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¿Estuve en la cárcel y… qué hiciste, Bergoglio?

Fuentes: Rebelión

Apenas elegido Papa Jorge Mario Bergoglio se ha desatado un fuerte debate sobre su pasado. ¿Colaboró Francisco con el régimen militar argentino? El premio Nóbel de la paz responde con un no, finados de un torturado en cambio sostienen que por supuesto que sí. He leído con atención un artículo clarificador de Annette Lange, publicado […]

Apenas elegido Papa Jorge Mario Bergoglio se ha desatado un fuerte debate sobre su pasado. ¿Colaboró Francisco con el régimen militar argentino? El premio Nóbel de la paz responde con un no, finados de un torturado en cambio sostienen que por supuesto que sí.

He leído con atención un artículo clarificador de Annette Lange, publicado en Der Spiegel:

«No lo puedo creer, estoy tan consternada y tan llena de ira que no sé qué hacer», escribe una hermana del sacerdote torturado, ya fallecido, Orlando Yorio en un e-mail al periodista Horacio Verbitsky. «Por fin Bergoglio ha alcanzado lo que tanto anhelaba».

Para Graciela Yorio fue él, Bergoglio, quien delató a su hermano y al jesuita húngaro Franz Jalics al régimen militar, este hombre hambriento de poder que no impidió que ambos religiosos fueran encarcelados y torturados durante cinco meses cuando el actual Papa Francisco era nada menos que Jorge Mario Bergoglio, provincial de los jesuitas argentinos.

Los dos teólogos de la liberación fueron secuestrados el 23 de mayo de 1976 en un barrio, donde ejercían su ministerio y un trabajo social. «Mucha gente de tendencia de extrema derecha veían nuestra presencia en estos barrios pobres y abandonados con recelo», recordaba el sacerdote Jalics en sus apuntes. «Interpretaban el trabajo, donde vivíamos, como apoyo a la guerrilla y nos denunciaron como terroristas».

Los esbirros del régimen arrastraron a los dos jesuitas a la temida cárcel de tortura, la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma). A los cinco meses fueron abandonados en un descampado semidesnudos y drogados. Los sacerdotes se quejaron de Bergoglio ante el general de su orden, el padre Arrupe, por haber sido ya excluidos de la orden jesuítica por supuesto contacto con mujeres y por conflictos de obediencia.

Para los torturados estaba claro: Bergoglio los había dejado conscientemente en manos de los escuadrones de la muerte. El provincial jesuita rechazó las acusaciones diciendo que actuó entre bastidores por la liberación de Yorio y Jalics. En su autobiografía «El jesuita«, escrita en el 2010, dice Bergoglio: «A mi edad y con las pocas conexiones que tenía, hice lo que pude en mi intercesión por los secuestrados».

El abogado de derechos humanos, Marcelo Parrilli, interpuso contra él denuncia en abril de 2005 por supuesta implicación en el secuestro -poco antes del cónclave en el que Bergoglio fue el segundo más votado y que renunció en pro de Ratzinger-. Un portavoz de los jesuitas calificó el paso dado contra él como una «calumnia». Bergoglio utilizó por dos veces ante el tribunal su derecho a no testimoniar. La abogada de derechos humanos, Myriam Bregman, sostuvo en el 2010 que las declaraciones de Bergoglio fueron «evasivas». En el 2012, nada menos que 30 años después, se emitió una disculpa colectiva por parte de los obispos argentinos por los delitos, pecados, cometidos por la Iglesia en los años 70.

Yorio, uno de los jesuitas torturados, no se recuperó totalmente de la experiencia traumática de la cárcel. Murió en el 2000 en Uruguay. Franz Julics ha sobrevivido a ella refugiándose en la meditación y en la oración permanente. En 1978 se marchó a Alemania, escribiendo más tarde un libro: «Ejercicios contemplativos». Y no quiso manifestarse sobre el tema cuando Spiegel intentó hablar con él sobre el tema. «Ha aclarado ya el tema con Bergoglio», dijo el portavoz de los jesuitas, Thomas Busch. Hace unos años el padre Jalics por invitación del arzobispo Bergoglio viajó a Buenos Aires, manteniendo una conversación con él. No se conoce el contenido de esta conversación.

