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Hacia una sociedad civil globalizada: La de abajo o la de arriba

Fuentes: Centro Tricontinental, Lovaina la Nueva

El concepto de Sociedad Civil esta muy de moda hoy en día. Su acepción es tan amplia que permite todas las interpretaciones y a la vez abarca todas las ambivalencias. Cuando el Banco Mundial habla de Sociedad Civil, se refiere a algo completamente distinto a la realidad expresada mediante el mismo término, por el Foro […]

El concepto de Sociedad Civil esta muy de moda hoy en día. Su acepción es tan amplia que permite todas las interpretaciones y a la vez abarca todas las ambivalencias. Cuando el Banco Mundial habla de Sociedad Civil, se refiere a algo completamente distinto a la realidad expresada mediante el mismo término, por el Foro de los Pobres de Tailandia o el Movimiento de Campesinos sin Tierra en Brasil. Es entonces muy necesario realizar un análisis, mas allá de las consignas pues, de hecho, la Sociedad Civil es el terreno de las luchas sociales y por tanto el de la definición de los retos colectivos. Antes de entrar en la manera de construirla y de conquistar los espacios públicos, reflexionemos sobre su contenido.

I.    ¿Qué es la Sociedad Civil?

El concepto ha evolucionado mucho en la Historia. En el renacimiento se opuso al de Sociedad Natural, significando un orden social organizado, superior, en consecuencia civilizado y racional. El filósofo inglés Locke incluía en ella al Estado y para Adam Smith se trataba de todo lo que era socialmente construido, comprendidos el mercado y el Estado. Para Hegel, era el espacio social situado entre la familia por una parte y el Estado por otra. Marx, haciendo contrapeso, la definió como el conjunto de las relaciones sociales, donde las relaciones económicas condicionaban el resto. Para Antonio Gramsci existen dos realidades que abarcan las relaciones económicas, la Sociedad Política y la Sociedad Civil, esta última constituida por las instituciones que reúnen a los individuos y están destinadas a producir un consenso: la escuela, los medios de comunicación de masas,  las instituciones religiosas, etc. podríamos decir que en esta última concepción la Sociedad Civil se sitúa entre el Príncipe y el Mercader, entre el Estado y el Mercado.

Esta breve alusión a la evolución histórica del concepto ha tenido como único objetivo mostrar los cambios de sentido según las concepciones emanadas de la sociedad. Ningún concepto es inocente, sobre todo cuando sirve para definir el funcionamiento de los colectivos humanos. En efecto, cuando examinamos las diferentes tomas de posición  contemporáneas, descubrimos tres grandes orientaciones: una concepción burguesa de la sociedad civil, la de arriba; una concepción que yo llamaría angélical, la que la define como el reagrupamiento de todos los buenos y al fin, una concepción popular, la de abajo.

1) La concepción burguesa de la sociedad civil

Para la burguesía, la Sociedad Civil es un elemento esencial de su estrategia de clase. En efecto, para esta clase, la Sociedad Civil es el terreno de desarrollo de las potencialidades del individuo y por tanto el espacio de ejercicio de las libertades, siendo la principal de ellas la libertad de empresa, considerada además como la fuente de todas las otras libertades. Es entonces la empresa el pilar fundamental de la Sociedad Civil. A esta última se articulan las grandes instituciones de carácter ideológico que juegan un papel de reproducción social: la escuela, las religiones, los medios masivos, así como el conjunto del sector no mercantil (servicios públicos privatizados)  y sobre todo las organizaciones voluntarias destinadas a suplir las carencias del sistema. En una perspectiva tal, el papel del Estado está limitado a tres funciones; proporcionar un marco jurídico que garantice la propiedad privada y el ejercicio de la libre empresa, asegurar el funcionamiento de la reproducción social (educación, salud?) y proteger a los individuos. Volvemos a encontrar la expresión de Michel Camdessus cuando hablaba de las tres manos: la mano invisible del mercado, la del Estado, destinada a organizar las reglas del juego y la de la caridad, que se ocupa de aquellos que quedan excluidos.

La lógica implacable de este pensamiento se incorpora a la de la economía capitalista de mercado. En efecto, para esta última, el mercado es un hecho natural y no una relación construida socialmente. Es necesario entonces garantizar su funcionamiento en la mayor de las libertades posibles, sin obstáculos, sobre todo de parte del Estado, y en función de una ética interna estricta, lo que permitirá al mercado cumplir con su función de regulador universal de las interrelaciones humanas.

