EE.UU. busca mostrar la vigencia de la «superioridad y hegemonía de ese país en las relaciones internacionales y en el contorno de la geopolítica global».
La National Security Strategy 2022 (en: https://www.whitehouse.gov/wp-content/uploads/2022/10/Biden-Harris-Administrations-National-Security-Strategy-10.2022.pdf) es un documento firmado por el presidente imperial Joe Biden que establece la estrategia nacional (y extraterritorial) de Estados Unidos mediante un discurso retórico y repetitivo que busca mostrar, sin conseguirlo, la vigencia de la «superioridad y hegemonía de ese país en las relaciones internacionales y en el contorno de la geopolítica global. Como expresión de un verdadero sistema imperialista mundial, aunque en decadencia, la National Security abarca en su geopolítica las regiones del Indo-pacífico, Europa, el hemisferio occidental, el Medio Oriente, África y el Ártico. Curiosamente no menciona a América Latina como región.
Reconoce que el mundo se encuentra en un punto de inflexión en el cual se impactará la «seguridad y prosperidad del pueblo estadounidense». En este contexto, en la mejor tradición de la doctrina Monroe, del misterioso «destino manifiesto» y del anticomunista macartismo de la guerra fría, indica que Estados Unidos impulsará sus «intereses vitales» «…posicionándolos para superar a nuestros competidores geopolíticos, abordar desafíos compartidos y establecer nuestro mundo firmemente en el camino hacia un mañana más brillante y esperanzador» (p. 2).
En este punto de inflexión, la tercera década del siglo XXI:
«…será decisiva, al establecer los términos de nuestra competencia con la República Popular China, gestionar la grave amenaza planteada por Rusia y en nuestros esfuerzos para hacer frente a los desafíos compartidos, en particular el cambio climático, las pandemias y las turbulencias económicas» (p. 12-13).
Con un lenguaje imperial refinado y altanero, el presidente sustenta la errónea tesis de la supuesta necesidad que tiene el mundo del liderazgo imperialista norteamericano, agrega el presidente, que «… es tan grande como siempre lo ha sido». Reconoce la existencia de una «competencia estratégica» en escala mundial que determinará su futuro y será liderada por Estados Unidos. Pinta un envidiable panorama interno de extraordinaria estabilidad social y económica en la que se han «…agregado 10 millones de empleos y las tasas de desempleo han alcanzado mínimos casi históricos»: «… los empleos de manufactura han regresado a los Estados Unidos» (p. 2). Ignora completamente la crisis capitalista interna y de las cadenas de suministro que han incidido en la merma de la tasa de crecimiento y en el aumento de las de interés; la extendida pobreza e indigencia en varios ámbitos de las ciudades norteamericanas; los altísimos índices de violencia e inseguridad internos, la enorme precarización del trabajo, la superexplotación y los bajos salarios que perciben millones de trabajadores (as), no solamente las «minorías raciales», mujeres y hombres (indocumentados, hispanos, negros, asiáticos inmigrantes, etc.), sino, incluso, de los propios trabajadores pertenecientes a la clase obrera «blanca». El racismo, la genofobia, la discriminación, la violación de los derechos humanos y las constantes atrocidades que se cometen contra los inmigrantes, son crudas realidades ignoradas por el presidente imperial.
Elogia la política de alianzas y asociaciones estratégicas (con aliados y socios) de Estados Unidos y considera la «fortaleza» de la OTAN que ese país comanda saludando el ingreso de dos pequeños países nórdicos a sus filas: Suecia y Finlandia, al mismo tiempo que destaca su asociación estratégica con Australia y el Reino Unido en la Australia-United Kingdom-United States (AUKUS). Al respecto señala que:
«Las alianzas y asociaciones de Estados Unidos han desempeñado un papel fundamental en nuestra política de seguridad nacional durante ocho décadas, y deben profundizarse y modernizarse para hacerlo en el futuro. La OTAN ha respondido con unidad y fuerza para disuadir una mayor agresión rusa en Europa, incluso cuando la OTAN también adoptó una nueva agenda amplia en la Cumbre de Madrid de 2022 para abordar los desafíos sistémicos. de la República Popular China y otros riesgos de seguridad desde el ciberespacio hasta el clima, así como aceptar la solicitud de Finlandia y Suecia para unirse a la alianza. El recientemente establecido Consejo de Comercio y Tecnología EE.UU.-UE está coordinando enfoques para establecer las reglas del camino en cuestiones tecnológicas globales, económicas y comerciales basadas en valores democráticos compartidos. Nuestra asociación de seguridad AUKUS con Australia y el Reino Unido promueve la estabilidad en el Indo-Pacífico al tiempo que profundiza la integración de la defensa y la tecnología. Continuamos profundizando la cooperación con los Cinco Ojos (con Australia, Canadá, Nueva Zelanda y el Reino Unido)» (p. 17).
