Atemperadas algo las emociones suscitadas por el cambio producido en la cabeza de la jerarquía católica romana; vueltos a casa los incontables corresponsales de los medios de comunicación españoles desplazados al Vaticano y a otros lugares de Roma, que con unción extremada traían a nuestros domicilios, una y otra vez -hasta el hartazgo-, los más […]
Atemperadas algo las emociones suscitadas por el cambio producido en la cabeza de la jerarquía católica romana; vueltos a casa los incontables corresponsales de los medios de comunicación españoles desplazados al Vaticano y a otros lugares de Roma, que con unción extremada traían a nuestros domicilios, una y otra vez -hasta el hartazgo-, los más nimios detalles de lo que por allí sucedía, parece llegado el momento de reflexionar sobre lo contemplado, leído y escuchado en los pasados días.
No insistiré en citar comentarios, como uno leído en el debate que se organizó en estas páginas electrónicas la semana pasada, para opinar sobre las características que habría de tener el nuevo pontífice: «Un Papa debe seguir la línea marcada, es decir, no cambiar nada de la palabra de Dios. Aparte de esto, el nuevo Papa deberá ser un buen político para lidiar con los terrorismos actuales, el ateísmo de la juventud, el capitalismo basado en la idolatría del dinero y mantener a raya a los inmigrantes que en Europa no son bien recibidos nunca».
No es fácil imaginar a la Guardia Suiza vaticana protegiendo con sus medievales alabardas las fronteras europeas, para mantener a raya a los inmigrantes, tal como propugnaba un católico español; a menos que no estuviera sugiriendo que el Vaticano se afiliase a la OTAN, pues no se ve cómo de otro modo podría el Papa atender las pretensiones del opinante. Es de temer, por otra parte, que la tan elogiada preparación teológica de Ratzinger no sea la cualidad más adecuada para «lidiar» a la vez con toros tan resabiados como el terrorismo, el ateísmo y el capitalismo, como le pide el lector. Vaya esto por delante como muestra de la muy amplia gama de opiniones que estos días han aparecido en los medios de comunicación.
No muy propenso a entrar a la ligera en cuestiones de tamaño calibre y previamente convencido de que la curia vaticana puede elegir como sucesor del anterior Papa a quien le venga en gana -si persuade con los debidos argumentos a los cardenales votantes-, mi atención se concentró en un extraño cachivache que, en forma de chimenea metálica con su sombrerete, instalaban unos operarios en el techo de la afamada Capilla Sixtina. Afianzada con unos vientos, la chimenea en cuestión captó enseguida el interés de los centenares de cámaras de televisión concentradas en sus alrededores.
Decenas de corresponsales pasaron a explicarnos con todo detalle el uso del artilugio: por él saldría un humo, blanco o negro, que informaría del resultado, positivo o negativo, de cada votación. Previamente, algunas imágenes nos habían mostrado la estufa donde -perforadas con un hilo y bien atadas- se introducirían las papeletas del voto. Añadiendo o no paja húmeda al mazo de papeles, se modificaría el color del humo. Como novedad se anunció que también sonarían las campanas vaticanas y romanas, proclamando el feliz acontecimiento, cuando el resultado fuese positivo: imaginé a los campaneros de Roma vigilando atentos la chimenea, prestos a accionar los badajos.
Entrado el siglo XXI, no deja de chocar que una institución que se dice llamada a perdurar hasta el fin de los tiempos siga recurriendo a las señales de humo para transmitir mensajes importantes, en la era de las comunicaciones globales e instantáneas. Es como si la moderna diplomacia española utilizara todavía las sillas de posta y el telégrafo de señales ópticas para enviar despachos de París a Madrid, sólo por hacer honor a la tradición.
Las razones para utilizar tan arcaico sistema de comunicación pueden ser varias. Una de ellas es la de recabar mayor atención mediática, lo que ha pasado a ser preocupación esencial en el Vaticano, por lo que hemos visto estos días. ¡Qué lejanos aquellos tiempos en que, emocionados y orgullosos, muchos españoles nos enterábamos de que Franco había regalado al Papa un micrófono de oro para su Radio Vaticano!, la emisora que neutralizaba las insidias vertidas por Radio España Independiente, Radio París o la BBC. Ahora, la televisión lo es todo. La breve confusión producida por el tono grisáceo de la humareda, llamada en esta ocasión «fumata» (el humo parecía rechazar el maniqueísmo y se negaba a ser sólo blanco o sólo negro), era mucho más noticiable que un simple mensaje de teléfono móvil con el resultado.
El efecto valleinclanesco de las «divinas palabras» también se tuvo en cuenta -en feliz combinación con el misterio del humo-, puesto que resulta más estremecedor oír pronunciar «Habemus Papam» en místico latín, que un simple «Tenemos Papa» en cualquiera de los innumerables idiomas que solía utilizar el anterior Pontífice en la misma plaza.
Cabe sospechar, no obstante, que este aparente retraso y apego a lo tradicional tenga más que ver con los quinientos años de tardanza con los que el Vaticano aceptó, por fin, haberse equivocado respecto a la ciencia astronómica de Galileo. ¿Cuántos años harán falta para que ocurra lo mismo con las actuales teorías vaticanas sobre el sida, los preservativos, la homosexualidad o la innata condición subordinada de la mujer? Es de temer que, mientras haya que escudriñar el humo de una chimenea para saber qué está ocurriendo en el Vaticano, hay para rato.
* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)