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Filiberto Ojeda

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Un 23 de septiembre de 2005, cuando el independentismo en Puerto Rico celebra el Grito de Lares, gesta de hace siglo y medio contra el dominio español y recordatorio de que bajo la nueva metrópolis interventora, sigue el país como colonia, decidió el FBI que era el momento apropiado para matar a Filiberto Ojeda. Como […]

Un 23 de septiembre de 2005, cuando el independentismo en Puerto Rico celebra el Grito de Lares, gesta de hace siglo y medio contra el dominio español y recordatorio de que bajo la nueva metrópolis interventora, sigue el país como colonia, decidió el FBI que era el momento apropiado para matar a Filiberto Ojeda. Como la inteligencia no se riñe con la brutalidad, los discípulos de Hoover, tal vez frustrados y rabiosos por los quince años que vivió Filiberto Ojeda en el clandestinaje, escapado de las garras del sistema carcelario del gobierno federal donde tantos patriotas han sufrido, decidieron que en esa fecha emblemática podrían ellos demostrar su poderío urbi et orbi, asesinándolo. Creían, por lo visto, que de esa manera enviarían un mensaje al pueblo puertorriqueño, y en particular al independentista.

O tal vez, se trata de otra cosa. Es sabido que el papel de Puerto Rico en el esquema militar estadounidense ha perdido importancia, tanto por el final de la guerra fría, como por los adelantos tecnológicos que han reducido la importancia de las bases militares en territorios fuera de Estados Unidos. A esa nueva situación se suma la debilidad económica que se comienza a acusar por los gigantescos gastos del imperio: guerra de Iraq, sobreextensión del aparato militar, debilidad del dólar en los mercados internacionales, ascenso económico de otras regiones competidoras, y para colmar la copa, desastres naturales como el de Nueva Orleans que requerirán cuantiosas inversiones. Hemos visto, que en años recientes, espoleado por la creciente resistencia del pueblo puertorriqueño contra los ejercicios militares y la ocupación de la isla de Vieques, no sólo se vio obligado EE UU a salir de la islita sino que tambén cesó sus operaciones en la gigantesca base militar de Roosevelt Roads. Ese panorama hace sospechar que el gobierno estadounidense podría aprestarse a buscar un nuevo estatuto en la isla que le permita aminorar los gastos que ésta representa para el erario federal, a la vez que mantenga su condición de excelente mercado y base de operaciones para las empresas norteamericanas.

No hay duda de que un desplazamiento de esa magnitud tiene, tanto apoyo como oposición, no sólo en la esfera federal sino también en aquellos sectores políticos que se han beneficiado, de una u otra forma, de la vigencia del régimen colonial; que, además, los sectores opuestos a cualquier tipo de liberalización del colonialismo en Puerto Rico, pueden muy bien apuntar al surgimiento en la América nuestra de un relanzamiento de proyectos liberadores que recorren el continente desde la Argentina hasta una Venezuela que ofrece petróleo barato para las comunidades pobres de EE UU, y una Cuba que ha magnificado la falta de compromiso del gobierno del señor Bush con su propio pueblo, al ofrecer el traslado de centenares de médicos para la zona afectada por el huracán Katrina. Para desalentar cualquier intento de alterar el tipo de régimen colonial que impera en Puerto Rico, cuadraría bien poner en escena una gigantesca provocación al independentismo y crear la sensación de que sólo con la presencia activa de EE UU se puede evitar cualquier perturbación de la vida del país.

Sea correcta o no esta hipótesis sobre la fuente de las torpezas del FBI, una cosa es cierta: Filiberto Ojeda ni pasará a la historia como un capítulo definitivamente cerrado, ni se acogerá al olvido.

Cuando el régimen mexicano entrampó y asesinó a Emiliano Zapata, el líder más emblemático del pueblo campesino que se había alzado con la Revolución, escapó su caballo blanco perdiéndose al galope por los campos. El imaginario popular construyó con ese hecho la inmortalización del jefe revolucionario. Era el triunfo de Emiliano Zapata por encima de la muerte. Es una de las formas en que los pueblos mitologizan sus ansias de emancipación política, social y económica y se dicen que, a pesar de todo, la lucha continúa. Así también entrará a nuestra historia, Filiberto Ojeda.