La hipótesis del cambio inercial Próximos a un acontecimiento parte-aguas de la historia política paraguaya, las elecciones políticas del 20 de abril de 2008 abre la interrogante sobre las condiciones sociales de posibilidad de modificar una estructura social con innumerables problemas y desafíos. La Asociación Nacional Republicana o Partido Colorado, en el gobierno hace casi […]
La hipótesis del cambio inercial
Próximos a un acontecimiento parte-aguas de la historia política paraguaya, las elecciones políticas del 20 de abril de 2008 abre la interrogante sobre las condiciones sociales de posibilidad de modificar una estructura social con innumerables problemas y desafíos.
La Asociación Nacional Republicana o Partido Colorado, en el gobierno hace casi 62 años (entre los cuales se cuentan 35 años de dictadura política a la que sirvió de sustento), hace todo de su parte, incluso la tentativa de fraude electoral, para mantenerse en el Palacio de López [1]. Y es que todo indica que esta vez -después de varios intentos fallidos- la abigarrada gama de fracciones políticas opositoras al coloradismo, bajo el rótulo de Alianza Patriótica para el Cambio (APC), cuenta con la posibilidad objetiva de tomar el poder ejecutivo por las urnas.
Sin embargo, lo que está en juego en este proceso no es un conjunto de disyuntivas proferido en eslóganes del tipo «continuidad versus cambio», «renovación versus conservación» o «bien común versus privilegio oligárquico», todas oposiciones fundadas en la ilusión del cambio social por el acto de votar, es decir, un cambio de iure. Lo que está en juego en los sufragios de abril no es un punto en el tiempo, un quiebre razonado de dos momentos distintos de la historia paraguaya. Se juega más bien la necesidad de revertir políticamente un cambio inercial que ha venido dándose en los últimos 25 años. Eso sí, un cambio para mal.
El deterioro económico, la degradación de la seguridad y protección social, la acentuación de la desigualdad y pobreza así como la masiva emigración de la población dan cuenta de una progresiva corrosión del Estado paternalista montado por la dictadura y que la sostuvo como su base prebendaria y clientelista. Pero aún hay más: se ha operado un cambio social que llevó al país a una desoladora situación de aislamiento geopolítico hasta el punto que su nombre en el exterior, puede fácilmente asociarse al de un pobre estado sureño de Brasil antes que al de una república soberana e independiente sudamericana.
El 20 de abril, pues, se juega el voto contra el partido colorado como única posibilidad objetiva de romper con la administración stronista del estado. Y es que recién ahora, después de casi 20 años del derrocamiento de Alfredo Stroessner, el estado autoritario que lo sostuvo está haciendo aguas por todas partes, proceso que como muchos otros en Paraguay, fue posible más por el efecto del tiempo y la inercia que por una decidida voluntad política de la sociedad.
El voto por Fernando Lugo, ex-obispo católico y candidato a presidente de la república por la APC, es un acto político que traduce la única elección social soportada por miles de paraguayos en los últimos diez años: resistir estoicamente permaneciendo en el país o por el contrario «dejar todo y largarse». Entonces, votar el domingo 20 de abril, puede ser el golpe de gracia al inminente desmoronamiento del «estado oligárquico colorado» (A. Ortiz, 2006) en una situación crítica del país que rememora la situación de aquel 2 de marzo de 1870, en que un país en ruinas debía renacer como el Ave Fénix de sus cenizas.
La absoluta carencia de legitimidad del sistema político vigente ya no puede sostener la exclusión social de las mayorías, en un régimen que se pretende democrático para impedir la participación social por vías institucionales (Vidal 2007). Dicho de otro modo, un modelo que aprovecha las instituciones formales de la democracia para disimular un modelo de acumulación económica anti-democrática, ya no se sostiene. La legitimación política de la reproducción social ha llegado al límite en que dejó de mostrarse como «dictadura perfecta» (Lara Castro, 2004, 2006). El partido colorado, desangrado en su disputa intestinal por la administración «democrática» del saqueo, ha construido paradójicamente su propio desgaste: el rezago económico, el incremento del poder fáctico de la mafia y el empobrecimiento sin precedentes de su población-cliente, le valen hoy una inminente derrota electoral.
