Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Caty R.
Los dirigentes de las superpotencias occidentales (Francia, USA y Reino Unido), en una coyuntura sorprendente, se encuentran casi simultáneamente en fase terminal de sus mandatos a la búsqueda desesperada de un éxito diplomático para abrillantar sus balances deslucidos por sus repetidos fracasos tanto en Iraq como en Líbano y Palestina, y con el fin de restablecer una capacidad de persuasión occidental seriamente comprometida por las derrotas militares de Estados Unidos en Iraq y de Israel en Líbano.
Salvo que «resucitase», el presidente francés Jacques Chirac termina su mandato el próximo mes de mayo sin haber conseguido hasta ahora crear el tribunal internacional encargado de juzgar a los asesinos de su amigo el ex primer ministro libanés Rafic Hariri, ni consolidar la posición gubernamental de su sucesor y discípulo, el nuevo primer ministro Fouad Siniora, mientras que, al mismo tiempo, el primer ministro británico Tony Blair se prepara para seguir sus pasos el próximo verano, estigmatizado por el calificativo infamante e indeleble de «caniche» del presidente estadounidense.
George W. Bush ya no es más que la sombra de sí mismo. Enarbolando a su aliado israelí mancillado por su sofocón militar en Líbano y los escándalos que atañen a las cumbres más altas del Estado israelí (acoso sexual, especulación financiera y corrupción), el resplandeciente director del «eje del bien» libra una batalla en la retaguardia para librarse del oprobio nacional por su aventura iraquí.
Un éxito, por pequeño que fuera, de estos tres dirigentes en prórroga, podría garantizarles una salida honorable de la Historia. En este contexto convendría situar el envío del refuerzo de 21.000 soldados estadounidenses a Iraq, el desbloqueo de 100 millones de dólares por Israel, bajo presión estadounidense, al presidente palestino Mahmoud Abbas y la celebración en París, el 25 de enero de 2007, de la «Conferencia de los países donantes de Líbano».
Tras esta pomposa denominación se oculta una realidad cruel: Los donantes, en realidad, deberían remediar el desbarajuste de sus protegidos regionales tanto libaneses como israelíes. Por un importe global de 40.600 millones de dólares (30.800 millones de euros), que representan el 180% del producto nacional bruto, la deuda pública libanesa es imputable principalmente a la política corrupta de especulación inmobiliaria iniciada durante sus diez años en el poder por el ex primer ministro libanés Rafic Hariri, gran amigo de Occidente y en especial del presidente francés Jacques Chirac.
Esta deuda se agravó por las destrucciones infligidas por Israel a Líbano el verano pasado durante una guerra, fomentada tanto por los estadounidenses como por los franceses, principales aliados del discípulo de Rafic Hariri, el nuevo jefe del gobierno libanés Fouad Siniora, y cuyo coste se calculó en cerca de 5.000 millones de dólares (2.800 millones de pérdidas debidas a las destrucciones y 2.200 millones de pérdidas indirectas, según el informe oficial gubernamental publicado el 4 de enero de 2007).
1) Los orígenes de la crisis libanesa contemporánea
Sobre el fondo de exasperación de las crispaciones intercomunitarias chiíes-suníes, acentuadas por la nefasta ejecución del ex presidente iraquí Sadam Husein, la prueba de fuerza que se despliega en Líbano, con el telón de fondo del estancamiento estadounidense en Iraq, el de Israel en Palestina y el auge de poder de Irán, está dirigida a erradicar el espíritu de resistencia del mundo árabe para una «finlandización» de la zona, para neutralizarla en favor del eje israelí-estadounidense y sus aliados las petromonarquías.
Con el fin de garantizarse una cobertura política ante las presiones estadounidenses contra Irán y Siria, Hezbolá llegó a un acuerdo electoral tácito con Walid Yumblat, jefe druso del partido socialista progresista, para permitirle lograr la victoria en la región montañosa del Chouf en la primera consulta electoral que siguió a la salida de los sirios de Líbano en junio de 2005. En efecto, en aquella competición Hezbolá se abstuvo de apoyar a su aliado tradicional el emir Talal Arslane, rival druso de Yumblat.
