Se celebraron como era previsible. Con arbitrariedades enormes, denuncias de fraude, retiro de candidatos, soborno a los desafectos. Y el contubernio, claro, de los países ocupantes. 14 de los 16 candidatos se retiraron. Si hubiera pasado en la Venezuela de Chávez, la grita hubiera sido de estruendo. En Afganistán no. Allí basta la cosmética política […]
Se celebraron como era previsible. Con arbitrariedades enormes, denuncias de fraude, retiro de candidatos, soborno a los desafectos. Y el contubernio, claro, de los países ocupantes.
14 de los 16 candidatos se retiraron. Si hubiera pasado en la Venezuela de Chávez, la grita hubiera sido de estruendo. En Afganistán no. Allí basta la cosmética política más burda.
Urgido estaba EEUU de un éxito exterior. Mostrar al mundo que la agresión y ocupación de un país se legitima con farsas. Urdidas para ungir a su candidato Karzai, a sueldo de la CIA.
Ilustrativa la premura con que Occidente negó la evidente chapuza. Prueba la ansiedad con que quiere cerrar capítulo. Proclamar que Afganistán es, ya, un país políticamente correcto.
Aunque siga ocupado por 30.000 soldados extranjeros. Dos tercios de territorio sigan en poder de los caudillos tribales. Afganistán sea el primer productor de opio del mundo.
Muchísimo más barato es bendecir sainetes electorales que donar fondos para el desarrollo. De la ayuda prometida, apenas ha llegado el 20%. La militar, en cambio, no disminuye.
Según NNUU, en Afganistán mueren 165 niños de cada mil. 257 de ellos no cumplirá cinco años. 17 mujeres de cada mil mueren en el parto. No importa. Ya pasaron las elecciones.