Pero el mercado no es disociable de la producción ya que son bienes y servicios los que se intercambian. Y esto vale aún hoy, cuando el valor de cambio gana ventaja sobre todo el resto y que el carácter especulativo del capital financiero parece otorgarle total autonomía. En el caso de la economía capitalista, las relaciones sociales de producción establecen un vínculo de clase sometido inexorablemente a la ley de la competencia. Entonces, en la concepción burguesa, reforzar la sociedad civil significa favorecer la libertad de empresa, dinamizar los actores sociales empresariales, reducir el lugar del estado y finalmente reproducir la relación social que asegura la dominación de clase, hoy mundializada. Y como esa relación social, tanto de producción como de intercambio, es vista como natural, por supuesto no hay alternativas.

De esto resulta una estrategia muy coherente de cara a la Sociedad Civil. Se trata de impulsar una red de instituciones, concediendo un status privado a los aparatos ideológicosy promoviendo organizaciones voluntarias no contestatarias. Esto permite canalizar institucionalmente la demanda social de grupos y de clases debilitadas y fragmentarlos. Resulta entonces relativamente fácil el cooptar algunas de las organizaciones voluntarias, religiosas o laicas,  principalmente en acciones de alivio de la pobreza.

Los efectos de la puesta en marcha de esta concepción de la Sociedad Civil de arriba son notables. Como el mercado se convierte en la norma universal del funcionamiento de las relaciones humanas, no solo el estructura el campo de consumo, sino también el de la cultura. Esto provoca una serie de desplazamientos: de lo político hacia el mercado, del desarrollo al crecimiento, del ciudadano al individuo consumidor del compromiso político hacia los referentes culturales ( etnia, genero, religion?). La Sociedad Civil se despolitiza, pues frente al mercado la política es cada vez mas virtual. Los movimientos sociales buscan su identidad exclusivamente en su propio campo, en ruptura con la tradición política. Ciertas ONGs cultivan una ideología ferozmente anti-estado. Los movimientos religiosos se multiplican centrados en la salvación individual y desprovistos de proyección social.

Es necesario entonces estar muy concientes de lo que significa la Sociedad Civil en la concepción burguesa. La similitud de vocabulario no debe engañarnos. Cuando el Banco Mundial, el Foro Económico Mundial de Davos o ciertos gobernantes hablan de Sociedad Civil, esta no tiene nada que ver con lo que los movimientos sociales presentes en Seattle, Praga o Porto Alegre significan. Pero antes de pasar a la concepción popular de la Sociedad Civil, quisiéramos abordar otra manera de ver compartida por numerosos medios que nos son próximos.

2) La concepción «angelical» de la Sociedad Civil

En esta perspectiva la sociedad civil esta compuesta por las organizaciones generadas por los grupos sociales desfavorecidos, por las ONGs, por el sector no comercial de la economía y por las instituciones de interés común, educativas, culturales y de salud. Es una especie de tercer sector, autónomo con relación al estado, y suceptible de hacerle contrapeso. En resumen, se trata de la organización de los ciudadanos, de todos los que desean el bien y que pretenden cambiar las cosas en un mundo de injusticias.

Es cierto que en este marco de pensamiento los objetivos perseguidos por los componentes de la Sociedad Civil responden a necesidades verdaderas, pero esta concepción no desemboca en un cambio de orden en las relaciones sociales. Es como si la sociedad estuviera compuesta de una colección de individuos agrupados en estratos superpuestos y que reivindican un lugar equivalente. El no reconocimiento de la existencia de relaciones sociales creados por la organización capitalista de la economía, caracteriza esta lectura de la Sociedad Civil, a pesar de que la reproducción de estas relaciones desiguales es indispensable para el mantenimiento del sistema.

Este tipo de concepción de la Sociedad Civil permite sin duda encabezar los combates sociales. En efecto, los abusos del sistema son denunciados, pero esto no desemboca en una crítica de su lógica. Por esta misma razón, se convierte facilmente en receptáculo de ideologías anti-estado, interclasistas, culturalistas, utópicas en el sentido negativo del término y al tiempo que manifiesta el deseo de cambiar los paradigmas de la sociedad, resulta ineficaz a largo plazo.

