La destacada activista e intelectual, dialogó en exclusiva con NEGRX sobre reparaciones históricas, la lucha por la justicia racial y el resurgimiento de la extrema derecha. Con una mirada crítica y firme, Mireille Fanon destacó la urgencia de un proyecto panafricanista que vincule el legado de la diáspora africana con la emancipación global frente a un sistema que continúa oprimiendo a los condenados de la tierra.
En el marco de la Conferencia de la Diáspora Africana en las Américas, celebrada en Salvador de Bahía, Brasil, entre el 29 y el 31 de agosto de 2024, Mireille Fanon, destacada intelectual, activista por los derechos humanos y presidenta de la Fundación Internacional Frantz Fanon, estuvo invitada como autoridad en la materia y aprovechó la ocasión para conceder una entrevista exclusiva a NEGRX. Hija del célebre pensador revolucionario Frantz Fanon y expresidenta del Grupo de Expertos de las Naciones Unidas para Afrodescendientes, abordó una amplia gama de temas cruciales, desde las reparaciones históricas hasta el resurgimiento de la extrema derecha a nivel global. Durante la conversación, subrayó la necesidad de construir un proyecto panafricanista que no solo reconozca el inmenso legado histórico y cultural de la diáspora africana, sino que también lo vincule con un horizonte político de emancipación global.
Con su estilo característico, agudo y crítico, Fanon exploró los desafíos contemporáneos en torno a la justicia racial, señalando cómo las estructuras de poder siguen reproduciendo formas sistémicas de violencia y exclusión. En sus palabras, el sistema global actual perpetúa una «guerra interminable» contra los pueblos históricamente oprimidos, y advirtió que sin una agenda internacional sólida de reparaciones y justicia racial, será imposible enfrentar las múltiples crisis que afectan tanto a las naciones africanas como a sus diásporas en las Américas. Además, Fanon ofreció una reflexión sobre el contexto político actual, donde el avance de las ultraderechas plantea nuevos retos para los movimientos antirracistas, y enfatizó la urgencia de fortalecer las alianzas internacionales entre los pueblos afrodescendientes para enfrentar esta amenaza.
¿Qué conclusiones te llevas de tu participación en la Conferencia de la Diáspora Africana de las Américas, puntualmente en lo que se refiere a la agenda global de reparaciones?
La sensación que me queda de mi participación en la Conferencia de la Diáspora Africana de las Américas es que aún estamos lejos de comprender el verdadero significado de las reparaciones. Este distanciamiento se debe a la falta de disposición para entender por qué necesitamos reparaciones. En primer lugar, me gustaría cuestionar si es realmente necesario un enfoque financiero. Personalmente, no creo que sea el planteamiento adecuado. Lo que buscamos es una reparación que transforme el paradigma impuesto desde 1492. Si no tomamos esta dirección, en 10 o 20 años seguiremos enfrentando las mismas problemáticas: la violencia policial, el acaparamiento de tierras, el saqueo de recursos naturales y los acuerdos comerciales injustos e ilegales con África o las islas del Caribe. Además, es fundamental resaltar la situación en Haití, que siempre estará bajo el yugo del imperialismo hegemónico. Los afrodescendientes y africanos no esperan meras declaraciones. Hablamos de restitución, sí, pero es crucial entender que la restitución es solo una faceta de la reparación. Primero, debemos comprender por qué necesitamos una reparación global, colectiva y política.
Desde una perspectiva fanoniana, ¿cómo conceptualiza el panafricanismo en el contexto del siglo XXI, considerando las diversas interpretaciones que existen sobre este movimiento y su relevancia en la lucha contra las injusticias contemporáneas?
Este es un tema de suma importancia, porque si se le pregunta a diez personas, habrá diez definiciones distintas de panafricanismo. Es fundamental abordar esto con seriedad. No es suficiente con declarar «Soy panafricanista» ya que, si uno se identifica como una persona liberal, eso puede ser problemático. La mayoría de quienes se autodenominan panafricanistas en realidad no lo son; son personas que buscan mayor honorabilidad y reconocimiento. Sin embargo, el panafricanismo va más allá de eso: es un proyecto decolonial.
Lo primero que necesitamos es erradicar el racismo estructural e institucional. No se trata solo de obtener reconocimiento, o de que alguien sea menos racista contigo porque ocupas un buen puesto y te brindan una oportunidad. Esa no es la esencia del panafricanismo. Es un concepto colectivo, al igual que las reparaciones, y su significado debe ser entendido en términos de comunidad. Para avanzar hacia el panafricanismo, es imprescindible lograr la unidad en África. Es lamentable que no hayamos conseguido esa cohesión. Necesitamos un continente africano unido, con un proyecto específico para África y sus habitantes, un proyecto que sea concebido por los africanos, no por consultores o asesores externos. No necesitamos eso. Lo que realmente precisamos es un plan que emane de los africanos y de los afrodescendientes, sin importar dónde se encuentren.
