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El fracaso de Israel para someter a Irán demuestra que ya no está en condiciones de dictar el orden regional

Fuentes: Voces del Mundo [Foto: Una mujer iraní hace el signo de la victoria en una manifestación contra el ataque estadounidense a Irán tras los aéreos israelíes, Teherán, 22 de junio de 2025 (Atta Kenare/AFP)]

La Luftwaffe consideró el bombardeo de Coventry del 14 de noviembre de 1940 como un asombroso logro tecnológico. Las emisiones de propaganda alemana elogiaron el ataque como «el más severo de toda la historia de la guerra».

El principal propagandista nazi, Joseph Goebbels, estaba tan encantado con el ataque que acuñó un nuevo término en su honor: «Coventrate». Sin embargo, el sabor de la victoria total no tardó en agriarse.

La producción de motores y piezas de aviones se trasladó rápidamente a fábricas clandestinas. La capacidad sólo se había visto mermada, no destruida; en cuestión de meses, las fábricas volvieron a producir a pleno rendimiento.

También sabemos ahora que los alemanes estaban preocupados por el efecto que la imagen de la catedral de Coventry en ruinas tendría en los estadounidenses, que aún no se habían unido a la guerra. De hecho, los alemanes subestimaron la resistencia de los británicos, que en su lugar forjaron una determinación para contraatacar como nunca antes. La Royal Air Force inició poco después una enérgica campaña de bombardeos sobre Alemania.

Los altos mandos israelíes sólo han tardado doce días en ver cómo la victoria total que decían haber logrado en las primeras horas de su bombardeo contra Irán se convertía en algo que más bien parece una derrota estratégica. De ahí la enorme reticencia de Israel a atenerse a un alto el fuego, después de haber prometido al presidente estadounidense Donald Trump que lo cumpliría.

Ninguno de los tres objetivos bélicos de Israel se ha cumplido. Todavía no hay pruebas de que el programa de enriquecimiento nuclear de Irán haya sido «total y completamente aniquilado», como afirmó Trump.

Irán tuvo tiempo de trasladar al menos algunas de sus centrifugadoras fuera de peligro, y no está claro dónde están almacenadas las reservas existentes de más de 400 kilogramos de uranio altamente enriquecido. Mientras tanto, las decenas de generales y científicos muertos en las primeras horas del ataque fueron rápidamente reemplazados.

Capear el temporal

Si Coventry sirve de ejemplo, el enriquecimiento de uranio y la producción de lanzamisiles se pondrán en marcha en cuestión de meses, no de años, como afirman los estadounidenses. La tecnología, los conocimientos técnicos y, sobre todo, la voluntad nacional iraní de restaurar y reconstruir activos nacionales clave han capeado el temporal.

Evidentemente, por los daños que los misiles iraníes infligieron a las pocas horas del anuncio de alto el fuego por parte de Trump, su fuerza de misiles balísticos, el segundo objetivo de guerra israelí, sigue siendo una amenaza palpable y continua para Israel.

Israel sufrió más daño de los misiles de Irán en doce días que de dos años de cohetes de fabricación nacional de Hamás o, de hecho, de meses de guerra con Hizbolá.

En doce días, las tropas israelíes se han enfrentado a daños en bloques de apartamentos que antes sólo los aviones israelíes habían infligido en Gaza y el Líbano, y ha sido toda una sorpresa. Se han atacado objetivos estratégicos, como una refinería de petróleo y una central eléctrica. Irán también ha informado de ataques contra instalaciones militares israelíes, aunque el estricto régimen de censura de Israel hace que estas afirmaciones sean difíciles de verificar.

Y, por último, el régimen iraní sigue en pie. En todo caso, el régimen ha unido a la nación en lugar de dividirla, aunque sólo sea por la furia nacionalista ante el ataque no provocado de Israel.

El otro gran «logro» del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, arrastrar a Estados Unidos a su guerra, parece ahora un cáliz envenenado.

¿Cuánto tiempo más permanecerá esa pancarta —«Gracias, señor presidente»— en una autopista central de Tel Aviv, después de que Trump aplicara un freno de mano masivo y prematuro a la maquinaria bélica de Netanyahu?

Hace doce días, Trump comenzó refutando la idea de cualquier participación de Estados Unidos en el ataque sorpresa de Israel contra Irán. Cuando vio que estaba teniendo éxito, Trump intentó imponerse en el proyecto, diciendo que sólo se podía haber logrado con tecnología estadounidense.

