Me preguntaba, en la primera parte de este trabajo ¿quién gobierna en este mundo?…con certeza y en primer lugar los mercados financieros de Estados Unidos, Japón y la Europa de los 28, que representan el primer poder.
Siguen al poder mencionado, las corporaciones internacionales (1) en esta época, principalmente tecnológicas, ayudadas en ello por sus empresas mediáticas (donde la presencia sionista en mayoritaria) y que tienen la capacidad de construir los mecanismos que manipulan y crean una realidad acorde con las necesidades de esos mercados financieros globales. Todo ello marcado por la supremacía de los Estados Unidos, que ha dominado durante los últimos 30 años el planeta, en todos los campos propios en que establece su señorío una hiperpotencia, vigorizada con la derrota de su anterior enemigo. Aunque, tengamos presente, que desde hace un lustro a la fecha, ese dominio es retado por la presencia de la República Popular China, la Federación Rusa y poderes emergentes, incómodos en este traje de fuerza llamado globalización.
Una globalización con características bien definidas:
En esos encuentros, la vieja Europa, se sometió a las exigencias de los Estados Unidos, que evitó un reforzamiento de lo que el Imperio denomina “Medidas Restrictivas” con relación a la idea de tener cuotas de pantalla para obras nacionales. Ligaron lo audiovisual al desarrollo de nuevos servicios de comunicación y telecomunicaciones –desregulándolos– Permitió, igualmente la alianza de inversiones estadounidenses en Europa.
Una superioridad que se expresó y tejió, en estos 30 años, bajo el argumento del Nuevo Orden Mundial. En dos campos de batalla: el Acuerdo Multilateral de Inversiones – AMI –como en la Organización Mundial de Propiedad Intelectual– OMPI – en que Estados Unidos hizo prevalecer el Copyright sobre el derecho moral de la creación y en todos aquellos encuentros de organismos internacionales. Allí, se impone la visión estadounidense o amenaza con retirarse como ha sucedido con la Corte Penal internacional, la UNESCO, no cumplir los acuerdos firmados como es el Plan Integral de Acción Conjunta (JCPOA por sus siglas en inglés) su abandono del Tratado INF (sobre misiles de corto y mediano alcance con carga nuclear) con Rusia, entre otras acciones frente a su decisión de llevar adelante contra viento y marea su política imperial.
Estados Unidos es la única potencia que posee flotas de guerra en todos los mares y océanos del mundo, 800 bases militares en los cinco continentes y la capacidad técnica, logística y militar de asestar golpes donde lo señale su “dedo divino”. Por ello, resulta patético escuchar las declaraciones alarmistas de los jerarcas políticos y militares estadounidenses, cuando tratan de acusar a Rusia de ampliar su presencia militar en el mundo. El ataque a Serbia, en la década de los noventa del siglo XX, las agresiones contra Libia, Siria, sus políticas sancionatorias contra Venezuela, Cuba, la República Islámica de Irán, han servido para que Washington demuestre su absoluto desprecio por las leyes internacionales.
Un actuar que permite catalogar a Estados Unidos como un violador del derecho internacional, con acusaciones de crímenes de lesa humanidad y que en la actual situación, prevalece el terrorismo médico. Acusación esgrimida por las autoridades iraníes, ante su política de máxima presión contra la nación persa, impidiendo una lucha efectiva contra el Covid-19 al impedirle comprar kits de prueba de coronavirus, acceso a equipamiento médico e incluso fondos previstos por organismo financieros internacionales. Ocho países , entre ellos China y Rusia en una carta enviada al secretario general de la ONU advirtieron sobre el impacto negativo de las sanciones en los esfuerzos internacionales destinados a contener el virus mortal. La conducta estadounidense tiene la pretensión invariable de dar una “lección” a quien osa desobedecer sus órdenes. Por ello, el llamado desde la trinchera antiestadounidense es crear un frente común que destruya este unilateralismo, que tanto daño le hace al mundo.
Esta realidad, que tanto daño genera en el mundo, está siendo cuestionada con un catalizador inesperado, que surge desde el campo de las enfermedades: el Covid-19, que está remeciendo las estructuras políticas, económica y sociales del mundo. Una pandemia que ha hecho resurgir, como nunca antes, conceptos como el de solidaridad, cooperación, fin de las sanciones contra aquellos que los grandes poderes han sometido a apremios que contribuyen a una catástrofe humanitaria. Una pandemia que pone en entredicho esta globalización donde la desregulación ha sido su signo predominante. Una globalización que ha servido para hacer del mundo un terreno fácilmente contagiable, que ha visibilizado también la debilidad de aquellos países que han minimizado sus sistemas sanitarios, en función de la privatización, que convierte un derecho social, en una mera mercancía.