Quienes disputan, qué se disputa
La dominación por empate hegemónico establecida entre los sectores del coloradismo durante los años de transición y concentrados en la oligarquía agroexportadora-terrateniente, la burocracia estatal y el empresariado de obras públicas, se ha agotado. La contradicción de intereses entre esos sectores dio lugar a modalidades violentas de zanjar disputas, parecidas a la era que siguió a la guerra civil del ’47. En efecto, se trama la muerte de Luis M. Argaña, «grand father» del coloradismo tradicional, se desata la persecución judicial maniatada de Lino Oviedo y la caza de brujas de los oviedistas. Con las últimas elecciones internas del año 2007, de dudoso escrutinio, se dio la última división que le valdría aparentemente la «distancia» más sensible a su «unidad granítica». Para las elecciones de 2008, al partido colorado solo le queda su oligarquía latifundista, núcleo duro de dicha asociación partidaria, impotente también de resolver su crisis económica y su legitimidad en un contexto sitiado por las invasiones de tierras por parte de campesinos indigentes y la presión de productores agrícolas brasileños. Una considerable parte de la base social electoral del partido colorado ya no podrá ser «acarreada» como ganado a los locales de votación ya que a este punto es una población que se reparte con el oviedismo y el reciente fenómeno «luguista».
Lino Oviedo también de una fracción de la clase dominante, de la agroexportación, del capital financiero y de las importaciones, refuncionaliza a su favor el viejo el populismo agrarista conservador colorado, que, empero, ya no tiene la misma fuerza que en otra época, pues padece de los mismos dilemas con su base social clientelista: abandona el país o migra a las ciudades para diversificarse en experiencias y elecciones políticas variadas. Una de ellas, precisamente, hacia la candidatura de Fernando Lugo.
Por su parte, Pedro Fadul, hombre políticamente «neutro», representa a una pequeña proporción de la población enriquecida gracias a la extrema desigualdad social y económica, encargándose de hacer circular -y cobrar caro por hacerlo- dinero volátil en un país donde las clases sociales empobrecidas hipotecan hasta lo que no tienen para acceder a miserables empréstitos, con intereses leoninos a favor de financieras y bancos. Su sector financiero-importador es uno de los más retrógrados de la economía paraguaya, que para no culpabilizarse del antiguamentecondenado pecado de la «usura», lava su conciencia con su pertenencia a uno de los grupos más conservadores de la iglesia católica.
En suma, al igual que el partido de gobierno, estos dos grupos políticos proponen más de lo mismo. Apuestan al maquillaje de un sistema en ruinas sin tocar las causas de su decadencia: la insostenible desigualdad social y la extrema dependencia con respecto a las fluctuaciones del mercado financiero internacional para una economía que importa la mayor parte de sus mercancías manufacturadas. Igualmente, ni oviedistas ni patriqueridistas pretenden tratar la controvertida pérdida de soberanía energética ante los dos grandes vecinos del MERCOSUR (Brasil y Argentina) y ni hablar de la cereza del pastel de problemas: la penetración brasileña a lo largo de toda la frontera este[2].
La pregunta de porqué Unace ni Patria Querida no formaron parte de la coalición opositora que está a punto de dar su golpe de gracia al partido colorado, debe hallar su respuesta en que los intereses que defienden así como sus proyectos políticos no se distinguen entre sí del cometido de mantener, con ropaje diferente, el status quo: Oviedo y sus séquitos apuestan por la continuidad de la estructura socioeconómica tamizada por una administración populista y Fadul por la reproducción de la desigualdad social revestida de neoliberalismo.
Pero del lado de la APC el panorama no es de color de rosa. Conformada en su mayoría por el segundo partido en importancia electoral del sistema político paraguayo (el Partido Liberal o PLRA), se debate también en su interior sobre un proyecto democrático o la continuidad oligárquica del orden social. El Partido Liberal, de fuerte composición latifundista, no pudo distanciarse, durante toda la «transición democrática» del partido colorado e impugnarlo, ya que defendiendo los mismos intereses que éstos en el terreno económico, desnudó su carácter subordinado al Estado oligárquico que proviene de la era posterior a la guerra civil de 1947. Sin embargo, bajo la condición de ser la «primera minoría», encabeza la coalición multipartidista y multisectorial[3], con Lugo a la cabeza, como última alternativa que le queda para revertir su progresivo debilitamiento en el mercado electoral del último decenio.
Mientras tanto, y a pesar de su decremento demográfico, la fuerza social más amenazadora del orden existente se sigue situando en el espacio rural paraguayo y su población. Los campesinos paraguayos, a través de su movimiento social, construyeron alternativas de impugnación al Estado oligárquico y se mantuvieron en sus luchas a pesar de sus notables contradicciones[4]. Es lo que podría denominarse la «izquierda social», esa que se constituyó y fortaleció a pesar de la indiferencia de los «socialistas de convento», esos citadinos románticos y abstraídos de las condiciones históricas y concretas de su país, que ven en la «cuestión urbana» la salida más fácil a un compromiso repartido entre la comodidad de la pequeña burguesía y la buena conciencia de apostar por la «cuestión social».
