La prolongada y caótica situación en Medio Oriente ha visto el reforzamiento del discurso de la lucha contra el terrorismo, las políticas de censura, control social y la carrera armamentística en la región. Un factor que escapa a menudo al análisis internacional es el rol que cumplen los intereses de los grandes actores mundiales en […]
La prolongada y caótica situación en Medio Oriente ha visto el reforzamiento del discurso de la lucha contra el terrorismo, las políticas de censura, control social y la carrera armamentística en la región.
Un factor que escapa a menudo al análisis internacional es el rol que cumplen los intereses de los grandes actores mundiales en los procesos políticos abiertos hoy en día. Con el enfrentamiento entre Rusia y la OTAN en su punto más álgido desde la Guerra Fría, una disputa más sutil tiene lugar en la arena diplomática. Y Medio Oriente, por su riqueza en recursos energéticos y su lugar central en el intercambio mundial, ha gozado siempre de especial atención para las grandes potencias.
Las pretensiones rusas se hayan correspondidas por la búsqueda de los gobiernos de algunos países en diversificar su intercambio con el exterior, adquirir respaldo diplomático y fortalecer su autonomía en materia de política exterior.
El Zar y el Faraón
La semana pasada, en El Cairo, capital de Egipto, banderas rusas y carteles con el rostro de Vladimir Putin poblaban la ciudad. El gobierno del general Abdel Fattah Al-Sisi recibía la visita de una comitiva diplomática encabezada por el presidente de la Federación Rusa.
La expectativa por el encuentro fue correspondida por la firma de un acuerdo de cooperación estratégica e intercambio en un amplio rango de áreas: agricultura, armamento, turismo, energía nuclear, entre otras. Como registra el portal de noticias Al-Monitor, equipos técnicos se encuentran estudiando la posibilidad de que ambos países abandonen el dólar y utilicen sus propias monedas en cualquier intercambio bilateral futuro. También está abierta la posibilidad de incorporar a Egipto dentro de un tratado para formar una zona de libre comercio entre Moscú y los países miembros de la Comunidad Económica Eurasiática.
El acuerdo llega en un momento de enfriamiento en la relación entre Egipto y EEUU, los cuales han mantenido una estrecha alianza desde mediados de los años 70. Sin embargo, los gestos políticos hechos hacia la oposición al régimen y la decisión de Washington de disminuir su respaldo económico en materia de cooperación militar (Egipto es el segundo receptor de ayuda militar y económica estadounidense en la región, después de Israel), han irritado fuertemente al gobierno egipcio.
Desde su asunción, el mariscal Al-Sisi se ha ocupado de cultivar su relación con Moscú. Egipto se mantiene como un importante productor de alimentos, con una dinámica industria turística y uno de los ejércitos más grandes de la región. Además, el estratégico Canal de Suez es una de las arterias del comercio mundial, sosteniendo el intercambio entre el sur de Asia y la cuenca del Mediterráneo.
Todos los caminos llevan a Moscú
Pero Egipto no es el único aliado occidental que mira hacia el Este, sacando provecho de la tensión entre las grandes potencias. A finales del año pasado, la República de Turquía y Rusia han firmado un acuerdo que profundiza su cooperación estratégica en materia energética.
Esto fue acompañado por el anuncio, hecho por Putin, de que desecharía el «South Stream», un colosal proyecto de inversión en infraestructura que construiría un gasoducto que conecte el Cáucaso ruso con Europa Oriental, atravesando el Mar Negro.
El conflicto en Ucrania dio por muerta esa idea. En su lugar, Rusia redirigirió sus intenciones hacia la construcción de una nueva rama del «Blue Stream», gasoducto que pasa por Turquía, fortaleciendo el lugar de Rusia como el principal proveedor de gas que posee Ankara.
Además, Moscú sirve como un mediador de confianza para distender la conflictiva relación que Turquía ha mantenido con algunos de sus vecinos, como Grecia y Armenia.
Si bien Turquía, país miembro de la OTAN, y Rusia han mantenido desacuerdos en asuntos regionales (como la guerra en Siria), esta relación es vista por el gobierno del primer ministro, Ahmet Davutoglu, como una oportunidad de reforzar el peso de su país en la región. Sin suponer una ruptura con Occidente, la creciente autonomización de la política turca está dirigida a asentar su rol como potencia regional.
El mismo Davutoglu, quien fue ministro de Exterior antes de asumir la dirección del Ejecutivo, ha popularizado el uso del término «neo-otomanismo» (en referencia al Imperio Otomano, que precedió a la República) para asentar la pretensión de liderazgo regional turco.
El otro lado de la balanza
Finalmente, los acuerdos con Egipto fueron acompañados por la visita del ministro de Defensa ruso a Irán. Medios iraníes han anunciado avances en la entrega del sistema de defensa antiaérea S300 ruso. Su entregia había sido puesta en suspenso en 2010 ante las presiones occidentales por aislar a Irán y detener su programa de desarrollo nuclear.
El acuerdo siguió a una visita que a finales de enero hizo Alí Akbar Velayati, enviado especial en representación del líder supremo de Irán, el Ayatolá Alí Khamenei. Velayati anunció a la prensa el apoyo ruso a la entrada de Irán a la Organización de Cooperacion de Shanghai, alianza política y militar conformada por Rusia, China y las repúblicas de Asia Central.
Encontrándose los dos países sujetos a sanciones económicas y compartiendo una misma preocupación por la caída de los precios del petróleo, Teherán y Moscú se han apresurado en dejar de lado sus diferencias y afianzar su colaboración.
Rusia mantiene una fluida cooperación económica y militar con el gobierno sirio de Bashar al-Assad, aliado que comparte con Irán. El veto ruso en el Consejo de Seguridad de la ONU ha obstaculizado las distintas medidas de fuerza que EEUU y sus aliados han querido impulsar contra Damasco.
El pasado mes, Moscú fue escenario de una nueva ronda de conversaciones entre el gobierno sirio y la oposición. El interés ruso no es menor. En la ciudad portuaria de Tartus, en la costa siria, Rusia tiene una base militar, la única que permite a su flota operar y afirmar su influencia en el Mar Mediterráneo.
Fuente original: http://notas.org.ar/