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Debilidad y fuerza de un imperio en declive: más allá de la guerra comercial

Fuentes: Rebelión

La imposición generalizada de aranceles a la importación por parte de la administración Trump hizo saltar las alarmas. Economistas y entendidos de distintas tendencias (a menudo contrapuestas) hablaban de recesión mundial inminente, de punto final a la globalización, de disparo en el pie (o en la cabeza)…

Aparentemente, el loco que ocupa la Casa Blanca ha decidido tomar el camino del aislacionismo y el proteccionismo, pretendiendo volver dos siglos atrás, cuando los EE. UU. pudieron fundamentar su industrialización en el establecimiento de fuertes aranceles que protegían la producción nacional de las importaciones británicas, al mismo tiempo que engordaban la maquinaria estatal norteamericana (en ausencia de impuestos directos). Pero hay que ir más allá de apariencias y cortoplacismos. Resulta bastante obvio que los objetivos de dicho punto de inflexión son impulsar una cierta reindustrialización en territorio norteamericano, reduciendo así la dependencia de las cadenas de suministro globales, así como aliviar el peso de un endeudamiento galopante que hipoteca el futuro del imperio yanqui. Aunque esto no quiere decir, ni mucho menos, que la persecución de tales objetivos impliquen automáticamente una renuncia a seguir ejerciendo la hegemonía y a seguir controlando las cadenas de valor globales. Precisamente, un análisis serio de la cuestión no puede desvincularse de la valoración de las debilidades y fortalezas de esta hegemonía.

¿Proteccionismo vs librecambismo?

Hasta tal punto hemos interiorizado el discurso mistificador del capitalismo liberal, que buena parte de las reacciones al golpe de fuerza de Trump (a derecha e izquierda), se orientan en las coordenadas de la falsa oposición entre proteccionismo (supuestamente reaccionario) y librecambismo (supuestamente progresista). En su momento, en pleno apogeo del capitalismo británico y del triunfalismo liberal, Karl Marx afirmaba lo siguiente: “¿Qué es, pues, el libre cambio en el estado actual de la sociedad? Es la libertad del capital. Cuando hayáis hecho desaparecer las pocas trabas nacionales que aún obstaculizan la marcha del capital, no habréis hecho más que concederle plena libertad de acción. Por favorables que sean las condiciones en que se haga el intercambio de una mercancía por otra, mientras subsistan las relaciones entre el trabajo asalariado y el capital, siempre existirán la clase de los explotadores y la clase de los explotados. Verdaderamente es difícil comprender la pretensión de los librecambistas, que se imaginan que un empleo más ventajoso del capital hará desaparecer el antagonismo entre los capitalistas industriales y los trabajadores asalariados, Por el contrario, ello no puede acarrear sino una manifestación aún más neta de la oposición entre estas dos clases.”i La preferencia de Marx por el librecambismo de la época, pese al asco que le inspiraban sus abogados y la clase social que se beneficiaba de ello, solo se entiende en el marco de la lucha de clases y en la medida en la que, pensaba, llevaba al extremo el antagonismo entre burguesía y proletariado y preparaba así el camino hacia la revolución social. Quizá la lectura de Marx estaba algo condicionada en aquella época por una concepción lineal y progresista del desarrollo histórico y esto le condujo a pensar que la eliminación de las Corn Laws en 1846 (con la que se ponía fin a los aranceles que limitaban la importación de grano para proteger a la aristocracia terrateniente inglesa) acarreaba la supresión del último obstáculo proteccionista en el desarrollo del capitalismo británico. En función de esta lectura no se contemplaba la posibilidad que las naciones hegemónicas pudieran echar mano puntualmente de medidas proteccionistas a la vez que intentaban controlar el gran mercado mundial, imponiendo a las demás medidas librecambistas en favor de su burguesía exportadora.