Vencedor de las elecciones por defecto, gracias a la abstención de Hezbolá, propulsado a jefe efectivo de la mayoría parlamentaria por la inexperiencia política de su aliado, el multimillonario suní Saad Hariri, y alentado además por los estadounidenses y franceses que veían en él su nuevo «delegado», Yumblat se vio como jefe de estado virtual de un estado etéreo, un visir en lugar del gran visir.
Una vez que aseguró su posición, quiso doblegar a los sirios por medio del asunto Hariri matando dos pájaros de un tiro: vengaba la muerte de su padre Kamal, cuyo asesinato imputaba a Damasco y al mismo tiempo se aseguraba la gratitud de las petromonarquías del Golfo y la protección de Estados Unidos, que en aquel momento era la superpotencia invencible en Oriente Próximo.
Los sinsabores militares de USA en Iraq, la resistencia de los movimientos islamistas palestinos frente a la ocupación israelí y la afrenta militar infligida por Hezbolá a Israel modificó un tanto el orden y ha envalentonado a la oposición libanesa. Con un planteamiento simétrico al de sus rivales, la oposición libanesa quiso poner en la picota al primer ministro Fouad Siniora, de la misma forma que los antisirios, en realidad los pro estadounidenses, quisieron poner en cuarentena al presidente de la República Emile Lahoud.
Por tanto a partir de ahora existe un divorcio entre el país legal, representado por la mayoría parlamentaria, y el país real, constituido por las dos principales formaciones políticas de la oposición, ampliamente mayoritarias en el país en la base popular. Efectivamente, Hezbolá es la principal formación de la comunidad libanesa más importante numéricamente hablando, los chiíes, y el general Michel Aoun, antiguo jefe del gobierno libanés, es el gran vencedor por el sector cristiano en la consulta electoral de junio de 2005 que siguió la salida de los sirios de Líbano.
Por añadidura, Hezbolá y la corriente patriótica del general Michel Aoun tienen en común que nunca han dirigido sus armas contra sus compatriotas libaneses, lo que les da un prestigio evidente y una gran credibilidad entre la población.
Hezbolá, fundado en 1982, siempre se preocupó de la guerrilla antiisraelí y Aoun a excepción del combate para meter en vereda a Samir Geagea en 1988, quien se rebeló contra la autoridad legal, nunca dirigió sus armas, cuando era comandante en jefe del ejército, contra los musulmanes o la coalición progresista palestina de la época. En contraste, la alianza Hariri-Geagea-Gemayel-Yumblat es, hablando claramente, la alianza de los antiguos de jefes de guerra y su principal proveedor de fondos. Una alianza que desgarró el tejido social libanés con su guerra entre facciones y gravó la recuperación económica del país con una insoportable deuda pública.
Un problema de coherencia intelectual y credibilidad política se plantea para Walid Yumblat, uno de los raros dirigentes árabes que se proclama socialista: es aliado del mayor multimillonario del país tras Saad Hariri, Rafic. En pos de la venganza contra Siria, a quien juzga responsable del asesinato de su padre, acoge con los brazos abiertos al promotor de un atentado contra su persona, el jefe del partido falangista, el ex presidente Amine Gemayel.
2) Tribunal internacional
A) Desde el punto de vista constitucional y político:
Líbano es una democracia consensual. El hecho de imponer a la fuerza el proyecto de constitución de un tribunal internacional para juzgar a los asesinos de Hariri constituyó un ataque al pacto nacional, confirmado por el acuerdo intercomunitario de TAEF (1989), que estipula en su artículo primero que las decisiones que comprometan el futuro del país no pueden tomarse sin la aprobación de las principales comunidades libanesas.
El gobierno ratificó el proyecto del tribunal internacional con la abstención de seis ministros representantes de la comunidad chií y del presidente de la República, única autoridad habilitada para ratificar los tratados internacionales. Este proyecto, respecto al derecho público interno libanés, es por tanto, por su esencia, caduco y anticonstitucional.
B) Desde el punto de vista diplomático y geoestratégico:
Después del siniestro perpetrado contra Líbano durante casi dos meses en una guerra desigual contra Israel (julio y agosto de 2006), la presentación del tribunal internacional es un medio de presión contra Siria y sus aliados libaneses destinado a privarlos del beneficio moral y diplomático de la afrenta infligida a Israel por Hezbolá y sus aliados transcomunitarios libaneses (el partido comunista libanés y el partido nacional social). También tiene como objetivo relegar a un segundo plano el problema de la responsabilidad de Israel en la destrucción de Líbano, la complicidad de Estados Unidos y, en menor grado, de Francia en esta operación.