Si esto último es cierto y que una constante en la izquierda paraguaya es la atomización y la discordia, pueden verse algunas excepciones como el de un sobrio sector socialdemócrata que va ganando fuerza en el mapa político paraguayo, a saber: el Movimiento Político Tekojoja. El mismo no ha cesado de crecer electoralmente y su principal base social se halla -acertadamente- en la población rural, convirtiéndose en la agrupación política de izquierda con mayor probabilidad estadística de representación parlamentaria en el próximo periodo legislativo de 2008-2013. Otro partido de izquierda, el Partido del Movimiento Al Socialismo (P-MAS), cuenta con el antecedente reciente de haber conseguido una concejalía en las últimas elecciones municipales de Asunción. Debe reconocérsele, a pesar de compartir algunos errores con la izquierda conventual, de realizar un trabajo cercano y minucioso con los sectores marginales de la capital y la juventud de la fracción baja de la clase media asuncena.
Sociología política de un ex-obispo: «reconciliación» cristiana e iglesia conservadora
La relación entre el estado paraguayo y la población tuvo una inflexión central en la incorporación de las clases populares al sistema político, a través de los mecanismos clientelistas que administró el partido colorado. El agotamiento del modelo de desarrollo «hacia fuera», tributario de la agro-exportación, pone en entredicho la viabilidad, no sólo de ese modelo, sino también de la institucionalización democrática en Paraguay. Hoy día el país se debate en una encrucijada crucial en la que el Estado se vuelve el centro de la polémica: a diferencia del resto de la región, donde las reformas políticas estaban propugnadas por la reconversión del estado desarrollista hacia uno neoliberal, en Paraguay es más bien el Estado autoritario -principal traba a la consolidación democrática y al crecimiento económico el que urge ser reformado.
En este contexto emerge la figura de un personaje que, a la vez comprometido y decidido así como cándido y afable, encarna la necesidad de dar un golpe de gracia al cambio inercial que ha venido aconteciendo en la sociedad por vía de los hechos. Y es que la reforma del Estado ligada a una reforma estructural de la sociedad paraguaya no puede realizarse sino bajo cierto imaginario social de «consenso». Fernando Lugo, hombre que no se identifica con ningún partido ni movimiento político en particular, encarna ese imaginario al practicar la política con el estilo carismático de su experiencia pastoral. Al mismo tiempo, guarda una significativa distancia de la práctica de la iglesia católica, caracterizada en los años de la transición democrática, por abandonar al pueblo católico a su suerte política y económica, bajo el eufemismo ideológico de la «buena conducta moral» y la «elección individual» como criterios de participar de la vida política y tomando un discurso extremadamente cauto, «neutral» y cómplice ante un virulento asedio de los más desfavorecidos de la sociedad paraguaya por parte de la oligarquía violenta e inescrupulosa.
Después de Ismael Rolón y Melanio Medina, destacados pastores católicos que enfrentaron la dictadura stronista en sus duros últimos años, Fernando Lugo ha sido el obispo que ha tomado la posta de compromiso pastoral por los sectores más desfavorecidos, en un país azotado por las injusticias sociales y cuya población es de mayoría católica. Así, la figura política de Lugo es la expresión de un compromiso pastoral cercano a la gente así como de una población empobrecida y ávida de esperanzas casi escatológicas.
La posibilidad de dar vuelta la página de 60 años de gobierno oligárquico, no releva el temor a la alternancia política después de la investidura de Lugo en un país cuya historia está signada por la persecución al adversario y el recurrente recurso al revanchismo político. Y es precisamente allí donde radica la importancia de su figura como ex-prelado, como figura carismática, que por situarse en el «centro» y «por encima del bien y el mal», apuesta por la reconciliación y a hacer a un lado el temor a la purga. En sus propias palabras: «Prometemos que no habrá persecuciones. No habrá exclusión ideológica, ni religiosa, ni étnica. Queremos que se cumpla el principio constitucional de que todos somos iguales ante la ley. Si tiene que haber privilegiados serán los más olvidados»[5].