Por determinadas vias, esta concepción coincide con la concepción burguesa de la Sociedad Civil y es por eso que las instituciones que comparten esa visión de la Sociedad Civil son con frecuencia objeto de cooptación por parte de las empresas transnacionales, el Banco Mundial, la OCDE o el Fondo Monetario Internacional.

3) La concepción analítica o popular de la Sociedad Civil

El término analítica significa aquí una lectura de la Sociedad Civil en términos de relaciones sociales, lo cual es ya un acto político. En efecto, esto significa que la Sociedad Civil es el espacio donde se construyen las desigualdades sociales y que existen en su seno instituciones y organizaciones que representan intereses de clase muy divergentes. No será suficiente entonces cambiar los corazones para transformar automáticamente las sociedades, aun si lo primero es importante. Es necesario crear otras relaciones de poder.

Sin duda, las relaciones sociales del capitalismo ya no son iguales en su forma a como eran en el Siglo XIX europeo y esto tiene efectos importantes sobre la Sociedad Civil. La relación directa capital-trabajo es desregulada por la orientación liberal de la economía. Estas son minoritarias en las sociedades del Sur, donde el conjunto de las poblaciones están directamente integradas en el capitalismo a través de los mecanismos macroeconómicos de las políticas monetarias,  la deuda, el precio de las materias primas?las nuevas tecnologías, la concentración de las empresas, la mundialización del mercado, la volatilidad del capital financiero y muchos otros factores, no han roto la lógica del capitalismo pero han contribuído a difundir sus efectos en el espacio y en el tiempo. Hay cada vez menos fronteras  y las protecciones sociales resisten dificilmente a los poderes de decisión que están fuera del control de los estados. Además, el tiempo no cuenta para las transacciones financieras, a la vez que sus consecuencias sociales se extienden por largos períodos.

La relación social del capitalismo es ahora menos visible, mas difusa, y afecta las modalidades de las luchas sociales. Existen hoy poblaciones pobres sin lucha de clases correspondientes, trabajadores que se definen en primer lugar como consumidores, grupos sociales debilitados por el sistema económico y que reaccionan en función de sus pertenencias de casta (los Dalits de la India), de etnia, de género, sin necesariamente hacer el vínculo con las lógicas económicas que son la fuente de su precariedad. Las luchas particulares se multiplican, pero la mayor parte del tiempo quedan fragmentadas geográficamente o sectorialmente, frente a un adversario cada vez más concentrado.

El mercado impone entonces, a la Sociedad Civil, relaciones de desigualdad. Los grupos dominantes actúan mundialmente utilizando a los estados, no con el fin de redistribuir las riquezas o proteger a los mas débiles, sino para controlar a las poblaciones (migraciones, movimientos sociales, Sociedad Civil popular) y servir al mercado. Los mecanismo son diversos y con frecuencia progresivos, van de las políticas monetarias a los tratados de libre comercio, de las reformas jurídicas a las de la enseñanza, de la privatización de la seguridad social a la de los servicios de salud, de la disminución de los subsidios a la investigación social a la reducción del apoyo a las organizaciones populares, de la supresión de la publicidad para la prensa de izquierda al control de las comunicaciones telefónicas, del debilitamiento de los sectores progresistas de las instituciones religiosas a una puesta bajo tutela de las ONGs. En resumen, un ordenamiento y a la vez domesticación del estado y de los órganos de la ONU y un control de la Sociedad Civil, que alienta el dinamismo y la pluralidad a condición de no cuestionar de manera eficaz la relación social capitalista.

Pero sobre la base de ese tipo de análisis, se desarrolla una conciencia social mas profunda. Existe en efecto una sociedad civil «de abajo», la cual es expresión de los grupos sociales desfavorecidos u oprimidos, que poco a poco experimentan y descubren las causas de su situación. Es esta Sociedad Civil la que esta en la base de las resistencias que se organizan hoy y que poco a poco se mundializan. Es ella quien reivindica un espacio público organizado al servicio del conjunto de los seres humanos y no de una minoría. Es quien quiere transformar en ciudadanos a quienes han sido reducidos a ser sólo productores o consumidores, a aquellos que se debaten en la angustia de las economías informales, a los que forman la «masa inútil» para el mercado globalizado.

