En 2014 la embajadora estadounidense para asuntos europeos Victoria Nuland, hablando en privado sobre la necesidad de cambiar el Gobierno de Ucrania, dijo “que le den a la Unión Europea” («fuck the EU»). El embajador de EEUU en Kiev contestó: “Exactamente”.
Para entender qué pasa con Ucrania hay que seguir el rastro del dinero, analizar la situación de las potencias en liza y echar un vistazo a lo ocurrido en los últimos años en la exrepública soviética, el país más pobre de Europa que sufre una corrupción sistémica, con un grupo de oligarcas (algunos prorrusos, otros prooccidentales) dominando los principales poderes, una sanidad pública saqueada -una operación de peritonitis, en la pública, puede costar unos mil quinientos euros-, un salario medio de 250 euros y una pensiones de 175 euros.
EEUU en Ucrania
En 2013, cuando estallaron las protestas en la capital ucraniana en contra de la corrupción y la precariedad, Estados Unidos entró en juego posicionándose en favor de la oposición al Gobierno de entonces. Varios integrantes de la Administración estadounidense visitaron a los manifestantes en la plaza Maidan -también acudió el republicano McCain- y Washington operó entre bambalinas para contribuir al golpe contra el presidente prorruso Yanukovich, quien terminó huyendo del país.
Antes de que eso ocurriera se filtró un vídeo por Internet que mostraba una conversación telefónica entre dos altos diplomáticos estadounidenses. En ella, la secretaria de Estado estadounidense adjunta para asuntos europeos, Victoria Nuland, debatía con el embajador de EEUU en Ucrania, Geoffrey Pyatt, sobre cómo facilitar el éxito de la protesta contra el Gobierno ucraniano y a quién colocar como sucesor del presidente que deseaban ver derrocado.
Ese diálogo desveló que Washington tenía una implicación mucho mayor en Ucrania de la que mostraba públicamente. Nuland y Pyatt hablaban en esa conversación sobre los líderes que debían estar en el futuro gobierno, apostaban claramente por uno en concreto, Arseni Yatseniuk, y descartaban a otro, Vitaly Klitschko, quien contaba entonces con el apoyo explícito de Alemania. Ambos embajadores celebraron durante su conversación que la ONU fuera a nombrar un nuevo enviado especial para Ucrania y que esto ayudaría a “soldar” su plan ante la presunta inacción de la Unión Europea. En un momento dado, se escucha decir a Nuland:
“Sería estupendo, creo, para ayudar a soldar esto y tener a la ONU ayudando a soldarlo, y ya sabes, que le den a la Unión Europea”. (Algunos medios lo tradujeron como “que se joda la Unión Europea” o “a la mierda la Unión Europea”. La versión original era: “Fuck the EU”)
“Exactamente”, contestó el embajador estadouniense.
Más de 5.000 millones de dólares
El “fuck the EU” de Nuland en esa conversación -EEUU acusó a Rusia de filtrarla- planteó una fricción entre Washington y Alemania y desveló públicamente lo que el mundo de la diplomacia ya sabía: las diferencias entre EEUU y Berlín a la hora de abordar las relaciones con Moscú. De esto también va lo que está pasando estos días.
Titulares de prensa, analistas y políticos insisten en señalar la obsesión de Putin con Ucrania. Pero si repasamos los hechos es posible afirmar que no solo Rusia está obsesionada con Ucrania. En una conferencia ofrecida en diciembre de 2013 la embajadora Nuland resaltó la importancia de la inversión estadounidense en Ucrania en los últimos años: más de 5.000 millones de dólares. Desde 2014 Washington ha destinado más de 2.700 millones de dólares en asistencia y desarrollo de las fuerzas de seguridad ucranianas, en las que está integrado el batallón Azov, nacido como una fuerza paramilitar de ultranacionalistas que emplean símbolos nazis y que en la actualidad dependen del ministerio de Interior.