Reconoce que China tiene la capacidad de remodelar el orden internacional hoy en crisis y en decadencia, impuesto precisamente por Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial con instrumentos proto-capitalistas como el FMI, el BM, la OTAN, el Pentágono estadunidense, el GATT-OMC, la OEA y el BID; y erige a Rusia como un «agresor» que ha destrozado la paz en la llamada Europa colectiva en su guerra contra Ucrania — que ya ha causado más de 100 mil militares muertos desde inicios del conflicto según rebeló en un video que luego fue eliminado, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen (RT, 30 de noviembre de 2022 e Hispantv, 1 de diciembre de 2022) — alterando la estabilidad con sus supuestas amenazas nucleares que cuestionan el régimen mundial de no proliferación de armas nucleares. A ambos, el presidente imperial, los califica de «autócratas» que «socavan la democracia» y exportan «modelos» de represión y de coerción en el extranjero.
De este modo, se parte el mundo en dos gajos: uno constituido por la llamada «democracia y el mundo libre» donde comparece el unilateralismo comandado por Washington y el otro, representado por las «autocracias altamente personalizadas» (p. 9), dixit Biden «…que amenazan la libertad y los regímenes democráticos de otras naciones» encabezadas por China y Rusia que son la locomotora del naciente mundo multilateral y policéntrico, aunque el documento de Biden lo niegue al escribir que «no se trata de una lucha entre Occidente y Rusia», sino de una «agresión» de esta al régimen ucraniano apoyado por Washington.
Este mundo dual, abisal, mefistofélico, distópico, dibujado y proyectado en la mente senil de Biden y del imaginario dominante de sus think tanks estadounidenses (civiles y militares), constituye el Armagedón dónde se enfrentan el «imperio del bien», dirigido por el imperialismo norteamericano y el «imperio del mal» (dixit Bush), por Rusia y China, junto con sus aliados como Corea del Norte, Irán, Venezuela o Nicaragua.
El colmo es cuando en el documento se proclama que «… Nos asociaremos con cualquier nación que comparta nuestra creencia básica de que el orden basado en reglas debe seguir siendo la base de la paz y la prosperidad mundiales» (p. 3). El cinismo aquí no tiene límites: ya que es justamente Estados Unidos quien, sistemáticamente desde el siglo XIX, ha violentado el derecho internacional y de las naciones alterado la paz en varias regiones del planeta, particularmente en Nuestra América donde ha implementado intervenciones, golpes militares (duros y blandos), judiciales o parlamentarios, guerras híbridas o de quinta generación, asonadas contra gobiernos civiles democráticamente elegidos, masacres y apropiaciones territoriales como ocurrió con más de la mitad del territorio mexicano a mediados del siglo XIX (Tratado de Guadalupe).
Biden indica que enfrenta dos desafíos: uno, relativo a la competencia interpotencias de la posguerra fría, por un lado, y por el otro, el que representan el «cambio climático, la inseguridad alimentaria, las enfermedades transmisibles, el terrorismo, la inflación y la escasez de energía». Problemáticas que no se podrán resolver «sin» el concurso [hegemónico] de Estados Unidos, que tendrá que enfrentar a los «nacionalismos y populismos» autocráticos que «dificultan» la «cooperación internacional» para superarlos.