II.    Las características de la sociedad civil «de abajo»

La importancia de los sucesos que vivimos no debe hacernos olvidar la historia. Los movimientos sociales no surgieron ayer. Las historias de los diversos pueblos están jalonadas por las resistencias al capitalismo, al colonialismo y a las guerras de conquista de los mercados. Durante casi dos siglos, el movimiento obrero constituyó el paradigma de las luchas sociales. Las sublevaciones campesinas estremecieron las sociedades, sobre todo en el momento de la introducción del capitalismo agrario. Innumerables pueblos autóctonos, que hoy llamamos las primeras naciones, se opusieron a su destrucción cultural y física frente a la expansión mercantil o la conquista de sus territorios. Los movimientos feministas reaccionaron desde el siglo XIX frente al carácter específico de la explotación de la mujer en el trabajo y contra su exclusión de la ciudadanía. Entonces ¿cuál es la novedad?

Un primer elemento nuevo es la aparición en el panorama de las resistencias de los movimientos ecologistas. La destrucción del medio ambiente ha provocado numerosas reacciones. Ella es el fruto de una relación de mercado con la naturaleza; no fue siquiera detenida por un socialismo que definió rápidamente sus objetivos en función del desarrollo de las fuerzas productivas para alcanzar al capitalismo, y se agravo considerablemente en los treinta últimos años, en el transcurso de la fase neoliberal de la acumulación capitalista. Cada vez más, los movimientos de defensa de la naturaleza vinculan la lógica económica y los problemas ecológicos, aunque esto no es así aún en todos los casos.

En el transcurso de la guerra fría se dieron a conocer numerosos movimientos pacifistas y este es otro aporte original. Estos movimientos se adherian a tradiciones antibelicistas que databan de finales del siglo XIX, en nuestros días experimentan un cierto estancamiento, pues los conflictos están localizados fuera de los grandes centros de la mundialización, pero sucesos como la guerra del golfo o la de Kosovo, han reavivado las memorias y nos recuerdan que el imperialismo económico no puede funcionar sin un brazo armado, llámese este OTAN o Plan Colombia.

En fin, la multiplicación de las ONGs, a veces un vocablo nuevo para una realidad preexistente, desemboca hoy en una nebulosa de organizaciones cuya fuente se sitúa en la Sociedad Civil, lo cual es también una característica de nuestro tiempo. Su realidad es híbrida y ambivalente, desde las que son organizadas por el sistema dominante, hasta las que se dejan instrumentalizar, pasando por las que se identifican con las luchas sociales y expresan realmente la solidaridad Norte-Sur.

Antiguos movimientos sociales de orden sindical o político, nuevos movimientos definidos que atraviesan las relaciones de clase, todos inevitablemente marcados por estos últimos ( mujeres, pueblos indígenas, la paz, la defensa del medio ambiente, la identidad cultural?) ONGs, organizaciones voluntarias, todo constituye una verdadera proliferación de iniciativas dentro de la cual es a veces difícil ver con claridad. Y mientras tanto, para que la Sociedad Civil «de abajo» pueda actuar con eficacia, tanto a nivel de cada nación como en el ámbito mundial, son necesarios criterios de juicio.

El pensamiento postmoderno se encuentra muy cómodo ante esta situación, interpretándola como el fin de lo que llama «los grandes relatos» asimilando el estudio de las sociedades a la linguística, con lo que pretende expresar el fin de los sistemas y de las grandes estructuras, con las correspondientes explicaciones de conjunto. Todo eso es reemplazado por la historia inmediata, la intervención del individuo en su entorno directo, la multiplicación de los «pequeños relatos», es decir de las iniciativas particulares. En reacción a una modernidad prometeica, a un discurso totalizante, se cae en una lectura atomizante de la realidad, que se percibe como fragmentada, inexplicable en su génesis, insignificante en relación a unconjunto histórico o contemporáneo, en resumen, una sociedad civil que es una suma de movimientos y organizaciones, para la cual la simple multiplicidad  sería suficiente para enfrentar un orden totalitario de naturaleza política o económica. Que suerte para el capitalismo mundializado que ha logrado construir las bases materiales de su globalización como sistema gracias a las tecnologías de la comunicación y de la informática, ver como se desarrolla una ideología que anuncia el fin de los sistemas. Nada podría resultarle mas funcional. Por muy fundamental que sea la crítica de la modernidad promovida por el capitalismo, el aporte del postmodernismo no puede ayudarnos a nanalizar la Sociedad Civil contemporánea, ni contribuir a dinalizarla como fuente de resistencia y de luchas eficaces. La fragmentación de estas últimas revela a la vez consecuencias y estrategias del sistema capitalista.

