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Reseña del libro de Ramón Cotarelo [Los Libros de la Catarata. Madrid 2012]

«El sueño de la verdad frente a la verdad de un sueño»

Fuentes: Rebelión

Recensión en ZER, Rev. de Estudios de Comunicación Vol 17, nº 32. Mayo- Maiatza 2012. Fac de CCSS y de la Comunicación. Universidad del País Vasco Euskal Herriko Unibertsitatea

Paradojas del pensamiento. Mientras el libro «Egunkaria. La verdad de un sueño» (Ttarttalo-Berria, 2010)» -del que soy coautor con otros tres profesores, Txema Ramírez de la Piscina, Teresa Agirreazaldegi y Pedro Ibarra- relataba los sueños, zozobras y el inconcluso happy end judicial del destruido diario Egunkaria, hete aquí que se me encarga la recensión del libro del politólogo Ramón Cotarelo titulado «El sueño de la verdad. Los conflictos en la sociedad abierta» (Catarata 2012). Sueño y verdad, he ahí el dilema.

No se trata de juegos de palabras sino de dos modos opuestos de encarar el cambio social. En el primer caso, las utopías que nos mueven como un faro, pueden convertirse en realidad social… pero también en pesadilla por la acción destructiva precisamente (del Poder) de la «Sociedad Abierta». En el segundo caso se postula la inutilidad e inconveniencia de las utopías proyectivas -con las que Cotarelo es particularmente ácido- y la resignación pragmática a las puras mejoras, aunque luego el autor vaya bastante más allá.

Cotarelo rezuma pesimismo antropológico (no habría hombre nuevo previo a los cambios, ni después) Las personas solo velan por su bolsillo y su seguridad, y quieren eficacia, y como la izquierda no se reivindica suficientemente de la Sociedad Abierta, se despegan de ella. Tengo para mi que probablemente, sea al revés: si la izquierda no trae cambios y mejoras, el votante prefiere el original liberal (la derecha) a la fotocopia. Igualmente el autor minusvalora el rol de los valores (voto fijo de izquierda) o de las identidades grupales (nacionalismos)…. En cambio transpira aparente optimismo sistémico y en el fondo acepta la lógica de reproducción lampedusiana del Poder, con la aspiración de ponerle algunas bridas.

Y es que el gran ausente en el libro es el Poder y sus mecanismos. Ni está ni se le espera. Es más se ceba en quienes echan pestes contra el Sistema. El texto usa el peligroso criterio implícito de que lo que no existe no es posible. No parece que otro mundo ni otra democracia sean posibles. ¡Gestiona y, si puedes, mejora lo que hay! O sea a lo Pangloss: «no puede ser de otra manera», por algún motivo que no explicita y que, quizás, sean la madurez histórica del sistema liberal, o la convención social, o la implosión de los regímenes del este Europeo. Tampoco hay ideologías dominantes para el autor. Todas pugnan por dominar sin resultados constatables al parecer. La Sociedad Abierta sería tan abierta que todo es acordable en ella y el voto el instrumento central del cambio. Y ello a pesar de las evidencias de sentido contrario que la gestión de la crisis nos está dejando, y es que en el principio era el Verbo (..) y el Verbo   era Dios, o sea el capital financiero.

Porque es insostenible ese punto de vista formalista termina por reclamar socializaciones e incluso la revolución democrática y pacífica si se desmantelara el Estado del Bienestar (pg 48) contradiciendo sus propias tesis. Y eso que señala la dificultad para financiar el mantenimiento de la Sociedad del Bienestar cuando hay que competir con los países emergentes de costes bajos laborales.

El libro se centra en la defensa de la Sociedad Abierta, entendida como la sociedad democrática plural y tolerante y de libre mercado, o sea, de capitalismo realmente existente. Una sociedad abierta es mejorable, si se explora en los órdenes participativo, discursivo y de extensión de su validez universal. Pero estos elementos no son imprescindibles. Una sociedad de extrema desigualdad podría ser abierta, bajo ese foco.