Pero en el libro de Jalics de 1995 se dice cosa distinta: Antes del secuestro habría descrito y explicado a un «superior» la situación precaria, «de cómo él está jugando con nuestras vidas». El «hombre» le habría prometido informar del tema a los militares, comunicarles que ellos no eran terroristas. Pero docenas de documentos y la afirmación de un testigo confirmarían que ese «hombre» no les defendió sino que les habría seguido inculpando. Lo mismo sostuvo por escrito su compañero torturado Yorio a finales de los 70, sólo que éste sí dijo su nombre: Bergoglio.

El premio Nóbel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, salió el jueves en apoyó del Papa en apuros: «Bergoglio no fue ningún cómplice de la dictadura», manifestó al BBC Mundo. Pero no puso en duda que la Iglesia guardara silencio durante la dictadura militar y que muchos obispos mantuvieran una postura pasiva en aquellos años de barbarie y terror. El gobierno militar en Argentina de 1976 a 1983 llevó a cabo una guerra sangrienta contra los enemigos del régimen. Se calcula en unos 30.000 el número de desaparecidos, que fueron secuestrados, torturados y asesinados.

El analista e investigador argentino, Horacio Verbitsky, alias «el Perro», ha escrito numerosos libros y ensayos sobre la seria conexión entre la Iglesia católica y la dictadura militar. Publicó en el 2010 una entrevista con Graciela y Rodolfo, hermanos de Yorio, el jesuita secuestrado y torturado y que murió en el 2000. Según esto Bergoglio expresó en una conversación personal que él en la clarificación del problema apuesta totalmente por ser obra de los funcionarios del servicio secreto de la armada. Ellos habrían llevado a cabo los interrogatorios de los encarcelados. Bergoglio tenía conexiones importantes, supuestamente se reunió con el admirante Emilio Massera, uno de los miembros dirigentes de la Junta. El hoy Papa explicó que quiso interceder discretamente en esta entrevista por los religiosos y que no tenía nada que encubrir.

«Conozco gente a los que ayudó, dijo Rodolfo, el hermano de Yorio, y esto es lo que muestra su doble juego y su cercanía con el poder militar. Él sabe bandearse perfectamente en la ambigüedad». El reproche amargo se resume en: «Cuando el ejército ejecutaba a alguien, Bergoglio dice que no tenía nada que ver, cuando le dejaban libre era él, Bergoglio, quien le había salvado».

De ahí que haya gente que le quiera hacer santo y gente que le tema y acuse.

De este relato se deducen graves conclusiones:

1.- La Iglesia argentina, ¡30 años después!, a trancas y barrancas reconoció haber cometido pecado (delito) en su postura frente al régimen militar.

2- En esa postura de pecado por parte de la Iglesia, por dejación en la defensa y salvaguarda de los derechos humanos de sus conciudadanos, el actual Papa no se distinguió por lo contrario, como sí otros, por ejemplo el obispo argentino asesinado por los militares el 4 de agosto de 1976: Enrique Ángel Angelelli Carletti.

3.- Su postura es tildada por algunos de colaboración o cuando menos de silencio. Dentro de la Iglesia argentina hubo gente que se manifestó nítidamente por los derechos de sus conciudadanos y sufrieron por ello: fueron arrestados, encarcelados, torturados y asesinados o desparecieron para siempre. Bergoglio no formó parte de aquel pequeño grupo de obispos argentinos que se enfrentó a la dictadura militar.

3.- Dicho en román paladín: Ni los arrestados, ni los torturados, ni los encarcelados, asesinados o desaparecidos oyeron o sintieron la mano caliente y amiga de aquel provincial de los jesuitas, hoy elegido Papa, en aquellos años de barbarie e inhumanidad. Bergoglio no fue un Óscar Romero, aquel obispo del Salvador asesinado, que denunciara con valentía y espíritu cristiano en sus homilías y prédicas las graves violaciones de los derechos humanos en su país.

4.- Puesto que en el pasado no lo fue tan sólo le queda el ahora. 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.