Los puntos de vista desde los que se plantea el debate, partiendo de esa oposición binaria y simplista entre proteccionismo y librecambismo, enmascaran y falsifican toda la complejidad que encierra la cuestión. En primer lugar, el proteccionismo es una herramienta que el Estado utiliza discrecionalmente para proteger a ciertos sectores capitalistas autóctonos de la competencia exterior y no se puede entender sin tener en cuenta el papel que juega el Estado capitalista como defensor de estos intereses. Esta estrategia puede compaginarse perfectamente con políticas librecambistas: el caso de la administración Reagan es bastante ilustrativo al respecto. En segundo lugar, los beneficios que ofrece la aplicación de políticas proteccionistas dependen de la posición que ocupa el país en cuestión en el sistema-mundo capitalista: si Trump ha decidido iniciar una guerra comercial, es porque piensa (o al menos lo piensa su entorno) que tiene buenas cartas para ganarla. En tercer lugar, cabe plantearse si esta maniobra implica necesariamente la ruptura total con el modelo anterior de capitalismo globalizado impuesto por el propio imperialismo estadounidense o si, por el contrario, constituye un intento de imponer un cambio en las reglas del juego a su favor. Lo que parece evidente es que no tiene ningún sentido llorar por la supuesta destrucción del orden mundial liberal.

Un imperio en decadencia

El golpe de fuerza de Trump no puede entenderse si se prescinde de un análisis de los equilibrios y desequilibrios geopolíticos y sistémicos. A corto plazo, es evidente que dichas medidas, en caso de llevarse a cabo hasta las últimas consecuencias, pueden provocar importantes perturbaciones en las cadenas de suministro e incluso una inflación de precios que acaben perjudicando gravemente a la propia economía estadounidense, pero también debería ser evidente que contienen objetivos a más largo plazo. El sorprendente giro de la Administración Trump se debe, en primer lugar, a una lectura alejada del tradicional y prepotente optimismo de las administraciones anteriores y a la constatación que el sistema de dominación imperialista estadounidense se está resquebrajando por todos lados. El mismísimo Secretario de Estado, Marco Rubio, reconocía que “no es normal que el mundo tenga únicamente una potencia unipolar”, que “se trataba de una anomalía, producto del fin de la Guerra Fría” y que era inevitable el avance hacia un mundo multipolar.ii

La hegemonía económica de Estados Unidos está en claro retroceso. En términos de contabilidad nacional, se ha convertido en un gran importador (devorador) de productos manufacturados para el consumo; su enorme déficit comercial solo puede mantenerse a través de un endeudamiento galopante y de una emisión masiva de bonos del tesoro. A pesar de que las corporaciones estadounidenses siguen controlando gran parte de las cadenas de valor globales, este desequilibrio solo puede llevar a un declive económico a largo plazo. El hecho de que el dólar sea la moneda de intercambio y reserva internacional posibilita seguir alimentando el endeudamiento, aunque al mismo tiempo (por su propia fortaleza) perjudica a las exportaciones, lo que conduce a una situación totalmente insostenible a medio plazo. De hecho, el propio Marco Rubio reconocía abiertamente que “somos el mayor mercado de consumo del mundo y, sin embargo, lo único que exportamos son servicios, y debemos detener esto”.iii Por tanto, aparentemente, la mejor manera de revertir la situación es, según Rubio (y Trump), “volver a un momento en que seamos un país que puede hacer cosas, y para ello debemos reiniciar el orden comercial global”. Así pues, las turbulencias que pueda acarrear dicha reinicialización del sistema en los mercados a corto plazo poco importan (aunque ya han obligado a rectificar del plan inicial con una moratoria de 90 días), puesto que se trata fundamentalmente de un golpe de fuerza político del imperio para frenar su decadencia y mantenerse a flote; un imperio que dicta las reglas por las que debe regirse la economía capitalista global: “las empresas de todo el mundo, incluidas las del comercio internacional, solo necesitan conocer las reglas. Una vez que las conozcan, se adaptarán a ellas.”iv

