Preguntarse si las elecciones transcurren con transparencia en el país más corrupto de Latinoamérica, donde la moneda en curso es el dólar americano, puede parecer una perogrullada. Sin embargo, la permanente denuncia de posible fraude planteada por el candidato Rafael Correa ha sido expuesta y manqueada como si pretendiera deslegitimar un proceso que temía perder. […]
Preguntarse si las elecciones transcurren con transparencia en el país más corrupto de Latinoamérica, donde la moneda en curso es el dólar americano, puede parecer una perogrullada. Sin embargo, la permanente denuncia de posible fraude planteada por el candidato Rafael Correa ha sido expuesta y manqueada como si pretendiera deslegitimar un proceso que temía perder. Evidentemente esta diputada desconoce si el candidato de la izquierda fue o no el más votado, pero lo grave es que en el día de hoy todas la irregularidades y deficiencias anunciadas y denunciadas por éste impiden que los ecuatorianos puedan conocer y especialmente confiar en el resultado electoral. Así, mientras algunos partidos manifestaban su desconfianza hacia el proceso y hacia la anunciada incapacidad de la empresa contratada EVOTE para poder ejecutar el recuento y ofrecer un resultado fiable, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) rechazaba una y otra vez una auditoria de la Universidad Politécnica de Quito del software de la empresa citada. Quienes negaban la ineficacia e irregularidades eran los partidos clásicos que dominan el Parlamento. En consecuencia, los vocales del Tribunal Supremo Electoral, designados por estos partidos, se empeñaban sin desmayo en convencer a los ciudadanos de que todo iba a transcurrir con efectividad, transparencia y normalidad. Pero la realidad es tozuda, y ha sido el propio TSE el que bajo presión se ha visto obligado a rescindir la contratación de EVOTE 24 horas después de la votación sin tener el resultado electoral. Eso sí, el TSE no se encontraba solo a la hora de proclamar las virtudes del proceso, siempre tuvo el apoyo del presidente de la misión electoral de la Organización de Estados Americanos (OEA), el señor Bielsa. Éste, a pesar de conocer las deficiencias del sistema, las negaba públicamente, sin duda con el propósito de generar una confianza que la realidad se ha encargado de destruir. Tanto las ONG como la candidatura de Rafael Correa (Alianza País) pidieron su dimisión por no cumplir con la objetividad que requiere el cargo, pues según parece hasta en las reuniones que mantuvo con los actores políticos y sociales manifestó públicamente que consideraba al candidato izquierdista un peligro para el país. Esas no son más que unas pinceladas de un panorama en el que se acostumbra a comprar votos, quemar colegios electorales y, por supuesto, hacer desaparecer actas. Un país que ha tenido más de ocho presidentes en diez años, con un Parlamento sumido en el más absoluto descrédito y que mantiene al 60 por cien de la población por debajo de los índices de pobreza. Ecuador merece poder elegir su destino en libertad, merece conocer qué ha querido manifestar la ciudadanía, escuchar la voz de un pueblo cansado de ser olvidado por sus representantes, por sus gobernantes y por un mundo empresarial cruel que sólo aspira a seguir enriqueciéndose a costa de la explotación de sus recursos y sus gentes. Curiosamente, uno de los mayores protagonistas de este mundo empresarial, el candidato Álvaro Noboa, pasará a la segunda vuelta. Todo un personaje denunciado por explotación infantil en sus fábricas y por apropiarse de las indemnizaciones de sus trabajadores. Elegir en libertad no es sólo votar, es conocer lo que se vota con el estómago lleno. Y eso hoy, con o sin fraude, en Ecuador no es posible.