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Desde las movilizaciones antiglobalización no se había producido una respuesta similar a la actual

Diez años de Génova, ¿una cita útil para el 15M?

Fuentes: Diagonal

Aprender de las experiencias del pasado es condición sine qua non del éxito de los movimientos y la de Génova es quizá una de las más aleccionadoras

La caída del muro de Berlín representó para muchos estudiosos el crepúsculo de las movilizaciones sociales asociadas al anticapitalismo. Eran tiempos de revoluciones de terciopelo que, aunque ilusionaron a quienes pensaron que podían representar una nueva primavera de Praga antiburocrática, no tuvieron más efecto que el de consolidar las transiciones de los sistemas del «socialismo real» a sistemas ultraliberales de democracia procedimental.

Fue la época también de la institucionalización de buena parte de los llamados «nuevos movimientos sociales» (en especial de los verdes alemanes convertidos en eco-capitalistas) y de la domesticación de buena parte de la solidaridad internacional que tomaba la forma de ONG y asociaciones humanitarias.

Aunque en las ciencias sociales se asumían ya como habituales los movimientos sociales y las formas de intervención política no convencionales, los imperativos de la gobernanza doméstico-estatal condicionaban la acción colectiva.

Sin embargo, con el precedente fundamental de la experiencia neozapatista en Chiapas, el nuevo milenio comenzó para los movimientos con la resaca de las protestas en Seattle contra la Organización Mundial del Comercio. Desde ahí, las movilizaciones contra las organizaciones mundiales de gestión se extendieron a todo el mundo en forma de días de acción global. En Europa, la reunión en Praga entre el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, en septiembre de 2000, abrió un ciclo que culminó poco menos de un año después con la imponente movilización de Génova contra el G8.

Aquellas protestas representaron, como decimos, el punto culminante de un movimiento cuyas características principales fueron dos. En primer lugar, el despliegue de formas de acción colectiva conflictivas; los días de acción global apostaban por los bloqueos y los enfrentamientos (más o menos simbólicos según los grupos y los casos) en cada cumbre de las instituciones de gestión global. En segundo lugar, el movimiento fue capaz de situar la protesta política más allá de los límites del Estado, al identificar al adversario político con el neoliberalismo y no solo con sus instituciones de gestión estatal.

Movilización lejos del Estado

Los movimientos globales lograron hacer política allí donde se concentra más poder, a saber, en la economía global, haciendo visibles los límites de la movilización, tanto de los partidos de izquierdas y los sindicatos, como de los movimientos nacionalistas que seguían privilegiando el escenario estatal. En definitiva, replantearon algo que fue fundamental para el desarrollo de los movimientos socialistas desde el siglo XIX pero que fue extremadamente difícil en el siglo XX: la movilización política más allá de los límites del Estado.

Sin embargo, la represión contra el movimiento global en Génova, que se cobró la vida un manifestante y produjo cientos de heridos y detenidos, marcó un antes y un después para las jornadas de acción global. Aquel ataque (policial y político) contra el movimiento fue un intento, en cierta medida exitoso, de probar un antídoto europeo frente a unas protestas que no paraban de extenderse.

En Génova, en particular, se estranguló el espacio político de la desobediencia como forma de intervención a medio camino entre la violencia y la participación convencional. Frente a aquel modelo represivo las únicas alternativas eran, o bien manifestarse de manera convencional renunciando así a todo el potencial comunicativo propio del movimiento, o bien asumir una modalidad de conflicto callejero de estilo insurreccional donde la muerte planeaba como una eventualidad perfectamente posible.

Este diseño de la represión en Génova no fue específicamente italiano sino que, con diferentes variaciones, se dio en otros lugares cuando las circunstancias lo hicieron preciso, como fue el caso de Goteborg (con varios heridos de bala) y Barcelona (con una escandalosa infiltración policial en los disturbios) en 2001 poco antes de las movilizaciones de Génova, y también en Madrid en 2003 durante las manifestaciones contra la guerra.

El 15M y la desobediencia

El movimiento 15M, que a todos los «movimentólogos» nos está impresionando, tiene muchas características que lo diferencian de los movimientos globales, pero también otras que lo asemejan. Entre las segundas destacan el hecho de haberse originado en acciones desobedientes (las acampadas y concentraciones sistemáticamente prohibidas) y el de haber puesto la indignación ante las consecuencias de la crisis global en el centro del debate político.

En lo que a la represión se refiere, hasta la fecha el 15M ha sabido emplear bien la táctica del judoka; cada acción de los antidisturbios (de la Policía Nacional o de los Mossos) se ha vuelto en contra de los objetivos que perseguía y ha reforzado al movimiento. Este fracaso de la acción policial demuestra, sin duda, la fuerza del movimiento 15M, pero nunca hay que subestimar la capacidad del adversario para redefinir las reglas del juego mediante la represión.

Los desobedientes italianos, inspirados por el neozapatismo, inventaron formas de intervención política de potencialidades comunicativas desconocidas, pero vieron que en Génova las autoridades forzaron un escenario que obligó al movimiento a recular.

Pablo Iglesias Turrión. Profesor de Ciencia Política y activista antiglobalización.

Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/Diez-anos-de-Genova-una-cita-util.html