Cuando Sardar Singh Jatav salió caminando una noche húmeda de principios de septiembre para hablar con los hombres que empleaban a su hijo, los encontró esperándolo en el camino. Pero no estaban de humor para discutir. Los hombres de una casta superior recibieron a Sardar con un puñetazo en el rostro. Luego le rompieron el […]
Cuando Sardar Singh Jatav salió caminando una noche húmeda de principios de septiembre para hablar con los hombres que empleaban a su hijo, los encontró esperándolo en el camino. Pero no estaban de humor para discutir.
Los hombres de una casta superior recibieron a Sardar con un puñetazo en el rostro. Luego le rompieron el brazo y después lo sujetaron. Sardar pidió ayuda a gritos. Nadie llegó.
Un hombre de una casta superior le metió un trapo en la boca. Otro sacó con regocijo una navaja. Agarró su cuero cabelludo y comenzó a levantar y cortar, levantar y cortar, entresacando casi cada centímetro de la piel.
«¡Para que aprendas!», Sardar recuerda que le dijeron. «¡Diles a todos que te quitamos la cabellera!».
Sardar es un paria, una clase entre los indios que no solo se considera de la casta inferior, sino que técnicamente no tiene casta, son a quienes se les llamaba intocables. Confinada a la parte inferior de la sociedad hindú de India durante siglos, la población paria, que se calcula cuenta con más de trescientos millones de personas, ha sido objeto de abusos desde que se tiene memoria.
Y ahora, según las estadísticas de criminalidad, la violencia en su contra está aumentando.
Quizás esto parezca sorprendente según la nueva historia que está escribiendo India. Mucho ha cambiado: millones de personas han salido de la pobreza; la economía india es ahora una de las más grandes del mundo; en todos lados del país hay carreteras nuevas, aeropuertos nuevos, infraestructura nueva.
Sin embargo, en muchos lugares, en especial en las áreas rurales más pobres, la infraestructura de las castas es la que todavía cuenta. Y con frecuencia se trata con desenfrenada brutalidad a quienes se rebelan contra ella, como Sardar.
Es un tipo de violencia que intenta mandar un mensaje e inflige dolor para mantener el antiguo orden social de India. Ocurren crímenes en todo el país y los parias no son simplemente asesinados: son humillados, torturados, desfigurados, destruidos.
«Padecemos una enfermedad mental», afirmó Avatthi Ramaiah, profesor de Sociología en Bombay.
«Se puede decir que India es una potencia mundial, una potencia global, que manda satélites al espacio», comentó. «Pero el mundo exterior tiene una imagen de India que ellos no conocen. Mientras el hinduismo siga siendo fuerte, las castas serán fuertes, y mientras sigan existiendo las castas, habrá castas inferiores», añadió.
«Las castas inferiores no son suficientes como para contraatacar», señaló. El resultado ha sido violencia que describió como «íntima, sádica y cruel».
Durante décadas, India ha luchado por desincorporar las armas de las castas. Cuando se estaba escribiendo la Constitución en la década de los cuarenta, los intelectuales sabían que las castas eran una llaga que se tenía que atender con urgencia. Incluyeron protecciones específicas para los parias, quienes conformaban alrededor del 15 al 20 por ciento de los 1300 millones de ciudadanos.
Los programas de acciones positivas, a pesar de que han generado profundos resentimientos entre las castas superiores, han ayudado a algunos parias a salir de la pobreza. Actualmente, existen poetas, médicos, funcionarios públicos, ingenieros parias, e incluso un presidente paria, pese a que es principalmente un puesto ceremonial.
No obstante, según los expertos, el 95 por ciento de los indios todavía tienen matrimonios dentro de su casta. Además, estudios recientes muestran que los niveles de ingresos y escolaridad están estrechamente relacionados con la casta. Incluso en la gestión de la formación académica, los parias (dalits) todavía se quedan atrás, lo cual indica que la discriminación de castas está viva y muy presente en los centros de trabajo.