Una constante en la historia reciente del capitalismo es que las potencias que ocupan posiciones centrales han terminado externalizando buena parte de su capacidad productiva a cambio de mantener una posición preeminente en el control del capital financiero y de las cadenas de valor, y de tener cierta capacidad monopolística en la producción de mercancías con tecnología avanzada, además de convertirse en un enorme mercado importador. La maniobra de Trump es sobre todo incomprensible si se tiene en cuenta que pretende dar la vuelta a una tendencia casi necesaria hacia la desindustrialización del corazón del imperio. Ciertamente, el potencial de Estados Unidos no tiene parangón con el del Reino Unido ni los decrépitos países europeos, contando con recursos materiales mucho mayores. Aun así, resulta francamente difícil imaginar que las propias corporaciones estadounidenses, que actualmente se benefician de la posibilidad de obtener una enorme plusvalía de la explotación de la clase trabajadora de los países del Sudeste Asiático (países contra los que se orientan de manera especial los aranceles), tendrán incentivos para volver a implantar procesos productivos intensivos en trabajo en EE. UU., a menos que dicha operación no se sufrague en parte con dinero público (lo que, por mucho que la recaudación de aranceles contribuya a llenar las arcas, agravaría aún más los problemas de endeudamiento crónico).

Dicha iniciativa de guerra comercial se inscribe en el proyecto de construcción de un nuevo orden mundial, en el que la hegemonía de EE. UU. se basará en un cierto repliegue regional en su área inmediata de influencia, sin que ello implique una renuncia a seguir controlando en beneficio propio las cadenas de valor mundiales. A pesar de las lamentaciones europeas, el objetivo principal de la presente guerra comercial es someter a China, principal productor industrial del mundo y que amenaza el casi monopolio tecnológico occidental. En caso de conseguirlo, la sumisión de los otros países estaría asegurada y el imperio yanqui podría imponer sus términos en condiciones más beneficiosas. Es absurdo, como plantean algunos economistas y opinadores, que se trate de una guerra entre el 25 % del PIB mundial y el otro 75 %. Se trata, más bien, de una guerra que ha declarado el imperio yanqui en decadencia contra China, cuya posición es percibida como una amenaza para la hegemonía global de EE. UU.

A pesar de todo, una posición de fuerza

Las enormes dificultades que implica el objetivo teórico de la reindustrialización no deben llevarnos a considerar la estrategia trumpista como totalmente disparatada, sobre todo si se analiza desde la perspectiva de la defensa de la posición hegemónica de EE. UU. En primer lugar, los EE. UU. cuentan con los instrumentos indispensables para llevar a cabo una iniciativa de este calibre con ciertas garantías de éxito: la potencia del mercado de consumo norteamericano, el hecho de que el dólar sigue siendo la moneda de reserva y de intercambio mundial, la enorme dependencia de la industria tecnológica avanzada de los EE. UU. y, en última instancia, la permanente amenaza de intervención militar, constituyen importantes puntos de apoyo que la respaldan.

En segundo lugar, el impacto inicial provocado por la ruptura aparente con los esquemas del orden neoliberal vigente no debe llevarnos a perder de vista que la dureza de las posiciones maximalistas se atenuará en el futuro inmediato (ya lo están haciendo) y que uno de los objetivos declarados de la estrategia es la negociación bilateral con los países afectados para establecer condiciones favorables para EE. UU. La dependencia del mercado americano es demasiado importante como para que ciertos países puedan plantearse un cambio de calado en sus relaciones comerciales. Pensar que un aumento de la demanda del mercado europeo o de otros países con un mercado interior más débil puede llegar a absorber la producción que se transfiere a EE. UU. es totalmente absurdo: las alternativas son la sumisión o la ruina y la administración Trump cuenta con ello. En definitiva, esta estrategia puede interpretarse como un verdadero chantaje político y económico. Además, es evidente que el gobierno de Trump terminará por flexibilizar los aranceles cuando estos afecten a la producción directa de las corporaciones estadounidenses en otros países o al abastecimiento de componentes esenciales (a menos que quiera perder el apoyo de la totalidad de la clase capitalista estadounidense).