Los que se denominan «antisirios» en realidad son pro estadounidenses y pro franceses, que cuentan masivamente con la ayuda occidental y saudí para mantenerse en el poder y conservar sus privilegios: Samir Geagea que masacró, bajo la autoridad de la familia Gemayel, a la familia de Soleimane Frangié, jefe cristiano del norte de Líbano; Amine Gemayel, que dirigió una guerra sin cuartel contra los drusos y promovió un atentado contra Walid Yumblat en persona en 1984; y el mismo Walid Yumblat, que ordenó la masacre de varios centenares de cristianos en la región montañosa del Chouf son, hablando con propiedad, «criminales de guerra indiscutibles».
La afinidad con Occidente no debe conferir ni honorabilidad ni la más mínima inmunidad. En este sentido el martirio libanés se convirtió en moneda de cambio para la supervivencia de una clase política desacreditada.
Salvo error u omisión por mi parte, nunca ha habido un tribunal internacional para juzgar, por ejemplo, a los autores de la desaparición de Mehdi Ben Barka en Francia y Jacques Chirac incluso hizo de Marruecos su destino de veraneo favorito. Nunca ha habido tampoco un tribunal internacional para juzgar al presidente pro estadounidense Paul Kagame (Ruanda) que pasa por haber ordenado la destrucción del avión del presidente Habariyama, todavía menos un tribunal internacional para juzgar a los asesinos del juez francés Bernard Borel y sin embargo Jacques Chirac recibe siempre con los brazos abiertos al presidente de Yibuti.
No hay tribunal tampoco para juzgar al verdugo chileno Augusto Pinochet, asesino de Salvador Allende y director del plan Cóndor, enterrado con honores militares. Tampoco ningún tribunal internacional para juzgar a los autores de la desaparición en Libia en 1978 del Imán Moussa Sadr, jefe de la comunidad chií de Líbano, ¿quizá por eso Libia es un país petrolífero que se arrimó a Occidente desvelando una parte de la cooperación nuclear árabe y musulmana?
La justicia internacional no puede ser selectiva, como no puede serlo la proliferación nuclear. La doble faz de la diplomacia occidental es la causa de las grandes suspicacias que alimentan los pueblos árabe y musulmán con respecto a cualquier mínima iniciativa occidental.
3) Rivalidad suní-chií
Durante mucho tiempo los chiíes han estado considerados como los mejores aliados de USA e Israel, especialmente en tiempos del Sha de Persia, mientras que los suníes, en su calidad de punta de lanza del combate nacionalista árabe, se percibían como el verdadero peligro para Occidente.
Es el caso de la época del presidente egipcio Gamal Nasser cuando el sunismo se identificó con el nacionalismo árabe hasta el punto de que Nasser y luego Arafat fueron satanizados como los «nuevos Hitler» del mundo contemporáneo, suscitando «expediciones punitivas» de los países occidentales contra ellos: Suez, en 1956 contra Nasser y en 1982 ocupación de Beirut por los israelíes contra Arafat, con el posterior arresto domiciliario del presidente palestino elegido democráticamente en 2003; una gran hazaña, a pesar de todo, mantener en cautiverio a un «Premio Nobel de la Paz» ante la pasividad de los países occidentales y la aprobación tácita de Estados Unidos.
Los Estados árabes pro estadounidenses (Egipto, Arabia Saudí, Jordania y las petromonarquías del Golfo) que avalaron la intervención estadounidense en Iraq, fueron los principales sepultureros del poder suní en Iraq y artífices de la potenciación del chiísmo.
El chiísmo no está triunfando en Oriente por su superioridad intrínseca, sino por la sumisión de los dirigentes suníes gerontócratas de los países árabes, especialmente los del Golfo. No es un problema de religión, sino un problema de ética gubernamental. En Palestina, la guerra de liberación contra la ocupación israelí está llevada exclusivamente por suníes, bien sean de Fatah o de Hamás. Pero la diferencia entre estas dos formaciones suníes no es un problema de integrismo religioso sino de integridad política.