Al fondo sociedad abierta y sociedad liberal ya eran lo mismo en Popper («La sociedad abierta y sus enemigos». Paidós 1994) quien, al menos, era contrario al relativismo y sostenía que el conocimiento es búsqueda y acercamiento a verdades (no absolutas pero sí de cada tiempo), mientras que Cotarelo aboga, en su realismo, solo por las verdades construidas (mediante convención de mayorías y unos mínimos como los derechos humanos) aunque se reclama, contradictoriamente, de la kantiana ley moral que «los seres humanos llevamos en el corazón».

Cotarelo es progresista y de nuevo se contradice con la visión formalista por la que aboga. En lo relativo a las Teorías de la Democracia, y aun reconociendo como imprescindible una parte procedimental y valorando las aportaciones de las teorías descriptivas de la democracia (en torno a arreglos y el modo de abordar los problemas), se inclina por las teorías normativas que permiten profundizar la democracia en sus versiones comunicativa/dialógica (Habermas), cosmopolita (Held) o participativa (Pateman) y que conllevan cambios estructurales.

A diferencia de Rawls que contemplaba la posibilidad de sociedades bien ordenadas, distintas a las occidentales, con una concepción pública de la justicia, Cotarelo tiene un planteamiento eurocéntrico, e implícitamente etnocéntrico; y, a fuer de parecer ese planteamiento el único legítimo, roza el riesgo de ser imponible desde el autoritarismo aunque el autor no lo propugne en ningún momento. Hay una aproximación implícita a Huntington y su no homologación de otras civilizaciones. Como concibe una única sociedad, la sociedad abierta, con una alternancia entre liberales (o sea versión conservadora y versión socialdemócrata como variaciones sobre un único modelo) en el fondo también podría hacer buena la idea de Fukuyama del fin de la historia. ¿O quizás fue Cánovas quien lo inventó con el resultado de la dictadura primoriverista y de una guerra civil después?. Sé que es estirar el hilo demasiado pero el autor deja cabos sueltos que otros podrían atar.

Frente a las versiones comunitaristas, que también se fijan en los lazos sociales y culturales, su planteamiento más que de Sociedad Abierta es de Estado liberal. La composición social y cultural diversa no está. La cuestión es si el concepto de Sociedad Abierta sirve para algo, y si no es una abstracción cuyo valor central sería el de la marca autolegitimitante, o a lo peor es un simple prejuicio porque sería el esquelético modelo menos malo porque otros siempre deberían ser peores. No se contempla la hipótesis de que el mejor atributo de la Sociedad Abierta (el principio de libertad y el pluralismo) se pueda combinar con los atributos olvidados de la igualdad, el acceso, la diversidad…y afectando al Poder. Simplemente sería inadmisible que en el ara de la libertad pueden sacrificarse atributos de cohesión, de vida buena… como en la nueva reforma laboral. Y mucho peor que en su nombre se haya masacrado y empobrecido países enteros como nos dibuja Joseph Fontana («Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945». Pasado&presente 2012). ¿Y si analizamos no el lado estatal sino el mundo global hiperexplotado que está creando la Sociedad Abierta que no tiene competencia desde hace 20 años?

En cualquier proyecto debe haber algunos componentes de Sociedad Abierta. Es más, son necesarios, imprescindibles -hemos aprendido-, pero no son suficientes. A su vez la Sociedad Abierta sacrifica otros valores al de libertad. Para hacer un viaje de retorno a un liberalismo mejorado no hacía falta un siglo de historia de las izquierdas. Se dilapida una herencia.

En el libro tampoco se contempla que el proceso abierto desde los años 70 en el sistema no es el de sus reformas sino el de sus contrarreformas. Tampoco hace un balance de la Socialdemocracia y de cómo le va. Cotarelo defiende la Unidad de la Izquierda, eso sí, siempre que sea bajo la bandera de la socialdemocracia. Se apunta tanto a ella que, por momentos, parece el «pensamiento único» de gestión racional, mientras denuesta con displicencia tanto los enfoques globales con base en el marxismo (una utopía acientífica en su versión) como los movimientos alterglobalistas y sociales, a los que ve como parciales e incapacitados para ofrecer alternativas, puesto que su buena intención descarrila en la utopía y en una metodología errónea.