A medida que avanzaba el ataque, Trump sugirió que él tampoco se opondría a un cambio de régimen. Pero en las últimas 24 horas, Trump pasó de exigir la rendición incondicional de Irán a agradecerle que advirtiera a Estados Unidos de su intención de atacar la base aérea de Al-Udeid en Qatar, y a declarar la paz en nuestro tiempo.

Cambian las tornas

Lejos de impulsar las ambiciones de Netanyahu de reducir Irán a polvo, como hizo con Gaza, Trump puso fin a una guerra que acababa de empezar. Y, a diferencia de lo que ocurrió en Gaza, Netanyahu no está en posición de desafiar la voluntad del presidente estadounidense. Trump tenía serios problemas para llevar a cabo una aventura a la que la mitad de su partido se oponía rotundamente.

Para Netanyahu, estos últimos doce días han sido una dura lección. Si el primer día demostró que la inteligencia israelí podía lograr el mismo éxito en Irán que contra Hizbolá en el Líbano, eliminando al primer escalón de su mando militar y científico, y que Israel podía hacerlo por su cuenta, sin la ayuda directa de Estados Unidos, al décimo día se hizo evidente que Israel no podía alcanzar ninguno de sus objetivos bélicos sin la participación de Estados Unidos.

Pero antes de que se secara la tinta de todos los elogios que Netanyahu recibió en Israel por involucrar a Washington en lo que había sido un proyecto exclusivamente israelí, Trump volvió a darle la espalda a su aliado más cercano.

Demostró ser un éxito efímero. Sin siquiera detenerse a evaluar si la planta de enriquecimiento nuclear enterrada a gran profundidad en Fordo había sido realmente inutilizada, Trump declaró misión cumplida.

Lo hizo con una rapidez sospechosa, al igual que, desde el punto de vista de Israel, lo fue su prisa por felicitar a Irán por no haber matado a ninguno de sus soldados. Fue muy parecido a la forma en que llegó a un acuerdo con los hutíes en Yemen antes de volar a Riad para cobrar los beneficios.

Irán, por su parte, sale de este conflicto con ganancias estratégicas, aunque no deben ignorarse los golpes inmediatos y los cientos de víctimas que ha sufrido.

Sus defensas aéreas no lograron derribar ni un solo avión de combate israelí, aunque derribaran drones. Los aviones de combate israelíes volaron libremente por los cielos de Irán, y la inteligencia israelí demostró una vez más que había penetrado profundamente en el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria y en la comunidad científica iraní.

Todos estos fueron fallos evidentes. Pero ninguno resultó decisivo. Al final, todo lo que Irán tuvo que hacer fue, en palabras de la Gran Bretaña de la década de 1940, «mantener la calma y seguir adelante».

Eso significaba enviar un flujo constante de misiles hacia Israel, sabiendo que, incluso si todos eran derribados en el aire, toda la población estaba encerrada en refugios y el preciado y costoso suministro de misiles Arrow de Israel se estaba agotando.

Lo que Irán estableció así fue exactamente lo que la economía israelí no podía soportar después de 20 meses de guerra: una guerra de desgaste en un segundo frente. Netanyahu necesitaba un golpe rápido y decisivo, y a pesar del éxito del primer día, nunca llegó.

Aun así, Israel no quiso evitar los bombardeos, después de que Trump le dijera que no lo hiciera. Así que este tuvo que transmitir otro mensaje no tan sutil por megáfono: «Israel. No lancéis esas bombas. Si lo hacéis, será una violación grave», bramó Trump en mayúsculas.

Guerra de relatos

Al fin y al cabo, este conflicto nunca tuvo que ver con poner fin a un programa de bombas nucleares que nunca existió (si hubiera existido, Irán habría podido fabricar una bomba hace mucho tiempo).

Este conflicto ha sido esencialmente una guerra entre dos relatos.

El primero es bien conocido. Y es el siguiente: El ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 fue un error estratégico. Ninguna fuerza que puedan reunir los árabes o los iraníes puede igualar el poder de Israel y Estados Unidos juntos, ni siquiera Israel armado con la última generación de armas.

