Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
En lo que Los Angeles Times describió como «viaje para mejorar las relaciones» con Pakistán, la secretaria de Estado Hillary Clinton logró arruinar algunas relaciones más de las que mejoró. Brusca, arrogante, y con aires de superioridad, lanzó una serie de andanadas verbales que casi demolieron lo que quedaba de buenas relaciones entre EE.UU. y su principal aliado en la región.
Sobre la lucha contra al Qaeda:
«Clinton dijo a un grupo de periodistas en Lahore que ‘le cuesta creer que nadie en vuestro gobierno sepa dónde están y que no pueda atraparlos si realmente quisiera hacerlo.’ Al Qaeda, dijo, ‘tiene un refugio en Pakistán desde 2002.'»
Es sorprendente que un diplomático de EE.UU. diga algo semejante en un foro público – nada menos que en una sesión de preguntas y respuestas con periodistas paquistaníes. Un funcionario de EE.UU. trató de justificar ese arrebato con la «explicación» de que «Tiene que recordar que ella era senadora por Nueva York el 11-S.» ¿Pero qué tiene que ver con la credibilidad de la argumentación de Hillary de que el gobierno de Pakistán nos está ocultando algo sobre el paradero de Osama bin Laden? Exactamente nada. Si tiene evidencia de que Pakistán está albergando a sabiendas al terrorista más buscado del mundo, debería declararlo públicamente en lugar de involucrarse en una insinuación sin fundamento.
Cuesta imaginar una observación más incendiaria – a menos que sea lo que dijo sobre los ataques con aviones no tripulados por EE.UU. en territorio paquistaní. Cuando se le preguntó si piensa que ataques que matan a civiles inocentes constituyen terrorismo – «ejecución sin proceso» como lo formuló un interpelante – Clinton respondió: «No, no lo pienso,» y luego se negó a seguir discutiendo el tema, citando razones de «seguridad.» La audiencia de mujeres paquistaníes estaba sentada ahí, en un silencio estupefacto, horrorizado. Que fue similar a la reacción de una audiencia de empresarios, a los que dijo:
«‘A riesgo de que suene poco diplomática, Pakistán tiene que realizar inversión interna en vuestros servicios públicos y sus oportunidades empresariales’. El gobierno de EE.UU. grava «todo lo que se mueve y todo lo que no se mueve, y no es lo que vemos en Pakistán.»
Hillary está molesta porque Pakistán no desvalija a sus ciudadanos en la misma medida que nosotros, pero eso no significa que el gobierno central en Islamabad obtenga buena nota en algún índice de libertad económica. Los pobres de Pakistán soportan la mayor parte del peso tributario en ese país en tal medida que su Corte Suprema intervino recientemente para reducir el impuesto a la gasolina, en oposición a la legislatura nacional. Las clases bajas y mediana lo saludaron, pero a Hillary no le gustó para nada: ¡cómo se atreven esos paquistaníes a reducir los impuestos!
Lo que asusta es que Hillary considera que se trata de una «ofensiva de charme» y, según sus estándares, lo es. Después de infligir el máximo daño a la relación entre EE.UU. y Pakistán, se fue con su actuación de elefanta en una tienda de porcelanas a Israel, donde, de pie junto a Netanyahu, declaró:
«Lo que el primer ministro ha ofrecido específicamente en cuanto a una restricción en la política de asentamientos… no tiene precedentes.»
Bueno, sí, la negativa total de Netanyahu de congelar toda la actividad de «asentamientos» no tiene precedentes – en su obstinada intransigencia. Es especialmente evidente en el contexto de la demanda estadounidense de que, como Hillary dijo no hace mucho, «veamos un alto a los asentamientos – no a algunos asentamientos, no a los puestos avanzados, no con excepciones por crecimiento natural.» Y todavía queda alguien que tome en serio los pronunciamientos del gobierno.