La mayoría de las izquierdas ven, desde Gramsci, los procesos de cambio como combinaciones de legitimidades propias de la «sociedad abierta» con dinámicas participativas, alianzas, proyectos, relaciones de fuerzas y cambios favorables a las mayorías sociales en determinados contextos. Esos cambios podrían dar paso a otro estadio de reglas económicas y políticas que, de todos modos, para sostenerse por fuerza deberán ratificar constantemente sus legitimidades sociales y jurídicas. Todo ello bastante alejado del imaginario insurreccionista y militar de las tomas de «palacio de invierno» en el que Cotarelo parece instalar a la parte no socialdemócrata de esa izquierda.

Rastrea tangencialmente en el campo de la comunicación y aborda -en la segunda parte del libro- problemáticas recientes: el 15-M con sus virtudes y limitaciones; y dos casos opuestos de gestión de la información y ambos judicializados. En el caso Murdock la información se obtenía de manera ilegal e inmoral; en el caso de los cables de las embajadas norteamericanas destapados por Wikileaks la información se logra de manera subrepticia pero ilumina la zona de sombra de los dobles lenguajes y de los secretos de las democracias, desvelando el pensamiento oculto y ocultado de las Administraciones a la opinión publica, en clara mofa con la transparencia democrática. De nuevo, el Poder y no solo las reglas.

En el análisis del poder mediático podemos compartir que los media ni son totalitarios ni basados por principio en el falseamiento, aunque puede haber conspiraciones y, desde luego mucha propaganda y capacidad de mentir. Como señala Cotarelo- se requiere capital para disponer de un media influyente por lo que el poder mediático está muy desigualmente repartido. Pero además habría que añadir que no siendo iguales entre sí los media, comparten valores dominantes (razón de Estado, mercado, estabilidad institucional) y tienen lazos con las elites, y más en el «modelo mediterráneo» (Hallin&Manzini) en que élites políticas y mediáticas tienen mutua dependencia. Y, por todo ello, no es verdad que los media «reflejan aproximadamente el pluralismo de una sociedad que es abierta porque vive (..) en competencia (pg 95).

El poder mediático está concentrado en las élites especialmente las más pudientes y, mayoritariamente, más conservadoras. Compensan el riesgo del voto de la plebe con la presentación del mundo ante ella, o sea la gestión de la opinión publica o al menos parte de la agenda. Suelen ser factores decisorios, en mi opinión: el criterio del propietario o del grupo empresarial con mayoría en el Consejo de Administración, el interés de los anunciantes relevantes como límite informativo, las fuentes informativas del poder y gabinetes de información institucional (funcionalidad), la ideología bajo el principio de coherencia e interés, el quehacer de la competencia… Asimismo deben incluirse factores internos como los valores y rutinas profesionales, la organización del trabajo , la elección del encuadre noticioso o el proceso de framing.

Es provocador decir que se requieren medias aunque sean manipuladores o sensacionalistas o que la sociedad no sufre porque se manipule ya que «la competencia garantiza la calidad y los derechos» (pg 92 y 95). El planteamiento debiera ser: ¿qué modelo preferente de medios hay que propiciar -para eso está la regulación y la autorregulación- aunque se haya de aceptar que también los haya puramente sensacionalistas?. La competencia comercial se refiere al mercado y no a los valores morales. En cualquier tema sensible buena parte de las referencias de valores son compartidas por los media, dentro de una limitada oferta.

Tampoco es acertado decir que «Es duro admitirlo, en el mercado se oferta lo que la gente demanda» en lugar de señalar que la oferta es anterior a la demanda y la gente elige entre lo que se le ofrece, al tiempo que se le educa en formatos y contenidos que le condicionan los comportamientos. La gente no es estúpida, son algunos medios los que cultivan la estupidez y la contagian.

Y es muy descalificadora -actitud que Cotarelo afea a los radicales por sus planteamientos sobre el sistema mediático convencional-, la acusación a los medios alternativos de que «mienten, falsean la realidad, manipulan y confunden opinión con información mas que los (medios) comerciales» (pg 94.). Es notorio que estos medios pueden incurrir en simplificaciones, pero enseñan la parte oculta, ensayan la interpretación, procuran la contextualización,.. que tradicionalmente olvidan los medios convencionales (solo venden información) operando desde intereses mucho más dominantes y peligrosos y contradiciendo su mucha más obligada responsabilidad.

En suma, este libro de 125 pgs, pedagógico, provocador, contradictorio y de lectura fácil plantea tantas preguntas inquietantes que es útil para el debate.