Como apunta un periodista local, ya se ha dicho demasiado sobre la actual policrisis paquistaní. Nada de lo dicho hasta ahora es particularmente esclarecedor.
Por supuesto, nada de lo que se dice es particularmente incorrecto o fuera de lugar, pero la incompetencia y la miopía de los individuos más poderosos del país son impermeables e indiferentes a un buen análisis.
Todos sabemos que la situación actual es una convergencia de crisis política, constitucional, de seguridad y económica. Sabemos que estas crisis se han visto exacerbadas por la intromisión militar y judicial en la política. Sabemos que los políticos incompetentes facilitan socavar esta democracia. Y, sobre todo, sabemos que toda la élite paquistaní, encabezada por los militares, es responsable de este lío. Hay un consenso sorprendentemente fuerte sobre estas cosas, y ahora solo la semántica distingue a los analistas en función de a quién le gusta más qué institución o persona.
El protagonismo de los últimos meses gira en torno al ex primer ministro Imran Khan. Su destitución, sus llamamientos a las protestas, el atentado que sufrió en pasado noviembre y su reciente detención, marcan la situación de Pakistán.
La forma en que se detuvo a Khan, por una fuerza paramilitar que no responde ante las autoridades civiles y por un presunto delito por el que ni los ministros del gobierno se atreven a nombrar a la otra parte, ha sido el último detonante.
Khan se atrevió a señalar a un alto cargo de la inteligencia militar (ISI) como autor intelectual del atentado que sufrió el pasado noviembre. Y ello abrió aún más la puerta a una batalla a tres bandas entre Khan, el gobierno y lo militares.
Si hacemos caso de algunos analistas locales, en Pakistán sólo hay tres tipos de personas: los ricos, los pobres y los militares. Y Khan parece haber atraído a buena parte de los dos primeros y puede estar forzando una división en el tercero.
El papel de la élite y burocracia civil y militar y la actitud de los poderes fácticos para apaciguar las protestas.
Durante los 75 años de existencia de Pakistán, el ejército ha intervenido directa o indirectamente en la política cuando el país experimentaba inestabilidad. Incluso si su intervención no fue aprobada, los políticos y la sociedad en general se mantuvieron complacientes y lograron trabajar dentro del marco trazado por los militares.
Pero en el Pakistán contemporáneo, dado el alcance de la polarización política y social, a un nivel nunca antes visto en la historia del país, es posible que los militares no puedan desempeñar este papel.
De momento, el ejército ha reaccionado. Los ataques contra la residencia del comandante del ejército en Lahore y otras instalaciones militares clave en el país, han motivado que el departamento de Relaciones Públicas Interservicios (ISPR) ha emitido un duro comunicado por el que avisan que a partir de ahora reaccionarán ante nuevos ataques y que éstos han logrado lo que no había logrado ninguna fuerza hostil extranjera en 75 años. Señalan la responsabilidad del TPI de Khan. Por ello, algunas fuentes apuntan que tras esa nota del todopoderoso ejército, se sucederán las cascadas de arrestos, casos judiciales y tal vez “cargo por terrorismo”, e incluso podría darse una posible prohibición del PTI.
Sin embargo, el ejército se puede enfrentar a lo que quizás sea el mayor desafío a su dominio del estado durante décadas. Desde el Punjab, su otrora bastión, está siendo objeto de críticas. Y dentro del propio ejército los oficiales y soldados más jóvenes reclutados pueden decantarse por Khan.
La gente que ha salido a protestar tiene una percepción de que otro gobierno civil se ha aliado o sometido a poderes no electos para eliminar a un líder político popular simplemente porque amenazan sus intereses personales. Y la gente parece haber cruzado líneas que nadie antes había osado sobrepasar. La ira pública se ha dirigido contra los militares, hasta ahora intocables.
Las secuelas de esta crisis también pueden acabar en un desastre para los partidos del gobierno, sobre todo para el PDM, visto cada vez más como el equipo b de una parte interesada mucho más poderosa. La pugna de esos partidos (“los sharifs de derechas, los Bhutto-Zardaris de izquierda y los partidos religiosos”) que luchan por ser relevantes ante el empuje de Khan y sus seguidores. “Su objetivo es que los militares y Khan se debiliten mutuamente y ellos emerjan como los beneficiarios de ese enfrentamiento”. No obstante, en ese sistema que algunas fuentes definen como “democracia contaminada”, se ha dado un aviso para los partidos políticos del gobierno: ¡¡cuidado qué amigos eliges!!
Una policrisis con múltiples frentes. Un abanico de problemas están encaminando al país a un peligroso abismo.
Los problemas de agua, sin infraestructura de almacenamiento, afectan a la seguridad alimentaria. Fruto de ello, la mitad de los niños tienen problemas de crecimiento y a su vez, dificultades cognitivas y físicas.Cerca de 220 millones de niños están en las calles, y los que asisten a la escuela reciben una educación obsoleta, siendo la calidad de la educación la más baja de la región.
La brecha de género, con el 51% de la población femenina excluida del mercado laboral y con la vida de estas mujeres sujeta a los caprichos de los hombres que se acogen a una ideología reaccionaria.
La religión, es una herramienta para la política que utilizan actores estatales y no estatales. El radicalismo religioso sigue expandiéndose y obstaculizando campañas como la vacunación contra la poliomielitis y el covid.
La violencia del estado y de actores no estatales como el Therik-e-Taliban Pakistan, el Ejército de Liberación baluche, el Estado Islámico de la Provincia de Khorasan, los ataques religiosos sectarios, están alcanzando los niveles de 2013, el punto máximo que hasta la fecha se habría dado en Pakistán.
La política está dominada por los intereses de los partidos y sus élites. Y cada vez más voces apuntan que la situación económica en Pakistán finalmente resultará en el colapso de su soberanía.
El futuro no es muy halagüeño, ya que ni un arreglo de las áreas grises constitucionales, ni unas elecciones totalmente libres y justas, ni un programa fluido del FMI , ni siquiera una resolución de la gran e incesante incursión de los militares en los asuntos civiles serán, por sí solos o incluso colectivamente, suficientes para cambiar el rumbo de la disfunción económica, la inquietud social y el malestar político que es el Pakistán de hoy, donde las percepciones y la verdad muchas veces se sobreponen.
Txente Rekondo. Analista internacional.
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