Si hay algo que de entrada distingue al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) del conjunto de corrientes y organizaciones políticas que se identifican con las izquierdas, es sin duda su capacidad de vencer la inmediatez, de no dejarse atrapar por las necesidades apremiantes reaccionando a los acontecimientos que se imponen día a día, sino […]
De esta forma, el EZLN se situó de entrada en la perspectiva, en el periodo largo, duradero, desarrollando la capacidad de decidir cómo y cuándo participar en una coyuntura, intervenir en un momento relevante cargado de posibilidades, respondiendo al ahora, pero desde el ayer y con el mañana invariablemente en la mira. Esto es, rehabilitó el despoblado terreno de la estrategia.
Esta virtud del EZLN ha levantado muchas polémicas e irritaciones en torno a su pretendido desapego respecto a los procesos políticos nacionales e internacionales y hasta acusaciones de abandono de la política, de despolitización de sus prácticas sociales e incluso ¡localismo! Y no solamente cuando, en determinados momentos, y a veces por largos periodos, se ha refugiado en un silencio que siempre resulta ensordecedor, sino también cuando utiliza la palabra para plantear sus críticas, sus ironías, sus análisis y propuestas. «La palabra como arma y el silencio como estrategia», enfatiza el subcomandante Marcos (1), pero ni el silencio ni la palabra resultan convincentes en un medio político degradado en que las ideas que articulan las palabras se deslavan y los contornos y colores de las ideologías y banderías políticas se difuminan hasta confundirse y desaparecer, dando lugar a una opacidad indiferenciada de partidos y corrientes, mimetizados en visiones y prácticas hasta volverse lo mismo. Menos el silencio -tan rechazado, tan temido por la clase política y los medios a quienes la incertidumbre inquieta-, cuando la política ya no es sino mediática y las movilizaciones se remplazan por el ruido en los medios electrónicos, por el escándalo mediático que imprima notoriedad a partidos, organizaciones sociales y civiles y sus omnipresentes y muy maquillados, impostados, voceros.
Frente a un pragmatismo desbocado que determina al conjunto de organizaciones políticas de izquierda (y no sólo) concentradas en la conquista de espacios institucionales, de cargos y representaciones formales que potencien los intereses de sus aparatos partidarios (y su respectiva fracción de la clase política), retomar el horizonte en los términos de los zapatistas, planteándose construir un camino de resistencia que vaya más allá, en la búsqueda de la autoorganización y la autonomía de las organizaciones, comunidades y pueblos, de «las sociedades civiles», como dicen, representa la posibilidad de formular, de perseguir una estrategia de carácter libertario.
Contra quienes consideran que el EZLN carece de ideas y propuestas, de análisis políticos, que pudieran contribuir al debate teórico de la izquierda y los movimientos sociales, refundiéndolo como un proyecto meramente moral, considero que ha podido realizar -a través de numerosos comunicados, textos, iniciativas y prácticas- una lectura de la realidad nacional e incluso internacional que no solamente ha contribuido a introducir la perspectiva de los movimientos indios, sino que ha permitido arreglar los relojes y las brújulas de la izquierda completamente atrofiados por el electoralismo, el pragmatismo y la desilusión por la caída de los regímenes del socialismo real y el aparente triunfo irrefrenable de las políticas neoliberales, del capitalismo y la nueva dominación imperial, neocolonial, cristalizada en Estados Unidos. Reintroduciendo los debates sobre la resistencia y la lucha por la autonomía del movimiento social frente al poder, en la perspectiva de la democracia y la justicia, del autogobierno, la autogestión y la igualdad, el EZLN plantea las bases para una estrategia de liberación que se asienta en el reconocimiento de la diversidad, la pluralidad, la tolerancia. Rechaza todo vanguardismo y universalismo, precisamente porque parte de la necesidad de teorizar las experiencias y tradiciones de cada quien, en las condiciones concretas que no pueden dejar de ser singulares, específicas, probablemente irrepetibles. Para los zapatistas, la teoría no puede resultar sino de la práctica, lo que implica diversidad de situaciones, de condiciones, de momentos, de periodos, de formas (2).