El «éxito» para resolver los problemas tanto nacionales como mundiales, en gran parte causados por las «autocracias», demuestra la falsedad de las «… profecías del declive estadounidense» (p. 8) que han sido refutadas desde el pasado, según el presidente. Por el contrario, el documento de Seguridad Nacional de la Casa Blanca 2022 proclama que nunca como ahora es real la fuerza y supremacía de Estados Unidos frente al conjunto de las grandes potencias.
En la geopolítica de la «seguridad nacional», — que, en la versión norteamericana, es necesariamente extraterritorial —, «… Rusia representa una amenaza inmediata para el sistema internacional libre y abierto, desobedeciendo imprudentemente las leyes básicas – [¿?] (p. 8)- del orden internacional actual como lo ha demostrado su brutal guerra de agresión contra Ucrania», y China «…es el único competidor con la intención de remodelar el orden internacional y, cada vez más, el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para avanzar en ese objetivo» (p. 23). Esta visión fue adoptada en la Cumbre de Madrid de la OTAN, celebrada el 29 y el 30 de junio de 2022, donde se elabora un «nuevo concepto estratégico» de la OTAN que considera que la Federación Rusa es «…la amenaza más significativa y directa para la seguridad de los aliados y para la paz y la estabilidad de Occidente», mientras que China es el «…desafío sistémico para la seguridad euroatlántica» (cursivas nuestras).
Si, por un lado, de lo anterior se desprende el reconocimiento de Washington de la capacidad de ascenso y potencialidad del gigante asiático (mal sería no hacerlo), sin embargo, en el caso de Rusia oculta que la guerra de agresión contra Ucrania es causa tanto de las violaciones desde 2014 por el régimen político de este país de los acuerdos de Minsk suscritos en 2014 como, en la actualidad, del intenso apoyo mediático y militar que el propio Estados Unidos, los dóciles gobiernos europeos neoliberales y la OTAN le están proporcionando al régimen nazi-fascista ucraniano de Volomir Zelenski. Además, oculta la sistemática guerra de agresiones contra países, pueblos, comunidades y personas que Estados Unidos ha practicado a lo largo de su historia como sistema imperialista global. Al respecto basta recordar las agresiones e intervenciones en Irak (1990-2003), Bosnia y Herzegovina (en 1992 y la intervención de la OTAN al final del conflicto, en 1995); Afganistán (2001), Kosovo (1998-1999 y el bombardeo de la OTAN supuestamente para evitar una «limpieza étnica en la ex-Yugoslavia) o la invasión impune a Panamá (1989) para calibrar y evaluar su grado histórico de agresión.
Biden divide el mundo entre él y el «democrático» que compite y enfrenta a la otra parte: la «autocrática», además de atender los desafíos transnacionales «…que no respetan las fronteras y afectan a todas las naciones», aludiendo en este segundo aspecto a la presunta falta de cooperación con la llamada «comunidad internacional» por parte de China en la primera etapa de la pandemia de la Covid-19, y a las múltiples problemáticas derivadas del cambio climático que en rigor es más bien colapso ambiental antropogénico, como lo califican los expertos ambientales.
Para lograr los objetivos estratégicos y geopolíticos planteados en la Estrategia de Seguridad Nacional, el documento que comentamos erige, como su columna vertebral, modernizar, equipar y fortalecer las fuerzas armadas estadounidenses y, por extensión, de sus subordinados de la Europa colectiva occidental, en particular, las de los integrantes de la OTAN.
En este sentido, Marx y Engels caracterizan el Estado capitalista-imperialista como un órgano de dominación de clase y de opresión y de una clase por otra para lo que, dice Lenin, el ejército permanente, la policía y los aparatos represivos constituyen la fuerza fundamental de su poder. De este modo, el documento menciona el enfoque militar que figura en la Estrategia de Defensa Nacional 2022 donde destaca que el ejército norteamericano es:
«…la base de la disuasión y la capacidad de Estados Unidos para prevalecer en el conflicto. Modernizaremos la fuerza conjunta para que sea letal, resistente, sostenible, con capacidad de supervivencia, ágil y receptiva priorizando los conceptos operativos y las capacidades de combate actualizadas» (p. 21).
