Una vez más el terror más brutal ha golpeado el Cáucaso ruso. Con el horror añadido del ataque contra una escuela. Con centenares de niños, decenas de profesores, como rehenes. Nada horroriza más que agredir a seres indefensos. Nada hay más infame que atacar una escuela. Nada contribuye más a deslegitimar una causa que ensañarse […]
Una vez más el terror más brutal ha golpeado el Cáucaso ruso. Con el horror añadido del ataque contra una escuela. Con centenares de niños, decenas de profesores, como rehenes.
Nada horroriza más que agredir a seres indefensos. Nada hay más infame que atacar una escuela. Nada contribuye más a deslegitimar una causa que ensañarse con inocentes.
Doce años lleva en guerra el Cáucaso. Región fragmentada en decenas de pueblos, lenguas, religiones. Que estalló sola tras la hecatombe soviética. Imitando en la autodestrucción.
En un espacio físico similar al de Guatemala se agolpan pueblos distintos. En eterna sospecha unos de otros, secuela de siglos de inquina. Avivada por celos religiosos, étnicos.
No suman ocho millones sus habitantes. Pero entre ellos puede más la irracionalidad que la sensatez. Desde los noventa hay guerra. Rusos y chechenos. Osetios e ingushes. Balkarios…
En ese caldo se cuece la barbarie. Contenida con puño de hierro por el poder soviético. Que pocos resquicios dejó a los odios seculares. Haciendo posible largas décadas de paz.
Putin acusa al terrorismo internacional. Acto puro de propaganda. Terrorismo es, pero de raíz caucásica. Amamantado en la lucha chechena por su independencia. Lo saben todos.
Podrá Rusia emplear su fuerza en guerras de castigo. Sumando nuevas víctimas inocentes. Cebando la espiral de violencia. No es por allí el camino. Iraq es el botón de muestra.