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El Cáucaso en llamas I

Fuentes: La Jornada

La barbarie terrorista chechena, que causó anteayer una de las matanzas más atroces de los años recientes en la región del Cáucaso, asaltó el colegio de Beslán, una ciudad de la república caucásica de Osetia del Norte, y secuestró a más de mil 200 personas, entre niños y adultos. Según diferentes versiones, una explosión accidental […]

La barbarie terrorista chechena, que causó anteayer una de las matanzas más atroces de los años recientes en la región del Cáucaso, asaltó el colegio de Beslán, una ciudad de la república caucásica de Osetia del Norte, y secuestró a más de mil 200 personas, entre niños y adultos. Según diferentes versiones, una explosión accidental dentro de la escuela o la intervención directa de las fuerzas de seguridad rusas desencadenaron el infierno. El comando abrió fuego contra los rehenes y las tropas de asalto entraron a sangre y fuego.

Los servicios de emergencia habían recuperado hasta el sábado más de 320 cadáveres, incluidos 175 de niños de cinco a 14 años.

Lo más increíble de todo es que los terroristas chechenos decidieran asesinar a los niños, ejecutarlos por la espalda. Pero lo es sin remedio -aunque ahora no cueste trabajo creerlo después del secuestro de los dos aviones y la mujer chechena que se inmoló con explosivos frente a una estación del Metro en Moscú.

¿Por qué esta locura demoniaca? ¿Quiénes son estos criminales dementes? A partir de 1991, Rusia perdió el control de Chechenia, pero la falta de dirección política en una región no significa necesariamente que ese territorio declare su independencia, se constituya en Estado autónomo y se separe de la Federación Rusa. Hace 10 años, Moscú perdió también el control político sobre las regiones de Nagorno-Badashan (Tajidistán), Nagorno Karabach (Azerbaiyán), Abgasia (Georgia), Kirovakán (Armenia) Chimbay (Uzbekistán), Daguestán (Ingushetia ) y, siguiendo esa lógica, ya se habrían declarado estados independientes. Según fuentes de Naciones Unidas, existen 40 territorios en todo el mundo que han declarado su autonomía; más aún, en la región de Sikkim, en India (1975), una elección popular votó a favor de su independencia, pero el poder central no se la concedió.

Siempre tuve la impresión de que Moscú corría muchos más riegos de los que podía permitirse si no tomaba en serio la proclamación de la independencia de Chechenia (1991). Boris Yeltsin aceptaba a duras penas la existencia de los rebeldes, se negaba a negociar con esos forajidos, tal vez porque después de la desaparición de la Unión Soviética los dirigentes rusos habían perdido la memoria. Habían olvidado que, en 1785, durante el imperio de la zarina Catarina II, los pueblos islámicos montañeses del Cáucaso del Norte, bajo las órdenes del checheno Mansur Uschurma, que se autonombró Imam, declararon la guerra santa a Rusia, vencieron varias veces a los ejércitos del zar y refundaron Grozny, su capital. A principios de la década de 1990, Moscú aplazó tres años su intervención en el Cáucaso, una zona de gran interés geopolítico.

El 31 de diciembre de 1994, el ejército ruso entró en Grozny, la capital de la república de Chechenia, para contener una rebelión separatista, pero no encontró ninguna resistencia. Ese día las cosas pintaban bien; la victoria, cantada. Las tropas rusas se apoderaron del centro de la ciudad y la fueron ocupando por zonas; se disponían a celebrar el año nuevo, grupos de soldados cantaban y bebían por las calles. Al amanecer del primero de enero de 1995, sin embargo, los chechenos salieron del fondo de la tierra, verdaderos maestros en la guerra de guerrillas, pasaron a la acción. El 2 de enero la 131 Brigada rusa contaba con mil hombres y 150 vehículos blindados. En 48 horas perdieron 830 soldados y 148 vehículos. Durante tres semanas los guerrilleros hicieron frente al ejército y la aviación rusos, que devastaron la ciudad con bombas de racimo, lanzacohetes, cañonazos y misiles. De nada sirvió la destrucción.

Los ejércitos rusos nunca lograron el control absoluto de Grozny. Los chechenos seguían disparando desde las ruinas y en la oscuridad. En cuanto se declaraba segura una zona, los comandos atacaban por la espalda y los emboscaban. La lucha chechena era más bien un estado de alma, una pasión desmedida y un odio indomable. Los chechenos reconquistaron dos veces su capital: en agosto de 1996 y en enero de 2000. Hoy, en realidad, Grozny ya no existe, el ejército ruso la borró del mapa, es una sucesión de tumbas y ruinas. Murieron 48 mil personas, entre civiles y milicianos chechenos y 6 mil soldados rusos. Por ese entonces, Yeltsin estaba convencido de que la intervención en la república de Chechenia podía resolverse en 15 o 20 días; según los informes militares, sus tropas avanzaban sin muchas bajas, iban acabando con los rebeldes. Pero un antiguo general soviético, Dzohjar Dudáev, cuya experiencia en la guerra de Afganistán era legendaria, convirtió en una pesadilla la intervención rusa en Chechenia, sometió al estado mayor del ejército a una de las mayores humillaciones de su historia, después de Afganistán. La primera guerra de Chechenia de finales del siglo XX había comenzado.