El Virus Covid-19 está carcomiendo las estructuras internas del capitalismo, mostrando sus debilidades, develando la profunda inequidad entre aquellos que pueden soportar una pandemia en su opulencia y aquellos que quedan en la desprotección, en la carestía, sin trabajos, sometidos a los vaivenes y decisiones de gobiernos más centrados en defender las superestructuras, el mercado, al empresario global que a sus ciudadanos. Un modelo capitalista que debe ser combatido con la misma fuerza con que se acomete a este virus mortal. Incluso, la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva se ha visto obligada a mencionar que los costos humanos de la pandemia del coronavirus ya son inconmensurables y es preciso que todos los países trabajen en colaboración, para proteger a la gente y limitar el daño económico.
Este es el momento de actuar con solidaridad, suelen repetir los dirigentes en el planeta. Palabras, que hasta hora dejan fuera a países como Venezuela e Irán pues las directrices criminales del gobierno de Trump, por ejemplo, se niegan a ir en apoyo internacional a estos dos países, en un claro crimen de lesa humanidad. Combatir al Covid-19 pone en acción a nuestras sociedades, sacando lo peor y lo mejor del ser humano y poniendo en entredicho la forma que hemos conducido nuestro planeta en las últimas décadas. Este patógeno de la familia de los Coronavirus genera cientos de miles de contagiados, decenas de miles de muertos y una hecatombe financiera. En una pandemia que no tiene fecha de término y que ha situado hoy, como primero en la lista de contagiados, a Estados unidos que además suma miles de muertos que crecen en forma exponencial.
Estamos en crisis, pero distinta a las que hemos vivido en este Siglo XXI . Como aquella a inicios del nuevo milenio, la denominada dot com (puntocom) relacionada a la burbuja especulativa con las empresas vinculadas a internet. Diferente a la crisis financiera global del año 2008, desatada en virtud de la burbuja inmobiliaria, que había comenzado en Estados Unidos el año 2006 y que terminó de explotar en octubre del año 2007 originando una profunda recesión durante gran parte del año siguiente. Hoy, el agente catalizador, el patógeno es distinto, se llama covid-19 mostrando la enorme fragilidad de todo el sistema económico en que nos asentamos
Una crisis pandémica, política, económica, sanitaria que nos obliga a repensar el mundo que se nos viene. Con una característica común a todas las crisis mencionadas: será el Estado quien nuevamente está salvando a los países, a las empresas, incluyendo a aquellas que suelen atacar ese estado en épocas de vacas gordas. Ese Estado que sale nuevamente al rescate de las economías, incluso de aquellos países donde sus clases dominantes los maldicen. El Covid -19 está cambiado los dogmas imperantes, ha mostrado que sin servicios sanitarios públicos fuertes, la muerte se ve más cercana. Los europeos extrañan ese estado de bienestar, que sus castas políticas han deteriorado. Las discusiones hoy parecen propias de defensores del estatismo, conceptos como fin de los ajustes fiscales, establecer salarios dignos garantizados, incluso nacionalizar aquello que la marea privatizadora permitió enriquecer a algunos pocos se están imponiendo en la agenda política..
La experiencia histórica de los países afectados por las políticas del FMI nos conduce a la conclusión (en base a la experiencia empírica) que el número de víctimas del neoliberalismo es y será, indudablemente, millones de veces mayor que el de las víctimas del Covid-19, lo que indica entonces, pasada esta batalla coyuntural a enfocar nuestros esfuerzos en la definitiva derrota de este capitalismo brutal, que tambaleaba y que una sintomatología de dolores de cabeza, fiebres, tos seca y problemas respiratorios parece haber sido el arma que marcará su definitiva derrota. Para ello es necesaria la solidaridad, recuperar una humanidad perdida en el trasiego del individualismo, de un modelo de sociedad que desprecia lo social en función del éxito particular. Esta crisis pandémica puede ser un paso firme en aras de cambiar este único mundo que poseemos y matar de una vez este virus llamado capitalismo.