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El nuevo éxodo zapatista y sus críticos

Fuentes: La Jornada

La otra campaña zapatista se desenvuelve por afuera de los canales de la política institucional, al margen y en contra de las reglas del juego que regulan la competencia de las elites por acceder al gobierno. Se diferencia claramente de la clase política establecida. Se mueve de acuerdo con sus propios tiempos y su agenda. […]

La otra campaña zapatista se desenvuelve por afuera de los canales de la política institucional, al margen y en contra de las reglas del juego que regulan la competencia de las elites por acceder al gobierno. Se diferencia claramente de la clase política establecida. Se mueve de acuerdo con sus propios tiempos y su agenda.

Si el gobierno federal no trata de impedir la salida de los zapatistas de Chiapas no es porque la gira le sirva para contrarrestar el número de votantes a favor de Andrés Manuel López Obrador, sino porque no puede evitarla. El EZLN ha conquistado el derecho a hacer otra política dentro del territorio nacional sin renunciar a nada a cambio. Afirmar que la administración de Vicente Fox «ve con buenos ojos» el periplo rebelde es un absurdo sin fundamento.

La otra campaña es una iniciativa antisistémica. La radicalidad de una lucha no tiene que ver con su ilegalidad, sino con su capacidad de impugnar el sistema y construir los sujetos del cambio. El proyecto cuestiona profundamente tanto las mediaciones como los mecanismos de representación política existentes, al tiempo que estimula la formación de una red nacional de resistencias y solidaridades. Busca modificar las condiciones dentro de las que se mueve el conflicto social, cambiando la correlación de fuerzas a favor del campo popular.

La otra campaña prefigura la formación de una nueva fuerza política que se asume explícitamente como de izquierda, antineoliberal y anticapitalista, claramente diferenciada de los partidos políticos legales existentes. Impulsa un proyecto que apuesta a refundar el país y a elaborar una nueva constitución, es decir, un pacto político nacional distinto al vigente. Se trata de una estrategia política que teje los reductos de esperanza existentes, pero dispersos. Una acción pública sometida a la sanción, a la crítica, al rumor, al juicio de la multitud.

Como iniciativa política renuncia a la ilusión de que en la lucha por la transformación del país hay atajos o soluciones milagrosas. De que la historia la hacen los mesías o los personajes carismáticos. Imprevisible, capaz para iniciar algo nuevo, hábil en la construcción de alternativas, la propuesta zapatista busca construir un nuevo movimiento político y social. Rompe así el hechizo de la inacción y remonta el bloqueo mediático al que se le ha querido someter.

La otra campaña da continuidad a las propuestas de acción zapatistas elaboradas desde hace más de tres años y contenidas en el Plan La Realidad-Tijuana. No se trata de una respuesta ante un problema de coyuntura, y mucho menos, como afirma Emir Sader, de una acción «ante una ofensiva militar de las fuerzas armadas, que alegaban pretextos de plantaciones de coca en Chiapas (en la que) el EZLN decidió no prestar resistencia militar, y desmovilizó sus juntas de buen gobierno». Los caracoles no han sido desmovilizados. Siguen funcionando.

La otra campaña apuesta a crear una esfera pública no estatal, a trasladar la política fuera del marco estricto del quehacer gubernamental y parlamentario. Profundiza de esta manera el deterioro del monopolio estatal de las decisiones políticas, tendencia descrita ya, hace años, por el teórico Carl Schmitt. Según el politólogo alemán: «El tiempo del Estatismo toca a su fin (…) El Estado como modelo de la unidad política, el Estado como titular del más extraordinario de todos los monopolios, es decir, del monopolio de la decisión política, está a punto de ser destronado.»

A diferencia de la hipocresía de la política institucional, en la que los contendientes se niegan a reconocer que tienen enemigos y los presentan como simples adversarios, mientras por debajo de la mesa se dan patadas y buscan aniquilarse, la otra campaña llama a las cosas por su nombre y se niega a abandonar la noción de enemistad. No hay en ella falsas civilidades ni cortesías hacia el poder establecido y sus hombres. «Lo justo», ha dicho Marcos, «sería que la gente que asesina, humilla y engañe esté presa, en lugar de quienes luchan por cambiar las cosas para todos.»

Como toda iniciativa política generada desde fuera del establishment, la otra campaña provoca incertidumbre y malestar. Se le acusa de llamar a la abstención electoral cuando explícitamente ha dicho que no es abstencionista. Se le pide que haga propuestas programáticas cuando ha explicado que busca que se escuchen las demandas y los reclamos de los sin voz. Se afirma que el centro de sus críticas es Andrés Manuel López Obrador cuando ha sido implacable con la clase política en su conjunto. Se asegura que a Pablo Salazar no se le tocó «ni con el pétalo de una rosa», a pesar de las denuncias contra el gobernador que dice tener título universitario cuando no ha terminado su carrera y ha encarcelado injustamente a varios maestros.

La otra campaña cuestiona explícitamente a los poderes fácticos que gobiernan el país. Busca generar un nuevo sistema de representación desde afuera de los canales institucionales, en un momento en el que en la opinión pública se reconoce la naturaleza excluyente y asfixiante de nuestro sistema político, y se juzga severamente a la partidocracia y su sumisión a los grandes monopolios de comunicación electrónica. Al hacerlo ha obligado a otros actores políticos a transformar su conducta. Sin ir más lejos, López Obrador ha debido modificar su rechazo a presentarse como gente de izquierda a raíz de las críticas rebeldes.

En un momento en el que el reformismo sin reformas estilo Lula provoca nuevas y amargas decepciones, y en el que una nueva izquierda dura, gestada por afuera de las clases políticas tradicionales, ajena a las veleidades del «socialismo liberal», emerge como opción de gobierno en varios países de América Latina, el éxodo zapatista se empeña en construir una red de relaciones de solidaridad capaz de inventar nuevas oportunidades.

Se puede estar o no de acuerdo con ella, pero lo menos que debieran hacer sus críticos desde la izquierda es juzgarla por lo que realmente es y no por lo que ellos imaginan que es, o quisieran que fuera.