El 31 de enero de 1995, la guerra había desplazado a 450 mil personas; 160 mil huyeron a las repúblicas vecinas de Ingushetia (130 mil), Daguestán (42 mil) y Osetia del Norte (5 mil). La mayoría de estos fugitivos encontraron un lugar en las familias de los vecinos, o se escondieron en las montañas del norte, sobre todo gran número de mujeres, niños y ancianos. Los refugiados suscitaron numerosos conflictos en Ingushetia (que además recibió otros 50 mil refugiados a consecuencia de la guerra con Osetia del Norte) y en Daguestán, una zona prácticamente aislada al cortarse las vías de comunicación con Rusia. En el verano de 1996 el general Alexander Lebed, enemigo de Yeltsin, viajó muchas veces a Grozny para negociar los acuerdos de paz. Después de apasionadas y difíciles negociaciones, los separatistas chechenos aceptaron aplazar cinco años la proclamación de su soberanía, dar tiempo al tiempo y buscar una solución definitiva al conflicto.

A principios de 1997, el diputado Viktor Kurotshkin propuso en la Duma (el Congreso) la solución más fácil: la independencia de Chechenia. «Rusia y Chechenia deben separarse de modo pacífico y voluntario», afirmaba Kurotshkin, «como se separaron los checos y los eslovacos». Sin embargo, la mayoría de los políticos rusos se amotinaron ante la propuesta; opusieron a ese proyecto un Estado fuerte y caudillo, bien armado, con recursos naturales limitados y una economía arruinada, pero con una política nacional implacable. «Nadie puede pactar», subrayaron, «con una región sublevada, islamica y fanática». La independencia de Chechenia traería en el Cáucaso una enorme cantidad de problemas fronterizos; sus consecuencias, imprevisibles. Nadie puede trazar la línea de demarcación con Osetia del Norte, porque sus habitantes se sienten europeos, ni mucho menos con Ingushetia, porque nadie puede vigilarla. Menos aún con Daguestán porque las tribus chechenas-accrinas lo impedirían de inmediato. Stavropol, la ciudad donde viven miles de chechenos, cerraría sus fronteras. Cientos de miles de chechenos viven fuera de Chechenia, la diáspora más grande e ilustrada ( un tercio de los chechenos) vive en Rusia y no piensa regresar a la zona de guerra. Pero en esa nación los chechenos son vistos como extranjeros indeseables, sospechosos de terrorismo y vigilados por la policía política.

En la región del Cáucaso habitan más de 60 etnias diferentes; dominan tres familias lingüísticas distintas, la indoeuropea, la altaica y la caucásica, 24 dialectos y tres religiones: el cristianismo, el Islam, el judaísmo y muchas más sectas. La región tiene 28 millones de habitantes, cuya mayoría se concentra en las ciudades del Cáucaso del Norte. El idioma oficial es el ruso, con la excepción de Ingushetia y Chechenia. En esta babel del Cáucaso, lenguajes, rituales, creencias, ideologías y los innumerables agravios del pasado enloquecen a los seres humanos; todos quieren tener la razón y viven unos con otros en una profunda discordia. Además, el Cáucaso es una excepción ecológica en el planeta. No es sino una amplia franja entre dos mares, el Muerto y el Caspio: un inmenso depósito de agua dulce, glaciares, montañas, masas de nieve eterna, lluvias riquísimas, campos fértiles y uno de los yacimientos de petróleo y gas más importantes del planeta.

Pero entre 1996 y 1999, Chechenia se va transformando, ya no es un distrito ruso que lucha por su independencia, sino que se convierte en un Estado violento, donde el crimen mundial organizado encuentra un terreno propicio para expandir sus redes. En la historia conocemos muchas republicas que han protegido el crimen y se han fundido hasta confundirse con él. En el siglo XIV la isla de Gotland, la isla de Djerba, donde los piratas berberís dominaron casi 300 años y lograron vencer a la flota española. Pero el ejemplo de Chechenia es en serio algo nuevo en la historia. Algunos políticos criminales e importantes apoyaron de inmediato su independencia, pero a cambio exigieron que Rusia conservara bases militares, y el derecho a realizar atentados selectivos contra terroristas. En 1994, en Chechenia tuvieron lugar 700 asaltos a trenes de pasajeros; en septiembre de 1996, mil 382. Saquearon 724 containers y se registraron pérdidas por 17 mil millones de rublos. El año de 1997, sobrevolaron el espacio aéreo checheno 345 vuelos no autorizados. Poco a poco esas fuentes se fueron cerrando. A finales de 1993 se cerraron todas las pipeslines en Rusia, el producto nacional bruto disminuyó 68 por ciento frente al de 1991; el consumo, 52 por ciento. En la cima de su explotación, Chechenia produjo 20 millones de barriles de petróleo. En 1993 apenas llegaron a 3 millones. Al año siguiente, 200 mil habitantes de Chechenia abandonaron el país, en su mayoría eslavos y rusos. Hacia 1995, se suspende la información sobre los envíos de miles de millones de rublos de los bancos chechenos a los rusos; unos meses después, Moscú suspende el comercio y el tránsito entre Grozny y Rusia. A finales de 1994, Chechenia suspende toda su producción de bienes y servicios. Una pregunta inevitable: ¿cómo floreció la criminalización de Chechenia?