Un ejemplo de esto es Brasil, donde nos encontramos ahora. La mayoría de la población es negra, pero no ocupa puestos de poder, lo cual es un problema significativo. Si creemos que el panafricanismo se reduce a replicar el modelo dominante o la supremacía blanca, estamos equivocados. Las personas no están esperando eso; en su vida cotidiana, no anticipan que eso ocurra. Es urgente detener la violencia policial y erradicar el racismo estructural e institucional. Esto requiere una mayor implicación y un esfuerzo más robusto del que actualmente poseemos. Y eso es exactamente lo que hizo Fanon. Nunca se rindió, incluso en su enfermedad. Nunca dejó de luchar, porque sabía lo que estábamos haciendo. Nuestra misión es extremadamente difícil y él nos instó a ser muy honestos y cuidadosos con la gente, a reivindicar su dignidad y humanidad. Sin embargo, el mundo en el que vivimos no refleja esos valores. Debemos transformar este mundo y reparar el daño causado desde lo que se ha llamado el «descubrimiento» de América, que en realidad fue un genocidio, un crimen contra la humanidad.
En un contexto donde la extrema derecha representa una creciente amenaza para Europa y la violencia política se intensifica, ¿por qué es crucial el pensamiento de Frantz Fanon en la comprensión y respuesta a esta problemática contemporánea?
Es una pregunta difícil. Lo único que hay que hacer es luchar, pero también hay que elegir qué tipo de armas políticas vamos a usar. Y lo que podemos afirmar en este contexto es que el pensamiento de Fanon en Francia se utiliza con malos fines. Voy a tomar como ejemplo el último libro sobre él. No recuerdo exactamente el título pero es una biografía intelectual, política y romántica de Adam Schatz. Y lo que intenta hacer es normalizar su pensamiento. Y creo que es exactamente lo que el sistema liberal intenta hacer. Se trata de que cuando nosotros, como afrodescendientes y africanos, tenemos algún aporte o alguna creatividad política, ellos intentan tomar eso, como tomaron los cuerpos y las mentes de nuestros antepasados, usándolos y revirtiéndolos para sí mismos. Ahora Fanon, según este criterio, debería ser reconocido como un partidario del sistema liberal. Y creo que es muy peligroso y tenemos que ser conscientes de eso y no ser ingenuos y deconstruir todo este tipo de normalización, porque la normalización es una forma de matarnos una y otra vez. Tenemos que tener mucho cuidado y ser muy fuertes cuando intentan hacer eso.
Usted ha visitado en
varias ocasiones distintos países de América Latina, ¿cómo evalúa la
situación política actual en la región, particularmente en el contexto
del avance de la derecha y los ataques sistemáticos contra los gobiernos
progresistas? ¿Qué elementos considera fundamentales para entender esta
dinámica?
No estoy segura de poder responder a esta pregunta porque no soy una especialista ni una experta en la situación sudamericana. Pero si tomamos un solo ejemplo, el de Venezuela, como siempre, se trata de un proyecto imperialista hegemónico para destruir todo Estado y país que cuestione la supremacía blanca y la modernidad eurocéntrica. Y cuando un país se niega a aplicar lo que quieren los colonizadores occidentales, la única salida que les queda es matarlo y acusarlo de corrupción y de una elección falsa. Para imponer a alguien como Guaidó pero también como Ariel Henry o Jovenel Moïse en Haití, imponen a su presidente. En Haití, el presidente es elegido por Estados Unidos desde hace años y años, décadas, incluso. Y esa es la razón por la que el pueblo de Haití está en la calle y se está manifestando contra este modelo imperial que los mata.
Debemos ser muy cuidadosos, estudiar muy bien lo que sucedió en Haití, porque podría suceder en todos los países donde el pueblo y el gobierno están en contra del orden imperial, como está sucediendo en Palestina ahora mismo. Este orden imperial, desde 1492, ha decidido utilizar los cuerpos negros para su beneficio, y si estos cuerpos negros no son lo suficientemente productivos, los matarán. Es precisamente cuando un país decide oponerse a este orden imperial que primero deslegitiman el gobierno, la política, y luego matan a la gente. Es exactamente lo que vemos en Palestina, en Yemen, o en la República Democrática del Congo. Es exactamente el mismo paradigma desde 1492. Por eso tenemos que ser muy conscientes de lo que decimos y de cómo lo decimos.