Israel siempre derrotará a sus enemigos en el campo de batalla, como lo hizo en 1948, 1967, 1973, 1978 y 1982. La única opción para los árabes es reconocer a Israel en sus propios términos, lo que significa comerciar con él y dejar la creación del Estado palestino para otro momento.

Esta opinión, con algunas variaciones, es compartida de manera extraoficial por todos los líderes árabes y sus jefes militares y de seguridad.

El relato alternativo sostiene que, mientras el Estado de Israel exista en su forma actual, no puede haber paz. Esta es la fuente del conflicto, en contraposición a la presencia de judíos en Palestina. La resistencia a la ocupación existirá siempre, independientemente de quién empuñe o deponga el garrote, mientras continúe esa ocupación.

La existencia de Irán como régimen que desafía la voluntad israelí de dominar y conquistar es más importante que su fuerza estratégica de cohetes. Su capacidad para plantar cara a Israel y a Estados Unidos, y seguir luchando, muestra el mismo espíritu que han demostrado los palestinos de Gaza al negarse a rendirse por hambre.

Si se mantiene el alto el fuego, Irán tiene varias opciones. No debe apresurarse a volver a la mesa de negociaciones abandonada dos veces por el propio Trump: una cuando se retiró del acuerdo nuclear con Irán en mayo de 2018 y otra este mes, cuando su enviado Steve Witkoff participaba en conversaciones directas.

Trump se jactó de haber engañado a los iraníes al entablar conversaciones con ellos y permitir al mismo tiempo que Israel preparara sus ataques. Bueno, no podrá volver a hacer ese truco.

Las opciones de Teherán

Para volver a las negociaciones, Irán necesitaría garantías de que Israel no volverá a atacar, garantías que el propio Israel nunca dará.

Como otros analistas y yo hemos argumentado, formar parte del Tratado de No Proliferación no ha servido a los intereses de Irán. Podría abandonar el tratado, ya que ahora tiene todos los incentivos para desarrollar una bomba nuclear que impida que Israel vuelva a atacar.

En realidad, Irán no tiene que hacer nada. Ha resistido sanciones de máxima presión y un armagedón de doce días con el armamento estadounidense más moderno.

No necesita un acuerdo. Puede reconstruir y reparar los daños que ha sufrido en estos ataques y, si nos basamos en la experiencia pasada, saldrá más fuerte que antes.

Pero Netanyahu y Trump tienen que dar explicaciones ante una opinión pública cada vez más hostil y escéptica.

Vale la pena citar al exministro de Defensa de Israel, Avigdor Lieberman, a este respecto. Tras el anuncio del alto el fuego, señaló: «A pesar de los éxitos militares y de inteligencia de Israel, el final es amargo. En lugar de una rendición incondicional, estamos entrando en duras negociaciones con un régimen que no dejará de enriquecer uranio, fabricar misiles o financiar el terrorismo. Desde el principio, advertí: No hay nada más peligroso que un león herido. Un alto el fuego sin un acuerdo claro sólo traerá otra guerra en dos o tres años, en condiciones peores».

Israel ha cambiado los cohetes caseros de Gaza por los misiles balísticos de Irán. Ha cambiado un enemigo indirecto y patrocinador de milicias interpuestas por un enemigo directo, uno que no duda en enviar a toda la población de Israel a los búnkeres.

Es todo un logro, pero no el que Netanyahu tenía en mente hace doce días.

Los principales Estados europeos, todos ellos signatarios del acuerdo nuclear con Irán, no tienen absolutamente nada que decir a Irán. Han renunciado a toda capacidad de mediación con su cobardía y su aquiescencia a un ataque contra Irán que carecía por completo de legalidad según el derecho internacional.

Una vez más, han socavado el orden internacional que dicen defender.

David Hearst es cofundador y redactor jefe de Middle East Eye, así como comentarista y conferenciante sobre la región y analista en temas de Arabia Saudí. Fue redactor jefe de asuntos exteriores en The Guardian y corresponsal en Rusia, Europa y Belfast. Con anterioridad, fue corresponsal en temas de educación para The Scotsman.

Texto en inglés: Middle East Eye, traducido del inglés por Sinfo Fernández.

Fuente: https://vocesdelmundoes.com/2025/06/25/el-fracaso-de-israel-para-someter-a-iran-demuestra-que-ya-no-esta-en-condiciones-de-dictar-el-orden-regional/