En tercer lugar, una respuesta coordinada a la guerra comercial iniciada por EE. UU. es muy improbable. Cada país actuará de forma previsible en función de su posición en la economía mundial capitalista y de la capacidad de su industria para encontrar salidas alternativas. La estrategia del Gobierno de Trump parte de esta divergencia fundamental, que impedirá cualquier intento de frente común. Una estrategia coordinada debería pasar por una gran alianza geopolítica entre la UE, China y Rusia, a la cual se uniría la gran mayoría de países del Sur Global, con la finalidad de aislar a los EE.UU. Esto es ahora mismo harto improbable, sobre todo porque la estrategia europea queda totalmente condicionada por la orientación atlantista de sus élites políticas y oligárquicas. Con una guerra activa contra Rusia y con una incipiente guerra comercial contra China (inducidas por los EE. UU., por cierto), y teniendo en cuenta su peso industrial menguante y su dependencia energética del gas licuado americano (ganada a base de seguir fielmente las consignas del imperio), resulta realmente difícil imaginar cómo Europa puede reorientar su sistema de alianzas. Por otra parte, una ruptura total con Estados Unidos significaría también el final de la OTAN, extremo que difícilmente se producirá habida cuenta que los países del Este y los países escandinavos constituyen importantes peones al servicio de la estrategia imperialista estadounidense. Es bastante previsible que, más allá de gesticulaciones, la UE acabará negociando y sometiéndose una vez más a los designios del imperio.

El desenlace dependerá, pues, en gran medida de la respuesta que China sea capaz de dar al desafío lanzado por Trump y de las alianzas que sea capaz de tejer para aislar Estados Unidos y hacer fracasar su estrategia desesperada para sacar al imperio de su decadencia irreversible. Sin duda, el hecho de haberse atrevido a elevar la apuesta igualando los aranceles norteamericanos es un síntoma de fortaleza. Del mismo modo, los vaivenes de la administración Trump también pueden interpretarse como una muestra evidente de debilidad y su estrategia estará condicionada en último término por el apoyo y las reacciones que puedan despertar sus patochadas entre la clase capitalista yanqui. En cierto sentido, la nueva estrategia del imperialismo norteamericano puede interpretarse como una retirada táctica, con el fin de adaptarse al inevitable nacimiento de un nuevo orden multipolar en las mejores condiciones posibles, para seguir ejerciendo su hegemonía de un modo más indirecto, a través de la negociación y el chantaje bilateral, y con la garantía que ofrecen sus bases militares.

Ahora bien, volviendo otra vez a Marx, más allá del proteccionismo, el librecambismo y las relaciones internacionales, la izquierda debería tener presente que el fin de la hegemonía yanqui y la superación del capitalismo solo puede proceder de la lucha de clases y del avance hacia el socialismo. En el caso europeo -donde cabe reconocer que nos hallamos en un estado deplorable de paz social impuesta por la clase capitalista y aceptada por una amplia mayoría social- sólo a través de la reactivación de la lucha de clases se podrá llegar a quebrar la alianza imperialista de la oligarquía transatlántica. Sólo después de dicha quiebra histórica podrá iniciar la clase trabajadora europea un nuevo camino para establecer vínculos fraternales con el resto de los pueblos de la Tierra.

Notas:

i Karl Marx, “Discurso sobre el libre cambio”, en Miseria de la filosofía.

https://www.marxists.org/espanol/m-e/1847/miseria/index.htm

ii “Secretary Marco Rubio with Megyn Kelly of The Megyn Kelly Show”, US Department of State, 30 enero 2025.

https://www.state.gov/secretary-marco-rubio-with-megyn-kelly-of-the-megyn-kelly-show/

iii Greg Norman, “Rubio, in Europe, says US has to ‘reset the global order of trade’ and Trump is ‘absolutely right to do it’”, Fox News, 4 abril 2025.

https://www.foxnews.com/politics/rubio-europe-says-us-has-reset-global-order-trade-trump-absolutely-right-do-it

iv Ibid.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.