Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
«Omar, Omar». Silencio. «Omar, Omar». El cacareo de la radio apenas interfiere con la gran explosión de un grupo más de bombas de racimo lanzadas por un B-52 sobre Tora Bora, en las montañas Spin Ghar («blancas») de Afganistán oriental. El mensaje es lúgubre: «Kandahar ha caído» – dice el comandante Ali Shah, envuelto en su manta gris claro.
Los muyahidín ni siquiera sonríen bajo sus pakules. Recargan sus tanques, cañones antiaéreos, y Kalashnikovs, y siguen esperando nuevas órdenes del comandante Ali Shah. Uno de ellos dice: «Osama está allí, sí, porque están conquistando Kandahar». Osama bin Laden fue visto por los muyahidín solo dos días antes, montado a caballo, comandando sus tropas. ¿O fue un remix muyahidín de Just My Imagination animado por hachís potente?
Osama conocía extremadamente bien el área; libró algunas de sus primeras batallas en los años ochenta en este terreno. Mini terremotos estremecen la helada noche en la meseta Bamo Khel. Masivos B52 siguen machacando Tora Bora a intervalos regulares de una hora, después de girar lentamente en el nítido cielo negro.
En una antigua prisión talibán -una caja de hormigón junto a un depósito repleto de granadas, lanzacohetes, munición, lo que se quiera- catorce muyahidín bajo el comandante Shah y dos periodistas, Jason Burke de The Observer y yo, nos amontonamos entre las frazadas de lana. «Omar, Omar». Silencio. «Omar, Omar». El silencio es roto solo por el cacareo de la radio y la hoguera de leña que arde – nuestra única fuente de calor y luz.
Un día en la vida
Dormimos en una celda literalmente repleta de humo. Todos se levantan a las 4 de la mañana para el desayuno de Ramadán -pedazos añejos de nan- y luego parten a la guerra en las cajas de carga de pick-ups Toyota, algunos jugando con granadas de mano, haciendo caso omiso de la posibilidad de enviarnos a todos al paraíso.
Los B52 reanudan su mortífero ballet circular. Relámpagos de luz emergen de las montañas. A sólo tres kilómetros una concentración letal de más de mil árabes, con unos pocos chechenos y uzbekos decididos a luchar hasta el último hombre, son bombardeados hasta la muerte.
Los dos mil muyahidín afganos son los comandos de Hazrat Ali, actualmente «jefe de la ley y el orden» en Jalalabad. Son pachis -una subtribu pastuna con su propio lenguaje y bravío código de guerra. Muchos de ellos pasaron años viviendo en Peshawar durante el holocausto talibán.
Al otro lado, el comandante árabe es el temido Abdul Kuduz -los muyahidín lo saben porque interceptan el tráfico por radio de al-Qaida. Pero ninguno de ellos habla árabe -tal como ninguno de los árabes entiende el dialecto pachi. Durante todo el tiempo que pasé en el frente de la última batalla crucial de la Guerra Afgana de 2001, los árabes solo produjeron un disperso fuego de morteros.
Las posiciones de al-Qaida están sobre la segunda fila de tres capas sobrepuestas de montañas. Es el área conocida como Tora Bora – bajo la cual hay una compleja red de cavernas, algunas naturales, otras hechas por el hombre. La faz de la roca es despiadadamente sometida a masivos bombardeos de los B52. Más allá de la capa superior de montañas están las áreas tribales de Pakistán – a las que sólo se puede llegar después de una marcha de 80 kilómetros alrededor de las montañas.
La guerra invisible
El aspecto más absurdo de esta surreal guerra asimétrica es la falta de coordinación entre los devastadores ataques de B52 y F16 y la ofensiva ultra lenta de los muyahidín. Pasan tres ataques de B52 antes de que posicionen un Zu – un cañón antiaéreo de dos cañones de la prehistoria soviética.
Pero su conocimiento del terreno es insuperable. Dicen que EE.UU. debiera estar bombardeando la base de las montañas, no la cima; después supimos que comandantes de Hazrat Ali, subcontratados por el Pentágono, se embolsaron maletines estadounidenses repletos de dinero a cambio de falsa inteligencia local.
La «guerra invisible» evocada constantemente por el jefe supremo del Pentágono de entonces, Donald Rumsfeld, también apareció – en la forma de dos camionetas con cristales polarizados, un comando mixto de Fuerzas Especiales de EE.UU. y SAS británicos. Se sorprendieron y se mostraron visiblemente incómodos ante la presencia de dos periodistas.
