Lo peor que le ha pasado a Dantón no ha sido morir guillotinado sino morir ignorando por qué ha sido guillotinado. Saint Just. Si la guerra es la continuación de la política con otras armas, armas cruentas en este caso, cabe […]
Lo peor que le ha pasado a Dantón no ha sido morir guillotinado sino morir ignorando por qué ha sido guillotinado. Saint Just.
Si la guerra es la continuación de la política con otras armas, armas cruentas en este caso, cabe entender la Guerra Civil como un retrato en rojo sangre del ser y existir de aquella II República que vino a desembocar en guerra. Y así como se dice que el que va a morir repasa en un instante la película de su vida, de su biografía, bien puede acercarse a la realidad de la República acudiendo a su momento de agonía: la guerra civil.
De forma narrativa y con extremo talento entiendo que eso es lo que vino a hacer el escritor José Mª Pérez Prat con su novela Días de Llamas publicada por primera vez bajo el pseudónimo de Juan Iturralde en 1978 y que ha seguido reeditándose, sino con continuidad al menos de modo intermitente, correspondiendo la última edición a la efectuada por la Edit Debate en Madrid año 1999. En la mayoría, por no decir la totalidad, de los estudios o ensayos que han venido publicándose acerca de la novela española de los últimos años Días de llamas o no aparece citada o aparece como obra aislada, anómala y periférica.
De su autor poco sabemos:
«Juan Iturralde nació, con el nombre de José María Pérez Prat, en Salamanca el 15 de junio de 1917. Su vida puede llenar, a lo sumo, una cuartilla. Estudió en los jesuitas de Chamartín de la Rosa, no muy concorde con su voluntad y, más tarde, con escaso entusiasmo, Derecho, primero en la Universidad Central y después en la literaria de Salamanca. El alzamiento llamado nacional le sorprendió en Ciudad Real -donde su madre había fijado su residencia, con sus siete hijos, desde que enviudó- y la revolución y la guerra subsiguientes le pusieron en trance de perder la vida, aunque no tuvo jamás vocación de mártir o de héroe.
El azar puso en su camino, durante la contienda, una multitud de ángeles custodios con mono miliciano o uniforme del Ejército Regular Popular Revolucionario que le ayudaron a sobrevivir. Terminada aquella, terminó también sus estudios de Derecho, y en 1942 obtuvo plaza en las oposiciones que se celebraron, en dicho año, para ingresar en el Cuerpo de Abogados del Estado.»
Con anterioridad había publicado una novela corta, El viaje a Atenas, historia de un revolucionario griego que regresa clandestinamente a su patria años después de la guerra civil que tuvo lugar en Grecia al finalizar la II Guerra Mundial y que ocultaba por razones de censura una historia desarrollada en España, con personajes españoles en la que se abordaba la lucha de la resistencia antifranquista.
Veo esta novela como obra significativa y relevante dentro del sentido general de estas jornadas sobre la II República como momento histórico en el que la lucha de clases adquiere un relieve singular. Intentaré explicar el porqué de esta relevancia.
Días de llamas extrae su título de la cita con que la novela, a modo de prólogo, se abre:
«Las revoluciones, como los volcanes, tienen sus días de llamas y sus años de humo.»
Digo que esta cita funciona a modo de prólogo porque aclara por una parte la actitud narrativa frente al conflicto: revolución y no contienda fatricida o guerra civil. Revolución, guerra revolucionaria.
Cuando esta novela se publicó por primera vez, 1978, el hilo de humo era todavía bastante visible -recuerden que es el año en que se pacta la Constitución- si bien eran también claros los síntomas de que había interés evidente en que ese aviso de humo dejara de estar presente en nuestra atmósfera política. Hoy, casi 30 años más tarde de aquel humo, se está recuperando -lo que se viene llamando en España La recuperación de la memoria historia- el fuego más blanco mientras que del fuego rojo apenas se habla nada. Porque no nos olvidemos que en aquella república había dos fogatas superpuestos que la guerra civil alimentó con enorme fuerza.
De esos dos fuegos, si me permiten, de esas dos repúblicas, habla esta novela.
