Recientemente fue publicado en Socialismo o Barbarie el artículo de Claudio Katz «Los problemas del autonomismo«, en el que a partir de la crítica a las ideas de Antonio Negri y John Holloway termina colocando en un mismo referente de pensamiento a un conjunto heterogéneo de perspectivas teórico políticas de los procesos autonómicos. Desde la […]
Recientemente fue publicado en Socialismo o Barbarie el artículo de Claudio Katz «Los problemas del autonomismo«, en el que a partir de la crítica a las ideas de Antonio Negri y John Holloway termina colocando en un mismo referente de pensamiento a un conjunto heterogéneo de perspectivas teórico políticas de los procesos autonómicos.
Desde la experiencia de los pueblos indígenas no es posible coincidir con la imagen de sus autonomías creada por Katz y su utilización genérica del término «autonomismo».
Nunca se ha puesto en duda la matriz clasista impuesta por el capital ni el tipo de Estado en la que se encuentran inmersas las luchas por las autonomías y, en consecuencia, la necesidad de alianzas entre los movimientos indígenas con todos aquellos que plantean reformas democráticas, contra el capitalismo e incluso por la construcción de un nuevo tipo de socialismo.
No ha sido responsabilidad de los pueblos indígenas el poco interés mostrado por partidos y organizaciones de izquierda en el establecimiento de acuerdos para una lucha unificada en los terrenos político, electoral o de movilización social. Hay ejemplos, algunos trágicos, del uso instrumental de los indígenas en los procesos políticos institucionales y aun en los espacios de la guerra revolucionaria.
Los movimientos autonomistas indígenas no hacen un culto de la resistencia popular espontánea. Usualmente sus movimientos son precedidos de largas deliberaciones y, como demuestra la insurrección zapatista de 1994, debieron transcurrir muchos años para el estallido de la rebelión y hasta ahora no se han dado pasos que resulten de la espontaneidad o el aventurerismo políticos. Este movimiento demuestra el valor que se otorga a la conciencia y a la organización de los oprimidos y explotados en la lucha contra un Estado que busca acotarlos e incluso destruirlos política y militarmente.
Las formas de organización política de la democracia directa surgidas de los procesos autonómicos indígenas no pueden ser aplicadas como una fórmula que organice la sociedad nacional y el Estado en sus múltiples ámbitos y complejidades. Sin embargo, ha sido precisamente la ausencia de participación de la sociedad y de los trabajadores en particular en el ejercicio del poder y el control estatal lo que caracterizó y, en parte, dio al traste con la experiencia del socialismo real.
Al destacar la participación de todo el pueblo en las juntas de buen gobierno, por ejemplo, no se pretende que estas formas de autogobierno se generalicen o se idealicen, obviado sus limitaciones y obstáculos impuestos por la contrainsurgencia y el avance expropiatorio neoliberal.
No obstante, su existencia en los espacios zapatistas es una realidad que debiera motivar su análisis para concebir formas de organización y participación ciudadanas y populares que sustituyan a las maquinarias burocráticas que ignoran los mandatos de las mayorías. ¿De qué manera puede perjudicar la lucha por la construcción del socialismo defender la auto organización y resaltar los valores solidarios y comunitarios? Particularmente en el caso de los mayas zapatistas no se hace una apología de su experiencia ni se pone como un «modelo a seguir» para la edificación de la sociedad presente y futura.
No es acertado extender a la autonomía indígena la crítica expresada por Katz de que «los autonomistas magnifican el papel de los excluidos en desmedro de los asalariados tradicionales porque atribuyen mayor peso a las relaciones de dominación que a las formas de explotación», cuando es precisamente el etnomarxismo la perspectiva desde la cual se ha insistido en que la dominación basada en factores étnicos constituye una forma concentrada y adicional de la explotación capitalista y esta corriente ha hecho oportunamente la crítica al etnicismo, que en el seno del movimiento indígena pretende establecer una dicotomía insalvable entre el mundo indígena (profundo) y el no indígena (imaginario), haciendo a un lado el análisis de clase.
Las autonomías indígenas no ignoran al Estado ni al poder que ejerce a partir del monopolio de la violencia legalizada por un marco jurídico y «legitimada» por una hegemonía de clase. Bajo esta premisa, se considera a las autonomías como formas de resistencia y de conformación de un sujeto autonómico que se constituye en un interlocutor frente al Estado y frente al cual impone una negociación, pero paralelamente, si ésta fracasa, se va construyendo la autonomía de facto. Por ello, las autonomías no se otorgan, se conquistan a través de cruentos levantamientos y extensas movilizaciones. Los autogobiernos no son considerados «islotes libertarios dentro del universo capitalista».
En Leer un video, los zapatistas señalan claramente: «el nuestro no es un territorio liberado ni una comuna utópica. Tampoco el laboratorio experimental de un despropósito o el paraíso de la izquierda huérfana». Los indígenas no difunden una imagen idílica de sus movimientos «suponiendo que estos agrupamientos avanzan saltando todos los obstáculos», crítica de Katz que no parece fundarse en la investigación empírica ni en un conocimiento profundo de la autonomía indígena. En la amplia bibliografía que consultó no existe ningún texto escrito por los mismos actores de la experiencia autonómica. Por eso me atrevo a dar un consejo: si se desea debatir sobre la autonomía sería bueno conocer lo que expresan directamente los implicados y no simplemente refutar a teóricos que interpretan la experiencia, quienes muchas veces en lugar de enriquecerla, la empobrecen. Desde luego, si se busca que el debate sea productivo y no un concurso de citas escogidas a modo.