En el oeste de Córdoba nos contactamos con la gente de Ucatras -Unión Campesina de Traslasierra-, integrante del Movimiento Campesino de Córdoba. Esta organización rural está conformada por alrededor de cien familias que defienden la vida rural, trabajan para mejorar las condiciones de producción y comercialización, y desarrollan tareas de salud y capacitación en diferentes […]
En el oeste de Córdoba nos contactamos con la gente de Ucatras -Unión Campesina de Traslasierra-, integrante del Movimiento Campesino de Córdoba. Esta organización rural está conformada por alrededor de cien familias que defienden la vida rural, trabajan para mejorar las condiciones de producción y comercialización, y desarrollan tareas de salud y capacitación en diferentes áreas. El desalojo de la comunidad de El Medanito fue el golpe más duro que sufrió el grupo durante 2006. El 6 de septiembre un escuadrón conformado por alrededor de 50 policías desalojó a Pirina Salas, Iván Calderón y sus tres hijos del predio Santa Teresa, sitio que habitaron por casi dos décadas. Aunque la vivienda fue salvajemente destruida y reducida a escombros, la familia se negó a retirarse del lugar. Pirina e Iván fueron encarcelados por defender su terruño, aunque debieron ser liberados al otro día gracias a la enardecida protesta de los compañeros de lucha ante las puertas de la comisaría. El desalojo fue resistido con el apoyo del movimiento campesino. Levantaron un campamento en la calle y se negaron a retirarse. Pero a pesar de la resistencia al desalojo y la difusión del conflicto, la familia fue finalmente expulsada del predio.
La precaria justicia argentina, sin venda en los ojos ni balanza en la mano, prostituida hasta el oprobio, degradada hasta la infamia, rapaz como una bestia que mata para el amo, se inclinó, como de costumbre, a favor de los poderosos dueños del dinero: brillante emblema de un sistema despiadado. La justicia, que jamás contempla la realidad de los campesinos ni respeta su manera de vivir y producir, defiende la expansión del monocultivo y la expansión de la frontera agropecuaria que enriquece a los terratenientes. El país que abrió las fronteras a los campesinos de las más diversas latitudes para poblar sus extensos territorios, actualmente los expulsa porque ya no sirven. Hoy unas pocas máquinas hacen el trabajo. Es la Argentina de la tierra para pocos. Para la justicia la gente no existe: ella está para defender las cosas, para proteger los bienes.
La familia se trasladó y hoy está reconstruyendo su hogar en otro sitio. Cuando pasamos a visitarlos, estaban haciendo el pozo del aljibe y sólo faltaban unos pocos metros para llegar a la vertiente. La casa ya fue levantada en gran parte y el trabajo continúa. Gastón, el hijo mayor, asiste a la Universidad Nacional, donde estudia arquitectura gracias a un programa de integración existente entre el movimiento campesino y la institución. Pamela, de 16, y Lourdes, de 9, completan la familia. Los Calderón son un ejemplo de lucha y de esperanza, una familia que no se entrega y que continúa trabajando para reconstruir su pequeño mundo de todos los días, un mundo que los albergue para continuar su vida. No piden demasiado: un techo, surgente de agua, recursos para trabajar… Todo lo que correspondería a un ser humano por el simple hecho de nacer en este mundo, y que el Estado debería garantizar solamente por llamarse democrático. Pero para esta gente que sonríe en los afiches durante las campañas, las palabras sólo se usan en los discursos, para gritarlas cerrando el puño cuando se encienden las luces. Quedan bien para la tele y otros medios, para que la gente las aplauda. Pero cuando llega la noche, los doctores medran en la sombra y urden tramas con los usureros y otras alimañas. La democracia de estos funcionarios es un centro de mesa: se pone a la vista de todos, pero no sirve para nada más que como adorno. Los derechos que deberían correspondernos legalmente, en esta democracia deben ganarse con la lucha. Y las facultades que nos corresponden como ciudadanos, el Gobierno las entrega a su aparato clientelar como favores del poder. Y allá están los campesinos que se van a las ciudades, viviendo en la calle o levantando casas de chapas en las villas de la periferia, trabajando lejos de su tierra en changas temporales que no alcanzan para nada. Y aquí están los campesinos que se quedan, cavando pozos para extraer agua, usando paneles solares que el Movimiento debe conseguir porque la electricidad no llega a estos rincones olvidados que ni siquiera aparecen en el mapa. Allí trabajan arrinconados en espacios cada vez más inhóspitos, cada vez más encerrados por los alambres que todo lo cercan.