Para Washington, la fuerza nuclear es prioritaria para, antes de utilizarla, lograr la «disuasión nuclear» de los enemigos para lo que se propone la realización de inversiones gigantescas en el complejo industrial militar con énfasis en el desarrollo de nuevas armas nucleares. Así, en alusión a China, Rusia y otros países, plantea que:
«Para la década del 2030, Estados Unidos necesitará por primera vez disuadir a dos grandes potencias nucleares, cada una de las cuales desplegará fuerzas nucleares globales y regionales modernas y diversas. Para garantizar que nuestra disuasión nuclear siga respondiendo a las amenazas que enfrentamos, estamos modernizando la Triada nuclear, el comando, el control y las comunicaciones nucleares, y nuestra infraestructura de armas nucleares, así como fortaleciendo nuestros compromisos de disuasión extendidos con nuestros aliados» (p. 21).
Sin embargo, al reconocer que para «disuadir» a China no bastan las fuerzas convencionales y la disuasión nuclear, el documento introduce el concepto de disuasión integrada, que significa:
«…la combinación perfecta de capacidades para convencer a los adversarios potenciales de que los costos de sus actividades hostiles superan sus beneficios. Implica:
– Integración entre dominios, reconociendo que las estrategias de nuestros competidores operan en dominios militares (terrestres, aéreos, marítimos, cibernéticos y espaciales) y no militares (económicos, tecnológicos y de información), y nosotros también debemos hacerlo.
– Integración entre regiones, entendiendo que nuestros competidores combinan ambiciones expansivas con capacidades crecientes para amenazar los intereses de Estados Unidos en regiones clave y en el territorio nacional.
– Integración en todo el espectro de conflictos para evitar que los competidores alteren el statu quo de manera que perjudique nuestros intereses vitales mientras se mantienen por debajo del umbral del conflicto armado.
– Integración en todo el gobierno de los Estados Unidos para aprovechar toda la gama de ventajas estadounidenses, desde la diplomacia, la inteligencia y las herramientas económicas hasta la asistencia de seguridad y las decisiones de postura de fuerza.
– Integración con aliados y socios a través de inversiones en interoperabilidad y desarrollo conjunto de capacidades, planificación de posturas cooperativas y enfoques diplomáticos y económicos coordinados» (p. 22).
De este modo, cualquier amenaza proveniente de algún «competidor» (léase: enemigo) que ponga en peligro cualquiera de los dominios para sacar ventaja, será contrarrestado activando una respuesta parcial y/o combinada de cualquiera de los otros dominios señalados en el documento de marras.
Esto ya está ocurriendo, de hecho, en Ucrania donde el Pentágono es el que comanda las operaciones tanto del régimen militar en su confrontación con Rusia, como las de la OTAN en tanto organismo subordinado enteramente a los intereses geoestratégicos y militares de Estados Unidos. A pesar de la retórica de las «amenazas» que supuestamente enfrenta ese país por parte de Rusia y de China, lo que ocurre no solamente en esa región, sino en otras partes del planeta, es que Washington obstruye, bloquea por diversos medios, o destruye las iniciativas de países y naciones que reclaman su derecho a la soberanía, a la independencia y la libertad para afianzar y seguir sus procesos de desarrollo y de participación en las complejas y contradictorias relaciones internacionales.
En síntesis, del análisis del documento de la Casa Blanca, firmado por el presidente norteamericano, se desprenden los objetivos estratégicos en el mediano y largo plazos —aunque difíciles de precisar en el tiempo y en el espacio ya que no se define si su logro será por medios militares o mediante la aplicación de los dominios comprendidos en la estrategia de la disuasión integrada— consistentes en derrotar a China y a Rusia, en tanto entes geoestratégicos del nuevo mundo multilateral y policéntrico y, al mismo tiempo afirmar la supremacía del imperialismo norteamericano en el nuevo orden internacional naciente en esta tercera década del siglo XXI.
Adrián Sotelo Valencia. Profesor-investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.
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