Días de llamas es una novela contada en primera persona por su protagonista, Tomás Labayen, juez de instrucción, condenado a muerte de manera implícita y que aguarda en el interior de una checa madrileña a que esa condena tenga lugar. Noche tras noche y en compañía de otros condenados espera la llegada de los milicianos que nombran en voz alta a los que van a ser víctimas del «paseo». Mientras espera escribe tanto su presente -sus relaciones con los otros presos- como sus recuerdos más recientes. Sabemos así que Tomás Labayen pertenece a una familia de clase media, que estudió en un colegio un poco por encima de sus posibilidades, que su padre es coronel de artillería, de los retirados por la ley Azaña, que su hermano Miguel es capitán de artillería que tuvo una actitud de lealtad republicana durante el levantamiento de Sanjurjo pero que el 18 de Julio, llevado por su compañerismo y honor militar se ha sublevado en el cuartel de Campamento por lo que permanece detenido en la Cárcel Modelo. Sabemos también que Tomás tiene una hermana, casada con un ex capitán de infantería, expulsado del ejército por un caso de corrupción económica y que vive en plan un tanto chulesco como vendedor de coches sin querer tomar partido ni esconderse cuando el levantamiento militar se frustra. Personajes que están construidos con el rigor necesario para situar sus actos en un contexto coherente y necesario para entender sus deseos, miedos, pasiones, acciones y omisiones, es decir, para entender las claves de la II REPÚBLICA. La novela transcurre desde el 18 de julio hasta la primavera del 37, en ese largo período intermedio de noviembre del 36 en que Madrid se convirtió en ciudad asediada.
La novela otorga un papel relevante al entorno familiar. La familia como célula social, como ente propio, con sus propios fines, valores e intereses. La novela se constituye alrededor de ese núcleo familiar que va a verse agitado por su entorno: por la guerra. En la guerra civil y revolucionaria convivían dos tensiones ya presentes en la sociedad de la República. Por un lado la tensión civil: el enfrentamiento en el interior del grupo social que se beneficia de las plusvalías y que luchan entre sí por no coincidir sobre el uso y gestión de esas plusvalías. Una fracción de la burguesía tradicional que se resiste a abandonar sus privilegios frente a otra fracción de la burguesía que ve como necesario incorporarse a los modelos económicos modernos -keynesianos diríamos- y por tanto reclama reformas radicales en la educación, plantea una reforma agraria mínima, la separación de la iglesia y el estado, una solución vía Estatutos de Autonomía de los problemas de los nacionalismos, una limitación del poder militar. Por otro, la tensión revolucionaria: el enfrentamiento ya no sobre el uso o gestión sino sobre la propiedad de las plusvalías, la lucha entre explotadores y los beneficiados de esa explotación y los explotados. Esta doble tensión que atraviesa todo el tiempo de la II REPÚBLICA y aflora violentamente en la contienda está captado narrativamente a través de la construcción de los diversos espacios sobre los que la doble tensión actúa: la familia, la profesión, la vida privada, la vida colectiva en el Madrid asediado.
El protagonista pertenece, por tanto, a una familia de clase media en cuanto unidad inserta en las expectativas de captación y usufructo privilegiado de las plusvalías; el ejercicio de la profesión liberal, judicatura o carrera militar, como mercancía retribuida por esas mismas plusvalías que ayudan objetivamente a extraer. La invasión que en esos dos espacios produce la aparición del poder obrero es la piedra clave sobre la que está construida la novela poniendo en cuestión el pacto de familia y el pacto profesional. La clase media por tanto como un elemento que el camino a la revolución debe considerar con atención, pues si bien puede devenir aliado conveniente también puede convertirse en obstáculo y peligro. Sobre esa condición de la clase media y la Revolución el protagonista escribe lúcidamente: «soy de la clase que tendrán que extirpar, de los que hacen de cualquier nimiedad una tragedia y se permiten el lujo de una sensibilidad desvergonzada, precisamente porque se cree sensibilidad».
La visión que el protagonista aporta de la guerra y por tanto de la Republica corresponde a la de un profesional liberal, ilustrado, defensor de una República democrática y reformista. Frente a la ruptura de la legalidad republicana que el golpe franquista supone el defiende el mantenimiento de la legalidad republicana, es decir, de un Estado de Derecho que fundamenta y orienta su poder en el mantenimiento del sistema económico basado en la propiedad privada de los medios de producción. Desde ahí asiste a los acontecimientos: la sublevación de los cuarteles profranquistas, el reparto de armas a las fuerzas populares, la victoria de las milicias populares armadas sobre los militares golpistas y la toma del poder por parte de esas fuerzas populares, ahora armadas, mientras que el gobierno y las instituciones republicanas se ven desbordadas e incapaces de mantener ese monopolio de la violencia con que ha venido definiendo el estado. La posesión de las armas es el hecho político decisivo que marca la diferencia entre el estado de cosas durante la República y la guerra civil y Revolucionaria. Armas para defenderse de la agresión fascista pero armas también como garantía de que las transformaciones sociales necesarias pueden ser defendidas de manera real.