Cuando afirmamos simplemente «restitución», hay que tener en cuenta que la restitución no es nada en relación con la guerra interminable contra la gente. La restitución no es un problema; y si Occidente quiere decir simplemente «Bueno, no hay reparación sino restitución», saben lo que están haciendo. Siguen dominando, deciden dominar al pueblo y continúan con su control; y la cuestión de la reparación, que es una forma de emancipar al pueblo, no se planteará porque no la quieren. Por eso, cuando estamos aquí, es difícil entender que las personas hablen simplemente de restitución. Es realmente doloroso. Es doloroso porque todos los días hay personas que matan y mueren por ser negras. ¿Y creemos que la restitución detendrá el racismo estructural e institucional? No lo creo.
Hace algún tiempo, al inicio del mandato de Gabriel Boric en Chile, usted generó controversia al rechazar una invitación oficial que le hicieron para asistir a su toma de posesión. Sin embargo, ahora ha anunciado que viajará a Chile en las próximas semanas. ¿Podría compartir qué razones la llevan a hacer este viaje y cuál es su agenda en un contexto donde el pueblo mapuche sigue siendo objeto de represión y despojo? ¿Cómo se relaciona esto con su visión más amplia de la lucha por la tierra y las reparaciones en el contexto global?
En 2011 y 2012 fui observadora en un juicio en Temuco y Concepción para el pueblo mapuche, que hasta hoy sigue siendo víctima del gobierno chileno, pues algunas empresas transnacionales continúan intentando despojarlos de sus tierras ancestrales. Esa fue la razón principal por la que rechacé la invitación a la toma de posesión de Boric. Para mí, quien se postula a la presidencia debe asumir la existencia de un pueblo con una tradición milenaria y una lucha constante por sus tierras, que además están protegidas por derecho a través del Convenio 169 de la OIT. Resulta incomprensible ver cómo al pueblo mapuche no solo se le impide vivir en su tierra, sino que, cuando resisten, se les criminaliza.
Además, en la Constitución chilena sigue vigente un artículo instaurado durante la dictadura de Pinochet, que es simplemente abominable. Cuando Michelle Bachelet fue presidenta prometió abolirlo pero nunca lo hizo. De hecho, lo aplicó contra el pueblo mapuche en el mismo período en que yo estaba en Chile. Para mí, lo más escandaloso es que luego la eligieran Alta Comisionada del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. ¿Cómo puede la comunidad internacional seleccionar a una persona que consintió que la policía y el ejército mataran a su gente? ¿Cómo es posible que se tolere eso? Y lo más perturbador es que la comunidad internacional asuma esa normalización.
En ese momento ya estaba convencida de que Boric no haría nada para eliminar esta política represiva. Casi un año después de su asunción, mi sospecha se confirmó: no ha hecho absolutamente nada para revertir la aplicación de este artículo. Ya en sus primeros discursos me resultaba evidente que no tenía intención de tocar este tema. Por eso decidí rechazar abiertamente la invitación, y considero que como figura pública es importante explicar este tipo de decisiones. Si uno no lo hace, se corre el riesgo de ser malinterpretado. Yo preferí ser clara: aceptar su invitación hubiera sido una traición política al pueblo mapuche. Y, lamentablemente, tenía razón. Hoy en día, los mapuches siguen siendo criminalizados y atacados por el sistema chileno, debido a los intereses de las empresas forestales y otros actores. Aún no son bienvenidos en su propio país, y la intención es expulsarlos de sus tierras para apropiarse de sus territorios ancestrales para la producción de capital sueco. Boric no ha movido un dedo para cambiar esta realidad, y estoy orgullosa de haber rechazado su invitación.
Ahora vuelvo a Chile porque la situación del pueblo mapuche no ha cambiado en más de una década. La cuestión de la tierra está directamente ligada a la lucha por las reparaciones. Si observamos lo que ocurre en Palestina, en la República Democrática del Congo, en Colombia, en México, o en Brasil con los quilombolas, el conflicto gira en torno a la tierra. Es un tema central para nosotros como activistas políticos. No podemos dejar a los pueblos solos enfrentando esta lucha. Sus causas deben ser conocidas en todo el mundo porque necesitan apoyo internacional. La solidaridad política no es una cuestión de moralidad o compasión, es una cuestión política concreta. Tenemos que estar atentos, asistir a las víctimas, amplificar sus voces, ser el eco de sus demandas. Eso es fundamental para nosotros. Como nos decía Fanon, cada generación debe conocer su misión en un contexto de incertidumbre, y debe tomar la decisión de cumplirla o traicionarla. Yo prefiero cumplir con lo que considero mi misión.