La reacción palestina fue declarar que las conversaciones de paz – que Hillary debía reiniciar con su viaje a la región – estaban indefinidamente paralizadas. Nabil Abu Rudeinah, portavoz del jefe de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, afirmó: «Las negociaciones están en un estado de parálisis, y el resultado de la intransigencia de Israel y de la marcha atrás de EE.UU. es que no hay esperanza de negociaciones en el horizonte.»
A menudo se dice que la elección de Barack Obama mejoró nuestra imagen en el mundo: de repente, después de ocho años de odio absoluto dirigido contra EE.UU. de George W. Bush, somos populares de nuevo. Parecería que Hillary estuviera haciendo todo lo posible por cambiar todo eso con su viaje de mala voluntad. La mujer es un John Bolton con un vestido.
Tal como predije cuando fue nombrada al Departamento de Estado, Clinton está realizando su propia política exterior, mientras Obama, preocupado por temas internos, vacila y deja que su «equipo de rivales» se haga cargo. El problema es que la política clintoniana es un instrumento embotado con el que se está golpeando en la cabeza a los aliados que nos quedan, y los resultados no son agradables. Hillary dejó tras de sí un Pakistán aún más desestabilizado – y hostil a EE.UU. – que lo que era cuando llegó, y su viaje a Israel es igualmente desastroso.
Este gobierno está desesperanzadamente dividido en lo que a política exterior se refiere, mientras los leales a Obama envían señales de esperanza en la forma de la retórica sin igual del Querido Líder (por ejemplo el discurso de el Cairo) y los clintonianos, en control efectivo del aparato de política exterior, contradicen y neutralizan cualesquiera efectos positivos resultan de los pronunciamientos del presidente.
No sólo eso, pero en el ámbito político, en el cual las palabras se traducen en acciones concretas, la Reina Hillary y sus acólitos están realizando una política completamente diferente, virtualmente indistinguible del estilo y contenido de la del gobierno de Bush. La misma crudeza torpe es utilizada para expresar y justificar una política de agresión absoluta y de total desdén por la vida humana.
No hay nada diplomático en las palabras de Hillary o en el tono en el que las pronuncia; habla con la perentoriedad temeraria del copresidente de Obama, en lugar hacerlo como un miembro del gabinete. Que es, por cierto, precisamente lo que ella es, al habérsele cedido todo el campo de los asuntos exteriores por parte de un jefe del ejecutivo que evidentemente se tambalea bajo el peso de su cargo.
El punto es que, una vez más, los votantes estadounidenses se ven ante un golpe en la cúspide. Nunca votaron por una política exterior más beligerante – todo lo contrario, en realidad – y sin embargo es precisamente lo que se les está dando. Obama es la cara feliz, sonriente, políticamente correcta, de una política que esencialmente no ha cambiado, y por eso su secretaria de Estado se siente libre para viajar de forma temeraria por el mundo mandoneando e insultando a todos los que están al alcance de su voz presumida, crispante, alterada por la arrogancia.
¿Pensabais que habría un cambio? Para nada, no mientras Obama se niegue a controlar a su secretaria de Estado. Se va a necesitar más que una simple elección presidencial para efectuar un cambio fundamental en nuestra política exterior intervencionista. Nos espera un largo y duro camino repleto de dificultades. De modo que preparaos, revisad si tenéis suficientes raciones, y contad con una lucha prolongada contra el Partido de la Guerra – que de ninguna manera se ha retirado del campo.
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Justin Raimondo es director del sitio Antiwar.com y redactor del periódico The American Conservative, de Patrick Buchanan. Es miembro del Randolph Bourne Institute, así como del Ludwig von Mises Institute, dos think tanks libertarianos y no intervencionistas en los Estados Unidos. Cercano a los conservadores libertarianos, es autor de numerosas obras entre las que se encuentra la biografía del padre fundador del movimiento libertariano Murray N. Rothbard An Enemy of the State. Es coautor, junto a Pat Buchanan, del libro Reclaiming the American Right: The Lost Legacy of the Conservative Movement y de Into the Bosnian Quagmire: The Case Against U.S. Intervention in the Balkans.
Fuente: http://original.antiwar.com/