Lo cierto es que los zapatistas no han dejado de proponer e implementar iniciativas políticas que, a su vez, permitieron organizar debates y reuniones sobre distintas cuestiones que han permitido enriquecer las opciones teóricas y políticas (e incluso culturales) de la izquierda. A nivel nacional, de México, por supuesto, pero no han faltado las propuestas que siempre rebasan las débiles y estrechas (de más en más porosas) fronteras nacionales, para alcanzar cada vez más movimientos, corrientes y organizaciones políticas y sociales abiertamente sumadas a la búsqueda de alternativas de izquierda en la defensa de la Humanidad y en la lucha contra el neoliberalismo.
En este sentido, sus propuestas engarzan teoría y práctica, contribuyen a la reflexión teórica y el debate colectivo, al tiempo que coadyuvan a la recomposición y reorganización de la izquierda y el movimiento social planetario. Hay que revisar al detalle los numerosos tomos en que se han convertido los innumerables comunicados -y particularmente los aportes de más largo aliento del sup Marcos- para descubrir elementos que parten del conocimiento profundo de la vida concreta de las comunidades zapatistas de Chiapas, que se desplazan por la historia y los rasgos de los pueblos indios de México, pero que no dejan de articularse con los procesos más generales que atraviesan la realidad mexicana y, más todavía, distintos países, el mundo. De entrada, cuando los zapatistas apuntan a la lucha en defensa de la Humanidad y contra el neoliberalismo, se están insertando (se entienden) en un proceso de resistencia global de búsquedas y construcción de alternativas políticas e ideológicas claramente ancladas a la izquierda del espectro político mundial. El neoliberalismo, la guerra, el persistente y renovado imperialismo, la mundialización de la economía y de las luchas, la crisis de las democracias, el Estado y el poder, los partidos, la clase política, pueden resultar para muchos temas extraños o irrevelantes en un discurso que proviene de las entrañas de la Selva Lacandona, pero precisamente muestran el enorme alcance y la dimensión teórica que ha logrado en forma inesperada la rebelión de los indios mexicanos y su lucha por la autonomía, sus derechos y su cultura en tanto pueblos originarios. Más aún si escudriñamos los comunicados con una lectura crítica en busca de la visión del EZLN sobre el desarrollo de los procesos político-sociales mexicanos, las coyunturas, los actores políticos, las instituciones en crisis y los posibles desenlaces.
Y cuando se habla de dimensión teórica del aporte zapatista, no hay que considerar exclusivamente el discurso y las propuestas específicas del EZLN, particularmente del subcomandante Marcos. Hace falta acudir a la reflexión, a la elaboración, a la investigación, al debate que han suscitado en México y en muchos países; lo mismo en medios académicos e intelectuales que en los círculos de la izquierda y la izquierda radical, en el terreno del movimiento social planetario. Libros, artículos, documentos, sitios de internet, seminarios, reuniones académicas y políticas, un poco por todas partes y no solamente en las montañas del sureste mexicano, revelan una amplia resonancia del zapatismo (4), lo que por supuesto no hay que confundir con las ideas de éste último. Pero la densidad del aporte político y teórico del EZLN y del movimiento zapatista se nutre de muchas y muy diferentes voces, experiencias y perspectivas, las que confluyen en la brega en pos de «un mundo donde quepan muchos mundos» (5).