Decirse hoy heredero de aquella república, así sin más apenas quiere decir nada. Porque en aquella II Republica en realidad estaban conviviendo dos batallas, por mejor decir, dos luchas. Por un lado una lucha en el interior de la clase burguesa y por otro, la lucha de clases del proletariado contra la burguesía. El héroe de nuestra novela era testigo y sujeto de un doble desgarro; la burguesía ultraconservadora de base latifundista y oligopolista que se entrega a las pulsiones del fascismo emergente en toda Europa contra una burguesía reformista que intentaba la tarea de modernizar el aparato productivo del país. Segundo desgarro: el proletariado contra el conjunto de ambas burguesías: la reaccionaria y la reformista por cuanto como enemigos de clase pretendían seguir detentando los beneficios de la explotación capitalista. A lo largo de la breve historia de la República se van a producir movimientos estratégicos dentro de ese doblete de enfrentamientos que van a producir a su vez realineamientos en el interior de esas fuerzas. Y así mientras que el enfrentamiento intraburguesía se mantiene estable, dentro del proletariado se produce un desplazamiento en principio táctico: el proletariado encuadrado en las filas del socialismo, una vez fracasado la revolución de Octubre ante el empuje de la burguesía ya fascista ya parafascista se acerca a las posiciones reformistas (ala Prieto del PSOE) aun manteniendo un programa máximo de transformación que va más allá del reformismo (ala Largo Caballero). Semejante proceso se va produciendo en el Interior del PCE, un partido combativo pero de escasa presencia hasta el 36 – Paso del Frente Único al Frente Popular. E incluso el movimiento Anarquista parece comprender tibiamente las necesidades de una tregua. Pero el juego de enfrentamientos no solo continúa sino que se multiplica: La burguesía facha conservadora contra la fracción de la burguesía reformista y contra el proletariado en conjunto. La burguesía reformista contra la fracción burguesa inmovilista y reaccionaria, contra el socialismo todavía revolucionario y contra las dos fuerzas más claramente revolucionarias: PCE y movimiento anarquista. El socialismo vive una lucha interna: prietistas contra largocaballerista, y al tiempo ambos socialismos contra el comunismo emergente y el poderoso anarquismo. No son tensiones y enfrentamientos que nazcan con la guerra. Estaban presentes en la II República y son las tensiones que la caracterizan.
La recuperación de la memoria que en estos momentos preconiza en el Gobierno Zapatero y en gran parte Izquierda Unida es una memoria demediadada. Una parte se ensalza y otra se arrincona. Del doble desgarro que la novela de Iturralde narra se elige tan solo aquel que enfrentaba a la burguesía más conservadora con la burguesía reformista. Y se presenta ese tiempo histórico como un espacio en el que los trabajadores y sus necesidades de transformación del sistema económico ocupan un lugar marginal, de meros comparsas. Lo que la II República enseña como lección revolucionaria: solo una legalidad defendida con las armas, con el apoyo organizado de los oprimidos, es capaz de resistir los embates de los beneficiados por el sistema de propiedad privada cuando esa propiedad privada se pone en tela de juicio. Una lección que en el Chile de 1973 volvió a enseñarnos la historia.
Pero la novela también parece estar apuntando a la necesidad de que las tácticas revolucionarias no vayan por delante de la estrategia. En el contexto internacional de los años 30 malamente se podía avanzar hacia la revolución sin tomar en cuenta la necesidad de sumar -o al menos neutralizar- al proyecto a aquellas capas de la pequeña burguesía que objetivamente podrían estar interesadas en su avance pero que culturalmente, subjetivamente, podían sentirse amenazadas por la convulsión social. De ahí la necesidad de medir el ritmo y tempo de los avances. Al menos desde la óptica pequeño burguesa del protagonista eso parece estar diciendo la novela. Dicho de otra forma: en su visión la II República no gestiona bien el doble juego de desgarros, de tensiones que la habitan. La II República, por tanto, no como paraíso perdido sino como lección a repensar.