La trayectoria ética de compromiso y honestidad pueden valerle a Fernando Lugo convertirse en un presidente electo creíble y acreditado (legítimo) el próximo 20 de abril. Pero inmediatamente deberá romper con un sistema clientelista colorado, que más temprano que tarde puede volvérsele encima y poner en jaque la democracia. Esta ruptura solo es posible a condición de reformar la actual estructura de distribución de la tierra, de dinamizar el mercado de trabajo y la puesta en marcha de una profunda reforma del estado.
Sesenta abriles y una primavera
El debate acerca de las condiciones de posibilidad de que el gobierno de Lugo avance reformas estructurales se enfoca en dos puntos centrales: la viabilidad política de sus proyectos de reforma ante una oligarquía que continuará empotrada en el parlamento, y donde se avizora, el futuro presidente no tendrá mayoría absoluta. Además está la cuestión de la capacidad que podrá tener Lugo de administrar la «maraña de intereses» que constituye su coalición política. En efecto, mucho más que su retórica episcopal, deberá echar a andar una pragmática política, eficaz y efectiva, que le asegure concretar pactos basados en puntos concretos que favorezcan a los más diversos intereses que representan los grupos de la Alianza opositora, pero por sobre todo, a los sectores más carentes de la población paraguaya.
Unos sectores políticos esperan condiciones para la dinamización del mercado de bienes y servicios. Otros esperan la redistribución de la riqueza ante un sistema de extrema desigualdad social. Tanto unos como otros deberán convenir que la creación y consolidación de un mercado interno es importante así como la construcción de mecanismos de redistribución del ingreso, ambos factores urgentes y necesarios para relanzar la economía paraguaya hacia un proceso de desarrollo y competitividad internacional.
Para ello, consideramos que Fernando Lugo tendrá 3 desafíos impostergables:
Reforma agraria. Ésta se presenta como el principal obstáculo a la realización de reformas significativas en la estructura social paraguaya, y la oligarquía, aunque desgastada, se opondrá tenazmente a ceder siquiera un milímetro a lo que ha sido su centenaria base de sustentación como poder político y económico. Y cuando referimos a la «oligarquía» también se incluye a importantes hacendados del partido liberal, que podrían oponerse a esas medidas en tanto defiendan sus intereses no como partido sino como clase. Sin embargo, la vía reformista con carga impositiva a la gran propiedad, con férrea voluntad política, podría ser una salida pacífica y que resguarde cierta legitimidad a un proceso de cambio en la distribución de la tierra.
Proceso inicial de industrialización. No nos engañemos ni recurramos a eufemismos: el discurso de la «creación de fuentes de empleo» es abstracto, más aún en la experiencia de un país donde la captación de mano de obra en los últimos años ha sido la burocracia estatal. No existe sector más inequívoco en materia de política económica y política laboral como el sector secundario, en particular para un país que cuenta con excedente de fuerza de trabajo (si se logra detener la emigración), con recursos naturales, con gran potencial de producción agrícola y con recursos energéticos en abundancia. Pero es necesario insistir: la reforma agraria es la única condición que posibilitaría las bases económicas y sociales a un proceso gradual de agro-industrialización así como de incremento de la productividad en el campo, sumada a políticas de captación de inversiones bajo el respeto de leyes laborales y obligaciones impositivas que favorezcan el incremento del erario público para inversiones.
Reforma del Estado. Aquí se trata de la transformación radical y racional de la estructura que sirvió de base a la funcionalidad oligárquica del estado autoritario, y por tanto, condición indispensable para la instauración de facto de un régimen democrático. Así que el asunto no radica en la concepción neoliberal de privatizar entidades públicas[6].
Está en entredicho lo que podrá hacer Fernando Lugo una vez electo presidente de la república paraguaya. Son múltiples los desafíos y problemas que deberá enfrentar. Es difícil predecir lo que podrá hacer en concreto dado el panorama político que se le presentará con el partido colorado como oposición y con la gama de grupos políticos dentro de su coalición gobernante. Lo que sí podemos saber es lo que no podrá hacer, y es superar en cinco años un deterioro social y económico que ha venido operando durante 62 años a modo de un cambio social regresivo. Solo un nuevo sistema político, de conducción soberana de la nación revertiría la inercia de dicho proceso, que puede seguir su marcha incluso sin un colorado en el Palacio de López.
– Luis Ortiz Sandoval es sociólogo investigador paraguayo, actualmente cursa un doctorado en Francia.
Referencias
Korol, Claudia; «Entrevista a Fernando Lugo», Especial para Punto Final, CLACSO – Pañuelos en Rebeldía, Buenos Aires, Marzo de 2008.