Los académicos sostienen que el ambiente político actual ha aumentado la denigración de los demás, ya sea por la casta, el credo o el género. Según las estadísticas nacionales de criminalidad, la cantidad de crímenes debido a la diferencia de castas ha aumentado un 25 por ciento desde 2010, y llegó a casi 41.000 casos en 2016, el último año de registro.
Muchos analistas culpan al partido gobernante, el Partido Bharatiya Janata, cuyas raíces supremacistas hindúes han envalentonado a sus partidarios para que arremetan contra las minorías, a menudo en nombre del hinduismo. Un ejemplo es la cantidad de gente golpeada o asesinada por sacrificar a las vacas. Los animales son venerados en el hinduismo y la mayoría de las víctimas de los escuadrones de vigilancia de las vacas son musulmanas o parias.
Los expertos señalan que se ejerce la violencia para sembrar el terror. La comparan con los muchos horrores tan bien difundidos que aquí se infligen contra las mujeres, con el fin de deshumanizar y poner a la gente en su lugar.
Tal vez otro factor sea que los parias como Sardar reclaman más y exigen lo que les pertenece.
Lo que inició la confrontación esa noche de septiembre fue la insistencia de Sardar en que los terratenientes de las castas superiores le pagaran a su hijo unos 80 dólares de su salario atrasado que le debían por trabajar en sus arrozales.
«Todo lo que pedía era lo que me debían», comentó Sardar, de frente grande y redondeada, mandíbula cuadrada y un firme apretón de manos, incluso estando acostado en una cama de hospital.
Su aldea, Thati, está como a 320 kilómetros al sur de Nueva Delhi, la capital de India. Ahí viven alrededor de trescientas familias, apretujadas en pequeñas viviendas de ladrillo que en días recientes tenían una fina capa de polvo. Las mujeres restregaban las vasijas con puñados de lodo, y los hombres más viejos estaban acostados sin camisa sobre catres de sogas.
Los guijar, que a duras penas están en la parte superior de la escala general de castas, son la casta más poderosa aquí y son poseedores de casi toda la tierra. Los guijar viven en casas más grandes, y muchos de ellos tienen tractores y autos pequeños. La mayoría de los parias ni siquiera tienen bicicleta.
Los parias deben mostrar respeto a los guijar. No deben mirarlos a los ojos ni tocar su comida ni sus tazas de agua (los guijar las considerarían contaminadas). Ambas castas usan diferentes grifos de agua, como en el sur estadounidense de Jim Crow.
Todo esto es ilegal
La Constitución india prohíbe concretamente la política de la «intocabilidad», pese a que las encuestas recientes demuestran que muchos indios aún la practican incluso en las ciudades.
Los oficiales de policía han arrestado a varios guijar acusados en el ataque a Sardar, quien tiene alrededor de 55 años (no está seguro de su edad exacta). Sin embargo, las autoridades afirman que la casta no tuvo «nada que ver» y que el delito fue consecuencia de una disputa personal entre Sardar y un terrateniente.
Esa aseveración hizo reír a Sardar, una risa seca y amarga. Agitó su cabeza vendada, todavía en recuperación por un doloroso injerto procedente de la piel del muslo. Es una denuncia común: que la policía (la cual normalmente pertenece a las castas superiores) siempre esté en contra de los parias.
Un comandante de policía quiso afirmar que los agresores no tenían la intención de quitarle el cuero cabelludo a Sardar, sino que esa parte de la cabellera simplemente se le había desprendido cuando le pegaron en la cabeza con un palo. Dos médicos que atendieron a Sardar en un hospital del gobierno no estuvieron de acuerdo. Dijeron que casi toda la piel de la parte superior de la cabeza había sido retirada con violencia con un instrumento punzocortante, sin dañar el cráneo, pero dejando expuesta gran parte del hueso.
Sardar mencionó que mientras le quitaban el cuero cabelludo, los guijar se burlaban de él por usar turbante, algo que los parias no deben hacer. Recuerda que los hombres decían: «Vamos a quitarte la corona».
Ahora, comenta, va a tener una horrible cicatriz que le recordará toda la vida lo que le hicieron los hombres de la casta superior.