El sistema de defensa antimisiles de Estados Unidos desplegado en Europa es una de las principales manzanas de la discordia entre Moscú y Washington de los últimos veinte años. Su despliegue en Asia, acelerado por la crisis de Corea del Norte, también es probable que deteriore las relaciones entre Pekín y Washington. La historia del […]
El sistema de defensa antimisiles de Estados Unidos desplegado en Europa es una de las principales manzanas de la discordia entre Moscú y Washington de los últimos veinte años. Su despliegue en Asia, acelerado por la crisis de Corea del Norte, también es probable que deteriore las relaciones entre Pekín y Washington.
La historia del escudo antimisiles fue una de las principales preocupaciones de la Guerra Fría. En la década de 1960, la Unión Soviética, preocupado por la superioridad nuclear de los Estados Unidos, comenzó a desplegar un sistema de misiles para protegerse de un posible ataque de Estados Unidos. Los Estados Unidos, mediante un programa similar, «sólo» siguieron el esfuerzo soviético. Muy rápidamente, los dos protagonistas se dieron cuenta de los riesgos de tal carrera, tanto ofensivos como defensivos.
Esta carrera sin fin agotó a sus participantes, que deseaban superar a la otra parte de forma permanente, sin saber muy bien sus propias limitaciones. En los relativo a las armas ofensivas (misiles), fue una competición larga de la que conocemos la línea de salida, pero no la de llegada. Para las armas defensivas (los misiles antimisiles), sólo ofrece una ilusión de invencibilidad: la búsqueda de la seguridad absoluta solo acarrea la inseguridad absoluta, como diagnosticó correctamente Henry Kissinger.
El Tratado SALT 1, firmado en 1972 (pleno apogeo de la Detente), estableció un único límite sobre el número de armas ofensivas que ambas potencias podían poseer. También fijó el de las armas defensivas: dos sitios de cien lanzadores, que posteriormente se redujeron a uno.
En la década de 1980, las «Star Wars» (Iniciativa de Defensa Estratégica), puesta en marcha por el presidente de Estados Unidos Ronald Reagan revivió el proyecto. Se trataba de establecer un sistema de satélites, en el espacio o en la Tierra, que destruiría los misiles dirigidos contra los EEUU. Basado en el argumento «más vale defenderse que vengar a los muertos», dejaba de lado que el propósito de la disuasión nuclear era prevenir la posibilidad de un ataque. Además, no se podía garantizar que el sistema funcionase al 100% y basta con que un misil alcance su objetivo para que las consecuencias sean irreversibles. A pesar de la gigantesca financiación (26 billones de dólares sólo para investigación y desarrollo), el programa no parece realista. Por otra parte, ha reactivado la carrera de armamentos en el espacio y en el suelo porque, frente al despliegue del sistema de defensa de Estados Unidos, los soviéticos solo podían aumentar su propio despliegue de armas ofensivas … Mitterrand fue el único presidente occidental que advirtió de la naturaleza ilusoria y desestabilizadora desde el punto de vista estratégico del programa.
En la década de 1990, Bill Clinton desenterró el proyecto para hacer frente a la amenaza de Corea del Norte. A principios del siglo XXI, es la amenaza iraní lo que explica que vuelva al centro de la política nuclear de Estados Unidos. El mismo argumento se ha repetido en cada ocasión: que ya es tecnológicamente posible y económicamente sostenible. Los argumentos siempre son desmentidos por los hechos.
Así, periódicamente, este tipo de programa se reinicia. Este último, dado el fetichismo del complejo militar-industrial, se describe como «defensivo», porque supuestamente así es más fácil de «venderlo» a la opinión pública. La sabiduría demostrada por Richard Nixon y Henry Kissinger ya no se aplica. En su libro, Una nueva pre-guerra, Andreï Gratchev relata como en la Cumbre de Helsinki de 1986, Ronald Reagan y Mikhail Gorbachov no lograron un acuerdo sobre el desarme nuclear general y completo. Reagan renunció en el último momento porque habría significado el fin del laboratorio montado para sus «Star Wars». En sus memorias, Madeleine Albright escribió que hubiera sido posible un acuerdo para desmantelar el programa nuclear de Corea del Norte en el año 2000, si hubiera podido ignorar las protestas de los partidarios del sistema de defensa antimisiles.
En 2001, George W. Bush se retiró del Tratado ABM (misiles antibalísticos) para trabajar libremente en un programa de defensa antimisiles. Hasta la fecha, sólo Estados Unidos y Corea del Norte (TNP) se han retirado de un acuerdo de desarme nuclear.
Para Moscú, la denuncia del Tratado y el desarrollo de un sistema de defensa antimisiles en Europa constituyen un ataque a la paridad nuclear. Barack Obama era consciente, y a pesar de haber afirmado que no deseaba implementar «un sistema basado en tecnologías inciertas y en una financiación sin garantías contra una amenaza inexistente», cedió finalmente ante al complejo militar-industrial. No pudo por ello relanzar las relaciones ruso-estadounidenses. Donald Trump, considerado el más «iconoclasta» de los presidentes de Estados Unidos, no puede iniciar tampoco una política de acercamiento a Rusia, a pesar de sus promesas durante la campaña electoral.
Nos enfrentamos por lo tanto a la inmensa paradoja de un programa que se presenta como defensivo, pero que en realidad es mortal y que acrecienta la incertidumbre estratégica. Este es probablemente el objetivo del complejo militar-industrial de Estados Unidos, ansioso de evitar caer de nuevo en la trampa de la detente y el desarme.
Fuente: http://www.pascalboniface.com/2017/11/20/la-defense-antimissile-au-coeur-de-la-course-aux-armements/
Traducción de Enrique García