Más allá de sus sensibilidades culturales o religiosas, suníes, chiíes, maronitas, libaneses árabes o kurdos, argelinos o marroquíes, habitantes del Machreq o del Magreb, deben tomar conciencia de que pertenecen a la misma esfera geocultural, que constituye con Latinoamérica, uno de los escasos focos de resistencia a la hegemonía estadounidense en el mundo.
Tomar conciencia de que existen muchas más afinidades entre el conjunto de la población árabe que entre un sueco y un portugués, por ejemplo, o entre un pescador maltés y un fontanero polaco.
4) El problema del armamento de Hezbolá
Estados Unidos siempre se ha opuesto a la constitución de fuerzas aéreas y navales aceptables tanto en Líbano como en Palestina, los dos países limítrofes de Israel, con el fin de aumentar la seguridad del espacio estratégico del Estado hebreo. La ocupación de Iraq y las distintas tentativas de neutralizar la capacidad nuclear iraní señalan la misma estrategia. Sin embargo la desmilitarización relativa de estos dos países limítrofes de Israel no implica el respeto de su espacio vital.
Muy al contrario. Israel ha invadido Líbano repetidamente: en 1978, en 1982 y después parcialmente en 2006 a pesar de la presencia, desde 1978, del ejército de interposición FINUL en la región fronteriza líbano-israelí; y el territorio palestino está sometido a un régimen de toque de queda casi permanente, que encubre una vergonzosa colonización de Palestina con el aval estadounidense y el silencio cómplice de los países occidentales.
El armamento balístico de Hezbolá, en este sentido, es una réplica a la abdicación oficial árabe, al mismo tiempo que una respuesta asimétrica a la voluntad de amordazamiento de Israel y USA.
Tanto desde el punto de vista de la «democracia numérica», en la que la formación paramilitar representa a la principal comunidad libanesa, como en la «democracia patriótica», Hezbolá, artífice de dos derrotas militares israelíes, debería ocupar un lugar destacado no sólo en el imaginario árabe, sino también en el discurso oficial árabe.
Fue vergonzoso pedirle cuentas. Habría sido más juicioso pedir cuentas a Arabia Saudí que instrumentalizó el Islam, o más bien la forma más retrógrada de la religiosidad, como arma de guerra política contra el nacionalismo árabe; pedir cuentas también a Libia que abdicó frente a la imposición estadounidense sin ningún problema, en una suerte de capitulación a campo raso, mientras que Gadafi había ensordecido al planeta durante un cuarto de siglo con sus imprecaciones revolucionarias anti USA. La lista no es restrictiva.
5) Francia: Confiar las riendas de la diplomacia francesa a uno de los autores de la ley sobre el «papel positivo de la colonización» señala la desconexión de Francia de los asuntos del Tercer Mundo
La historia es despiadada con los seres a quienes el destino ha sonreído dos veces en su vida. En ese aspecto Jacques Chirac pertenece a esta categoría de privilegiados, pero se distingue de una manera singular por un balance raramente igualado en las grandes democracias occidentales.
El «rey de los árabes», el candidato al Premio Nobel de la Paz por su oposición al unilateralismo estadounidense en la cuestión iraquí, el campeón de la resorción de la fractura social, el muro de contención del fascismo francés, será conocido en adelante, por sus afrentas diplomáticas y la sucesión de sus derrotas electorales, como el gran perdedor en el plano internacional, e internamente como el sepulturero de la herencia gaullista y de la función presidencial, balance terrible del resultado de una doble «Berezina» [1] diplomática y doméstica.
La postura gaullista de Jacques Chirac, tan celebrada por la prensa francesa, tanto sobre Iraq como sobre Líbano, no debe dar el pego. Se resumió en una gesticulación diplomática sobre fondo de rumores de mercantilismo, encubriendo una alineación progresiva con la diplomacia atlantista.
Lejos augurar una nueva política de independencia, se vinculó todavía más combatiendo en la retaguardia al lado de un presidente [Bush], mal elegido y denigrado en su propio país, que busca una salida honrosa para la Historia. Un combate en la retaguardia de un país que está perdiendo el prestigio en su terreno arabo-africano, mientras seis de los estados africanos más próximos a Francia (Costa de Marfil, República Sudafricana, Congo Brazzaville, República Democrático del Congo, Gabón y el Chad) aparecen desestabilizados por una guerra civil larvada, mientras en el plano económico continúa el embargo de los fondos de pensión anglosajones sobre las sociedades francesas que cotizan en bolsa, que, cuadruplicando en siete años su adquisición, han pasado del 10% en 1985 al 43% en 2003.
