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El poder popular y la lucha por la hegemonía antiimperialista

Fuentes: Rebelión

El presente artículo es un resumen de la intervención del autor en el II Seminario Internacional «La Humanidad frente al Imperialismo» celebrado en Oviedo (España) del 25 al 28 de octubre de 2006

Todo imperialismo es cultural. Vamos a estar claros. Todo imperialismo es cultural. Pero también todo tipo de resistencia antiimperialista es cultural. Por empezar de esta manera mi reflexión introductoria, estoy en el compromiso de enunciar que estamos ante una lucha entre culturas. Las luchas entre culturas suelen ser luchas por la hegemonía. El camarada Antonio Gramsci lo reflexionó en unos términos bien interesantes, especialmente cuando se refirió al desarrollo de la guerra de posiciones.

El capitalismo, cuando alcanzó su nivel de «fase superior» mediante el desarrollo de un rol imperialista se apegó a una forma de organizar su concepción del mundo en la que no bastaba la esencial explotación entre seres humanos, convertidos en mercancías con un valor determinado para el intercambio. En esta fase se trataba de hacer dominante a un Estado frente a otros, subordinando estos últimos a una categoría de inferiores reducidos al aporte de materias primas y de mano de obra a muy bajo costo.

Toda esa realidad, todo ese complejo mundo de relaciones que hemos forzado reduccionistamente a la explicación anterior, conforma una cultura. Es la cultura para la destrucción del género humano, de su entorno de relaciones con la naturaleza y, por supuesto, entre los individuos, entre las personas (que no son tenidas por tales). Es, digámoslo en una palabra, la cultura para la muerte.

Pero la cultura para la muerte no es una sumatoria de actos, propósitos o intencionalidades que terminan dándonos una imagen o un producto de ella. Es mucho más. Es un movimiento de apropiaciones conceptuales, paradigmáticas, estéticas, emocionales, lúdicas, afectivas, religiosas y éticas que se imponen de manera molecular y difícilmente cuantificable pero hegemónica.

Es eso que Gramsci llamó hegemonía del capital y que está muchísimo más allá que la simple relación entre factores que explican una forma de producir los bienes en la sociedad capitalista. Cultura del capital sería el mejor concepto para nombrar las múltiples y complejas determinaciones que contribuyen en la definición.

Una nueva hegemonía

Pensar una nueva hegemonía, que no un dominio nuevo, es pensar en la vida frente a la muerte. Es pensar no en la simple «vuelta de la tortilla» por la que los dominados bajo las relaciones capitalistas de producción, comienzan a ser dominadores en una nueva sociedad.

Se trata de pensar en relaciones alejadas de todo tipo de dominio. No es un simple viraje, sino la asunción de la condición humana como parámetro de medida para todos los proyectos. Una cosmovisión en la que esté presente el ser humano como verdadera e íntegra resistencia ante todo lo que mata, oprime, sojuzga, explota, cosifica y anula.

¿Por dónde empezar?

Bueno, elemental… por el principio. Tautológico. No. Marx tenía razón cuando aludía al gérmen de autodestrucción que anida en el capitalismo, bajo el protagonismo del proletariado en las relaciones de producción de las que participa.

Ahora, la «autodestrucción» pudiera llevarse unos siglos más de espera, de no ser que contribuyamos a construir una verdadera resistencia o lucha contra la hegemonía del capital, la cual tendría que encontrar espacios de expresión en todos los campos de relaciones, incluyendo hasta las más básicas, cotidianas y aparentemente intrascendentes.

Hoy, desde el gobierno bolivariano y revolucionario, el líder de estos cambios viene haciendo una serie de propuestas encaminadas hacia la construcción del socialismo del siglo XXI. El desarrollo endógeno, el fortalecimiento de la cogestión, de las gestiones cooperativas, de los gobiernos comunitarios, de las estructuras de poder popular, de las misiones como plataformas para la inclusión, viene a ser partes de esa misma línea de construcción de soluciones prácticas frente al dominio y hegemonía del capital a la vez que se crea un piso de fortaleza para un pensamiento, una moralidad y una conciencia nuevos, cónsonos con la nueva manera de relacionarse en una nueva sociedad.

Ahora, la guerra de posiciones nos coloca hoy en una trinchera en la que el enemigo imperial se encuentra fuertemente debilitado, mientras que el movimiento popular y sus distintas expresiones de resistencia, crecen, se integran y golpean con la sabiduría de clase que le es propia. Por ello, Encuentros como éste, destinados a la reflexión político – ideológica que fortalezca al pensamiento antiimperialista, deben multiplicarse hasta convertirse en verdaderas guías para la acción.

He allí el gran reto.