Victoria Nuland es actualmente Subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos en la Administración Biden y está muy presente en los pasos que se están tomando en torno a la crisis de Ucrania. Fue asesora del vicepresidente Dick Cheney entre 2003 y 2005 durante la ocupación de Irak y embajadora de EEUU ante la OTAN durante el segundo mandato de George W Bush, cuando ya apoyó la expansión de la Alianza Atlántica hasta la frontera rusa, defendiendo «bases permanentes a lo largo de la frontera oriental de la OTAN”. Su marido es el neoconservador Robert Kagan, quien fuera asesor de George W Bush y cofundador del think-tank Project for the New American Century cuyo objetivo es “promover el liderazgo global estadounidense” y fomentar “una política reaganiana de fuerza militar y claridad moral”.
La importancia del gas
Recientemente se completó la construcción del gasoducto Nord Stream 2, que garantiza la llegada del gas ruso a Europa a través de conductos bajo el mar. El proyecto, operado por la empresa rusa estatal Gazprom y construido con dinero de cinco compañías energéticas europeas, no ha sido nunca acogido con buenos ojos por Estados Unidos, que ve en él una herramienta para que Putin pueda ampliar su influencia en Europa a través del gas.
Europa depende en gran parte del gas ruso, que actualmente llega a través de Ucrania. El Nord Stream 2 evitaría ese trayecto, privando a Ucrania de lucrativas tarifas de tránsito. Con su construcción ya lista, las miradas estaban ahora depositadas en su certificación antes del verano para ponerlo en marcha, pero las últimas escenificaciones han enfriado las cosas. Este pasado lunes la Comisión europea anunciaba la suspensión «sine die» de su entrada en funcionamiento.
Mientras tanto, Estados Unidos ha indicado que podría exportar a Europa gas licuado, en caso de que las sanciones con las que se amenaza a Rusia empujaran a Moscú a limitar su suministro (Rusia exporta a la UE el 38% de sus importaciones de gas natural, más del 50% en el caso de Alemania). Al igual que con su insistencia en una presunta invasión rusa de Ucrania, Washington anticipa así un escenario que le permite reducir la órbita de influencia de Moscú y ampliar la suya, en este caso comercial, ofreciéndose a vender a Europa parte de su gas licuado y a mediar con Qatar y otros proveedores para que hagan lo mismo, como sustitutos del gas ruso.
Las sanciones
Las amenazas de sanciones económicas a Rusia colocan a Europa en una situación arriesgada, en un contexto de crisis energética, con los precios de la energía en alza, una gran inflación y un futuro en el que no estaría asegurada la llegada de todo el gas que la UE necesita, ya que EEUU tiene ya comprometido y cerrado el envío de buena parte de su suministro a Asia. The Wall Street Journal recordaba recientemente que antes de esta crisis de Ucrania, Washington había encontrado pocos proveedores de gas para Europa. Ahora, en este nuevo contexto, confía en conseguir más.
Estados Unidos, en plena crisis de identidad, se debate entre quienes sueñan con una Guerra Fría y entre quienes son partidarios de asumir el nuevo contexto multipolar y de centrarse en los problemas internos. De ello -y del papel que puede jugar Nuland esta vez- se habla estos días en los pasillos políticos y periodísticos de Washington, conscientes de cómo la Administración Biden puede verse influida por parte de los halcones del Pentágono y de sectores de sus propias filas que mantienen una cosmovisión militarista, orgullosos de que EEUU sea, con diferencia, la nación con más gasto militar a nivel mundial.
Mientras tanto, la nueva gran potencia de este siglo, China, ha mostrado su apoyo a Rusia y ha pedido que se deje de lado lo que ha llamado la “diplomacia de micrófono” – que puede crear realidades a base de definiciones- para centrarse en la diplomacia silenciosa, a puerta cerrada. En una reciente conversación con su homólogo estadounidense, el ministro de Exteriores chino señaló que las preocupaciones de seguridad de Rusia deben “tomarse en serio” y subrayó que «la seguridad regional no puede garantizarse mediante el fortalecimiento o incluso la ampliación de bloques militares».