Para mí, esto no es solo una misión, es un deber, una obligación ética, epistemológica y metafísica. No renunciar a la solidaridad política internacional es una necesidad ineludible. Estar del lado de aquellos que sufren bajo la opresión, el sometimiento y el exterminio es casi un instinto humano. Es una forma de preservar la dignidad de las personas que están siendo masacradas por genocidios y crímenes contra la humanidad, como ocurre en Palestina. Es un deber inexcusable, no es negociable. No puedo simplemente apagar la televisión y decir «todavía hay genocidio». No. Porque el genocidio es parte de un mismo paradigma de dominación que comenzó en 1492. Si no participamos activamente en la lucha contra esta guerra interminable contra los pueblos, somos responsables de no actuar. Si pretendemos ser humanos, con dignidad y responsabilidad, entonces debemos comprometernos a luchar contra esta clase de guerra interminable. Es nuestra obligación.
En los últimos años, hemos sido testigos del ascenso de figuras de extrema derecha en varios países, incluyendo a Javier Milei en Argentina, Jair Bolsonaro en Brasil, y la posible reelección de Donald Trump en Estados Unidos, así como Marine Le Pen en Francia. ¿Cuál es su análisis sobre este fenómeno y qué cree que refleja acerca de la situación política actual y el estado de la ciudadanía en estos países?
No considero que el presidente argentino Javier Milei, el expresidente brasileño Jair Bolsonaro, o la posible reelección de Donald Trump en Estados Unidos, así como la candidatura de Marine Le Pen en Francia, deban ser vistos como motivos de preocupación en sí mismos. En cierto modo, debemos reconocer que este fenómeno es un reflejo de la desidia de las personas hacia la política y, en particular, hacia el futuro de sus países. No les importa. Esta apatía se ve alimentada por los grandes medios de comunicación, que deciden qué se puede pensar, leer o escribir. Controlan todo. Con ello, se borran las capacidades críticas de las personas; es uno de los objetivos del sistema. Es crucial que seamos conscientes de esto y denunciemos este lavado de cerebro, entendiendo que estas figuras populistas no surgen de la nada.
Observamos que el sistema financiero, de alguna manera, atraviesa un período de inestabilidad. Para este sistema, la única salida es organizar una guerra contra el pueblo, pero también anular la capacidad crítica y analítica de la población, ya que eso les permite manipular a su antojo. Esto es esencial para el sistema financiero y el liberalismo, que requieren esta falta de crítica para operar. Manipulan los números, juegan con las estadísticas y siembran la corrupción en ciertos países, utilizando instituciones como el FMI o el Banco Mundial y condicionando los acuerdos económicos. Se aprovechan de la arrogancia y el cinismo de aquellos que firman estos acuerdos. Aunque esto no es nuevo, ha alcanzado un nivel de paradoja, cinismo y arrogancia sin precedentes, dado que el sistema se siente amenazado y está visiblemente nervioso ante esta situación.
Han aplicado todas las recetas posibles para despojar a los pueblos de su dignidad y criminalizarla. Esto representa un peligro para todos nosotros, especialmente para los activistas que se oponen a estas políticas. La necesidad de organizar una red de solidaridad internacional sólida es apremiante. Personas como Macron, Milei, Bolsonaro, y, si llega a suceder, Trump, o incluso Putin, funcionan como marionetas de este sistema. El objetivo de este sistema es regular el mundo a su antojo. No quieren enfrentarse a ninguna crítica; buscan su libertad, pero esa emancipación es únicamente para ellos, no para nosotros. Si no comprendemos esta dinámica, seguiremos pidiendo restituciones, mejoras ecológicas y un ambiente más saludable. Pero la cuestión fundamental es la dignidad, ya que el sistema también busca negar la dignidad y la humanidad de todos. Esta guerra interminable contra el pueblo es, en esencia, un mantra del sistema, un concepto que se puede abordar desde perspectivas metafísicas y epistemológicas. Debemos analizarlo y denunciarlo cada vez que se presente la oportunidad.
Federico Pita es es politólogo (UBA). Especialista en afrodescendencia, raza y racismo. Fundador de la Diáspora Africana de la Argentina (DIAFAR). Activista antirracista afroargentino. Negro de conciencia.