Los repetitivos remordimientos simulados no pueden borrar un siglo de incoherencias y gesticulación declamatoria ni a los «hombres providenciales» que Francia eligió entre los dirigentes árabes (Sadam Husein, Rafic Hariri) como sustitutos en sus maniobras para camuflar una política de conquista de los mercados árabes: De Suez (Egipto) a Bir Zeit (Palestina) pasando por Alexandrette (Turquía), Dimona (Israel), Setif (Argelia) y Bizerta (Túnez). Gracias a sus alianzas sucesivas con los principales enemigos del mundo árabe, primero Turquía (1920-30), luego Israel (1950-60) y después su resuelta hostilidad hacia el núcleo duro de mundo arabo-islámico en los años ochenta mediante su alianza iraquí, Francia se coloca, después de USA, en igualdad con Gran Bretaña, como el segundo país objetivo de los atentados contra Occidente desde el último cuarto del siglo XX.
Pasó en Beirut con el embajador Louis Del amarre en 1981, los 58 soldados del contingente francés de la fuerza multinacional occidental que murieron en el atentado del PC Drakkar (23 de octubre de 1983), el profesor Michel Seurat en Karachi (mayo de 2002), en Yemen (octubre de 2002) y sobre el suelo nacional con 13 muertos y 250 heridos en los 10 atentados de París (1985-86), el general Rémy Audran, «el Sr. Iraq» de la Direction Générale de l’Armement (DGA) y los atentados de 1995-1996, sin hablar de la larga serie infernal de rehenes franceses en Líbano (1985-1988) y en Iraq (2004-2005).
Por tanto, parece que Francia forma más parte del conflicto que de la solución de los problemas del mundo árabe. El hecho de confiar las riendas de la diplomacia francesa a uno de los autores de la ley sobre el «papel positivo de la colonización», Philippe Douste Blazy, en aquella época delegado de Toulouse (sur de Francia), indica además la desconexión de Francia de los asuntos del Tercer Mundo.
6) La salida de la crisis
Es inútil y engañoso compartimentar los problemas, desligar el conflicto de Iraq del de Palestina o Líbano. Las guerras cruzadas, de USA por cuenta de Israel en Iraq y la de Israel por cuenta de USA en Líbano, así como la guerra por cuenta propia de Israel contra los palestinos con el apoyo estadounidense, ponen de manifiesto la misma complejidad donde el elemento central permanente es la reivindicación de un Estado palestino viable, independiente y soberano.
Igualmente es inútil y engañoso juzgar la división de los pueblos en la adversidad y considerar como «renegados» a una fracción de la comunidad árabe, Hezbolá, a causa del chiísmo, al mismo tiempo que en la historia poco gloriosa del mundo árabe contemporáneo este partido habrá inscrito una gloriosa gesta guerrera en el palmarés árabe.
Es importante que Arabia Saudí, el aliado árabe más importante Estados Unidos y artífice de dos planes de paz árabe, salga de su pusilanimidad legendaria, de su teatro de sombras, y reclame por fin a su amigo americano la contrapartida de su honradez, que se dirija a Irán, su rival petrolífero chií, con el fin de negociar las condiciones de un modus vivendi adecuado tanto en Iraq como en Líbano y el Golfo para la estabilización de la esfera arabo-musulmana, como preludio de los esfuerzos conjuntos no para neutralizar la capacidad nuclear iraní sino para la desnuclearización de Israel y la promoción de un reglamento global de los problemas regionales, el primero de todos, el problema palestino.
Los árabes gastaron 1,5 billones de dólares en armamento durante el último cuarto del siglo XX sin dotarse de capacidad nuclear ni espacial ni de proyección de fuerza. Mejor que dedicarse a alborotar el planeta con sus jeremiadas, deberían tomar ejemplo de Irán y dotarse con capacidad de disuasión para forzar el respeto de los demás países del mundo.
[1] http://es.wikipedia.org/wiki/R%C3%ADo_Berezina
Texto original en francés: http://oumma.com/spip.php?article2327
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, la traductora y la fuente.