El criterio de análisis de múltiples iniciativas que componen la Sociedad Civil «de abajo» será su carácter antisistémico, es decir la medida en la cual cada uno de los movimientos sociales o las organizaciones no gubernamentales, contribuyen a cuestionar, en el dominio que les es propio, la lógica del sistema capitalista, los campesinos sin tierra rechazados mas que nunca cuando la tierra se convierte en capital, los pueblos autóctonos como primeras víctimas de los programas de ajuste estructural, las mujeres bajo el peso de una pobreza que agrava las relaciones patrialcales, las clases medias fragilizadas  por las políticas monetarias y las transacciones financieras especulativas, la organización de la salud desvirtuada por la mercantilización del sector, los niños expulsados de las escuelas por la concepción elitista de la educación, o aún la política social aplastada por el peso de la deuda externa, los patrimonios culturales desechos por una americanización sistemática, los medios de comunicación domesticados por los intereses económicos, los investigadores limitados por las exigencias de la rentabilidad, el arte reducido a su valor de cambio, la agricultura dominada por las multinacionales de la química o del agronegocio, miles de especies animales y vegetales en extinción y en fin, el medio ambiente degradado por un desarrollo definido exclusivamente en términos de crecimiento.

Esta situación exige, de los movimientos y organizaciones de la Sociedad Civil «de abajo», trabajar por la deslegitimación del sistema económico. No se trata solamente de condenar sus abusos, lo que hacen no solamente las instancias éticas, como las iglesias cristianas o los voceros de las grandes religiones, sino también ciertos representates del sistema que saven que esas prácticas ponen en peligro el sistema capitalista mismo. Es necesario denunciar la lógica que conduce su construcción y sus prácticas y que desemboca necesariamente en contradicciones sociales y en la imposibilidad de responder a funciones esenciales de la economía, es decir  asegurar las bases materiales de la vida física y cultural de toda la humanidad.

En fin, se trata de salir en busca de alternativas, y no de paliativos que puedan, a corto término, aliviar las situaciones de miseria, ni de medidas irreales que, como las lianas de los bosques tropicales, vuelven a tomar altura en una o dos estaciones. No se trata de alternativas al interior del sistema, como la tercera vía tan apreciada en los medios reformistas que persiguen la ilusión de humanizar el capitalismo. Se trata de la conquista de una organización postcapitalista de la economía, en realidad un proyecto a largo plazo, pero indispensable, y que a la vez toma una dimensión utópica (el tipo de sociedad que se quiere construir), de proyectos a mediano plazo y de objetivos a corto plazo, cuya elaboración es la verdadera tarea de la Sociedad Civil «de abajo».

III.    ¿Que sociedad civil y cuales espacios públicos construir frente a la mundialización de las relaciones sociales capitalistas?

Entonces surge la pregunta: ¿que sociedad civil queremos promover, cuales espacios públicos reivindicamos frente a la mundialización de las relaciones sociales capitalistas? Las pautas están claras, aun si la acción no es fácil y si el adversario es poderoso. Podemos revelas cinco orientaciones principales, de las cuales las primeras parten de la definición misma de la Sociedad Civil «de abajo» y de la conquista de los espacios públicos al nivel que sea, y la última concierne a las convergencias.

La primera es la búsqueda de una acción sistemática, que reagrupe todos aquellos que en diversos dominios de la vida colectiva contribuyen a construir una economía diferente, una política diferente, una cultura diferente, con altas y bajas, con éxitos y fracasos, aciertos y errores. La sociedad civil de abajo tiene igualmente necesidad de sus intelectuales para redefinir constantemente con los movimientos sociales sus retos y objetivos. Ella debe formular su propia agenda, para no estar a la zaga de los medios de decisión mundiales. Deberá producir sus expresiones y su cultura, como muchos otros movimientos lo han hecho en el pasado. El Otro Davos, transcurrido en Porto Alegre, Zurich y otros lugares, es una de las formas.

