Traducido para Rebelión por S. Seguí
El personal anda dividido sobre si ha sido una decisión correcta otorgar a Obama el Premio Nobel de la Paz. De hecho, casi todo el mundo a mi alrededor está indignado: ¿qué paz?, se preguntan; ¿qué pasa con Irak, Afganistán, Guantánamo, Palestina?; estamos cansados de promesas, insisten. El Comité del Premio Nobel por su parte, ha destacado el apoyo de Obama a los organismos internacionales, la creación de vínculos con el mundo musulmán, su actuación en favor de la no-proliferación nuclear, y su combate contra el cambio climático. Los que no se dejan impresionar por Obama aseguran que lo anterior es sólo retórica vacía, cuando no pura cháchara. «Queremos ver hechos, exigimos hechos en la práctica.»
A pesar de que los críticos de Obama plantean algunas objeciones válidas, por alguna razón parece que no alcanzan a comprender la distinción entre la marca Obama y el presidente Obama. La marca apuesta por la esperanza y el humanismo, tiende a decir cosas correctas en las ocasiones más oportunas, es éticamente consciente, emplea la razón de vez en cuando e incluso se las arregla para hablar en serio con la suficiente frecuencia. La marca Obama es, sin duda, un evento refrescante en la escena política occidental.
El presidente Obama es una historia totalmente diferente: lucha, cumple muy poco, no mantiene las promesas, dice una cosa y hace lo contrario. El presidente Obama es un político, y los políticos suelen ser poco dignos de confianza hasta que se demuestre lo contrario.
El fracaso de Obama en fusionar la marca y el presidente en una realidad ética continua es una tragedia colosal, que no sólo es la tragedia de Obama, sino que es en realidad nuestro propio desastre. A la vez que la marca se las arregla para hacer algunas declaraciones esperanzadoras, humanistas y universales, el presidente está en realidad prisionero de unos guardianes sionistas de lo más peligrosos. Obama tiene una gran cuenta abierta que pagar a la gente que le dio las llaves de su blanca morada actual. En otras palabras, tiene muchos sionistas que apaciguar, además de una serie de sayanim rabiosos (1) que han logrado invadir su oficina. En cierta medida, el fracaso de Obama de establecer una continuidad adecuada entre la marca y el presidente se debe a la inviabilidad de una continuidad entre humanismo y sionismo.
Lamentablemente, en el discurso liberal occidental no hay instrumentos políticos visibles para hacer frente a los lobbies sionistas y sus infiltrados dentro de los gobiernos de EE. UU. o de cualquier otra democracia occidental. En lo que es una tremenda catástrofe, no hay forma práctica o política para detener a los Wolfowitzes que nos conducen a otra guerra genocida ilegal. Al igual que en Estados Unidos, ningún político o medio de comunicación británico tiene el valor de explicar en detalle los estrechos vínculos entre el gobierno de Blair y los principales recaudadores de fondos de su partido en el momento en que Gran Bretaña fue a una guerra ilegal sionista en Irak. Occidente en general y el imperio de habla inglesa en particular han perdido su instinto de supervivencia. Sería correcto afirmar que en el marco el discurso posterior a la Segunda Guerra Mundial no disponemos del aparato político que nos permita defendernos de la infiltración de los intereses sionistas extranjeros. Cuando estamos convencidos de que hemos logrado silenciar un Wolfowitz, cinco Emanuel Rahms aparecen en escena.
Es exactamente aquí donde el Premio Nobel de la Paz entra en juego. En lugar de esperar a que Obama lance otra guerra sionista, en lugar de dejarlo bombardear Irán con armas nucleares sólo para hacer del Estado judío «un lugar seguro», ellos, el Comité del Premio Nobel, lo han traído tirando de la manga y le han dado su mayor trofeo en una etapa muy temprana de su mandato presidencial. Básicamente, lo han vinculado a su marca, es decir, al humanismo, la armonía y la reconciliación. Le han dicho: «Escúchenos señor presidente: aquí tiene su trofeo, y una vez que lo acepte puede que tenga que decir NO a los siocons que tiene en casa, puesto que las personas premiada con la medalla de la paz no pueden lanzar guerras.» Obama puede tener que encontrar algún otro tipo de política para lograr la paz, en lugar de matar musulmanes. El tiempo dirá si la apuesta del Comité del Nobel es justificada. Por el momento, podemos estar de acuerdo con el Comité del Nobel y el ofrecimiento hecho a Obama de una oportunidad para enlazar la marca y el presidente en una posición unificada, digna y ética. Esperemos que éste asuma el reto.
En lo que respecta al Comité del Premio Nobel, es probablemente la cosa más inteligente que pudo hacer. De hecho, el Comité debería haberlo pensado hace mucho tiempo. En lugar de esperar tanto, debería haber concedido el premio a Blair y Bush al comienzo de sus mandatos. Con ello podría haber salvado la vida de millones de iraquíes y afganos. También debería haber sopesado la posibilidad de concedérselo a Shimon Peres, ya en la década de 1950, y así haber impedido que construyese el reactor nuclear de Dimona y que después se convirtiese en un sio-terminator. ¿Henry Kissinger? Un caso muy similar: deberían haberle concedido la medalla de la paz en su Brit Milá (ceremonia de la circuncisión), cuando tenía sólo ocho días de edad. Así se podría haber salvado la vida de millones de personas.
El Premio Nobel de la Paz debería ser utilizado como un medio de prevención. En lugar de gastarlo en tediosos y aburridos humanistas, que no hacen nada salvo embellecer un poco el mundo, deberíamos emplearlo como método de prevención. En los asuntos del mundo actual, deberíamos usarlo como un compromiso inducido para con la paz, a fin de poder evitar el riesgo de nuevas guerras sionistas.
Si lo entiendo bien, el Premio Nobel de la Paz está ahí para ayudar a la marca Obama a soportar la presión a que someten al presidente Obama su camarilla siocon.
(1) Sayanim: agentes secretos judíos residentes fuera de Israel, que proporcionan asistencia a los agentes del Mossad en sus operaciones, y sirven los intereses israelíes y sionistas.
Gilad Atzmon es músico, compositor y productor de jazz, y escritor.
S. Seguí es miembro de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a los autores, el traductor y la fuente.
Fuente: http://www.gilad.co.uk/
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