La atención de todos está en el sitio incorrecto. La mayor parte de analistas, periodistas y líderes políticos se preocupan de que algún gobierno haga en Medio Oriente algo tan desestabilizador que dispare una devastación regional generalizada. Los sospechosos comunes -según las convicciones políticas de cada quien- son Irak, Irán, Israel y Estados Unidos. Pero de hecho, por diferentes razones, es poco probable que alguno de estos países, ahora o en el futuro próximo, provoque un escenario que pueda conducir a una guerra generalizada. Irak está muy absorto en su guerra civil y en sus intentos por poner fin a la presencia estadounidense como para comenzar algo grave. Irán tiene un régimen bastante estable y su único intento es asegurarse de que Estados Unidos no le corte las alas. Israel resopla y puja contra Irán pero, después del fiasco en el Líbano, no está en posición de comenzar nada grave. Y el gobierno estadounidense se lame sus heridas del Medio Oriente y primordialmente busca minimizar el daño que ya le causaron a sus propios intereses.
El cañón suelto en Medio Oriente es Pakistán. Reflexionen sobre su historia. Hubo una vez un movimiento político muy secular y muy «moderno» en la India británica que buscó, y logró, que una zona de gran concentración musulmana se escindiera y fuera reconocida como un Estado independiente. Después de la independencia de India y Pakistán, en 1947, de inmediato se fueron a la guerra, se mataron unos a otros en grandes números y se involucraron en un intercambio masivo de población. Desde entonces ha existido una tensión continua entre ambos Estados, especialmente desde que, en efecto, dividieron la extensa área fronteriza de Cachemira, y ninguno de los dos países reconoce la legitimidad de la partición.
En más de medio siglo desde entonces han ocurrido muchos cambios importantes. Pakistán, que era una monstruosidad geográfica, se partió a su vez en dos. Su mitad oriental, geográficamente separada, se convirtió en el Estado independiente de Bangladesh (con el estímulo de India). Pakistán e India se enfrascaron en más guerras, lo que básicamente no cambió nada. (Y China e India tuvieron también una guerra fronteriza.) Durante la Guerra Fría, India se volvió líder del Movimiento No Alineado, sosteniendo relaciones bastante amistosas con la Unión Soviética. El resultado fue que dos países quedaron bastante descontentos con la política exterior de India: Estados Unidos y China. Por lo tanto, ambos buscaron mantener relaciones cercanas con Pakistán.
Ni India ni Pakistán firmaron el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (el otro que no suscribió el acuerdo fue Israel). Ambos países desarrollaron armas nucleares. Desde 1948 India ha tenido una complicada y turbulenta historia política interna. Pero fundamentalmente se ha mantenido políticamente estable, pese a su supuesto potencial de desintegración. Por una razón, ha sobrevivido a los múltiples cambios de gobierno sin señales de que el ejército se entrometa.
La historia en Pakistán es muy diferente. Ha sufrido múltiples cambios de régimen y el ejército ha sido responsable de buen número de ellos. El régimen actual debe su existencia a un golpe militar. La religión juega un papel muy diferente en ambos países. En India, el fundamentalismo hindú ha sido muy fuerte y propenso a la violencia, pero últimamente se expresa a través de un partido político, el Bharatiya Janata (BJP, por sus siglas en inglés), que en gran medida juega con reglas parlamentarias, dentro y fuera del poder. Y permanece en India una población musulmana muy numerosa, cuyos votos importan. En Pakistán, los fundamentalistas islámicos han proseguido por múltiples senderos a la vez. Es verdad que crearon partidos que han estado en el poder y fuera de éste. Pero también conformaron movimientos guerrilleros que (por lo menos al comienzo) estuvieron muy activos en Cachemira. Yendo más al punto, han infiltrado las fuerzas armadas, alguna vez puramente seglares, y en especial sus operaciones de inteligencia. Y han establecido regímenes autónomos de facto en la llamada frontera del noroeste.
Los gobiernos paquistaníes han tenido que batallar para mantener la cabeza fuera del agua. Han intentado satisfacer dos diferentes clientelas al mismo tiempo: los «modernizadores» (es decir, occidentalizantes) por un lado, y los mucho más «populares» grupos islámicos. No ha sido fácil hacer malabarismos con esta pelota política. Una de sus técnicas clave fue desarrollar una cercana pero ambigua relación con Estados Unidos, para intentar conseguir tanto apoyo financiero y político militar como les fuera posible dándole a Estados Unidos lo menos posible a cambio.
Uno de los objetivos principales de Osama bin Laden ha sido derribar los puntales que sostienen este juego de ambigüedad. Con el ataque del 11 de septiembre, él confiaba en que Estados Unidos presionaría más a Pakistán para hacerlo un aliado más plenamente comprometido. Y hasta cierto punto Bin Laden logró esto (debido a la absoluta falta de sofisticación geopolítica del régimen de George W. Bush). Así, se produjo una clara reacción de Pakistán. El intento del ejército de poner «orden» en las provincias del noroeste (y así capturar a Bin Laden) fracasó y el ejército tuvo que retirarse. Entre tanto, India logró que Estados Unidos legitimara sus posteriores desarrollos nucleares, pero Estados Unidos se niega a hacer lo mismo con Pakistán, no sea que esto desequilibre la carreta de las manzanas en la mejorada relación Estados Unidos-India. Así que Pakistán voltea hacia su viejo aliado, China, para llenar el hueco.
No obstante, el presidente paquistaní, Pervez Musharraf, se asemeja cada vez más a un fracaso político. Su ejército renovó furtivamente su respaldo a los talibanes de Afganistán (de quienes Pakistán era el principal patrocinador en los años 90), lo que irrita más y más a Estados Unidos. Si Musharraf se tambalea, Pakistán bien puede tener de próximo régimen uno verdaderamente islámico, que sea bastante hostil a Estados Unidos, esta vez en un país militarmente poderoso y con armas nucleares. Ahí Osama bin Laden reside con impunidad.
Entonces, ¿qué?
* Investigador académico emérito en la Universidad Yale y autor de The Decline of American Power: The US in a Chaotic World (New Press).
Traducción de Ramón Vera Herrera