Un segundo componente de la Sociedad Civil «de abajo» es que esta es portadora de utopías, las cuales movilizan, reavivan la esperanza, se construyen en el terreno concreto de las luchas sociales, que no se agotan por sus traducciones concretas y que se mantienen como un faro tanto en la existencia de las colectividades como en la de los individuos. Utopías de las que son portadoras tanto por las grandes tradiciones humanistas laicas como las religiosas. No ignoremos, como fue el caso frecuentemente en el pasado,  las enormes reservas de utopías que traen los grandes movimientos religiosos cuando estos no son vendedores de ilusiones, cuando no se agotan en las lógicas institucionales al identificar la Fe con los aparatos eclesiásticos y la búsqueda de poder, sino cuando inspiran y motivan los compromisos sociales, cuando destacan el carácter liberador de sus teologías, cuando llaman la atención sobre la ética de los comportamientos individuales tan importantes para la construcción de una nueva sociedad. No rechacemos, sino por el contrario reivindiquemos, los grandes ideales socialistas, sacudidos sin duda por experiencias dramáticas, pero necesarios más que nunca frente a la barbarie.

En tercer lugar, la Sociedad Civil «de abajo» debe caracterizarse por la búsqueda de alternativas a todos los niveles, tanto el de la grandes conquistas políticas como el de la vida cotidiana, el de las organizaciones internacionales y las Naciones Unidas y el de la vida cotidiana de los empobrecidos, el de la vida material y el de la cultura, el del respeto a la naturaleza y el de la organización de la producción, el del desarrollo y el del consumo. Es un reto considerable, que exige un largo trabajo, pero cuyas premisas ya están establecidas.

El cuarto aspecto es la conquista de los espacios públicos. Esto es, la articulación con la política. Sin esta última, la acción queda estéril o al menos limitada. Se trata en efecto de construir una relación de fuerza que permita desembocar en decisiones. Esta es la condición del establecimiento de una verdadera democracia, que aún incluyendo la dimensión electoral, no se limite a esta y cubra el conjunto del espacio público, incluidos sus aspectos económicos. Esto supone una cultura política y un aprendizaje, que no siempre los movimientos sociales han emprendido, frente a una verdadera desvalorización de lo político. Es probable además que en el futuro, la nueva relación de fuerzas sea construida por una pluralidad de organizaciones políticas que actúen concertadamente.

En fin, quinta perspectiva, las convergencias. Mundializar las resistencias y las luchas es un objetivo inmediato. No de manera abstracta y artificial, sino muy concreto. La gran multiplicidad de movimientos, su fragmentación, puede ser un obstáculo, en la medida en que estos están atomizados, pero puede ser una fuerza si en lugar de constituir una simple suma, entran en una convergencia funcional, como sucedió en Seattle, en Washington, Bangkok, Praga, Niza y Davos. El año 2000 ha sido el de las convergencias. Los siguientes serán los de su consolidación. Será necesario mientras tanto dotarlas de medios de operar, tanto en el plano del análisis, para percibir bien los retos, los objetivos y los métodos, por la producción de un estado del mundo visto por sus pueblos, como en el plano de la intercomunicación por medio de la construcción progresiva de un inventario de movimientos sociales y de sus redes. Esta es la tarea que el Foro Mundial de las Alternativas se propone llevar adelante.

En conclusión, podemos decir que la afirmación de la sociedad civil pasa en primer lugar por su definición, la «de abajo». Ella sólo podrá ser mundializada en la medida en que exista localmente, pues las convergencias suponen una previa existencia. Las modalidades concretas de la acción son numerosas a nivel local e internacional. Ellas sólo podrán ser definidas por los actores comprometidos en diversos campos, el de la organización de las relaciones sociales, el de las comunicaciones, el de la cultura, el del medio ambiente. El Foro Social Mundial es un espacio privilegiado para hacerlo,  en el seno de sus numerosos grupos de trabajo. Hemos tratado de reflexionar sobre los fundamentos, los retos y los objetivos, falta por determinar los medios. El compartir con los movimientos mas experimentados en cada dominio nos permitirá acercarnos progresivamente. Conquistar los espacios públicos, como lo hacemos en Porto Alegre, es ya construir la Sociedad Civil de abajo a escala mundial.

Foro Mundial de las Alternativas