Lara Castro, Jorge; «El límite de la dictadura perfecta», Revista Acción, Junio de 2006, CEPAG, Asunción.
———————-; «La dictadura cautelada. Poder y Legitimidad», Revista Acción, Agosto de 2004, CEPAG, Asunción
Ortiz, Arístides; El agotamiento del Estado Oligárquico Colorado: A las puertas de una segunda transición democrática, Boletín La Fogata, Abril de 2007.
Ortiz Sandoval, Luis; Las elecciones negadas: Las disposiciones políticas de la democracia conservadora en Paraguay, en Aibar, Julio (Compilador), Vox Populi. En torno a la democracia y el populismo en América Latina, FLACSO, México, 2007
————————–; El déficit de participación democrática en Paraguay, Centre for Research on Direct Democracy, Géneve, 2007.
————————–; Democracia sin ciudadanos. Crítica de la economía política de la transición, Revista Perfiles Latinoamericanos, N° 28, Julio-Diciembre 2006, México
Richer, Hugo; «Paraguay: crisis y expectativa de cambio», OSAL, Nº 21, Buenos Aires, septiembre-diciembre de 2007.
Stefanoni, Pablo; «Entre la esperanza y el escepticismo. Fin de época en Paraguay?», Le Monde Diplomatique-Cono Sur, Buenos Aires, julio de 2007.
Vidal, Victor; Rumbo a la Alternancia: una oportunidad para la profundización democrática en Paraguay, Centre for Research on Direct Democracy, Géneve, 2008.
[1] Sede de la Presidencia de la República de Paraguay.
[2] Stefanoni refiere que 500.000 brasileños incluidos sus descendientes habitan el Paraguay, para una población de este país de 6.000.000 de habitantes. Ver Stefanoni, Pablo; «Entre la esperanza y el escepticismo. Fin de época en Paraguay?», Le Monde Diplomatique-Cono Sur, Buenos Aires, julio de 2007.
[3] En lo que podríamos denominar «la gama de centro» de la APC, se hallan diferentes partidos minoritarios, que van desde el Partido Demócrata Cristiano (que de hecho sostiene legalmente la candidatura de Lugo en el interior de la coalición opositora), el partido Encuentro Nacional (de notable peso electoral en el año 1993), el Partido Revolucionario Febrerista (partido con cerca de 70 años de historia, de tendencia socialdemócrata pero completamente debilitado electoralmente), el partido País Solidario (también socialdemócrata, típica «izquierda caviar» a la francesa, y embarrado en pactos turbios con el partido colorado durante el último periodo legislativo), el Partido Progresista Democrático (de reciente fundación y literalmente «primo-hermano» del partido anterior) y otros poco conocidos. Por su parte hay organizaciones de la «sociedad civil» de las más variadas, todas con poco caudal electoral, de modo que el total de esta gama no representarían más de 50.000 votos, que si bien no es decisivo, tampoco es despreciable. Corrido hacia levemente hacia la izquierda están las centrales sindicales que aglutinan a diferentes sindicatos, principalmente de trabajadores del estado y del sector comercio-servicios. La cuestión que emerge es cómo se distribuirán todos estos sectores las «cuotas» en la burocracia, ávidos de servirse del estado, como ha sido la constante también del estado. Esta es uno de los desafíos de Fernando Lugo de ganar las elecciones y conformar un gobierno de «unidad nacional».
[4] Ortiz Sandoval, Luis; Las elecciones negadas: Las disposiciones políticas de la democracia conservadora en Paraguay, en Aibar, Julio (Compilador), Vox Populi. En torno a la democracia y el populismo en América Latina, FLACSO, México, 2007.
[5] Entrevista a Fernando Lugo por Claudia Korol, CLACSO – Pañuelos en Rebeldía.
[6] La reforma del estado implica tres aspectos centrales a nuestro juicio: i. la modernización de la burocracia, que implica su reducción vía reconversión, su profesionalización y su reasignación salarial como incentivo de eficiencia administrativa; ii. la reforma fiscal, que supone necesariamente un mecanismo de estricta y eficaz tasación a las grandes fortunas, a las grandes propiedades y la sanción a la evasión impositiva y, iii. la reestructuración del patrimonio estatal, lo que en algunos casos puede implicar su reestructuración administrativa y en otros casos la venta de sus acciones (este punto no debe ser visto como «tabú», cuando algunas empresas pueden regirse por mecanismos de mercado con participación estatal, como el caso de la telefónica. Sin duda existen sectores estratégicos como la administración del agua y la electricidad que no pueden dejarse en manos del sector privado).