El 17 de noviembre de 2001, cuando el régimen talibán se estaba auto desintegrando, Osama bin Laden, su familia y un convoy de veinticinco Toyota Land Cruisers dejó Jalalabad hacia Tora Bora. A fines de noviembre, rodeado por sus más fieros y leales muyahidín yemenitas, en una fría y húmeda caverna de Tora Bora, Osama hizo un emocionante discurso. Uno de sus combatientes, Abu Bakar, capturado más tarde por muyahidín afganos, dijo que Osama los exhortó a «mantenerse firmes en sus posiciones y a estar dispuestos al martirio. Os volveré a visitar, muy pronto.»
Unos pocos días después, debe haber sido el 30 de noviembre, Osama -junto con cuatro muyahidín yemenitas- abandonó Tora Bora hacia la aldea de Parachinar, en las áreas tribales paquistaníes. Caminaron todo el camino sin ser molestados – y luego desaparecieron para siempre.
Nunca te rindas
El 1 de diciembre, mientras los ataques de bombardeo de los B52 se encarnizaban, Obama ya había abandonado el edificio, como me dijeron más adelante numerosos muyahidín. El punto crucial es que – mientras Osama ya estaba seguro en Pakistán tribal, el general Tommy Franks en la sede de Centcom en Tampa, Florida, recibió órdenes de Rumsfeld de concentrarse en el derrocamiento de Sadam Hussein. El resto, como todos sabemos, es una historia trágica.
A principios de diciembre, también vi a Pir Baksh Bardiwal, el hombre responsable de operaciones de inteligencia en Afganistán oriental, totalmente intrigado. ¿Por qué no bloqueó el Pentágono todos los senderos obvios de salida de Tora Bora, siendo que cualquier de los muyahidín de Hazrat Ali, pagados por EE.UU., los conocían perfectamente?
Solo unos pocos yihadistas árabes de al-Qaida fueron capturados en Tora Bora después de la partida de Osama; después fueron enviados al noveno círculo del infierno de Dante en Guantánamo, junto con docenas de espectadores afganos. La mayoría de los combatientes de al-Qaida que quedaban en Tora Bora murieron en el combate, como shahid [«mártires»], enterrados bajo los escombros causados por bombas revienta búnkeres. En lo que respecta al Pentágono, Pir Baksh fue testarudo: «Al-Qaida escapó directamente de bajo sus pies».
Ya no – aunque le tomó a Washington no menos de 3.519 días desde el 11-S para encontrar a bin Laden «muerto o vivo», como prometió John Wayne Bush, a solo 240 kilómetros al este de -ya adivinasteis- Tora Bora.
El problema es que informaron que el hombre que fue visto vivo por última vez el 30 de noviembre de 2001 había muerto, una y otra, y otra vez más. Un dirigente talibán dijo que sucedió a mediados de diciembre de 2001, cerca de Tora Bora (afirmó que había asistido al funeral): Osama no había podido sobrevivir un serio problema pulmonar.
A fines de 2002, todos, desde el entonces presidente paquistaní, Pervez Musharraf, hasta Hamid Karzai de Afganistán, los servicios de inteligencia israelíes y Dale Watson del FBI estaban seguros de que había ocurrido. Pero la inteligencia saudí necesitó años para presentar una fecha definitiva: el 23 de agosto de 2006. Durante todos los años 2000, se reveló que todos los vídeos de Osama eran burdas falsificaciones.
Más allá del hecho de que el principal consejero de contraterrorismo de Obama, John Brennan, insiste en que Pakistán no estaba involucrado en el asesinato selectivo; más allá del hecho de que Osama fue vendido por el ISI paquistaní y los militares; más allá del hecho de que «justicia» significa capturar y juzgar a alguien ante un tribunal – no un asesinato selectivo; más allá del hecho sospechoso de que Washington no se benefició mediante la exhibición del cuerpo de Obama, como sucedió con Che Guevara (después de todo, Osama soñaba con vender su mito como una especie de Jeque Guevara); más allá del hecho de que al-Qaida ya había sido estratégicamente derrotado por la Gran Revuelta Árabe de 2011, y que por lo tanto Osama ya era irrelevante – sigue prevaleciendo una pregunta fastidiosa.
El cuerpo que ahora se desintegra lentamente en las aguas del Mar Arábigo – ¿es el verdadero shahid que decidió, como prometido, no rendirse y morir en un «enfrentamiento armado» el lunes pasado?
¿O fue una réplica?
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Pepe Escobar es el corresponsal itinerante de Asia Times (www.atimes.com). Su último libro es Obama Does Globalistan (Nimble Books, 2009). Para contactos: [email protected]
Fuente: http://english.aljazeera.net/
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