La visión de los «islotes», planteada recientemente por Marcos (7) para referirse a los Caracoles y Juntas de Buen Go-bierno (JBG) zapatistas, propone el camino de construcción de «espacios de resistencia» que pueden brotar por todas partes como posibilidades de explorar formas de resistencia y lucha que vayan transformando las condiciones y relaciones sociales de manera autónoma, autogestionaria, sin pretensiones de marcar un rumbo único, una concepción generalizable (8), pero sí en el ánimo de no esperar a que se pueda realizar la revolución universal sino dar pasos para intentar el despropósito (como suelen decir) de construir desde ahora el nuevo mundo igualitario, en el terreno y como vía de resistencia. ¿Cómo si no, comenzar a modificar las relaciones de fuerza del todo adversas? ¿Cómo del repliegue, del acorralamiento en que estamos todos por doquier en el mundo, podremos derribar barreras, saltar cercos y prepararnos para estar en condiciones de revertir la relación de fuerzas y vencer a un enemigo omnipotente y avasallador? En fin, el viejo debate de cómo arribar y llevar adelante la Revolución (con mayúscula), el trastocamiento del muy viejo pero imponente mundo que nos jerarquiza, explota, segrega, excluye y domina. Y aquí el EZLN se sitúa como rebelde, en resistencia, pero en lucha por un mundo nuevo.
Lo anterior, evidentemente puede (y debe) provocar debates y referencias en torno a distintos momentos y experiencias de la historia del socialismo del siglo veinte (del socialismo en un sólo país a la autogestión). Empero, lo importante, lo significativo, a mi parecer, está en el planteamiento del EZLN de ofrecer la posibilidad de conquistar espacios sociales que se acondicionan y potencian como lugares públicos, colectivos, como espacios de resistencia donde pueden ensayarse nuevas prácticas político-sociales, revitalizando el terreno de lo político entendido como el ámbito del pensar, decidir y hacer en colectivo. «Bolsas de resistencia», islotes de resistencia, de lo que se trata es de la búsqueda de caminos, del ensayo de opciones, que posibiliten el hacer ahora, el resistir ya, cotidianamente, pero en el trayecto de una lucha de largo aliento por un nuevo mundo igualitario. La revolución, sin duda, cualquiera que sea la etiqueta, el nombre (el carácter) que se le añada, es verdad que es un tema que no puede dejar de plantearse en una perspectiva de largo plazo, en una visión estratégica de lucha, pero tampoco se le puede sobreponer como antaño en tanto objetivo articulador, pero lejano, inalcanzable. La resistencia no se puede tampoco sobreponer a la revolución, menos sustituirla, pero en cambio considero que el debate debe dirigirse a lo que los zapatistas señalan como caminos a construir y recorrer.
Aquí habría que retomar y seguir más de cerca la fundación y desarrollo de los Caracoles y las JBG como intentos de edificación de gobiernos de base, sin burocracias profesionales, profundamente democráticos, en los que la representación (tan en crisis en todas partes) cobra sentidos nuevos e inéditos y se reorganizan estructuras políticas y relaciones que devienen igualitarias. Incluso se están viendo obligados a experimentar no sólo formas de gobierno efímeras (con sus días contados desde el inicio), de rendición de cuentas, de rotación de cargos, etcétera, sino igualmente de aplicación de la legalidad (¿cuál? ¿quién y cómo la define?) para la solución de los conflictos intra y extra comunitarios (9).
Aparte de los debates y elaboraciones estimulados por el EZLN con sus propios aportes y no pocas provocaciones, lo más significativo es que se ha dirigido a alentar los procesos de resistencia y a reproducir los vínculos entre muy distintos sectores sociales, étnicos, políticos y culturales que atravesando a México, lo desbordan para alcanzar numerosos países, el planeta todo. Desde el inici, cuando la guerra estalló en enero de 1994, los zapatistas se «encontraron» con la sociedad (tan diversa, tan plural, tan heterogénea) y se fueron transformando al calor de las relaciones, los vínculos, los intercambios y diálogos. Al hacer ésto, contribuyeron a transformar asimismo a la propia sociedad, a sus sectores sociales más críticos y activos que estaban o entraron igualmente en rebeldía, en resistencia. Desde entonces, la estrategia de los zapatistas se encuentra vitalmente articulada con los intereses, deseos, prácticas y perspectivas de «las sociedades civiles» que lo defendieron de la guerra de exterminio y lo cobijaron.