La comunidad de La Cortadera es la más des-campesinizada de la región. 47 familias se distribuyen en un territorio que no supera las 500 hectáreas, un número excesivamente escaso como para pretender que esta gente viva con sus propios recursos. Todos deben buscar empleo fuera de su campo. Algunos trabajan en la cosecha de la papa, otros cuidan la hacienda y el ganado ajeno. Los terratenientes avanzan sin contemplaciones. En ocasiones ni siquiera producen la tierra sino que la destinan para especulaciones financieras. Las grandes máquinas llegan a los enormes latifundios y cavan pozos que superan los 60 metros de profundidad, quitándoles surgente a los pequeños productores rurales, que cavan -con sus propios brazos y escasas herramientas- pozos que rara vez logran superar los 20 metros. Los recursos para el que más tiene. Para los demás, los discursos. Y así estamos. Las cabras de los campesinos no tienen dónde pastar. Pierden peso y se debilitan, se enferman y mueren, cuando no las matan los capataces de los grandes propietarios. Los vecinos hacen la denuncia, pero la policía no muerde la mano que la alimenta.
La gente del movimiento campesino son personas que no se detienen. Defienden su tierra, difunden las problemáticas que los aquejan, tienen su equipo de abogados, consiguen medios e instrumentos para facilitar las tareas rurales, pelean el precio de sus productos, organizan marchas y viajan a Córdoba para generar conciencia y protestar ante quienes corresponde, trabajan comunitariamente, generan espacios de encuentro, gestionan recursos, deciden en asamblea, arman talleres de salud y formación en distintas actividades… Así pelean por lo suyo, y demuestran que se puede perder todo, pero que la dignidad no se resigna. Se caen y se levantan, construyen y esperan. Son hombres y mujeres en el camino. Saben resistir con paciencia, parecen conocer -como los mayas-, los secretos del tiempo. Hombres en el camino, gente unida para construir otra realidad. Para eso se congregan y se encuentran. Allí radica su fuerza. Como las células, como las hormigas, saben trabajar por algo más grande que ellos mismos, saben que el esfuerzo no será en vano si trabajan juntos. Son humildes y nos preguntan qué pensamos de ellos, qué balance sacamos de todo lo que vemos. Y es difícil hablar cuando uno debe articular palabras para describir algo tan inmenso y tan profundo como la lucha que llevan adelante. Les decimos que al ver todo esto sentimos que la Historia está sucediendo ante nuestros propios ojos, porque nos consideramos testigos de hechos que construyen realidades. Y que ellos nos enseñan que la Historia está viva, porque la hacemos nosotros cada día como protagonistas de nuestro tiempo.
Los militantes de Ucatras son luchadores populares. Como Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, como Pocho lepratti. Ellos no asumen la realidad como si fuera un destino sino como un desafío que nos invita a cambiar. Y es bueno valorarlos en su cotidianeidad, en su esfuerzo diario. Es bueno poder reconocerlos cuando están a nuestro lado, cuando caminan por la calle o nos piden una mano. Es importante poder decirles esto y reconocer su grandeza hoy, saber que sin ellos no hay mañana, que ellos son la gente que nuestro futuro necesita. Es más que importante recoger su ejemplo de que no es el dinero y los bienes aquello que importa, ni el individualismo ni los intereses personales, sino que hay otra realidad que puede ser construida a través de la solidaridad y la esperanza, poniendo el hombro por aquellos que nos necesitan.