las incógnitas acerca de un futuro universal mejor para todo el género humano.

Por eso, lo pertinente es cambiar la pregunta. Lo importante no es preguntarse de quién será el siglo XXI, sino de quién debería ser, asunto cuya respuesta no ofrece duda, porque nadie medianamente sensato negará que tendría que ser el siglo no de unas u otras potencias, continentes o civilizaciones, sino el del principio de toda la humanidad.

¿ Qué hacer para conseguirlo?

No hay recetas mágicas, pero conscientes de que el paso de las ideas viejas a las nuevas no es fácil, ni sencillo, habría que expresar, en un primer momento, las máximas reservas frente a quienes defienden la conveniencia de un orden mundial fundado en la competencia. Y, luego, habría que reclamar el abandono del modelo de relaciones internacionales competitivas y la instauración de un modelo de relaciones cooperativas. Las primeras conducen a la confrontación e, incluso, a la guerra; las segundas a la integración y a la paz, como ilustra, en ambos casos, el ejemplo de Europa en el siglo XX.

Queda una última cuestión por abordar. Si las grandes potencias, guiadas muchas veces por el interés de poderosas élites económicas, políticas y militares, son incapaces de adoptar un modelo de relaciones internacionales y con ello un nuevo orden mundial, basado en los valores de la cooperación, la solidaridad y la ayuda mutua, ¿ qué otro actor o actores reales del panorama internacional podrían asumir esa responsabilidad?

A mi juicio dos. Por un lado, los países, generalmente del Tercer Mundo, que desde hace años vienen reclamando, en el seno de la ONU, un orden económico y político internacional más justo. Por el otro, los movimientos sociales que el profesor norteamericano I. Wallerstein llama antisistema. Es decir, los movimientos sociales, antiguos y nuevos que, desde Seattle y Porto Alegre, se han enfrentado al neoliberalismo y al neoimperialismo, proclamando que otro mundo es posible. En ellos, sobre todo, cabe depositar una buena parte de la esperanza en un siglo XXI que no sea una trágica repetición de los siglos que le han precedido.

En definitiva, del protagonismo que unos y otros sean capaces de asumir, de su actividad, de sus iniciativas, puede depender, en buena medida, el rumbo que siga el siglo que está comenzando.