De hecho, la estrategia del EZLN se formula ante todo y forma parte, como los propios zapatistas lo señalan, de la organización de los pueblos (10), en su obrar para la construcción de su autonomía y de su autogobierno. Es una estrategia de resistencia duradera que se concibe y estructura como alternativa efectiva de organización de la sociedad y del establecimiento de nuevas relaciones sociales igualitarias y solidarias, sin jerarquías ni mandos verticales. Obviamente arranca y se realiza en las comunidades zapatistas bases de apoyo del EZLN, pero resulta estrecho y empobrecedor considerar que se trata únicamente de una propuesta o concepción local, regional, ni siquiera con un alcance nacional.
En el fondo, la estrategia política de los zapatistas consiste en construir no sólo los caminos de las resistencias múltiples que permitan transformar desde abajo la relación de fuerzas de por sí adversa, en la lucha por la defensa de la Humanidad amenazada por la dominación imperial reconstituida y contra el neoliberalismo que nadie pone en duda es la cara actual del capitalismo. Pero, asimismo, la estrategia parte de una concepción libertaria que deriva de la lucha por la democracia radical, las libertades individuales y colectivas, la justicia y la igualdad, y sobre todo, de la puesta en práctica de las autonomías, la autogestión y el autogobierno de las comunidades y los pueblos; apoyada en la resistencia de las propias naciones amenazadas de extinción o subordinación por el nuevo colonialismo que garantiza el orden mundial dominado por Estados Unidos.
La estrategia política del EZLN, en fin, al sostenerse en caminos que atraviesan las distintas «sociedades civiles» (y yo precisaría: los sectores más críticos y en resistencia de la sociedad), contribuye a construir su legitimidad y la legitimidad del movimiento conociéndose y reconociendo al otro, su medio, las condiciones nacionales e internacionales, involucrándose, formando parte, acercando el hombro. Una estrategia libertaria, rebelde, que somete a crítica el mundo opresivo, discriminante y racista, un mundo segregador y excluyente, totalitario, destructivo y devastador, corrompido y degradado, como una forma de ir construyendo como alternativa un mundo plural, solidario, igualitario, donde quepan muchas diversidades, otros mundos igualmente dignos y solidarios.
Notas
2) «La reflexión teórica sobre la teoría se llama ‘Metateoría’. La metateoría de los zapatistas es nuestra práctica» (Subcomandante Insurgente Marcos, «El mundo: Siete pensamientos en mayo de 2003», Rebeldía, México, nº 7, mayo 2003).
3) Ídem.
4) Vid John Holloway, «La resonancia del zapatismo», Chiapas, México, n° 3, 1996.
5) «Cuarta Declaración de la Selva Lacandona» (1 de enero de 11996), EZLN, Documentos y comunicados, 3, Ediciones Era, México, 1997.
6) Asedio a la utopía. Ensayos políticos, 1989-1994, Luna y Sol, Guatemala, 1996.
7) «Leer un video», Separata de Rebeldía, México, nº 23, septiembre 2004.
8) «Somos un síntoma y pensamos que nuestro deber es mantenernos lo más posible como asidero y referente, pero no como modelo a seguir» (Gloria Muñoz Ramírez, op. cit., p. 288).
9) Consúltese el citado «video» de Marcos («Leer un video») y, en el mismo número de Rebeldía, el muy interesante trabajo de Gloria Muñoz Ramírez, con el significativo título de «Los Caracoles: Reconstruyendo la nación».
10) La figura de los pueblos remite en México a la historia ancestral de la comunidad y sus formas de socialidad e identidad. Añadiría que también se utiliza en la connotación referida a la nación.
11) Véanse mis trabajos «La política como resistencia», Rebeldía, México, n° 6, abril 2003 e igualmente «Izquierda, antes y después del 2 de julio», en el libro coordinado por mí Después del 2 de julio, ¿Dónde quedó la transición? Una visión desde la izquierda, UAM-X, México, 2001, especialmente pp. 267 y ss.
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