Las escenificaciones
Entre las declaraciones públicas de las últimas semanas han destacado las del Gobierno británico asegurando tener pruebas de que Moscú quiere derrocar al actual Gobierno ucraniano para imponer en su lugar un presidente prorruso. Nadie ha visto esas presuntas pruebas y el supuesto ‘hombre de Moscú’ al que apunta Londres está sancionado en Rusia desde hace años.
Por su parte, Francia ha dicho que no ha encontrado en el material mostrado por los servicios de inteligencia estadounidense pruebas de que Rusia vaya a invadir Ucrania y Alemania ha asegurado que todo indica que Moscú no ha decidido nada aún. Ante la histeria impostada de Washington y Londres -que ha incluido la retirada de sus embajadores en Kiev- el propio Gobierno de Ucrania ha insistido en que la situación no es tan grave, que el riesgo de invasión no es mucho mayor que en meses pasados y ha agradecido a los embajadores de la UE que se mantengan en sus puestos.
No hay que olvidar que en 2017 el Gobierno ruso advirtió de que su relación con la OTAN atravesaba su peor momento desde la Guerra Fría debido al despliegue de tropas de la Alianza Atlántica cerca de las fronteras rusas, en Lituania, Estonia, Letonia y Polonia. Ese despliegue militar fue normalizado en buena parte de la prensa occidental, pero los expertos saben bien que en Moscú solo cabía una lectura ante ese envío. Y aún así, se llevó a cabo. Que cada cual extraiga sus conclusiones.
Intereses y presiones
Los intereses de Washington no son los mismos que los de la Unión Europea. En el pasado Estados Unidos ha impulsado y justificado guerras con tergiversaciones o mentiras conocidas a posteriori. Incluso ha incrementado tensiones con acusaciones fabricadas. Irak es buen ejemplo de ello. En todos esos conflictos bélicos Washington ha procurado minimizar sus riesgos: son guerras que se han desarrollado lejos del territorio estadounidense y en las que a menudo EEUU se ha apoyado en ejércitos terceros o en mercenarios para conseguir sus objetivos, a cambio de dinero, armas y promesas. Con este historial acumulado es lógico que surjan preguntas sobre sus objetivos:
¿Por qué le habría de interesar a la Unión Europea un conflicto en su propio territorio? ¿Por qué debería adoptar al cien por cien las estrategias comerciales que más convienen a Washington? ¿Por qué debería enemistarse con la misma intensidad que EEUU con un país situado a miles de kilometros de la Casa Blanca pero vecino europeo?
Estados Unidos está recolocándose fuera de sus fronteras tras el huracán Trump y tiene que decidir cómo hacerlo. Lo mismo le ocurre a Europa, con una Alemania que en 2017 decía sobre EEUU, a través de Angela Merkel, que “los intereses en los que podíamos apoyarnos completamente en los otros han llegado a su fin en cierta medida” y con algunas voces dispuestas a estudiar la ampliación de la autonomía comercial y militar europea, frente al habitual seguidismo de los dictados de Estados Unidos. En este contexto EEUU muestra en público su confianza en Alemania; en privado, presiona para que adopte una línea más dura ante Moscú y enfríe sus relaciones con Rusia. En Washington no ha gustado que Berlín solo haya enviado a Ucrania material para hospitales de campaña.
En medio de todo ello surge aquí el empeño de la profecía autocumplida, el efecto Pigmalión: esa predicción repetida -la de la invasión rusa- que, una vez expuesta, puede ser en sí misma la causa de que se haga realidad. El deber de la diplomacia es evitar que se lance más leña al fuego, buscar cauces de entendimiento y preservar la paz y el respeto a los países afectados, siempre en interés de las poblaciones. Eso implica evitar los «fuck the EU». Los intereses de la Unión Europea también cuentan.
Fuente: https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/fuck-the-european-union_129_8708966.html
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